miércoles, 1 de diciembre de 2021

DERROTA OCCIDENTAL EN AFGANISTÁN

      

      La retirada de los EEUU de Afganistán, seguida de una fulgurante caída del régimen y una avalancha de colaboradores afganos intentando escapar del país, otra vez en manos de los talibanes, ha sido como un shock en la opinión pública mundial. El trágico atentado que costó más de cien vidas, incluidas las de trece soldados norteamericanos, no ha hecho más que poner el colofón a un desastre sin paliativo posible.

En estos días se ha escrito mucho sobre la misión y la retirada de Afganistán. Dentro de las diferentes visiones, nadie se ha atrevido a considerar que la decisión política haya sido un acierto, aunque sí hay quien defiende que lo cuestionable ere el cómo y el cuándo, pero no el qué. Sin embargo, los hechos son, como la verdad, tozudos y siempre acaban por revelar aquello que se quiere tratar de esconder.

El 11 de septiembre de 2011, los EEUU fueron golpeados por el peor atentado terrorista de su historia. Los responsables parecían ser los hombres de Al Qaeda, el grupo terrorista de Ben Laden que dirigía su red desde Afganistán. Aquel suceso, que impresionó al mundo, desencadenó la operación militar Libertad Duradera que hizo caer el régimen talibán de Afganistán tras el ataque coordinado de los EEUU con la Alianza del Norte, el grupo armado que mantenía la lucha contra los talibanes. Los americanos buscaban destruir las bases de Al Qaeda en el país y acabar con un régimen que albergaba campos de entrenamiento de terroristas para actuar contra “los enemigos del Islam”. La operación militar fue un éxito rotundo: sin prácticamente bajas en el lado occidental, la infraestructura de Al Qaeda en el país fue destruida y los talibanes fueron desalojados del poder y expulsados del país. Pero una vez derribado el régimen talibán, Afganistán necesitaba un nuevo orden que no supusiese una amenaza para Occidente. Libertad Duradera contó con más apoyo internacional que ninguna otra operación militar de los EEUU, prácticamente ningún país en el mundo se opuso al ataque, con muy escasas excepciones significativas, ya que tras presenciar el brutal atentado del 11S por televisión se entendía la necesidad de esa intervención. Pero también el apoyo internacional venía dado por la identidad del oponente: los talibanes era un grupo religiosos radical que tenían sumido al país en una dictadura sin igual en el planeta, donde las mujeres sobrevivían encarceladas dentro de un burka y donde casi todo estaba prohibido y fuertemente reprimido: desde la música, la televisión, la cultura o la diversión. Junto a la intención de destruir el brutal régimen, se prometía la recuperación de la libertad y los Derechos Humanos en el país.

El proyecto para la recuperación de Afganistán resultó ser una tarea hercúlea. Por un lado, la percepción de Afganistán como Estado es muy escasa entre sus propios habitantes. La vinculación a la etnia, al clan o la tribu es mucho más fuerte, y a menudo las relaciones entre éstos son difíciles cuando no hostiles. Además, el nivel cultural de la población era bajísimo con un elevado número de analfabetos, incluso para un país de su entorno. Por otro lado, el territorio es muy abrupto y las infraestructuras casi inexistentes. No había carreteras asfaltadas ni mucho menos ferrocarril o otras conexiones medianamente rápidas entre las provincias. Otro problema que afectaba de lleno a la seguridad, es que la principal fuente de riqueza del país es el opio, cuyo cultivo y comercialización corre a cargo de bandas y grupos armados.

EEUU, más preocupado por terminar de destruir cualquier grupo armado hostil a las tropas extranjeras que por esa labor constructiva, dejó en la OTAN, que creó la ISAF (fuerza internacional de asistencia para la seguridad en Afganistán), esa responsabilidad que desempeñó su misión cumpliendo un mandato de la ONU. Por primera vez en su historia, los afganos tuvieron la oportunidad de decidir sobre su futuro. Se reunieron los líderes de los distintos grupos políticos, etnias, clanes facciones y alcanzaron un acuerdo para la constitución de un gobierno y un parlamento democrático. Hamid Karzaid fue elegido primer presidente del país.

Los primeros años de la era postalibán en Afganistán fueron relativamente pacíficos. La ISAF todavía estaba desplegando sus fuerzas y los talibanes se habían refugiado en el Norte de Pakistán. Cuando la ISAF se empezó a desplegar en el Sur, la violencia se incrementó, los talibanes estaban regresando desde el país vecino y en esas zonas contaban con apoyo y facilidad para camuflarse entre la población. La guerra de la ISAF contra los talibanes fue un lento desgaste que solo parecía afectar a las potencias occidentales. Pese a que el número de bajas era mucho más bajo en su lado, a los fundamentalistas parecía no importarles demasiado. Podían tolerar cientos y miles de muertos, mientras que las opiniones públicas en Occidente bramaban contra la misión cada vez que un soldado volvía en caja de pino. Los progresos en la misión parecían lentos y las críticas en Europa y EEUU arreciaban. Los incrementos de tropas no eran suficientes para controlar todo el territorio. El presidente de Francia, Françoise Hollande, prometió en campaña electoral la retirada unilateral de Afganistán siguiendo el camino que emprendió en Irak el presidente Zapatero unos años antes. Otros gobiernos exigieron a EEUU, un cambio de estrategia.

