lunes, 28 de febrero de 2022

POSIBLES ESCENARIOS TRAS EL CONFLICTO DE UCRANIA

El pasado jueves 24 de febrero las tropas rusas cruzaban la frontera ucraniana en varios puntos, poniendo en marcha una invasión que ha desencadenado el conflicto armado más letal del siglo XXI, con consecuencias aún por determinar. La amenaza que la Rusia de Putin suponía para sus vecinos se ha materializado ahora en una agresión militar a gran escala que ya nadie puede ignorar. Nadie, ni siquiera el analista pro ruso Pedro Baños, podrá vendernos la idea de que la OTAN es una amenaza para Rusia y que las exigencias de Putin están justificadas. Occidente, después de un largo tiempo de letargo, se ha despertado con el estallido de las bombas sobre Kiev y la enconada resistencia de los ucranianos.  Después de cuatro días de intensos combates en varios lugares de Ucrania, estamos en disposición de afirmar que estamos ante un punto de inflexión en el escenario internacional, tan importante o más que el 11S y quizá que la caída del muro de Berlín.

El mundo entero se agita ansioso ante una guerra que, sin duda, va a cambiar el mundo; y la incertidumbre que genera está provocando una enorme inquietud. La amenaza rusa parece extenderse a otros países, y Europa, al fin, parece estar tomando medidas serias para castigar económicamente a Putin y aislar a Rusia, mientras se esfuerza en suministrar armas y ayuda humanitaria a la agredida Ucrania. La OTAN se despliega en los países más próximos, preparando un dispositivo defensivo a modo de cortafuegos de las llamaradas que se vislumbran en los llanos de Ucrania mientras Putin pone en alerta su arsenal nuclear. Pero el cambio de actitud de los europeos, pasando de condenas formales, pero reacciones tibias, a reacciones contundentes y acciones decisivas, ha sido provocado por el heroísmo ucraniano que, contra todo pronóstico, mantiene en jaque a un Ejército muy superior en número y en armamento. Estos héroes que salen en nuestras pantallas de televisión, que se asoman a las redes sociales, contagian valor y entusiasmo e inflaman las almas libres de Occidente de indignación y determinación. Zelensky, liderando a los suyos, ha conmovido al mundo libre y ha removido las conciencias de los ciudadanos europeos y de sus líderes.

Pero la superioridad militar rusa es un hecho, y la lógica bélica dice que el mayor potencial del agresor acabara por imponerse. Sin embargo, los frentes de esta guerra no se ganan solo con más aviones, más misiles y más blindados. El aislamiento de Rusia producirá un enorme daño económico y también social, que será visible mucho antes de lo previsto, y que puede alimentar un movimiento antigubernamental que ya está en las calles de todas las ciudades rusas, y que puede acabar en un estallido social, como sucedió en 1905 y en 1917. Las bajas rusas, aunque desconocidas, se estiman ya en miles, destrozando el plan triunfal de Putin de lograr la capitulación de Kiev tan limpiamente como logró la anexión de Crimea en 2014.

Con este escenario, que nadie hubiera previsto hace tan solo una semana, se abren diversas posibilidades de desenlace, que pasan desde el más favorable a Occidente y más desastroso para el dictador ruso, al más favorable para Putin y por tanto más peligroso para la civilización occidental, o lo que es lo mismo para el mundo libre, porque lo que se está luchando en Ucrania no es otra cosa que la guerra entre las naciones libres y los regímenes autoritarios, que usan la Fuerza como instrumento para doblegar tanto a los ciudadanos como a los Estados que se interponen en sus intereses.

En el segundo de los supuestos, el conflicto, que no ha comenzado demasiado bien para Rusia, cambia de curso rápidamente y se produce el colapso de la resistencia ucraniana. En este escenario, los rusos se apoderarían de Kiev, Kharkov y la mayoría de las ciudades del país derrumbándose la oposición armada. El gobierno ucraniano caería en manos rusas o se vería obligado a firmar una capitulación, prácticamente sin condiciones. Rusia seguiría aislada internacionalmente y sufriendo las consecuencias económicas de las sanciones, pero se abriría a negociaciones, también a nivel internacional, que debilitarían el sostenimiento de las mismas. Los hechos consumados acabarían imponiéndose, y Ucrania quedaría en la órbita rusa con un gobierno satélite y con su territorio amputado. Georgia proclamaría su renuncia a entrar en la OTAN, y quizá reconocería la independencia de las provincias controladas por Rusia.

