Se
dice que la primera víctima de la guerra es la verdad. Y es por eso que debemos
tomar con mucha cautela toda la información que nos llega del frente. Aún más cuándo bebemos sobre todo de fuentes
de un solo bando, porque eso es lo que está pasando, que nuestros medios de
comunicación apenas trasmiten fuentes rusas, que por otra parte son pura
propaganda e información no fiable ni contrastable. Pero las fuentes ucranianas
o de países de la OTAN también son propaganda, aunque mucho más controlada. La
diferencia entre la opinión pública de un Estado totalitario, como es Rusia,
aunque no se reconozca siempre como tal, y un Estado democrático, es que la
libertad de expresión y la libertad de prensa limitan la propaganda
gubernamental. Como ejemplo tenemos la guerra de Vietnam, y más recientemente
la de Irak, donde los medios de comunicación de EEUU y la oposición política
rompen con el discurso oficial y buscan sus propias fuentes y su propio
discurso. Hemos visto lo que ha pasado en Rusia en un informativo de
televisión, además de otras acciones contra periodistas que se creyeron
independientes; hemos visto las detenciones masivas en manifestaciones contra
la guerra, todas ellas declaradas ilegales por las autoridades. E incluso hemos
visto muertes de personajes públicos en extrañas condiciones, personajes que se
manifestaron contra la política del Kremlin. La propaganda en Rusia, no es solo
propaganda, es además desinformación.
La
visión del conflicto por parte de la población en Rusia no puede ser la misma,
forzosamente, que la que tenemos en Occidente. Yo diría que la que tenemos en
el resto del mundo. Porque a los rusos se les niega el acceso a la información
que sea incómoda para el Gobierno. Sin embargo, hay hechos que sobreviven a la propaganda
y a la desinformación. Hay hechos que no se pueden esconder. Los soldados rusos
escriben a sus familias, las bajas se multiplican y sus familiares conocen el
daño que está causando la guerra. Los detenidos son miles, y no pueden estar
eternamente en aislamiento. Los propios mandos militares rusos están siendo relevados,
o mejor dicho purgados. Los opositores son encarcelados. Son hechos que se
pueden minimizar, pero no esconder.
La
situación para la población en Rusia se ha deteriorado como consecuencia de la
guerra y de las sanciones, algo que tampoco puede ocultarse. Quizá funcione por
algún tiempo la estrategia de acusar a Occidente de todos los males, pero esa
estrategia no funcionará por mucho tiempo si la situación bélica no mejora para
Rusia. Pero el último síntoma de preocupación, el más grave, es el
reclutamiento masivo de jóvenes rusos para sostener el Ejército en el frente.
Son miles de personas afectadas, probablemente cientos de miles, y casi ninguno
de ellos hubiera ido voluntariamente a luchar en Ucrania. Los síntomas de que
algo no va bien en la guerra de Putin son evidentes, incluso para el pueblo
ruso.
Es
indudable que la pérdida de popularidad de Putin y el cada vez menor apoyo a su
guerra no es suficiente para provocar un cambio de rumbo político en el país,
ni siquiera para cambiar el curso de la guerra. Pero no cabe duda de que es una
seria advertencia de que las cosas se están torciendo a buen ritmo para el
presidente ruso. En otro artículo recordé las guerras que en los últimos siglos
ha llevado Rusia fuera de su territorio y su resultado. Y comprobamos cómo la
derrota y la revolución eran la consecuencia más inmediata y frecuente. En
ninguna de esas guerras anteriores Rusia tenía un régimen democrático, ni
permitía la libertad de prensa o de expresión. Y eso, no obstante, no fue óbice
para que se desataran esas consecuencias.
La
guerra está marcando una clara tendencia de severa derrota para Rusia. Desde
hace tres meses los rusos han perdido la iniciativa. Su última ofensiva en el
Donbass se quedó a medio camino, sin lograr la anexión completa del territorio
de Donetsk. En cambio, la ofensiva ucraniana en Jarkov resultó un éxito
completo, con un avance territorial inimaginable tan solo unos meses antes. Los
rusos fallaron primero en su pretensión de una anexión rápida y de pocas bajas,
después fracasaron en su intento de tomar la capital, Kiev, con notables
pérdidas. También fracasó su avance sobre Jarkov. Su cambio de estrategia,
centrando la ofensiva en el Donbass, sólo logro algunos avances al principio,
también a costa de cuantiosas bajas y de sembrar mucha destrucción en el
camino. Ahora Rusia está noqueada. Ucrania se aproxima peligrosamente a
Kherson, primera ciudad importante que conquistaron los rusos en su primera
ofensiva, y enclave estratégico para proteger Crimea y asegurar su unión con el
Donbass ruso.
Las
noticias que llegan de Kherson son extremadamente preocupantes: la población
huye y los rusos saquean todo lo que encuentran. La entrada del Ejército
ucraniano podría ser inminente. La caída de Kherson supondría una catástrofe
militar mayor aún que la ofensiva de Jarkov. Rusia perdería todo su territorio
a la izquierda del Dnieper y Crimea quedaría amenazada. El ataque al puente de
Kerch supuso un triunfo psicológico y estratégico importante de Ucrania, ya que
el puente es la única vía terrestre de suministro a la isla si los ucranianos
consiguen aislar el Istmo en su avance desde el Dnieper.
