El pasado 22 de mayo un individuo llamado Salman Abedi, nacido en Gran
Bretaña aunque de origen libio, hizo estallar un explosivo de fabricación
casera a la salida de un concierto en el Manchester Arena provocando la muerte
de 22 personas y heridas a otras 59, siendo muy jóvenes la mayoría de ellas. El
atentado fue reivindicado horas después por el llamado Estado Islámico (ISIS).
Para el Reino Unido la pesadilla de Manchester es la confirmación de que la
amenaza jihadista que ha aterrorizado Francia, Bélgica y Alemania en los
últimos años ha cruzado el canal de La Mancha.
Sin embargo, mas allá de la obvia constatación de que el Reino Unido
está, como el resto de Europa, amenazado por el terrorismo jihadista, el
atentado ha tenido una inesperada consecuencia a nivel nacional. Los británicos
están inmersos en plena campaña electoral para la renovación del parlamento y
por tanto del futuro Gobierno de la nación. Tras la momentánea suspensión de la
campaña, el candidato laborista Jeremy Corbyn ha declarado, en su primer acto
electoral tras la suspensión, que hay una clara relación entre el atentado
terrorista y las intervenciones militares británicas en el extranjero. Las
reacciones a este discurso han sido inmediatas y han llevado este asunto al
centro de la campaña, cuando antes del atentado ni el terrorismo ni las
intervenciones militares estaban en la agenda política electoral. Pero antes de
analizar las posibles consecuencias de este discurso en el Reino Unido, mi mente me lleva a otro atentado terrorista ocurrido también
antes de unas elecciones legislativas: el de Madrid del 11 de marzo de 2004. En
aquella ocasión el terrorismo y las intervenciones militares en el extranjero se
convirtieron en los únicos protagonistas y fueron la causa directa del
resultado final de las elecciones.
En marzo de 2004 España debía acudir a las urnas para renovar la
composición de su Congreso y Senado. Un año antes, en febrero de 2003, el
presidente de Estados Unidos decidió invadir Irak para derrocar la dictadura de
Saddam Hussein, alegando que constituía una grave amenaza para la seguridad
mundial. Estados Unidos había intentado lograr la aprobación de una resolución
del Consejo de Seguridad de la ONU que legitimase la intervención, pero no logró
apoyos suficientes ni siquiera entre países tan aliados como Francia o
Alemania; por el contrario España y el Reino Unido apoyaron la postura
norteamericana escenificando en la cumbre de las Azores el establecimiento de
un nuevo orden mundial. Para el Gobierno español del presidente Aznar el apoyo
a EEUU supuso una seria crisis de popularidad, se celebraron multitudinarias
manifestaciones de rechazo en todo el país y la imagen del presidente salió
dañada. Un año después, sin embargo, la situación había cambiado muchísimo:
Irak estaba en proceso de recuperación tras la invasión y otros asuntos domésticos
preocupaban más a la ciudadanía. El PSOE, tras la crisis del “tamayazo” en la
comunidad de Madrid y el pacto con los independentistas en Cataluña estaba
perdiendo popularidad y alejándose del partido en el Gobierno. El atentado del
11M, el más trágico de la historia de España, hizo olvidar todo eso y entre la
izquierda se hizo correr la voz de que el atentado castigaba a España por su
posición en Irak. La campaña electoral se suspendió, pero la izquierda hizo por
su cuenta movilizaciones exigiendo al Gobierno saber la
“verdad” sobre la autoría del atentado; no en vano toda España pensaba que si
el atentado era obra de ETA, el Gobierno saldría reforzado por parecer más firme
que el PSOE, y si por el contrario era cosa de los islamistas, seria seriamente castigado por
haberlo causado apoyando la guerra de Irak. El resultado final de las
elecciones dio la victoria a los socialistas en contra de todas las encuestas y
del propio voto por correo ejercido con anterioridad al atentado. Rodríguez
Zapatero, el entonces candidato socialista, había prometido retirar las tropas
españolas de Irak si la ONU no se hacía cargo de la situación en el país, pero
la retirada se ordenó inmediatamente sin esperar cambio político alguno. Tal
vez los socialistas pensaron que los españoles les habían elegido para eso y
que de ese modo España quedaría a salvo de otro 11M.
La retirada española de Irak, producida tras el vuelco electoral y el
atentado, produjo un efecto jubiloso en los terroristas yihadistas. La violencia
en Irak se incrementó y se produjo una ola de secuestros para exigir la
retirada de otros países. De los muchos países que fueron sometidos a este chantaje
solo uno cedió, pero la decisión española fue muy duramente criticada fuera de
España, sobre todo en los países con tropas desplegadas en Irak, aunque también
en otros muy contrarios como Rusia.
La cuestión final es que asociar decisiones de nuestra política
exterior y de seguridad al surgimiento de atentados terroristas en nuestro
suelo es peligroso pues supone de antemano reconocer la capacidad del
terrorismo para influir en nuestra democracia de manera determinante, pero ¿es
realmente cierto que los atentados del terrorismo jihadista son una respuesta a
las intervenciones militares en otros países? Hay claros elementos que
demuestran que afirmar esto es simplemente ignorar la verdadera naturaleza del
terrorismo islamista:
-
El jihadismo como ideología es tan antiguo como el
Islam. Existe desde la época de Mahoma, y aunque la denominada “guerra santa” o
jihad no es interpretada de manera unánime por todos los musulmanes, desde
siempre muchos de ellos han considerado que usar la violencia contra los infieles
para favorecer la expansión del Islam no es solo legítimo sino necesario. En
diversas épocas de la historia la jihad ha sido causa principal de guerras y
violencia continua contra pueblos con otras religiones.
