Los hechos consumados marcan el ritmo de la historia. Los errores cometidos en el pasado se asimilan como parte de la normalidad cuando se consolidan con el paso del tiempo. Cuando ya casi nadie recuerda cómo eran las cosas antes o como podrían haber sido, cuando lo actual parece que estuvo siempre ahí; entonces sucede que no valoramos lo que teníamos, que perdemos el espíritu crítico y nos acostumbramos o resignamos a lo presente. Y en nuestro acomodo, se asienta la resistencia al cambio. El cambio: ese motor trasformador que da miedo afrontar. Y sin embargo, no nos damos cuenta que lo que tenemos hoy es fruto de otros cambios anteriores de los que no tenemos memoria. No todos los cambios son para mejor. A veces el cambio es un fracaso, pero nunca hay que renunciar a intentar mejorar. En este sentido lo más difícil es reconocer que algo no funciona, que algo no se hizo bien en su momento. El fracaso es uno de esos fantasmas que nunca admitimos ver. Y sin embargo el éxito se asienta en una sucesión de fracasos anteriores. Es lo que da la experiencia.
Miremos nuestro régimen de Personal
de las Fuerzas Armadas, fruto del desarrollo de la ley 39/2007: la llamada ley
de la carrera militar. Es la tercera de la democracia y la tercera desde que
existe el Ministerio de Defensa, como heredero de los antiguos Ministerios de
la Guerra, Marina y del Aire. Desde que se aprobó la ley han trascurrido trece
años. Entre la primera (17/89) y la segunda ley (17/99) pasaron diez años y
entre la segunda y la actual (39/2007) ocho, por lo que si se siguiese una
progresión lógica deberíamos haber aprobado ya una cuarta. Pero, ni se ha
hecho, ni hay intención de hacerlo. Da la impresión de que el proceso de
reforma del personal de las Fuerzas Armadas, que comenzó en 1989, ha terminado
ya y se ha alcanzado el objetivo deseado. O eso, o que la última ley creó
tantos problemas que no se quiere intentar hacer una nueva para evitar riesgos
políticos. Y me temo que la segunda razón es la verdadera.
Los
políticos, que últimamente son más dados a crear problemas que a solucionarlos,
necesitan ser empujados a esto último. No podemos seguir dando a entender que
nos queremos quedar con la ley 39/2007, que mejor dejar todo como está. Esa
resignación mina la moral y la capacidad de las Fuerzas Armadas. Y es que hay
serios motivos para una nueva ley. Y es que la actual ha sido un fracaso
estrepitoso, por más que intentemos ocultárnoslo a nosotros mismos. Es más,
nunca se ha aplicado como está escrita porque lo contrario hubiera sido un auténtico
desastre. Y si nunca ha llegado a aplicarse en su integridad es porque tácitamente
se reconoce que no se hizo bien.
He escrito muchas veces antes sobre la Ley 39/2007, pero como
ha pasado mucho tiempo de eso, conviene hacer un repaso de los cambios
fundamentales que introdujo la ley y en qué grado se han aplicado. Recordemos
que los tres grandes pilares de la ley de carrera son: la introducción de un
título universitario de grado adicional a la formación militar en las academias
de oficiales y uno de formación profesional en las de suboficiales, el régimen
de ascensos por clasificación y elección, y la unificación de las antiguas escalas
media y superior de oficiales en una sola.
La introducción de un título de grado universitario en la
formación de oficiales ha supuesto la obligación del alumno de cursar dos
grados simultáneamente: el de una carrera universitaria y el de la formación
como oficial del Ejército correspondiente. Además coexisten dos Centros
diferentes para impartir esa formación: la academia militar y el Centro
Universitario adscrito a la Defensa (CUD), con directores diferentes y cadenas
de mando diferentes. La coordinación de ambos Centros descansa en la buena voluntad
de su personal y sobre todo de sus directores, pero es una anomalía que produce
continuas disfuncionalidades.
