El pasado jueves 24 de febrero las tropas
rusas cruzaban la frontera ucraniana en varios puntos, poniendo en marcha una
invasión que ha desencadenado el conflicto armado más letal del siglo XXI, con
consecuencias aún por determinar. La amenaza que la Rusia de Putin suponía para
sus vecinos se ha materializado ahora en una agresión militar a gran escala que
ya nadie puede ignorar. Nadie, ni siquiera el analista pro ruso Pedro Baños, podrá vendernos la idea
de que la OTAN es una amenaza para Rusia y que las exigencias de Putin están
justificadas. Occidente, después de un largo tiempo de letargo, se ha despertado
con el estallido de las bombas sobre Kiev y la enconada resistencia de los
ucranianos. Después de cuatro días de
intensos combates en varios lugares de Ucrania, estamos en disposición de
afirmar que estamos ante un punto de inflexión en el escenario internacional,
tan importante o más que el 11S y quizá que la caída del muro de Berlín.
El mundo entero se agita ansioso ante una
guerra que, sin duda, va a cambiar el mundo; y la incertidumbre que genera está
provocando una enorme inquietud. La amenaza rusa parece extenderse a otros
países, y Europa, al fin, parece estar tomando medidas serias para castigar
económicamente a Putin y aislar a Rusia, mientras se esfuerza en suministrar
armas y ayuda humanitaria a la agredida Ucrania. La OTAN se despliega en los
países más próximos, preparando un dispositivo defensivo a modo de cortafuegos
de las llamaradas que se vislumbran en los llanos de Ucrania mientras Putin pone en
alerta su arsenal nuclear. Pero el cambio de actitud de los europeos, pasando
de condenas formales, pero reacciones tibias, a reacciones contundentes y
acciones decisivas, ha sido provocado por el heroísmo ucraniano que, contra
todo pronóstico, mantiene en jaque a un Ejército muy superior en número y en
armamento. Estos héroes que salen en nuestras pantallas de televisión, que se
asoman a las redes sociales, contagian valor y entusiasmo e inflaman las almas
libres de Occidente de indignación y determinación. Zelensky, liderando a los
suyos, ha conmovido al mundo libre y ha removido las conciencias de los
ciudadanos europeos y de sus líderes.
Pero la superioridad militar rusa es un hecho, y la lógica bélica dice que el mayor potencial del agresor acabara por
imponerse. Sin embargo, los frentes de esta guerra no se ganan solo con más
aviones, más misiles y más blindados. El aislamiento de Rusia producirá un
enorme daño económico y también social, que será visible mucho antes de lo
previsto, y que puede alimentar un movimiento antigubernamental que ya está en
las calles de todas las ciudades rusas, y que puede acabar en un estallido
social, como sucedió en 1905 y en 1917. Las bajas rusas, aunque desconocidas,
se estiman ya en miles, destrozando el plan triunfal de Putin de lograr la capitulación
de Kiev tan limpiamente como logró la anexión de Crimea en 2014.
Con este escenario, que nadie hubiera
previsto hace tan solo una semana, se abren diversas posibilidades de
desenlace, que pasan desde el más favorable a Occidente y más desastroso para
el dictador ruso, al más favorable para Putin y por tanto más peligroso para la
civilización occidental, o lo que es lo mismo para el mundo libre, porque lo
que se está luchando en Ucrania no es otra cosa que la guerra entre las
naciones libres y los regímenes autoritarios, que usan la Fuerza como
instrumento para doblegar tanto a los ciudadanos como a los Estados que se
interponen en sus intereses.
En el segundo de los supuestos, el conflicto, que no ha comenzado demasiado bien para Rusia, cambia de curso rápidamente y se
produce el colapso de la resistencia ucraniana. En este escenario, los rusos se
apoderarían de Kiev, Kharkov y la mayoría de las ciudades del país
derrumbándose la oposición armada. El gobierno ucraniano caería en manos rusas
o se vería obligado a firmar una capitulación, prácticamente sin condiciones.
Rusia seguiría aislada internacionalmente y sufriendo las consecuencias
económicas de las sanciones, pero se abriría a negociaciones, también a nivel
internacional, que debilitarían el sostenimiento de las mismas. Los hechos
consumados acabarían imponiéndose, y Ucrania quedaría en la órbita rusa con un
gobierno satélite y con su territorio amputado. Georgia proclamaría su renuncia a
entrar en la OTAN, y quizá reconocería la independencia de las provincias
controladas por Rusia.
En el primer supuesto, la guerra se hace
insoportable para los rusos: la resistencia no cesa y las bajas rusas se siguen
multiplicando. Las sanciones económicas arruinan los negocios de la
aristocracia rusa que, unida a la indignación social por el creciente número de
muertos, intentaría un cambio de curso en la situación provocando la caía del
régimen de Putin y una retirada de tropas del país vecino. Rusia podría abrirse
a un proceso de democratización y a una negociación con los EEUU y Europa para
abrirse al mundo libre y recuperar su desarrollo económico.
La realidad futura estará en un escenario
situado entre los dos supuestos, pero analizando la situación podemos ver a
cuál de ellos se va a acercar más. Lo primero que podemos considerar es que,
pase lo que pase en Ucrania a partir de ahora, Rusia ya ha fracasado en su
objetivo de hacer claudicar a su vecino a un coste mínimo de vidas y de
pérdidas económicas. No cabe duda que eso es lo que Putin pretendía, y eso
explica porque sus amenazas no han parado de subir de tono mientras acepta
negociar con un gobierno al que, hasta hace unas horas, consideraba ilegítimo
de drogadictos y neonazis. El alto número de bajas sufridas por los rusos en
Ucrania no es algo que se vaya a poder esconder, y el daño que va a producir en
muchas familias y poblaciones rusas no es ya evitable. Tampoco va a ser nada
fácil lograr a corto plazo que las duras sanciones contra Rusia se paren y se
vuelva a la situación anterior a la guerra, ya que la sensación de amenaza
permanece y ya no es solo Ucrania el motivo de las mismas, sino la percepción,
bastante atinada por cierto, de que el siguiente puede ser cualquier otro. Con
todo este escenario, es muy difícil que Putin pueda vender su operación militar
como una victoria, aún en el caso de que Ucrania capitule en unos días. Las
imágenes de Putin caricaturizado como Hitler alrededor del mundo y los miles de
muertos en la guerra están en la retina de millones de personas y no se van a
ir ya de la memoria colectiva.
Con todo, si Putin aguanta el malestar
interno que se va a generar en su país y logra que la guerra termine pronto,
volveremos al escenario de la guerra fría, pero con una Rusia mucho más
debilitada que la antigua URSS. La dura situación económica que va a sufrir el
país, lo arrojará probablemente en manos de China, única potencia con capacidad
e intención de soportarla. Al mismo tiempo, la ilusión democrática de Rusia
desaparecerá del todo, como ya nos ha adelantado el ex presidente Medvedev con
la reinstauración de la pena de muerte y una fuerte represión interna, así como
un control total sobre los medios de comunicación e Internet. La tensión en
Europa aumentará, y la OTAN se rearmará y desplegará masivamente en los países
del Este, de forma, ya, definitiva. ¿Cuánto tiempo duraría esta situación? Eso es
más difícil de determinar, pero sino se produce la caía de Putin es al
escenario hacia el que vamos.