sábado, 5 de noviembre de 2022

EL COLAPSO DE PUTIN


Se dice que la primera víctima de la guerra es la verdad. Y es por eso que debemos tomar con mucha cautela toda la información que nos llega del frente.  Aún más cuándo bebemos sobre todo de fuentes de un solo bando, porque eso es lo que está pasando, que nuestros medios de comunicación apenas trasmiten fuentes rusas, que por otra parte son pura propaganda e información no fiable ni contrastable. Pero las fuentes ucranianas o de países de la OTAN también son propaganda, aunque mucho más controlada. La diferencia entre la opinión pública de un Estado totalitario, como es Rusia, aunque no se reconozca siempre como tal, y un Estado democrático, es que la libertad de expresión y la libertad de prensa limitan la propaganda gubernamental. Como ejemplo tenemos la guerra de Vietnam, y más recientemente la de Irak, donde los medios de comunicación de EEUU y la oposición política rompen con el discurso oficial y buscan sus propias fuentes y su propio discurso. Hemos visto lo que ha pasado en Rusia en un informativo de televisión, además de otras acciones contra periodistas que se creyeron independientes; hemos visto las detenciones masivas en manifestaciones contra la guerra, todas ellas declaradas ilegales por las autoridades. E incluso hemos visto muertes de personajes públicos en extrañas condiciones, personajes que se manifestaron contra la política del Kremlin. La propaganda en Rusia, no es solo propaganda, es además desinformación.

La visión del conflicto por parte de la población en Rusia no puede ser la misma, forzosamente, que la que tenemos en Occidente. Yo diría que la que tenemos en el resto del mundo. Porque a los rusos se les niega el acceso a la información que sea incómoda para el Gobierno. Sin embargo, hay hechos que sobreviven a la propaganda y a la desinformación. Hay hechos que no se pueden esconder. Los soldados rusos escriben a sus familias, las bajas se multiplican y sus familiares conocen el daño que está causando la guerra. Los detenidos son miles, y no pueden estar eternamente en aislamiento. Los propios mandos militares rusos están siendo relevados, o mejor dicho purgados. Los opositores son encarcelados. Son hechos que se pueden minimizar, pero no esconder.

La situación para la población en Rusia se ha deteriorado como consecuencia de la guerra y de las sanciones, algo que tampoco puede ocultarse. Quizá funcione por algún tiempo la estrategia de acusar a Occidente de todos los males, pero esa estrategia no funcionará por mucho tiempo si la situación bélica no mejora para Rusia. Pero el último síntoma de preocupación, el más grave, es el reclutamiento masivo de jóvenes rusos para sostener el Ejército en el frente. Son miles de personas afectadas, probablemente cientos de miles, y casi ninguno de ellos hubiera ido voluntariamente a luchar en Ucrania. Los síntomas de que algo no va bien en la guerra de Putin son evidentes, incluso para el pueblo ruso.

Es indudable que la pérdida de popularidad de Putin y el cada vez menor apoyo a su guerra no es suficiente para provocar un cambio de rumbo político en el país, ni siquiera para cambiar el curso de la guerra. Pero no cabe duda de que es una seria advertencia de que las cosas se están torciendo a buen ritmo para el presidente ruso. En otro artículo recordé las guerras que en los últimos siglos ha llevado Rusia fuera de su territorio y su resultado. Y comprobamos cómo la derrota y la revolución eran la consecuencia más inmediata y frecuente. En ninguna de esas guerras anteriores Rusia tenía un régimen democrático, ni permitía la libertad de prensa o de expresión. Y eso, no obstante, no fue óbice para que se desataran esas consecuencias.

La guerra está marcando una clara tendencia de severa derrota para Rusia. Desde hace tres meses los rusos han perdido la iniciativa. Su última ofensiva en el Donbass se quedó a medio camino, sin lograr la anexión completa del territorio de Donetsk. En cambio, la ofensiva ucraniana en Jarkov resultó un éxito completo, con un avance territorial inimaginable tan solo unos meses antes. Los rusos fallaron primero en su pretensión de una anexión rápida y de pocas bajas, después fracasaron en su intento de tomar la capital, Kiev, con notables pérdidas. También fracasó su avance sobre Jarkov. Su cambio de estrategia, centrando la ofensiva en el Donbass, sólo logro algunos avances al principio, también a costa de cuantiosas bajas y de sembrar mucha destrucción en el camino. Ahora Rusia está noqueada. Ucrania se aproxima peligrosamente a Kherson, primera ciudad importante que conquistaron los rusos en su primera ofensiva, y enclave estratégico para proteger Crimea y asegurar su unión con el Donbass ruso.

Las noticias que llegan de Kherson son extremadamente preocupantes: la población huye y los rusos saquean todo lo que encuentran. La entrada del Ejército ucraniano podría ser inminente. La caída de Kherson supondría una catástrofe militar mayor aún que la ofensiva de Jarkov. Rusia perdería todo su territorio a la izquierda del Dnieper y Crimea quedaría amenazada. El ataque al puente de Kerch supuso un triunfo psicológico y estratégico importante de Ucrania, ya que el puente es la única vía terrestre de suministro a la isla si los ucranianos consiguen aislar el Istmo en su avance desde el Dnieper.