El alumno, dentro de
un régimen peculiar como es el de una academia militar, tiene que aprobar dos
carreras a la vez, en unas condiciones mucho más difíciles que un alumno de cualquier
universidad. Ello hace que los alumnos soporten una enorme presión académica y
tengan dificultades para superar ambos planes de estudios. El sistema estaba
pensado para que no todos los alumnos superasen el plan y que las bajas se
cubrieran con alumnos con carreras universitarias que se incorporarían a partir
de cuarto curso. En la práctica, se
intenta que las bajas sean mínimas y que casi todos los alumnos logren
graduarse y recibir su despacho de oficial, porque lo contrario es un enorme
despilfarro de recursos. Sin embargo, sí que se han producido algunas
incorporaciones de alumnos con títulos de grado a partir del cuarto año,
provocando otra disfuncionalidad al salir oficiales con idénticas atribuciones,
pero con dos formaciones diferentes.
La formación militar y profesional, la realmente necesaria
para cumplir los cometidos, está saliendo muy perjudicada al no disponer de
margen para la incorporación o modificación de nuevos contenidos. La formación
militar y verdaderamente profesional está muy limitada por la exigencia del CUD
para la aprobación de las asignaturas del grado. Y a todo esto, ¿Cuál está
siendo el resultado de los nuevos oficiales que salen formados con este
sistema?
Pues podemos decir que no existe un estudio verdaderamente
serio y objetivo sobre el resultado, pero al menos, en lo que a la Armada
respecta, hay dos datos que sí podemos asegurar por el momento: el grado de
motivación e ilusión de los oficiales que salen de la Escuela es muy bajo, y el
nivel de aprovechamiento del grado universitario que poseen de momento es
desconocido, o sea nulo mientras no se demuestre lo contrario. La reducción de
los periodos de prácticas en el plan de estudios, sobre todo en aquellos
alumnos que entran con titulación, los ha dejado en un número claramente
insuficiente. Ello, es de justicia decir, se ha venido agravando por la
reducción de días de mar de la Flota por las restricciones presupuestarias y
por la carencia de buques que puedan desempeñar ese cometido con eficacia, ése
que antiguamente hacían las Corbetas con tanto éxito.
Bajo mi punto de vista, hay una conclusión clara sobre el
actual sistema de enseñanza de oficiales, y es que el título de grado casi
totalmente ajeno a nuestra profesión, supone una distorsión en la formación y
una dificultad muy grande para mejorar la enseñanza realmente profesional. La
utilidad de este título es, como mínimo, incierta, y la posibilidad de
utilizarlo fuera de las Fuerzas Armadas es muy baja, dado el largo periodo de
servicio que el oficial debe dedicar a la institución antes de poder desempeñar
su título de grado, con el que no desarrollará su carrera de ingeniero o
graduado. Alguien nos ha hecho creer que nuestra formación era muy similar a la
de un ingeniero, pero la verdad es que tiene poco que ver, aunque muchas
asignaturas teóricas coincidan más o menos. El Ejército del Aire ha propuesto
un cambio en el modelo de enseñanza que une el título de grado a la propia
formación militar, de modo que desaparezca la dualidad. Consiste en crear un
grado nuevo ad hoc, que no proporcionará un título que contemplan el
resto de universidades, sino un título propio que permita elaborar el plan de
estudios que se requiera para formar un oficial. El modelo no es exactamente
nuevo ni original, es exactamente el de los oficiales de la Guardia Civil. En
cierto modo, este modelo supondría volver al anterior, pero beneficiándose de
las sinergias creadas con las universidades. La propuesta del Ejército del
Aire, aunque jurídicamente pueda caber en la ley de carrera, está claramente
fuera de las que fueran las intenciones del legislador, pero eso ya no es
nuevo, dado que, en otros aspectos importantes del mismo texto legal, dichas
intenciones se han dejado de lado. Esta iniciativa podría ser una buena
solución, pero no cabe duda que, más temprano que tarde, habrá que hacer una
ley nueva porque se está quedando cada vez más fuera de la realidad.
En el caso de los suboficiales, la ley no ha supuesto tantos
cambios, aunque obliga a obtener una titulación de formación profesional. En
algunas especialidades, la equivalencia puede ser sencilla, pero en otras
resulta más complicada y los ajustes de los Planes de estudios pueden
dificultar la enseñanza de contenidos profesionales. No obstante, la formación
del suboficial se ha alargado y ha permitido dar una enseñanza de calidad. El
problema, es que los suboficiales, aunque procedan de promoción interna,
carecen de experiencia porque, aunque son muchos los que proceden de la escala
de tropa y marinería, pocos han pasado suficiente tiempo en ella. Esto,
tradicional en el Ejército de Tierra, es un problema para la Armada.
