La retirada de los EEUU de Afganistán, seguida de una fulgurante caída del régimen y una avalancha de colaboradores afganos intentando escapar del país, otra vez en manos de los talibanes, ha sido como un shock en la opinión pública mundial. El trágico atentado que costó más de cien vidas, incluidas las de trece soldados norteamericanos, no ha hecho más que poner el colofón a un desastre sin paliativo posible.
En estos días se ha escrito mucho
sobre la misión y la retirada de Afganistán. Dentro de las diferentes visiones,
nadie se ha atrevido a considerar que la decisión política haya sido un
acierto, aunque sí hay quien defiende que lo cuestionable ere el cómo y el cuándo,
pero no el qué. Sin embargo, los hechos son, como la verdad, tozudos y siempre
acaban por revelar aquello que se quiere tratar de esconder.
El 11 de septiembre de 2011, los EEUU
fueron golpeados por el peor atentado terrorista de su historia. Los
responsables parecían ser los hombres de Al Qaeda, el grupo terrorista de Ben
Laden que dirigía su red desde Afganistán. Aquel suceso, que impresionó al
mundo, desencadenó la operación militar Libertad Duradera que hizo caer
el régimen talibán de Afganistán tras el ataque coordinado de los EEUU con la
Alianza del Norte, el grupo armado que mantenía la lucha contra los talibanes.
Los americanos buscaban destruir las bases de Al Qaeda en el país y acabar con
un régimen que albergaba campos de entrenamiento de terroristas para actuar
contra “los enemigos del Islam”. La operación militar fue un éxito rotundo: sin
prácticamente bajas en el lado occidental, la infraestructura de Al Qaeda en el
país fue destruida y los talibanes fueron desalojados del poder y expulsados
del país. Pero una vez derribado el régimen talibán, Afganistán necesitaba un
nuevo orden que no supusiese una amenaza para Occidente. Libertad Duradera
contó con más apoyo internacional que ninguna otra operación militar de los
EEUU, prácticamente ningún país en el mundo se opuso al ataque, con muy escasas
excepciones significativas, ya que tras presenciar el brutal atentado del 11S
por televisión se entendía la necesidad de esa intervención. Pero también el
apoyo internacional venía dado por la identidad del oponente: los talibanes era
un grupo religiosos radical que tenían sumido al país en una dictadura sin
igual en el planeta, donde las mujeres sobrevivían encarceladas dentro de un
burka y donde casi todo estaba prohibido y fuertemente reprimido: desde la
música, la televisión, la cultura o la diversión. Junto a la intención de
destruir el brutal régimen, se prometía la recuperación de la libertad y los
Derechos Humanos en el país.
El proyecto para la recuperación de
Afganistán resultó ser una tarea hercúlea. Por un lado, la percepción de
Afganistán como Estado es muy escasa entre sus propios habitantes. La
vinculación a la etnia, al clan o la tribu es mucho más fuerte, y a menudo las
relaciones entre éstos son difíciles cuando no hostiles. Además, el nivel
cultural de la población era bajísimo con un elevado número de analfabetos,
incluso para un país de su entorno. Por otro lado, el territorio es muy abrupto
y las infraestructuras casi inexistentes. No había carreteras asfaltadas ni
mucho menos ferrocarril o otras conexiones medianamente rápidas entre las
provincias. Otro problema que afectaba de lleno a la seguridad, es que la
principal fuente de riqueza del país es el opio, cuyo cultivo y
comercialización corre a cargo de bandas y grupos armados.
EEUU, más preocupado por terminar de
destruir cualquier grupo armado hostil a las tropas extranjeras que por esa
labor constructiva, dejó en la OTAN, que creó la ISAF (fuerza internacional de asistencia para la
seguridad en Afganistán), esa responsabilidad que desempeñó su misión
cumpliendo un mandato de la ONU. Por primera vez en su historia, los afganos
tuvieron la oportunidad de decidir sobre su futuro. Se reunieron los líderes de
los distintos grupos políticos, etnias, clanes facciones y alcanzaron un
acuerdo para la constitución de un gobierno y un parlamento democrático. Hamid
Karzaid fue elegido primer presidente del país.