-
Los objetivos del Estado Islámico, escritos en su
propia propaganda, nunca se han limitado a conflictos locales en determinados países
árabes sino que buscan la construcción de un Estado Islámico global donde no
cabe otra religión, ni creencia, ni práctica diferente de la suya. En este
Estado está todo el mundo árabe y parte del cristiano, con independencia de su
situación política coyuntural. Esta ideología es derivada de la propia de Al
Qaeda, organización a la que el ISIS estuvo vinculada en el pasado. El Estado
Islámico aprovecha el caos de los países en conflicto para hacerse fuerte pero
son solo un medio en su camino, no un único objetivo. De hecho actúa en todos
los lugares donde puede y tiene “infraestructura”.
-
Las víctimas del jihadismo no son solo los países
que combaten en Irak, Siria o Libia. Todos los infieles son enemigos; también
lo son los malos musulmanes, los chiíes por ejemplo, que son herejes, y los gobiernos musulmanes que son aliados de
Occidente. Los terroristas del Estado Islámico o de Al Qaeda han asesinado
miles de musulmanes en prácticamente todos los países árabes, muchos más que
occidentales.
-
El terrorismo jihadista es una herramienta para
defender e imponer un modelo de vida basado en la sharia o ley islámica. La sharia
es una auténtica contraposición al modelo de vida occidental. Los derechos más
elementales son negados, las mujeres desaparecidas de la vida pública, las
expresiones artísticas, culturales o lúdicas están prohibidas porque todo está
considerado pecaminoso, en cambio la violencia en nombre de Alá es legítima y
recompensada. El modo de vida de nuestras sociedades es un enemigo en sí mismo,
de hecho otro grupo islamista, Boko Haram que actúa en Nigeria, se traduce como
“la educación occidental está prohibida.”
-
El precursor y también coetáneo del ISIS, AL Qaeda, declaró la guerra formalmente “a
los cruzados y sionistas” unos diez años antes de los atentados del 11S en
Nueva York y Washington , en unos
documentos que fueron encontrados en Bosnia durante la guerra de aquel país.
Paradójicamente las intervenciones militares de Occidente en Bosnia evitaron el
genocidio de los musulmanes.
Por todas estas razones queda claro que achacar los atentados del
ISIS, del mismo modo que los de Al Qaeda o cualquier otro grupo islamista, a
las intervenciones militares en países árabes es absurdo, y semejantes
afirmaciones solo pueden hacerse desde el desconocimiento más absoluto del
fenómeno. El problema es que hacer estas afirmaciones no es solo un error, es
además una temeridad porque con ellas se rompe la unidad contra el terror,
porque se les genera un arma propagandística de gran valor, especialmente entre
los musulmanes que viven en nuestros países; y porque se condicionan decisiones
políticas legítimas a la comisión de atentados terroristas. Es decir, que al
hacerlo, permitimos que los jihadistas tengan voz y voto en nuestra democracia, y
además les damos a los terroristas cierta legitimidad o parte de razón.
Las intervenciones militares de Occidente en los países árabes han
podido ser más o menos afortunadas, incluso han podido reforzar o debilitar al
jihadismo pero han sido decisiones de gobiernos democráticos, por tanto
legítimas, y con la siempre supuesta intención de mejorar la situación tanto de
los países árabes como la nuestra en materia de seguridad. En este contexto podemos discutir si fueran
acertadas o no pero nunca deberíamos relacionarlas con actos terroristas
concretos.
A estas alturas desconozco el efecto que las declaraciones de Corbyn
tendrán en el resultado de las elecciones, es posible que el líder laborista
haya intentado atraerse a ciudadanos. que situados en el ala izquierda. piensen
de ese modo. Sus más cercanos dicen simplemente que Corbyn dijo lo que pensaba.
En un país donde en cada ciudad abundan las placas de homenaje a todos los
caídos en las guerras del imperio, donde las Fuerzas Armadas son una
institución tan sagrada como la Corona, el pacifismo radical no resulta muy
rentable. El propio Corbyn, días antes del ataque, tuvo que defenderse de unas
acusaciones en este sentido respondiendo que él no renunciaría a la fuerza en
caso necesario y que no se cerraría a las intervenciones militares siempre que
estas se hiciesen en el marco de la legalidad internacional. Corbyn, por eso, no
ha querido ir más lejos, no ha prometido ninguna retirada de tropas ni ha
anunciado ningún cambio concreto en la política contra el terrorismo. Por otro
lado, pese a la consternación provocada por el trágico asesinato en masa, los
británicos han reanudado la campaña electoral hablando de muchas otras cosas
sin los apasionamientos de sangre caliente tan propios de los latinos. Las
manifestaciones violentas y las decisiones radicales encajan mal en el carácter
flemático del pueblo británico, y por ello, no es previsible que, pase lo que pase
el día de las elecciones, el terrorismo jihadista se convierta en arma
arrojadiza entre los políticos. Sin embargo esta vez, un político nacido en las islas británicas
del mismo partido que Tony Blair, se ha atrevido a asomarse al abismo del 11M. Suerte para los británicos que no
se arrojó a él.