La promoción interna para oficial, por cierto, ha sido muy
dañada con la nueva ley de carrera. La posibilidad de ingresar en una academia
militar de oficiales desde suboficial resulta muy complicada, porque sin una
titulación de grado universitario no se convalidará al suboficial, cabo,
soldado o marinero prácticamente nada de su formación anterior. Si la formación
de un oficial que ingresa sin título universitario son cinco años y la de
suboficial tres, el resultado final son 8 años de estudios y muy escasa
experiencia profesional para sacar un oficial procedente de suboficial. Un
suboficial que, por cierto, apenas habrá desarrollado sus cometidos
profesionales en esa escala, por lo que en puridad no se puede hablar de
promoción interna sino de otra forma de ingreso. Tampoco la promoción interna
en la escala de suboficiales es real, los que ingresan a través de esas plazas
son, mayormente, marineros con un solo año de antigüedad. Resulta mucho más
atractivo para un soldado o marinero, que están ingresando con una formación
superior a los que las FAS necesitan de ellos, promocionar a suboficial que a
cabo o cabo 1º, por lo que hay serios problemas para cubrir las necesidades en estos
empleos.
Y aquí enlazamos con otra de las principales novedades que
trajo la ley de carrera militar, que fue la eliminación de la antigua escala de
oficiales, antes escala media, para fusionarla con la antigua escala superior,
ahora escala de oficiales. En su
momento, fue el aspecto más controvertido de la ley y el motivo de miles de
recursos de oficiales de los tres Ejércitos. Oficiales con titulaciones
distintas y trayectorias diferentes fueron metidos con calzador en una nueva escala
que los mezclaba sin consideración y que daba antigüedades de una manera, vamos
a decir, poco rigurosa. El ambiente que se creó en entre los oficiales de las
Fuerzas Armadas fue bastante enrarecido y el nivel de motivación entre los
oficiales afectados tocó fondo. Hoy este aspecto ha quedado muy atrás y podemos
decir que se ha normalizado. Sin embargo, las Fuerzas Armadas han creado un
problema que no tiene, en este momento, una solución totalmente satisfactoria.
Al desaparecer la escala media, antes escala auxiliar, no hay suficientes
oficiales en los empleos más bajos: teniente y capitán. Para paliar esta
carencia la ley de carrera contemplaba dos vías: los retenidos en el ascenso y
los militares de complemento. Ninguna de las dos vías está funcionando bien. El
número de oficiales retenidos, que son aquellos que no habiendo superado las
evaluaciones para el ascenso quedan definitivamente en el empleo inferior, es
muy escaso. El oficial retenido es un individuo muy desmotivado, sin ánimo
ninguno de mejorar su perfil profesional cuando sus opciones de ascenso están
totalmente cerradas. Por ese motivo y porque, de momento, tampoco sobran
efectivos en los empleos más altos, los Ejércitos han optado por ascender a la
casi totalidad de los oficiales hasta teniente coronel, y no limitar su
progreso profesional a los pocos años de carrera. Y es que el sistema de
ascensos es otro de los grandes fracasos de la ley, pero de eso hablaremos
luego.
La otra opción para completar la necesidad de oficiales en
los empleos más bajos era la del militar de complemento, individuos que podían
acceder a las Fuerzas Armadas con el grado de oficial firmando un contrato de
ocho años si estaban en posesión de algunos títulos universitarios. Y aquí es
donde surge el problema. Porque el militar de complemento siempre ha sido un
problema para el Ministerio de Defensa, como ahora lo empieza a ser la tropa y marinería
profesional. En la cultura española, un país con una tasa de paro estructural
bastante elevada, y entre ese grupo de parados hay muchos jóvenes con títulos
universitarios, no hay nada más valioso que un empleo fijo. En otros países
como Estados Unidos o el Reino Unido, el paro estructural es casi una anécdota
y es prácticamente nulo en individuos con títulos universitarios. La
posibilidad de adquirir un empleo fijo en esos países, de donde se ha copiado
la desafortunada ley de carrera, no es demasiado importante en comparación con
otras consideraciones. Es frecuente y está normalizado cambiar de empresa y de
trabajo, y no necesariamente supone un drama. En España los empleos públicos
están mejor pagados que la mayoría de los privados, y tienen la garantía de que
suelen ser fijos. Cuando la administración contrata trabajadores temporales
enseguida surgen los conflictos laborales y las protestas.