Los primeros años de la era
postalibán en Afganistán fueron relativamente pacíficos. La ISAF todavía estaba
desplegando sus fuerzas y los talibanes se habían refugiado en el Norte de
Pakistán. Cuando la ISAF se empezó a desplegar en el Sur, la violencia se
incrementó, los talibanes estaban regresando desde el país vecino y en esas
zonas contaban con apoyo y facilidad para camuflarse entre la población. La
guerra de la ISAF contra los talibanes fue un lento desgaste que solo parecía
afectar a las potencias occidentales. Pese a que el número de bajas era mucho
más bajo en su lado, a los fundamentalistas parecía no importarles demasiado.
Podían tolerar cientos y miles de muertos, mientras que las opiniones públicas
en Occidente bramaban contra la misión cada vez que un soldado volvía en caja
de pino. Los progresos en la misión parecían lentos y las críticas en Europa y
EEUU arreciaban. Los incrementos de tropas no eran suficientes para controlar
todo el territorio. El presidente de Francia, Françoise Hollande, prometió en
campaña electoral la retirada unilateral de Afganistán siguiendo el camino que
emprendió en Irak el presidente Zapatero unos años antes. Otros gobiernos
exigieron a EEUU, un cambio de estrategia.
En EEUU, el interés por Afganistán se
estaba perdiendo. Un país sin aparente interés económico y estratégico le
estaba suponiendo a la Administración norteamericana millones de dólares
anuales. Aún encima, el goteo de bajas preocupaba, sobre todo en los países
aliados de Europa y en Canadá. La fe en la misión también se resquebrajaba, los
talibanes eran cada vez más fuertes y Pakistán no parecía colaborar como se le
solicitaba. Lo cierto es que resultaba muy difícil separar el problema afgano
del pakistaní. En áreas del Norte de Pakistán los integristas habían impuesto
la sharía (ley islámica) y el Gobierno, incapaz de controlarles,
negoció con ellos contribuyendo a facilitar un santuario a los fundamentalistas
del país vecino. Pakistán jugaba un doble juego con EEUU y los talibanes,
pareciendo facilitar apoyo a ambos bandos. Un juego que hacía del conflicto una
lucha sin fin. Ben Laden, el líder de Al Qaeda, fue abatido por un grupo de
operaciones especiales de EEUU en una casa muy cercana a una academia militar
pakistaní. El mulá Omar, líder de los talibanes antes del 11S, murió en un
hospital de Pakistán sin que se hiciese pública su muerte hasta dos años
después. Las sospechas del doble juego de los pakistaníes se iban haciendo más
evidentes.
En el año 2014, la OTAN decidió poner
fin a la ISAF e iniciar el proceso de “afganización”. La idea era evitar los
combates directos con los talibanes y dejar que el Ejército y la policía afgana
se hicieran cargo de la misión. Para ello era necesario dotar a los afganos de
los medios adecuados y darles el adiestramiento necesario. Mientras, la OTAN
iniciaba otra misión de apoyo a Afganistán facilitando medios aéreos e
inteligencia. La presencia militar de la OTAN se redujo de manera considerable
y las bajas en combate fueron casi exclusivamente afganas. La idea hubiera sido
buena de haberse concebido como una estrategia permanente y no como una
transición hacia una retirada total, que fue lo que se hizo.
El hecho es que Afganistán ha vuelto,
tras la retirada, a una situación muy similar a la anterior a la invasión de
2001. Resulta difícilmente explicable que todos los medios empleados para la
misión y que todas las bajas sufridas desde entonces tuvieran como objetivo
volver al principio. El espectáculo de ver patrullas de talibanes recorriendo
las calles en vehículos Hummer americanos, sin tomarse siquiera la
molestia de borrar las iniciales US pintadas sobre ellos, resulta tremendamente
humillante.
Lo que todo el mundo se pregunta es
como ha sido posible que el Gobierno afgano se haya venido debajo de mamera tan
fulgurante con todos los medios y recursos que Occidente puso a su disposición.
No tenemos toda la información aún para una respuesta precisa, pero lo que no
resulta creíble es que los EEUU no conocieran esa posibilidad. El hecho es que
todo el armazón que sostenía el régimen afgano dependía enteramente del apoyo
externo, y sin éste, ni los propios afganos creían en su supervivencia. Cuando
los soviéticos abandonaron Afganistán en 1989 el régimen comunista de
Najibullah aún sobrevivió unos meses. El legado occidental ha sido aún más débil que el soviético comunista, a pesar de haber permanecido veinte años
en el país.