En el primer supuesto, la guerra se hace insoportable para los rusos: la resistencia no cesa y las bajas rusas se siguen multiplicando. Las sanciones económicas arruinan los negocios de la aristocracia rusa que, unida a la indignación social por el creciente número de muertos, intentaría un cambio de curso en la situación provocando la caía del régimen de Putin y una retirada de tropas del país vecino. Rusia podría abrirse a un proceso de democratización y a una negociación con los EEUU y Europa para abrirse al mundo libre y recuperar su desarrollo económico.

La realidad futura estará en un escenario situado entre los dos supuestos, pero analizando la situación podemos ver a cuál de ellos se va a acercar más. Lo primero que podemos considerar es que, pase lo que pase en Ucrania a partir de ahora, Rusia ya ha fracasado en su objetivo de hacer claudicar a su vecino a un coste mínimo de vidas y de pérdidas económicas. No cabe duda que eso es lo que Putin pretendía, y eso explica porque sus amenazas no han parado de subir de tono mientras acepta negociar con un gobierno al que, hasta hace unas horas, consideraba ilegítimo de drogadictos y neonazis. El alto número de bajas sufridas por los rusos en Ucrania no es algo que se vaya a poder esconder, y el daño que va a producir en muchas familias y poblaciones rusas no es ya evitable. Tampoco va a ser nada fácil lograr a corto plazo que las duras sanciones contra Rusia se paren y se vuelva a la situación anterior a la guerra, ya que la sensación de amenaza permanece y ya no es solo Ucrania el motivo de las mismas, sino la percepción, bastante atinada por cierto, de que el siguiente puede ser cualquier otro. Con todo este escenario, es muy difícil que Putin pueda vender su operación militar como una victoria, aún en el caso de que Ucrania capitule en unos días. Las imágenes de Putin caricaturizado como Hitler alrededor del mundo y los miles de muertos en la guerra están en la retina de millones de personas y no se van a ir ya de la memoria colectiva.

Con todo, si Putin aguanta el malestar interno que se va a generar en su país y logra que la guerra termine pronto, volveremos al escenario de la guerra fría, pero con una Rusia mucho más debilitada que la antigua URSS. La dura situación económica que va a sufrir el país, lo arrojará probablemente en manos de China, única potencia con capacidad e intención de soportarla. Al mismo tiempo, la ilusión democrática de Rusia desaparecerá del todo, como ya nos ha adelantado el ex presidente Medvedev con la reinstauración de la pena de muerte y una fuerte represión interna, así como un control total sobre los medios de comunicación e Internet. La tensión en Europa aumentará, y la OTAN se rearmará y desplegará masivamente en los países del Este, de forma, ya, definitiva. ¿Cuánto tiempo duraría esta situación? Eso es más difícil de determinar, pero sino se produce la caía de Putin es al escenario hacia el que vamos.


miércoles, 2 de febrero de 2022

DESPUÉS DE AFGANISTÁN, UCRANIA


Las imágenes de satélite tomadas por EEUU han descubierto al mundo el preocupante hecho del enorme despliegue militar ruso, alrededor de 100.000 soldados, en la frontera ucraniana. La razón de tal despliegue, muy costoso en términos económicos, y en términos políticos sino se alcanzan los objetivos pretendidos, no puede ser otro que lograr la sumisión del Estado vecino, bien por cesión ante la amenaza de una invasión o como consecuencia de la invasión misma. No sabemos con exactitud cuales los objetivos pretendidos por el Kremlin, pero dada la magnitud del despliegue, ha de entenderse como un cambio radical en la dinámica política y de seguridad en Europa, es decir utilizar la sumisión de Ucrania como aviso al resto de Estados vecinos.