Los militares de complemento no son ajenos a esa
problemática. Antes de la entrada en vigor de la ley actual, los militares de
complemento podían renovar su contrato año tras año y presentarse a un proceso
selectivo para acceder a una Escala de oficiales que garantizaba un empleo
fijo. Si la cosa no salía bien, venían las protestas laborales ya que después
de muchos años en las Fuerzas Armadas la reinserción laboral era muy
complicada. Para evitar esos problemas en el futuro, se decidió incluir en la
ley de carrera que los contratos solo podrían prorrogarse hasta ocho años. Y
para que todos los militares de complemento tuvieran las mismas oportunidades,
solo se permitió entrar a aquellos que poseían títulos universitarios
equivalentes a los oficiales de carrera, es decir ingenierías o asimilados. De
ese modo todos podrían acceder por promoción interna a los procesos de
selección de acceso a dicha escala. El problema es que la oferta no es
atractiva. Los militares de complemento tradicionalmente procedían de aquellas
carreras universitarias con mayores tasas de paro y ahora esos tienen vetado el
acceso. Los ingenieros son de las titulaciones con menos paro en España, y la
opción de pasar ocho años en las Fuerzas Armadas para ejercer unos cometidos
que muy poco tienen que ver con su profesión, no resulta interesante a la
inmensa mayoría. En consecuencia, año tras año, las plazas convocadas por el
Ministerio de Defensa para militares de complemento de los Cuerpos Generales de
los Ejércitos, no se cubren. El problema, nuevamente, es el título
universitario, al haber ligado la ley de carrera la condición de oficial de las
Fuerzas Armadas a la de ingeniero.
La opción de las escalas auxiliares, con mayoría de efectivos
procedentes de suboficial, llenaba el hueco de manera mucho más satisfactoria,
ya que para los suboficiales el acceso a esta escala suponía un aliciente que
ayudaba a la motivación. O sea, al contrario de lo que sucede con los oficiales
retenidos en el ascenso, que sí no se cambia el sistema, serán a largo plazo
los que rellenen los puestos en los empleos más bajos.
Y finalmente llegamos al asunto de los ascensos. Hasta la ley
de carrera 39/2007 todos los oficiales y suboficiales ascendían al empleo
superior cuando cumplían los tiempos de servicio establecidos y pasaban los
cursos preceptivos, cuando los había. Por estricto orden de antigüedad. En la
ley anterior, la 17/99, el orden de ascensos podía verse modificado dentro de
la misma promoción, pero no entre promociones diferentes. La antigüedad era el
rasgo más importante de la carrera militar. Y la antigüedad se obtenía con la
experiencia. La antigüedad significaba jerarquía, y como un elemento sagrado,
todos los militares la respetaban y aceptaban con un respeto indiscutido. Para
conocer y regular la antigüedad estaba el escalafón, donde cada uno ocupaba su
sitio según su orden de antigüedad. El escalafón avanzaba, pero siempre por
orden de antigüedad. Solo para los empleos de oficial general o suboficial
mayor se podían promover ascensos sin respetar el sagrado orden de la
antigüedad. En la antigüedad descansaba la jerarquía, y en la jerarquía la
disciplina por autentico convencimiento.
Pues bien, la ley de carrera militar destruyó la antigüedad,
pero mantuvo el escalafón. Es decir mantuvo el instrumento, pero no su
justificación. El nuevo escalafón es errático y puede producir cambios de
jerarquía notables e imprevistos. La jerarquía ya no es una vaca sagrada, y la
disciplina se acepta, pero no convence como antes. Los ascensos por clasificación
o elección, como introdujo la ley de carrera militar, pretendían ascender a los
mejores, no a los más antiguos. Y tal objetivo, por excesivamente ambicioso, ha
distorsionado la escala militar y ha degradado la razón de ser del escalafón.