EEUU sufrió enormemente con las
largas ocupaciones en Irak y Afganistán. Durante los primeros años hubo
combates, bajas, enormes gastos y pocos beneficios. Esta situación ha provocado
una gran apatía hacia misiones militares en el Exterior. Desde el punto de
vista político, los demócratas rechazan esta política de hardpower por
que la ven como una imposición por la fuerza que daña la imagen de EEUU en el
Exterior. Para los republicanos estas operaciones son un gasto importante de
recursos que no suponen grandes beneficios para el país. En general, EEUU está
volviendo a reforzar la idea de que EEUU debe dejar de involucrarse demasiado
en los problemas de otros. La vieja tentación aislacionista está volviendo,
como antes de la segunda guerra mundial.
Pero EEUU no se parece mucho al país
que era en 1941. La posición hegemónica del país se sustenta en un poderoso
juego de influencias y alianzas que tiene como base, la defensa del denominado
mundo libre. Frente a otras potencias, como China o Rusia, EEUU es el líder
indiscutible de los países que creen en la democracia y en libertad. Y esta
responsabilidad no puede eludirse sin pagar un alto precio en prestigio y
poder. Y para mantener ese liderazgo mundial es necesario participar en el
juego en todo el tablero del planeta, lo que implica una combinación de
acciones de todo tipo, que desde luego incluyen el hardpower, como lo
prueba la presencia de bases militares desplegadas por todo el mundo.
Hace dos años EEUU decidió abandonar
Siria tras un despliegue realizado para luchar contra el Estado Islámico (ISIS)
en el entorno de una guerra civil a múltiples bandas. Los norteamericanos no
podían apoyar el régimen de Al Asad sobre el que pesaban muy graves acusaciones
de violaciones de los Derechos Humanos, e incluso el empleo de armas químicas.
Los rusos aprovecharon el vacío para ofrecerse como aliado del régimen sirio y
aportaron un notable apoyo militar instalando bases permanentes en Latakia y
Tartus. En el otro lado, entre los grupos que luchaban contra Al Asad, estaba
el ISIS, el más temido en Occidente por alentar atentados en nuestro suelo.
Pero además del ISIS y otros grupos islamistas estaban los kurdos, más pro
occidentales y aliados de EEUU desde la invasión de Irak en 2003. Los kurdos
lucharon con ayuda norteamericana contra el ISIS con gran eficacia,
expulsándolos poco a poco de los territorios que dominaban. En televisión
pudimos ver, incluso, a sus guerreros portando la bandera de las barras y
estrellas. Pero acabado el ISIS, tras una pinza entre el gobierno de Irak y los
kurdos apoyados por EEUU por un lado, y el régimen sirio apoyado por los rusos por otro, la
situación de los kurdos se volvió complicada. Funcionaban como un poder
autónomo que no reconocía al régimen de AL Asad y contra el que también había
luchado, y a su vez, se enfrentaba a otras milicias apoyadas por el Ejército
turco. La entrada de Turquía, país de la OTAN,
en Siria planteaba un problema a los EEUU que el presidente Trump
resolvió abandonando el país y dejando a los kurdos a su suerte. Turquía y
Rusia se quedaron negociando el conflicto y los kurdos acabaron pidiendo ayuda
a Al Asad.
El abandono de los kurdos provocó
algunas críticas en EEUU, pero no supuso un problema serio a nivel de opinión
pública. La de Afganistán, por las circunstancias agravantes del caso, sí que
ha hecho caer drásticamente la popularidad del sucesor de Trump, pero en el
fondo ambas decisiones forman parte de una política común de renunciar al uso
de la fuerza en escenarios lejanos cuando no sea absolutamente imprescindible,
y de inhibirse en problemas ajenos, aunque estos sean en defensa de la
democracia y de la libertad. Las consecuencias de este cambio de política ya se
están empezando a ver, pero no cabe duda que el prestigio y la fiabilidad de
los EEUU como aliado se ha visto resentida a nivel mundial.