No es la primera vez que Rusia usa la fuerza para evitar la deriva occidentalista de las repúblicas exsoviéticas que limitan con ella. En 2008, Rusia invadió dos provincias de mayoría de etnia rusa en Georgia, y aún hoy permanecen bajo su control. Asimismo, en 2014, Rusia, tras la revolución naranja en Ucrania, se anexionó Crimea, prácticamente sin lucha, y armó a los rebeldes prorrusos de las zonas de Lugansk y Donetsk que se separaron de Ucrania consiguiendo mantenerse fuera del control del gobierno de Kiev. Sin embargo, en esta ocasión, la entidad de las fuerzas movilizadas no indica una acción local o híbrida sino una operación militar de gran calibre. El discurso del gobierno de Putin niega cualquier intención agresora, pero insiste en que no permitirá que continúe la expansión de la OTAN hacia el Este. Y es que, pese a las amenazas y los ataques rusos del pasado, tanto Ucrania como Georgia se han reafirmado cada vez más en su propósito de unirse a la OTAN y a la UE y de buscar el apoyo occidental para garantizar su seguridad.

Así que todo parece indicar que, salvo que la disuasión de EEUU o de la OTAN sea realmente efectiva, los rusos no van a cejar en su empeño y están dispuestos a usar la fuerza para conseguir sus propósitos. Cualquier observador se preguntará porque ahora, cuando la situación en Ucrania no ha variado mucho desde que se firmaron los acuerdos de Minsk en 2015, acuerdos que sirvieron mantener una tregua en las provincias en disputa. La clave del cuando parece estar en la percepción rusa de que la OTAN atraviesa un momento de debilidad. Y es que la percepción de debilidad parece atinada. Por un lado, EEUU está priorizando el área Asia-Pacífico en su política de seguridad, manteniendo un despliegue naval cerca de Taiwán, país que se siente amenazado por la otra gran autocracia del Planeta: la República Popular China. Además, la sociedad norteamericana se encuentra en crisis y muy dividida, como se pudo comprobar en las últimas elecciones y desde la Casablanca se ha afirmado varias veces que no se plantea una respuesta militar en Ucrania, si bien esa postura se viene matizando las últimas semanas. Por otro lado, Europa se encuentra desunida. Alemania está más cerca de la postura rusa, tras la construcción del gasoducto en el Báltico, y el nuevo Gobierno de coalición está divido sobre la política de seguridad. Francia no siente la amenaza rusa como muy cercana, a diferencia de los antiguos miembros del pacto de Varsovia y las repúblicas exsoviéticas, lo mismo que sucede en Italia y en España donde los socios del gobierno de coalición se pelean por atribuirse el cartel del “No a la guerra”. Incluso Hungría, pese a ser uno de los antiguos miembros del pacto de Varsovia, advierte que no ayudará a Ucrania por el maltrato que según el gobierno húngaro recibe la minoría de este país en el territorio de su vecino. Solamente el Reino Unido parece más determinado y consciente del peligro de una agresión rusa a Ucrania. Curioso, por cierto, el doble rasero de aquellos impulsores del “No a la guerra” en España, que se manifestaron enardecidos contra EEUU en la crisis de Irak de 2003, pero que, en el momento actual, en lugar de manifestarse contra el posible atacante, lo hacen contra aquellos que pretendan defender al atacado. Sin tanto entusiasmo como entonces, eso sí.

Pero lo más significativo es, sin duda, la percepción de que la OTAN como alianza militar está demostrando ser mucho más débil e inoperante de lo que aparenta, siendo la reciente retirada de Afganistán la mejor prueba de ello. Y es los países miembros decidieron abandonar la misión porque no estaban dispuestos a asumir bajas ni costes en un escenario que veían lejano y ajeno. ¿Es Ucrania un escenario ajeno y lejano? Para algunos países de la alianza es evidente que no, pero también parece claro que, para otros, sí que lo es.