Cuando se evalúan varios militares de carrera para decidir a
quien se asciende y en qué orden, nos encontramos con un problema inconmensurable y al que la normativa de
desarrollo de la ley ha dado una respuesta inauditamente calamitosa. Se optó
por lo más fácil y lo más barato: el sistema de Informes Personales de
Calificación (IPEC) y la trayectoria profesional. Ambas herramientas tenían una
ventaja sobre cualquier otro sistema que se introdujera, y es que ya estaban en
el sistema, por lo que permitían ordenar a los militares con valoraciones
nuevas, pero hechas con elementos ya existentes aplicados de manera
retroactiva. Cualquier otro sistema hubiese sido mucho más complicado de
instaurar. Se optó por lo más fácil, pero también por lo más defectuoso,
injusto y arbitrario. Pero lo importante entonces era poder aplicar la norma lo
antes posible.
La valoración de la trayectoria es arbitraria porque ésta no
se realiza, en muchos casos, según la voluntad del interesado. Cuando se aplicó
la norma por primera vez cualquiera podía haber pensado: “Si sé que este
destino o este curso puntúa tan poco, no lo hubiera pedido”. Pero
desafortunadamente, en muchos casos, ni siquiera la trayectoria la decide el
propio interesado. A un militar se le premia o se le sanciona por estar en
destinos o realizar cursos de especialización que tuvo que realizar porque su
antigüedad no le permitía realizar otros. O sea valoramos los méritos de un
profesional por una trayectoria que se le ha ordenado hacer. Por otro lado, la
dispar valoración de unos destinos respecto a otros perjudica grandemente la
eficacia de las Fuerzas Armadas al penalizar indirectamente el desarrollo
profesional en determinados puestos. Lo que viene sucediendo al final es que
hay destinos donde nadie quiere estar, si alguien tiene que estar, tendrá la
permanencia mínima o solo permanecerán aquellos que, desilusionados con sus
expectativas de carrera, solo busquen estabilidad geográfica. Para evitar esto,
se ha ido reduciendo las diferencias de valoración entre destinos, hasta hacerlas
lo menos relevantes posibles, salvo destinos de mando o especial
responsabilidad que se asignan en otros procesos de valoración independientes.
Procesos que también se basan en los IPEC, por lo que en muchos casos aunque no
en todos, el IPEC es directa o indirectamente la casi única herramienta del
sistema.
Y ¿Qué es el IPEC? El IPEC es un informe de valoración del
personal que realizan tres calificadores, de los cuales uno es el superior
inmediato y al que los otros suelen copiar o imitar el informe, que se basa
exclusivamente en el criterio puramente subjetivo del calificador. EL IPEC no
está sometido a ninguna norma objetiva, y aunque los campos que describe son
muchos, la única utilidad de todos ellos es meterlos en una fórmula matemática
para poner en orden a todos los calificados. Un solo orden, que define quienes
son los buenos y quienes los menos buenos, no en algo específico, sino
globalmente. El calificador no tiene que demostrar ni probar nada, su criterio
es suficiente para decidir la valía del calificado con una cifra entre 1 y 10,
de la que naturalmente si se tiene menos de 8, se estará en la cola del frente
de evaluación. Porque cuando se selecciona un frente de evaluación, se están
seleccionando IPEC de calificadores diferentes para cada individuo y para cada
año y entre los que sus baremos mentales serán diferentes. Entre el total de
calificados habrá como mucho dos calificados que coincidan en un calificador en
un solo IPEC, tal vez dos, en un total de 20 informes por individuo, en el caso
de la Armada. Es muy escuchado el argumento de que, aunque unos calificadores
puntúan más alto que otros, después de varios años trayectoria se compensan por
el elevado número de calificadores que uno ha sufrido. Pero esa afirmación
carece de fundamento matemático, ya que como se ha indicado, el número de IPEC
hecho por los mismos calificadores en un mismo proceso de evaluación es casi
inexistente debido al elevadísimo número de éstos.
Además, al haber un número de calificadores tan alto, que
además desconocen el baremo de los demás, la existencia de un valor de
referencia es prácticamente imposible. Se ha afirmado con insistencia, que la
razón de esa disfuncionalidad es que los calificadores no hacen bien los IPEC,
por poner notas siempre muy infladas, pero pese a ello, el sistema prosigue su
marcha como si los resultados fuesen plenamente acertados. En la propia
instrucción para el relleno de los IPEC se afirma que la C es una nota que
debería abundar en todos los calificados, que la B es menos frecuente y solo
debería aparecer en algunos rasgos, y que la A, por excepcional solo puede
aparecer unas pocas veces. EL hecho es que si en tus calificaciones abunda la C
irás a la cola del frente de evaluación y que los primeros de cada frente
tendrán A en la mitad de sus rasgos o más. La SEPEC (organismo que controla y
clasifica en las evaluaciones de la Armada) puede devolver unos informes si son
demasiado buenos, y de hecho lo hacen, pero curiosamente los primeros de cada
frente tienen unas medias que superan con creces los límites que la propia
SEPEC marca.