La situación en Afganistán tenía
pocos visos de superarse en un corto o medio plazo, pero se estaban sentando
las bases para que el país no volviese a caer en un régimen como el de los
talibanes. En muchas ciudades afganas se habían visto cambios muy notables, la
guerra no ha alcanzado de lleno a esos núcleos de población en estos años, y se
han mejorado y modernizado en muchos aspectos, especialmente en la reducción
del analfabetismo, la educación de las mujeres, y el disfrute de muchas
libertades, inéditas antes de la llegada de la ISAF. En el medio rural los
avances han sido mucho más limitados, especialmente en aquellas áreas donde los
talibanes tenían más influencia, pero plantear un cambio tan radical de todo un
país desde la Edad Media hasta el siglo XXI, no es un objetivo que se pueda
pretender alcanzar en veinte años. Y en esa diferente percepción del tiempo es
donde los talibanes ganaron la guerra. Los occidentales hemos perdido la
capacidad para entender y plantear objetivos a largo plazo, vivimos en el
mañana es hoy y las inversiones a largo plazo las vemos como despilfarro de
recursos. Los talibanes, en cambio, no tienen prisa. No es que se planteen
objetivos a largo plazo, sino que luchar es su modo de vida y morir algo tan
cotidiano como aceptable. Por eso ni las bajas, ni el tiempo les han
desgastado.
La permanencia de un contingente
internacional como el que se mantenía en los últimos años en Afganistán no
hubiera servido para ganar la guerra a medio plazo, pero hubiera permitido que
un régimen totalitario y criminal no volviera a regir los destinos del país,
mientras éste iniciaba, poco a poco, su trasformación a la modernidad. El reto
era inmenso, pero la ocasión lo merecía, si aún Occidente conservara algún
referente moral y ético en su política, pero no si se sigue limitando a
defender los intereses económicos de cada una de las naciones de las que somos
parte.
En todo caso, para aquellos que
defienden que el objetivo en Afganistán era eliminar el santuario terrorista y
eso ya se alcanzó, y que reconstruir el país solo se planteaba como un objetivo
secundario que no merecía la pena el esfuerzo, ya que finalmente resultaba ser
mucho mayor de lo previsto, y que por lo tanto la misión no puede considerarse
fracasada, he de decir que hay hechos con los que difícilmente se sostiene esta
tesis:
-
En
primer lugar, el acuerdo que los EEUU firmaron con los talibanes para los que
éstos no atacasen o permitiesen ataques terroristas a países o ciudadanos occidentales
a cambio de la retirada no tiene ninguna garantía de cumplimiento. A corto
plazo, es posible que los nuevos dominadores de Afganistán no tengan interés en
acciones fuera de su territorio, pero a medio plazo la situación puede cambiar.
-
El
uso de la fuerza militar es un medio y no una finalidad en sí mismo, por lo que
considerar que haber eliminado a un elevado número de terroristas o
combatientes islámicos como un objetivo alcanzado es engañoso. Sin haber
alcanzado un objetivo político claro, realista y viable, no puede hablarse de
misión cumplida.
-
El
daño moral provocado a las propias fuerzas militares de todos los países de la
OTAN qua han participado durante dos décadas en esta misión es indudable,
puesto que se les ha aleccionado, motivado y preparado para lograr la
reconstrucción de un país y ellos han visto como todo su trabajo, esfuerzo y
enormes sacrificios, que han incluido bastantes vidas humanas, han sido para
volver al punto inicial.
-
En
idéntico sentido, el daño a la conciencia de Defensa en los mismos países ha
sido enorme. Nos hemos cansado de escuchar a políticos, periodistas y anuncios de publicidad institucional
recordándonos que los militares hacían un gran servicio a la humanidad mientras repartían ayuda humanitaria y
protegían a una población que ahora han dejado a su suerte. ¡Qué difícil va a
ser justificar ante la opinión pública cualquier misión de mantenimiento de la
paz en el futuro!
-
El
prestigio de la propia OTAN, que huye de un escenario de conflicto que se le
complica, el de las propias naciones que la componen, incapaces de ponerse de
acuerdo para lograr un mínimo de eficacia en la misión, la clara supremacía de
los intereses materiales y nacionales sobre cualquier principio ético en la
definición y ejecución de las misiones; todo ello, tras el estallido de
Afganistán, va a resultar en una enorme falta de credibilidad de cara al futuro
que va a resultar muy difícil de reparar.
No parece que, pese a los esfuerzos de algunos políticos,
exista otra lectura que el de una vergonzosa derrota en Afganistán. Pero, en
este caso no una derrota militar, ya que los militares hicieron el trabajo que
se les encomendó y lograron lo que les fue posible alcanzar, dentro de las
enormes limitaciones que sus propios dirigentes políticos les impusieron. En
este caso la derrota es política y sobre todo moral, de una civilización
llamada occidental, cada vez más arrinconada en objetivos meramente
materialistas, sin orgullo ni referencias morales y sin capacidad de reacción
ante su lento, pero visible declive.