Vista la situación actual, podemos concluir que, efectivamente, la percepción de debilidad en Occidente y particularmente en la OTAN por parte de Rusia, responde a la realidad. Y esto me lleva a establecer un paralelismo histórico muy interesante con las ambiciones territoriales de Alemania tras la llegada de Hitler al poder.

En octubre de 1938 Alemania ocupaba los Sudetes, territorio de mayoría germana, pero perteneciente a Checoeslovaquia. La ocupación, pese a la protesta del Gobierno de Checoeslovaquia, fue pacífica. Francia y Gran Bretaña habían acordado en Múnich ceder a Hitler en su reivindicación para evitar una guerra, y accedieron a modificar el tratado de Versalles. El primer ministro británico, Neville Chamberlain fue recibido como un héroe de la paz, cuando regresó a su país. En Francia, la posición de Daladier era aún más complicada por las campañas de los partidos de izquierda contra cualquier intento de meter al país en otra guerra. Sin embargo, Hitler solo tardó cinco meses en incumplir el tratado y anexionarse el resto de Checoeslovaquia convirtiéndolo en un protectorado. Tampoco en esta ocasión hubo resistencia armada, tanto los checos como sus aliados occidentales querían evitar una guerra. No fue esta la primera claudicación ante la ambición territorial de la Alemania nazi: unos meses antes Austria había sido anexionada al nuevo Reich con el permiso de las potencias occidentales, del mismo modo que había ocupado el Sarre que estaba bajo jurisdicción francesa, sin encontrar oposición. Vista la situación, Hitler entendió que podría anexionarse Europa entera sin que ninguna de las dos naciones más poderosas del continente estuviese dispuestas a combatir para evitarlo. El propio ministro alemán de Exteriores, Joachim Von Ribbentrop, aseguró a su canciller que ni Francia ni Inglaterra harían nada por evitar la anexión de Polonia. En 1939 Hitler exigió la entrega de la ciudad de Dantzig y un pasillo a través de Polonia para unir el territorio de Prusia Oriental con el resto de Alemania. Solo entonces los líderes europeos comprendieron que habían cedido demasiado y que no quedaba otra alternativa que combatir a Hitler o convertirse en sus vasallos. Polonia, a diferencia de Checoeslovaquia y de Austria sí estaba dispuesta a combatir. En lugar de ceder a las exigencias de Hitler levantó un discurso patriótico y se preparó para la guerra. Alemania derrotó a los polacos en dos semanas y se repartió el país con la URSS, con quien había firmado un pacto de alianza, pero Francia e Inglaterra ya estaban en guerra con Alemania y la consecuencia fue una hecatombe mundial. Francia no estaba preparada para enfrentarse a esa guerra que trató de evitar, y el resultado fue una derrota fulgurante y catastrófica. A Inglaterra sólo le salvó, como con Napoleón, la existencia misma del canal de La Mancha, único obstáculo entre los blindados alemanes y la capital británica.

De la conferencia de Munich y sus antecedentes podemos sacar varias conclusiones:

-     No importa cuanto quieras evitar la guerra, si tienes un enemigo dispuesto a usar la fuerza, acabarás entrando en conflicto con él.

-     Cuantas más cesiones hagas a quien se vale de las amenazas para lograr sus propósitos, más fuerte se hará él y más débil tú.

-       Si vas a entrar en conflicto con un adversario por no considerar sus planteamientos inaceptables, mejor que entres antes de que se haga más fuerte.

-          La única forma de parar la ambición de una potencia que emplea las amenazas como forma de alcanzar objetivos políticos, es mostrando determinación a impedirlo desde el primer momento, porque una vez que se cede una vez, ya no parará.

Aunque estas conclusiones son claras, el paralelismo entre la Alemania de Hitler y la Rusia de Putin no es perfecto, hay diferencias y semejanzas, y por tanto debemos establecerlas para no llegar a conclusiones equivocadas.

-      Rusia es una potencia autoritaria, mientras que los países de la OTAN son democráticos. El antagonismo de Alemania frente a Inglaterra y Francia era similar, si bien Putin no tiene el mismo control sobre su población que tenía Hitler.

