En el siglo XIX fue fundado en una
ilustre ciudad un club social llamado “piel de toro”. Con el apogeo económico y
cultural de la ciudad el club fue creciendo y se fue haciendo cada vez más
notorio en todos los ámbitos. Sus instalaciones se ampliaron, se enriquecieron
y modernizaron. Abarcaba cada vez más ámbitos de relación de la burguesía de la
ciudad: tertulias políticas, literarias, científicas y también práctica
deportiva. Sus amplios salones sirvieron para alojar eventos sociales de máxima
pompa, su biblioteca crecía en volúmenes y en espacio. Tal expansión supuso al
mismo tiempo mayor pluralidad, se empezaron a crear pequeños grupos sociales y
de opinión entre los socios que cada vez eran más. Dichos grupos crecieron en
autonomía y capacidad. Con el tiempo se fueron convirtiendo en pequeños clubes
dentro del club social. Se hicieron más segregacionistas, hasta el punto de
relacionarse cada vez menos con el resto del club y creando por el contrario
mayor vínculo entre sus miembros.
Al principio la junta gestora y la
presidencia dieron la bienvenida a estas
actividades segregadas como reflejo de la pluralidad de la entidad. Se les
dieron ciertos privilegios, como usar parte de las instalaciones como si fueran
suyas propias y no de todos los socios.
La mayoría de estos grupos sociales dentro del club se integraban sin
problemas con el resto de socios en otras actividades de mayor entidad, pero
hubo un grupo, más numeroso y políticamente más activo que empezó a sentirse
más importante que el resto. Este grupo, formado por algunas de las familias
más acomodadas del club, aunque también por muchas otras menos pudientes,
empezó a sentirse superior al resto de socios. Reclamaban cada vez más derechos
en exclusiva sobre el uso de las instalaciones y a tener mayor representación y
capacidad tanto dentro como fuera del club en actividades sociales, deportivas
y de representación.
Al resto de socios empezó a
resultarle incómoda la actividad de este grupo encabezado por las familias
Almogavares, Oriol, y Barceló. No obstante, en pro de la pluralidad del club y
por conservar el tradicional buen clima entre los socios y la grandeza de su
unidad aceptaron muchas de las peculiaridades de los socios “disidentes”.
Pero las reivindicaciones de este
grupo fueron cada vez más difíciles de encajar en el club. Muchos socios no
entendían tantos privilegios y otros no entendían porque seguían siendo socios
sino se sentían como los demás. Finalmente los socios del autodenominado “terra
nou” reclamaron separarse del club “piel de toro”. No se sentían a gusto con
los demás, les consideraban inferiores y menos glamorosos y creían que ellos
solos harían el club más grande en todos los sentidos. En su reivindicación
pedían a la presidencia del club la cesión definitiva de la parte de las
instalaciones que venían disfrutando por cesión del resto y su correspondiente porción
de tesorería así como algunos de los derechos de representación que el club
tenía. La presidencia les contestó que los estatutos del club no preveían tal
cosa y que el club solo podía disolverse o dividirse por decisión de todos los
socios en asamblea general por decisión de mayoría reforzada, pero que en todo
caso ningún socio estaba obligado a seguir siéndolo por lo que si querían la
baja se les daría inmediatamente a todos los que lo pidieran.
Los reclamantes se indignaron en gran
medida y convocaron protestas en masa, incluso celebraron una reunión entre
ellos, en uno de los salones del propio club que venían usando desde hace
tiempo, en la que votaron segregarse y crear un club nuevo. Se presentaron ante
la junta gestora como un nuevo club y reclamaron sus instalaciones y su parte
de la tesorería en virtud de su “derecho
a decidir”.
La tensión fue creciendo dentro del
“piel de toro”. Parte de sus instalaciones eran prácticamente gestionadas por
los socios del “terra nou” para atacar al resto de socios y a la junta gestora.
Se desarrolló una campaña publicitaria por el derecho “a decidir” del grupo “terra
nou” dirigida por las familias que lideraban el grupo. En su afán de atacar a
los órganos legítimos de gobierno del club, sacaron su propaganda fuera del
club a otras autoridades y entidades de la ciudad reclamando como siempre su
derecho a decidir. Ninguna de las
autoridades les apoyó; por el contrario respaldaron públicamente a la
presidencia del “piel de toro”, pero en privado le advirtieron que esa era un
problema interno del club y que lo tenían que resolver ellos. Pero la
presidencia estaba asustada y no sabía reaccionar ante los desafíos de los
secesionistas.
La vida social del club se fue
haciendo cada vez más insostenible por la tensión entre los órganos de gobierno
y el grupo “terra nou”. Un día Ramonet y Jordi, miembros del grupo “terra nou”
se cansaron del camino por el que les llevaban las familias dirigentes y se
fueron a hablar con Lancelot Almogavares, uno de los líderes del grupo. Jordi y
Ramonet eran del grupo desde siempre, porque
sus padres también lo habían sido y se sentían parte de él porque compartían
muchos de sus gustos, afinidades políticas y culturales, pero no compartían el
rumbo separatista de las familias más poderosas, porque también tenían muy
buena relación con el resto de socios del club
y participaban en otras actividades con otros grupos:
-
Lancelot,
nosotros no estamos de acuerdo con la secesión, queremos que se nos escuche,
queremos decidir. Nosotros tenemos también derecho a decidir.
-
Muy
bien – les contestó el jefe del clan Almogavares- pero vosotros sois minoría.
En la última votación del “terra nou” la mayoría optó por la separación.
-
La
mayoría de socios del club nos apoya y los estatutos del club no permiten
secesiones, desde 1812 sólo la asamblea de todos los socios puede decidir y en
todas las reformas de los estatutos aprobadas por mayoría nunca se ha permitido
la secesión unilateral de ningún grupo- prosiguió Ramonet.
-
La
mayoría que decide es la del “club nou”-
insistía Lancelot. Nuestro grupo es soberano y reclama su derecho a
decidir.
-
En
ese caso, - insinuó Jordi- nosotros (y le enseñó un grupo de firmas de otros
socios) reclamamos nuestro derecho a decidir y queremos segregarnos del “club
nou” que se nos devuelva nuestra parte alícuota y mantenernos dentro del club
“piel de toro” como siempre.
-
Vosotros
no sois nadie, no decidís nada. El derecho a decidir lo tiene “club nou”, no un
grupo aislado- se irritó Lancelot.
-
Y
¿Cuál es el grupo aislado? Lancelot, “club nou” nunca ha existido fuera de
“piel de toro”.
Lancelot ya fuera de sí y sin argumentos
respondió airado:
-
Sois
unos fascistas que negáis el derecho a decidir a “terra nou”.
-
No,
somos el grupo “Ciudad Condal” y también reclamamos nuestro derecho a decidir.
Al final la discusión terminó de
manera violenta y tuvo que intervenir la seguridad del club. Pero había quedado
claro que aunque el “derecho a decidir” lo tenían todos, a la hora de sumar los
derechos de todos cada uno sumaba los votos que más le convenía. Y el único
cupo legalmente válido era el club y la única legalidad los estatutos. Había
que hacer valer esos derechos a decidir, el derecho a decidir de todos y no el
de algunos a decidir por los demás. Pero para eso hacía falta que la
presidencia hiciera valer su autoridad y ésta estaba noqueada por el pánico.
Pronto habría elecciones a una nueva junta gestora y entonces, tal vez, la
nueva presidencia tomaría cartas en el asunto.