Los ataques rusos con misiles sobre instalaciones eléctricas en Ucrania, y sobre otros objetivos civiles, denotan un intento de llevar la guerra a otro frente distinto del estrictamente militar, donde Rusia probablemente se siente impotente. Ucrania ha respondido con ataques en suelo ruso, probablemente con la idea de demostrar a su enemigo sus propias capacidades. Pero es improbable que estos ataques aislados se consoliden como una línea estratégica de Ucrania, ya que eso supondría llevar la guerra exactamente a donde Rusia quiere, sacándola del frente de batalla. Ucrania no puede malgastar sus recursos en operaciones revanchistas, que además minarían su posición en el conflicto desde un punto de vista de legitimidad y superioridad moral.

La tendencia es bastante clara e indica un evidente agotamiento del esfuerzo militar ruso y una notable mejoría de las capacidades militares de Ucrania. Salvo que se produzca un hecho relevante que la modifique, esta tendencia va a continuar e incrementarse, y llevará inevitablemente al colapso de Rusia en la guerra. Las razones son muy visibles: Ucrania tiene desde el principio del conflicto a toda la población movilizada, y muy motivada para defender su tierra y su modo de vida. Su armamento y equipo militar está siendo suministrado desde fuera, por las industrias de defensa más potentes del planeta y por las naciones de la OTAN, encabezadas por EEUU. El apoyo no es solo en armamento, también en inteligencia y asesoramiento militar. Y la instrucción y el adiestramiento de los militares ucranianos, pobre al principio de la guerra, está incrementándose a pasos agigantados. Mientras tanto Rusia ha perdido a sus mejores hombres y ha dejado el Ejército en manos de reclutas sin experiencia. Su armamento se está acabando y la capacidad de su industria está muy limitada por las sanciones. El hecho de que una potencia militar de la entidad de Rusia esté recurriendo a Irán para suministrarse, es muy significativo. Y es que Rusia no está luchando solo contra Ucrania, está luchando contra la OTAN, la alianza militar más poderosa del mundo en capacidad, doctrina e inteligencia. Pero además esta guerra es muy cómoda para las naciones aliadas, porque aportan su capacidad bélica en términos de material, doctrina e inteligencia, pero no exponen las vidas de sus soldados, que es el talón de Aquiles de los países occidentales, como se ha visto en Afganistán y otros conflictos similares. El único precio a pagar por luchar contra Rusia es la crisis energética, algo que puede parecer insufrible para los ciudadanos y algunos políticos, pero es un precio mínimo por participar en una guerra.

En estas condiciones es casi imposible que Putin pueda evitar una dolorosa derrota que puede traer consecuencias imprevisibles en Rusia. Quizá le pueda salvar el miedo de EEUU a que Rusia quede en una situación peligrosa de inestabilidad e incertidumbre. Una situación similar a la que salvó a Sadam Hussein en 1991 (aunque luego cayó en 2003) de su caída definitiva. En aquella ocasión, los EEUU no quisieron aventurarse a un peligroso colapso del régimen iraquí, cuando ya se estaban produciendo alzamientos en el Norte y Sur del país. Irónicamente, ese caos que trataron de evitar en 1991, lo provocaron en 2003. A medida que se acerque la derrota de Rusia, veremos si se produce un giro en la política de EEUU, y de Europa desde luego, para tratar de minimizar los daños.

Esa es, ahora mismo, la mayor preocupación de Zelensky y los ucranianos, que agradecen el apoyo de sus aliados, pero miran con recelo cualquier duda o matización en sus discursos. A Ucrania solo le vale la victoria, porque el daño causado por los rusos en su país ha sido enorme, y dejará heridas para varias generaciones. Ucrania no puede ceder ni un ápice en sus aspiraciones, porque cualquier concesión a Rusia sería un injusto premio por tamaña y criminal acción. Los crímenes de guerra que van apareciendo en distintos lugares de Ucrania complican más la posibilidad de un final pactado, aunque sea con una derrota de Rusia por la mínima. Ya no será solo Ucrania, las ONG´s defensoras de los Derechos Humanos, el tribunal penal de La Haya, los medios de comunicación occidentales, y la opinión pública pueden ser obstáculos a ese final pactado. Igual que con Hitler en la Segunda Guerra Mundial, con Putin solo cabe la derrota sin condiciones, y de eso se van a encargar Zelensky y muchos de sus apoyos internacionales.

Hay otro factor que intentará jugar Putin, como ya lo ha venido haciendo hasta ahora, con el que intenta evitar una derrota total. Y ese factor es la amenaza de las armas nucleares en cualquiera de sus opciones posibles: presuntos accidentes nucleares, uso de armas nucleares tácticas o buscar desesperadamente el enfrentamiento nuclear con la OTAN mediante el uso de las armas nucleares estratégicas. Usar cualquiera de estos recursos desesperados nos abre el camino del apocalipsis, sin que nadie pueda salir ganando de esa confrontación. La capacidad de disuasión de esas armas ya se ha demostrado que es inútil ya que, pese a las amenazas de Putin, la OTAN sigue comprometida con Ucrania, y su única limitación es la de intervenir con fuerzas propias, algo que ni siquiera conviene a los Estados miembros. Por tanto, si a Rusia las armas no le sirven para disuadir, solo queda averiguar si estará dispuesta a emplearlas efectivamente, aún a costa de sufrir las consecuencias de ello. A medida que la derrota rusa se vaya haciendo más evidente, y los riesgos de una convulsión interna en el país aumenten, el riesgo de uso de armas nucleares también aumentará. Si se van a emplear finalmente o no, es algo que solo Putin sabe. O tal vez ni siquiera él.