-       Rusia no ha expresado directamente sus deseos de anexionarse territorio ucraniano, pero sí ha recordado que son naciones hermanas y que son otros los que se empeñan en desunirlas.

-     Rusia tiene muchos partidarios prorrusos en territorio ucraniano, del mismo modo que Hitler contaba con muchos simpatizantes alemanes en los Sudetes y austríacos partidarios del nazismo, ya que el propio Hitler nació en Austria.

-          La postura débil de Inglaterra y Francia en los años 30 se debía al hartazgo que había dejado la primera guerra mundial y una opinión pública que no deseaba volver a la guerra. En los países de la OTAN, sucede lo mismo, lo hemos visto en Afganistán, pero además es que las sociedades occidentales no viven preocupadas por ninguna amenaza militar ya que no han visto una guerra en casi ochenta años.

-    Las anteriores intervenciones y anexiones rusas en Georgia y en Crimea no tuvieron una respuesta occidental, por lo que la percepción de Putin puede ser, como en Polonia en 1939, que Occidente tampoco intervendrá esta vez.

-    A diferencia de los austríacos o los checos, la determinación de los polacos a luchar por su independencia en 1939, muriendo por ello, fue lo que dejaba a Francia e Inglaterra sin posibilidad de quedarse al margen, al dejar patente que no se había podido evitar la guerra. En las anteriores anexiones, ni Ucrania ni Georgia se movilizaron contra Rusia, sino que se limitaron a pedir la ayuda de Occidente. Difícilmente va a venir a ayudarte alguien si tú mismo no estas dispuesto a defenderte tú mismo.

Por tanto, parece claro que la capacidad y determinación de luchar de Ucrania frente a una invasión militar de una potencia militar muy superior es un factor determinante en disuadir a Rusia, así como de implicar a la OTAN. También el apoyo del pueblo a ruso a Putin, en caso de que se decida por la acción militar, es un factor clave, no solo en el momento en que este arranque, sino también si vienen mal dadas y los objetivos no se alcanzan o las bajas resultan inasumibles. Hace unas semanas la noticia de la intervención del Ejército ruso en otra república exsoviética, Kazajstan, pasó casi desapercibida en los medios de comunicación de Occidente. La intervención se produjo por petición del Gobierno de ese país, pero lo interesante del hecho es que los soldados rusos venían a reprimir una revuelta popular que pedía cambios sociales y políticos. ¿Temía Putin un efecto contagio a Rusia? Recordemos que el único líder opositor que realmente preocupa al Kremlin es Alekséi Navalni, político popular de ideas democráticas al que intentaron asesinar envenenándolo y que ahora se encuentra incomunicado en la cárcel. Es frecuente históricamente usar los conflictos externos como aglutinante de la población en torno a sus dirigentes, desviando la atención de los problemas domésticos. El caso de Rusia podría ser este, pero también es una estrategia de alto riesgo. En la historia de Rusia, algunas campañas militares en el exterior que han resultado un fracaso han provocado una revolución social. Así sucedió  en 1905, tras la derrota frente a Japón y en 1917 durante la Primera Guerra Mundial.

No sabemos si Putin pretende realmente conseguir que la OTAN renuncie a su expansión hacia el Este, que es el mensaje que constantemente repiten desde el Kremlin, cuando aquello supone despreciar la soberanía de Estados independientes que deciden su destino; o que esta renuncia la hagan los propios Estados afectados amedrentados por la amenaza militar. Cualquiera de las dos cosas parece poco probable, por lo que o bien Putin intentará alcanzar ese objetivo por la fuerza, o bien su verdadero objetivo es otro y está forzando a la OTAN a negociar, usando estas peticiones como tapadera. Eso no lo sabemos, pero lo que sí sabemos es que un despliegue de esa envergadura no se retira sin más sin pagar un alto precio político. Y no parece probable que Putin no haya calculado bien que objetivos puede alcanzar Rusia sin que la invasión se lleve finalmente a cabo. Según fuentes gubernamentales de Washington y Londres, la invasión es altamente probable e inminente. Dios nos coja confesados.