En
estos últimos años la institución militar ha sufrido cambios notables con la desaparición
del servicio militar ó las misiones en el exterior, mejorando sus capacidades y
adaptándose al entorno estratégico.
Sin
embargo, y pese a la importancia de estas transformaciones la esencia de la
profesión no ha variado. La defensa de la nación mediante el uso de la fuerza
sigue siendo la razón de ser de los Ejércitos y ello determina su especial
carácter. Ese carácter tan propio se refleja en sus símbolos y tradiciones y en
sus principios: el valor, la lealtad, la disciplina, el honor, el compañerismo
ó el patriotismo.
A
menudo el espíritu militar, recogido por autores como Calderón ó Cervantes, no
es comprendido en el mundo de hoy. El legislador ha impuesto normas a la institución como el
régimen de ascensos, la enseñanza, las Reales Ordenanzas ó los nuevos proyectos
de reforma de la ley disciplinaria que tratan a los militares como simples
funcionarios y a la institución como una empresa más de la administración. El cambio
es una auténtica desmilitarización.
Esta
filosofía puramente material, que obvia la educación y los principios, está
condenada al fracaso desde un punto de vista operativo. La institución militar
es la más valorada por los españoles, pese a que en España no se valoran
correctamente sus logros ni se interpretan adecuadamente sus misiones. La razón
de ello está probablemente en la ausencia de escándalos de corrupción ,tan
frecuentes en otras administraciones, y la preparación profesional de sus
miembros, según reflejan las encuestas.
Sorprende
que nuestros legisladores en vez de tratar de exportar los méritos de la
institución militar a otros ámbitos, se empecinen en la tendencia inversa.
Ignora probablemente el legislador en donde residen y por ello no da con la
tecla, aunque también puede ser por prejuicios ideológicos ó intereses
políticos.
Los
méritos del militar no están en su organización, ni en su enseñanza, tampoco en
los adelantos tecnológicos pese al progreso que han supuesto. Están en su
espíritu de sacrificio, en saber mantener alta la moral propia y la de los
hombres, en saber adaptarse a las circunstancias, en el compañerismo que se
plasma en el trabajo en equipo, en el esfuerzo por el deber cumplido, en el
liderazgo. La institución ha conservado durante siglos estos valores, sus
símbolos y tradiciones y ha educado en ellos a sus miembros. El alma de la milicia,
que es religión de hombres honrados, es un límite que no debe ser traspasado.
Publicado en Atenea
nº 29, septiembre 2011
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