Los
ataques rusos con misiles sobre instalaciones eléctricas en Ucrania, y sobre
otros objetivos civiles, denotan un intento de llevar la guerra a otro frente
distinto del estrictamente militar, donde Rusia probablemente se siente
impotente. Ucrania ha respondido con ataques en suelo ruso, probablemente con
la idea de demostrar a su enemigo sus propias capacidades. Pero es improbable
que estos ataques aislados se consoliden como una línea estratégica de Ucrania,
ya que eso supondría llevar la guerra exactamente a donde Rusia quiere,
sacándola del frente de batalla. Ucrania no puede malgastar sus recursos en
operaciones revanchistas, que además minarían su posición en el conflicto desde
un punto de vista de legitimidad y superioridad moral.
La
tendencia es bastante clara e indica un evidente agotamiento del esfuerzo
militar ruso y una notable mejoría de las capacidades militares de Ucrania.
Salvo que se produzca un hecho relevante que la modifique, esta tendencia va a
continuar e incrementarse, y llevará inevitablemente al colapso de Rusia en la
guerra. Las razones son muy visibles: Ucrania tiene desde el principio del
conflicto a toda la población movilizada, y muy motivada para defender su
tierra y su modo de vida. Su armamento y equipo militar está siendo
suministrado desde fuera, por las industrias de defensa más potentes del
planeta y por las naciones de la OTAN, encabezadas por EEUU. El apoyo no es
solo en armamento, también en inteligencia y asesoramiento militar. Y la
instrucción y el adiestramiento de los militares ucranianos, pobre al principio
de la guerra, está incrementándose a pasos agigantados. Mientras tanto Rusia ha
perdido a sus mejores hombres y ha dejado el Ejército en manos de reclutas sin
experiencia. Su armamento se está acabando y la capacidad de su industria está muy
limitada por las sanciones. El hecho de que una potencia militar de la entidad
de Rusia esté recurriendo a Irán para suministrarse, es muy significativo. Y es
que Rusia no está luchando solo contra Ucrania, está luchando contra la OTAN,
la alianza militar más poderosa del mundo en capacidad, doctrina e
inteligencia. Pero además esta guerra es muy cómoda para las naciones aliadas,
porque aportan su capacidad bélica en términos de material, doctrina e
inteligencia, pero no exponen las vidas de sus soldados, que es el talón de
Aquiles de los países occidentales, como se ha visto en Afganistán y otros
conflictos similares. El único precio a pagar por luchar contra Rusia es la crisis
energética, algo que puede parecer insufrible para los ciudadanos y algunos
políticos, pero es un precio mínimo por participar en una guerra.
En
estas condiciones es casi imposible que Putin pueda evitar una dolorosa derrota
que puede traer consecuencias imprevisibles en Rusia. Quizá le pueda salvar el
miedo de EEUU a que Rusia quede en una situación peligrosa de inestabilidad e
incertidumbre. Una situación similar a la que salvó a Sadam Hussein en 1991
(aunque luego cayó en 2003) de su caída definitiva. En aquella ocasión, los
EEUU no quisieron aventurarse a un peligroso colapso del régimen iraquí, cuando
ya se estaban produciendo alzamientos en el Norte y Sur del país. Irónicamente,
ese caos que trataron de evitar en 1991, lo provocaron en 2003. A medida que se
acerque la derrota de Rusia, veremos si se produce un giro en la política de
EEUU, y de Europa desde luego, para tratar de minimizar los daños.
Esa
es, ahora mismo, la mayor preocupación de Zelensky y los ucranianos, que
agradecen el apoyo de sus aliados, pero miran con recelo cualquier duda o
matización en sus discursos. A Ucrania solo le vale la victoria, porque el daño
causado por los rusos en su país ha sido enorme, y dejará heridas para varias
generaciones. Ucrania no puede ceder ni un ápice en sus aspiraciones, porque
cualquier concesión a Rusia sería un injusto premio por tamaña y criminal
acción. Los crímenes de guerra que van apareciendo en distintos lugares de
Ucrania complican más la posibilidad de un final pactado, aunque sea con una derrota
de Rusia por la mínima. Ya no será solo Ucrania, las ONG´s defensoras de los
Derechos Humanos, el tribunal penal de La Haya, los medios de comunicación
occidentales, y la opinión pública pueden ser obstáculos a ese final pactado.
Igual que con Hitler en la Segunda Guerra Mundial, con Putin solo cabe la
derrota sin condiciones, y de eso se van a encargar Zelensky y muchos de sus
apoyos internacionales.
Hay
otro factor que intentará jugar Putin, como ya lo ha venido haciendo hasta
ahora, con el que intenta evitar una derrota total. Y ese factor es la amenaza
de las armas nucleares en cualquiera de sus opciones posibles: presuntos
accidentes nucleares, uso de armas nucleares tácticas o buscar desesperadamente
el enfrentamiento nuclear con la OTAN mediante el uso de las armas nucleares
estratégicas. Usar cualquiera de estos recursos desesperados nos abre el camino
del apocalipsis, sin que nadie pueda salir ganando de esa confrontación. La
capacidad de disuasión de esas armas ya se ha demostrado que es inútil ya que,
pese a las amenazas de Putin, la OTAN sigue comprometida con Ucrania, y su
única limitación es la de intervenir con fuerzas propias, algo que ni siquiera
conviene a los Estados miembros. Por tanto, si a Rusia las armas no le sirven
para disuadir, solo queda averiguar si estará dispuesta a emplearlas
efectivamente, aún a costa de sufrir las consecuencias de ello. A medida que la
derrota rusa se vaya haciendo más evidente, y los riesgos de una convulsión
interna en el país aumenten, el riesgo de uso de armas nucleares también
aumentará. Si se van a emplear finalmente o no, es algo que solo Putin sabe. O
tal vez ni siquiera él.