SI descendemos a los datos concretos, vemos que en un frente
real de evaluación de oficiales de la Armada las notas medias en todos los
conceptos están por encima del 8. Solo unos pocos individuos tienen la
desgracia de tener menos nota, y eso que seguro que en sus informes de 7 o 7,5
se afirmara que se trata de un magnífico profesional. Las diferencias entre el
primero y el último o penúltimo del frente no superarán un punto en la mayoría
de los conceptos y sin embargo su destino será radicalmente diferente. Para
convertir esas diferencias pequeñas en relevantes se normalizan las notas
mediante una fórmula matemática que convierte la mínima nota en el 10 y la
máxima en un 20, disparando las diferencias. Pero esta operación esconde un
enorme fraude. Si la media esperada entre los evaluadores, según las
instrucciones del IPEC, debe ser un 5 o un 6 y la media real es un 8, eso
significa que los evaluadores tienen un error de medición en su informe de 3 o
4 puntos de media. Sin embargo la diferencia entre sus calificados es apenas de
un punto, un punto y medio a lo más. Esto quiere decir que en la diferencia de
sus valoraciones es mucho menor la diferencia en la calificación que en el
error que cometen al hacerla. Al normalizar las calificaciones lo que hacemos
es amplificar los errores. El resultado es enormemente errático. Por supuesto,
no es así en todos los casos. Cuando un superior se quiere asegurar que el
calificado se salga por arriba o por abajo, basta con romper los límites del
sistema y poner calificaciones por debajo de 8 o por encima de 9. Lo primero
será bien recibido por la SEPEC porque se acerca a los valores teóricos de
referencia, aunque ya sabemos que en la práctica hundirán al calificado. En el
primer caso, dependiendo de si el calificado tiene “prestigio” entre los
mandos, se permitirá romper las normas ya que se tratará de un individuo “que
todo el mundo sabe que es excepcional.”
Este arbitrario método da mucho poder a los mandos
permitiéndoles cierto control y coacción a sus subordinados directos, porque es
totalmente discrecional. A cambio, disuade a los subordinados que aún tengan
expectativas de carrera, de cualquier enfrentamiento con sus jefes directos.
Ello garantiza que el primer criterio para el ascenso sea el de las lealtades
personales, cuando no la sumisión al sistema, apagando todo espíritu crítico.
La disciplina es algo que ningún militar puede poner en duda, la sumisión es
una perniciosa derivada que daña a las Fuerzas Armadas. La lealtad debe
entenderse en un sentido amplio, también de superior a subordinado, no solo a
la inversa, y sobre todo a España y a los principios que sustentan la profesión
militar, no a personas concretas que puedan tener intereses particulares,
incluso espurios.
El sistema de IPEC se emplea para poner en orden los frentes
de evaluación y decidir los ascensos. También para asignar los destinos de
mando y especial responsabilidad. Pero el sistema de IPEC no informa de las
verdaderas cualidades de su individuo ni de sus capacidades profesionales, y
aunque lo hiciera, lo único que se recoge es un número de orden. Un número de
orden de un grupo de profesionales con trayectorias muy dispares y jefes muy
distintos. EL IPEC no solo no valora bien, sino que desmotiva y no fomenta el
talento ni la promoción profesional.
La ley de carrera introdujo también otro aspecto novedoso:
las especialidades de segundo tramo, tanto para oficiales como para
suboficiales, que deben hacerse en el tercer empleo para reorientar su
trayectoria y que deben ser preceptivos para el ascenso. Curiosamente, el
desarrollo normativo y efectivo de las especialidades de segundo tramo se ha
retrasado muchísimo. La Armada no ha empezado a implementarlas en oficiales
hasta 2019 y en suboficiales está arrancando ahora. El Ministerio de Defensa emitió
el reglamento el año pasado. No vamos a
entrar en las razones de tan prolongada demora, pero todo parece indicar que
los Ejércitos y la Armada han ofrecido bastante resistencia a su aplicación. La
implementación de estos cursos supone un coste importante tanto directo como de
oportunidad, ya que los alumnos que los cursen dejan de ocupar destinos en la
estructura mientras los realizan.
