Desde
agosto de 1914, Europa ardía en guerra. Los alemanes habían lanzado una rápida
ofensiva en Occidente para hacer capitular a Francia antes de volverse contra
los rusos. La ofensiva alemana tuvo un gran éxito al principio: Bélgica fue
invadida y los alemanes siguieron avanzando sobre suelo francés hasta quedarse
a pocos kilómetros de París. Parecía que la suerte estaba echada para los
franceses, pero los aliados lograron frenar el ataque alemán en la batalla del
Marne. A partir de ahí, ingleses, franceses y alemanes quedaron separados por
una larga línea de trincheras frente a frente desde Suiza hasta el Mar del
Norte. No hubo más avances en ningún sentido. Llegó el invierno, la nieve y el
fango y los soldados sufrieron las penurias del frío, lejos de casa, en sus
trincheras. La guerra se prolongaba indefinidamente.
Pero
el día de Nochebuena ocurrió algo extraordinario cerca de Yprés, Bélgica, en el
mismo lugar donde más tarde los alemanes probaron una de los inventos más crueles
e inhumanos del siglo XX: las armas químicas. Los soldados alemanes decoraron
las trincheras con adornos navideños y empezaron a cantar villancicos. Los
ingleses les respondieron cantando y se empezaron a
llamar unos a otros. La artillería se silenció y algunos hombres saltaron a
tierra de nadie a intercambiarse regalos con los hombres del otro lado del
frente. Se sentaron en hogueras a fumar y conversar juntos y hasta jugaron un
partido de fútbol. El día de Navidad trascurrió en paz. El ejemplo se extendió
por el frente y en muchos otros lugares ocurrió lo mismo. La tregua, aunque
jamás se declaró oficialmente, corrió por el frente llegando a participar de
ella algunos generales.
La
situación de confraternización duro varios días, en algunos lugares hasta
semanas. El alto mando de todos los contendientes empezó a preocuparse por las
dificultades que iba a suponer volver a concienciar a los hombres para combatir
a aquellos con quienes compartían alegría y fraternidad. Tanto los franceses e
ingleses como los alemanes tomaron medidas severas para impedir la parálisis de
la guerra. Varios generales fueron destituidos, oficiales sancionados y las
unidades más afectadas disueltas para repartir a los soldados por otros
lugares. La tregua de Navidad se fue disolviendo pero, en el fondo, sus efectos
no desaparecieron. En la primera guerra mundial, como en ningún otro conflicto,
las deserciones, sediciones, huelgas y protestas fueron determinantes para el
desarrollo de la contienda.
Los rusos fueron los primeros en ceder, los
soldados desertaban en el frente y en la retaguardia conspiraban contra el
régimen zarista uniéndose a la población que pasaba enormes calamidades. La
revolución supuso el abandono de la guerra contra Alemania, pero desembocó en
una guerra civil que duró tres años y que destrozó a Rusia. Los franceses
tuvieron que paralizar operaciones ofensivas por el plante masivo de soldados
en varias Unidades y solo la mano izquierda del mariscal Pétain evitó la
deserción en masa. Con la entrada de Estados Unidos en guerra y el fracaso de
la última ofensiva alemana, también la sociedad germana se plantó contra la
guerra obligando al Kaiser a abdicar y exigiendo una paz prácticamente
incondicional.
La
primera guerra mundial acabó cuando los hombres que luchaban y sufrían en ellas
se cansaron de hacerlo. La propaganda aliada, británica sobre todo, se encargó
de demonizar a los alemanes para dar a sus hombres un motivo por el que
combatir, pero lo cierto es que no había ninguna razón convincente para
hacerlo. Europa estaba en 1914 en un momento económico y cultural dulce, las
naciones europeas ejercían la supremacía mundial con sus vastos imperios
coloniales y sus sociedades evolucionaban rápidamente hacia la modernidad. La
interdependencia en lo económico era mayor que en la actualidad considerándose
que el mundo vivía en aquel momento la máxima globalización. A causa de un
orgullo patrio mal entendido, que era el pretexto para defender unos intereses
nacionales ridículos comparados con los daños que supondrían la entrada en la
guerra aún saliendo vencedor, todas las grandes potencias de Europa se vieron
arrastradas a una catástrofe de la que jamás se levantarían del todo. Si la
guerra es definida a menudo como el paradigma de la estupidez humana, es en la
primera guerra mundial donde ese axioma se cumple a la perfección. Por más que
sus gobiernos se empeñaran, los soldados no odiaban a sus enemigos ni sentían
que existieran grandes diferencias con ellos. A diferencia de la segunda guerra
mundial, la primera no tenía un trasfondo ideológico ni moral.
Para
poder justificar tanta muerte y tanta desgracia causada entre los suyos, los
países vencedores convirtieron a los vencidos en los únicos culpables de la
guerra ensañándose en las condiciones impuestas de paz. Como consecuencia, el
comunismo y el fascismo se extendieron entre las sociedades frustradas y
humilladas de la posguerra. El tratado de Versalles sirvió en bandeja el
advenimiento de Hitler al poder y el estallido de otra guerra peor que la
anterior, cuando nadie pensaba que aquello fuera posible.
Los
militares sabemos que la deserción, el abandono de la lucha contra el enemigo,
la desobediencia en tiempo de guerra.. etc son delitos muy graves. Pero la
tregua de navidad no fue en puridad una deserción pues nadie abandonó su
puesto, tampoco una negativa a combatir por que solo se silenciaron las armas
de común acuerdo con el enemigo y aunque sí pudo ser desobediencia, lo fue en
unas condiciones muy particulares, ya que muchos oficiales tomaron la
iniciativa para no atacarse y además lo hicieron de manera circunstancial, en
principio temporal y sin intención de traicionar a su patria.
En
todo caso lo que demostró la tregua de Navidad de 1914 era la artificialidad de
aquel brutal enfrentamiento entre ciudadanos de diferentes naciones que no
tenían ninguna razón para ser enemigas. De hecho, hasta la primera guerra
mundial la guerra era considerada una forma legítima de resolver las
diferencias, incluso dentro de la brutalidad existían límites, pero con la Gran
guerra esa versión romántica de la violencia se terminó. A diferencia de
anteriores confrontaciones las naciones de Europa, más fuertes que nunca,
emplearon todos sus recursos humanos y materiales en destruirse mutuamente, sin
límites ni materiales ni morales. El resultado fue desastroso para todos y para
toda la humanidad en general.
Tal
vez con aquel gesto aquellos hombres dieron un aviso de lo que estaba
sucediendo, tal vez podía haber sido una forma de detener la guerra. Hoy en
día, donde los medios de comunicación son tan poderosos, algo así podría tener
un efecto ampliatorio enorme y ser capaz de cambiar el curso de las cosas. En
1914 solo fue una pequeña llamada de atención que pudo ser obviada, pero que sin
duda hizo historia. El hecho fue tan extraordinario que se ha escrito mucho
sobre él, incluso los franceses lo llevaron al cine en 2005 con el titulo Joyeux Noel. Hoy que estamos en las puertas de la Navidad de 2015,
un siglo y un día después de aquel suceso de Yprés, recordemos a aquellos que
quisieron que al menos por un día, el día que Dios vino al mundo, no fuese un
día de matarse los unos a los otros.