Sin embargo, las especialidades de segundo tramo constituyen uno
de los pocos aciertos de la ley. Si las especialidades se convierten de manera
efectiva y real en el arranque de una segunda trayectoria, van a solucionar
varios problemas. Por un lado, los cometidos que tanto oficiales como
suboficiales desarrollan en su segunda trayectoria tienen muy poco que ver con
los de la primera, que son esencialmente operativos. Para dichos cometidos se
les preparó en los centros docentes de formación, mientras que para los
segundos no se les daba ninguna preparación específica. Por otro lado, en el
modelo actual, no existen trayectorias definidas. Al no haber preparación
específica, un militar puede moverse por un abanico amplio de destinos de
naturaleza muy diferente sin que se valore demasiado su experiencia o
formación, y al final se le evalúa en base a los IPEC donde las estimaciones de
sus mandos directos decidirán su futuro. Con este modelo, en lugar de crear
trayectorias de especialización que diferencien a los militares por su
experiencia y conocimientos, se crean trayectorias diversas en las que solo hay
buenos, menos buenos y regulares, lo que produce desmotivación en muchos y
desaprovechamiento del talento y la experiencia en la institución. Las
especialidades de segundo tramo pueden dar una solución a este modelo, pero no
basta con crear los cursos preceptivos, sino que deben crearse las trayectorias
con destinos seleccionados y ascensos por especialidades. Y en eso, la ley de
carrera con sus sistemas de ascenso y evaluaciones basadas en los IPEC y en
valoraciones de trayectorias distintas, encaja mal. Esta anomalía de la ley
demuestra que se elaboró con muchos errores y que es necesario cambiar muchos
de sus planteamientos, lo que necesariamente debe hacerse redactando una nueva.
Y, ¿qué
soluciones pueden proponerse para esta nueva ley? Algunas ya se han ido
exponiendo a lo largo de este artículo. La enseñanza debe volver a ser
específica y olvidarse de la utopía de dar dos carreras con el tiempo y los
medios de una. Para ello, y para no desperdiciar la experiencia de haber
cooperado con la Universidad, la solución propuesta por el Ejército del Aire
parece la más acertada. Un título de grado y máster, sí, pero propio y
específico de cada Ejército. Un modelo similar valdría para los títulos de
técnico superior de los suboficiales, y que permitiría una convalidación significativa
del grado de oficial, facilitando la promoción interna. Respecto al sistema de
ascensos, es necesario volver a la antigüedad hasta el grado de coronel y
olvidarse de evaluaciones basadas en criterios subjetivos. Las evaluaciones
deben ser específicas para el mando y los destinos de especial responsabilidad
y los IPEC deben ser reducidos y su utilidad muy limitada. No deben compararse
trayectorias diferentes. Al fin y al cabo, los empleos militares siempre han
representado mucho más la veteranía y la jerarquía que los cometidos profesionales.
La antigüedad garantizaba mucho más la disciplina y el compañerismo que cualquier
otro criterio para ascender. Los puestos de especial responsabilidad, en cambio,
sí que se pueden evaluar por capacidad e idoneidad. Y aquí también entran las
trayectorias profesionales, además de informes personales que tendrán que estar
basados en características más específicas y objetivables que los IPEC.
La nueva ley
de carrera militar debería permitir trayectorias profesionales más
especializadas, perfiles más motivadores y un sistema de ascensos menos
competitivo, excepto para los empleos más altos del escalafón. La enseñanza, orientada
a formar profesionales de la milicia y no de otros órdenes, y a facilitar una
verdadera promoción interna que motive a las Escalas de suboficiales y de
tropa, pero también que permita aprovechar la experiencia profesional. Accediendo
al grado de oficial y suboficial a militares de dilatada experiencia en las
escalas de menor categoría, permitirá además cubrir las necesidades de los
primeros empleos de dichas escalas.
Las Fuerzas
Armadas siguen evolucionando, con algunos pasos adelante y otros, desafortunadamente,
hacia atrás. Es hora de aprovechar los aciertos, pero también de rectificar los
errores cometidos y seguir cambiando, evolucionando a mejor. El tiempo apremia,
el futuro es hoy.