En EEUU, el interés por Afganistán se estaba perdiendo. Un país sin aparente interés económico y estratégico le estaba suponiendo a la Administración norteamericana millones de dólares anuales. Aún encima, el goteo de bajas preocupaba, sobre todo en los países aliados de Europa y en Canadá. La fe en la misión también se resquebrajaba, los talibanes eran cada vez más fuertes y Pakistán no parecía colaborar como se le solicitaba. Lo cierto es que resultaba muy difícil separar el problema afgano del pakistaní. En áreas del Norte de Pakistán los integristas habían impuesto la sharía (ley islámica) y el Gobierno, incapaz de controlarles, negoció con ellos contribuyendo a facilitar un santuario a los fundamentalistas del país vecino. Pakistán jugaba un doble juego con EEUU y los talibanes, pareciendo facilitar apoyo a ambos bandos. Un juego que hacía del conflicto una lucha sin fin. Ben Laden, el líder de Al Qaeda, fue abatido por un grupo de operaciones especiales de EEUU en una casa muy cercana a una academia militar pakistaní. El mulá Omar, líder de los talibanes antes del 11S, murió en un hospital de Pakistán sin que se hiciese pública su muerte hasta dos años después. Las sospechas del doble juego de los pakistaníes se iban haciendo más evidentes.

En el año 2014, la OTAN decidió poner fin a la ISAF e iniciar el proceso de “afganización”. La idea era evitar los combates directos con los talibanes y dejar que el Ejército y la policía afgana se hicieran cargo de la misión. Para ello era necesario dotar a los afganos de los medios adecuados y darles el adiestramiento necesario. Mientras, la OTAN iniciaba otra misión de apoyo a Afganistán facilitando medios aéreos e inteligencia. La presencia militar de la OTAN se redujo de manera considerable y las bajas en combate fueron casi exclusivamente afganas. La idea hubiera sido buena de haberse concebido como una estrategia permanente y no como una transición hacia una retirada total, que fue lo que se hizo.

El hecho es que Afganistán ha vuelto, tras la retirada, a una situación muy similar a la anterior a la invasión de 2001. Resulta difícilmente explicable que todos los medios empleados para la misión y que todas las bajas sufridas desde entonces tuvieran como objetivo volver al principio. El espectáculo de ver patrullas de talibanes recorriendo las calles en vehículos Hummer americanos, sin tomarse siquiera la molestia de borrar las iniciales US pintadas sobre ellos, resulta tremendamente humillante.

Lo que todo el mundo se pregunta es como ha sido posible que el Gobierno afgano se haya venido debajo de mamera tan fulgurante con todos los medios y recursos que Occidente puso a su disposición. No tenemos toda la información aún para una respuesta precisa, pero lo que no resulta creíble es que los EEUU no conocieran esa posibilidad. El hecho es que todo el armazón que sostenía el régimen afgano dependía enteramente del apoyo externo, y sin éste, ni los propios afganos creían en su supervivencia. Cuando los soviéticos abandonaron Afganistán en 1989 el régimen comunista de Najibullah aún sobrevivió unos meses. El legado occidental ha sido aún más débil que el soviético comunista, a pesar de haber permanecido veinte años en el país.

EEUU sufrió enormemente con las largas ocupaciones en Irak y Afganistán. Durante los primeros años hubo combates, bajas, enormes gastos y pocos beneficios. Esta situación ha provocado una gran apatía hacia misiones militares en el Exterior. Desde el punto de vista político, los demócratas rechazan esta política de hardpower por que la ven como una imposición por la fuerza que daña la imagen de EEUU en el Exterior. Para los republicanos estas operaciones son un gasto importante de recursos que no suponen grandes beneficios para el país. En general, EEUU está volviendo a reforzar la idea de que EEUU debe dejar de involucrarse demasiado en los problemas de otros. La vieja tentación aislacionista está volviendo, como antes de la segunda guerra mundial.

Pero EEUU no se parece mucho al país que era en 1941. La posición hegemónica del país se sustenta en un poderoso juego de influencias y alianzas que tiene como base, la defensa del denominado mundo libre. Frente a otras potencias, como China o Rusia, EEUU es el líder indiscutible de los países que creen en la democracia y en libertad. Y esta responsabilidad no puede eludirse sin pagar un alto precio en prestigio y poder. Y para mantener ese liderazgo mundial es necesario participar en el juego en todo el tablero del planeta, lo que implica una combinación de acciones de todo tipo, que desde luego incluyen el hardpower, como lo prueba la presencia de bases militares desplegadas por todo el mundo.

Hace dos años EEUU decidió abandonar Siria tras un despliegue realizado para luchar contra el Estado Islámico (ISIS) en el entorno de una guerra civil a múltiples bandas. Los norteamericanos no podían apoyar el régimen de Al Asad sobre el que pesaban muy graves acusaciones de violaciones de los Derechos Humanos, e incluso el empleo de armas químicas. Los rusos aprovecharon el vacío para ofrecerse como aliado del régimen sirio y aportaron un notable apoyo militar instalando bases permanentes en Latakia y Tartus. En el otro lado, entre los grupos que luchaban contra Al Asad, estaba el ISIS, el más temido en Occidente por alentar atentados en nuestro suelo. Pero además del ISIS y otros grupos islamistas estaban los kurdos, más pro occidentales y aliados de EEUU desde la invasión de Irak en 2003. Los kurdos lucharon con ayuda norteamericana contra el ISIS con gran eficacia, expulsándolos poco a poco de los territorios que dominaban. En televisión pudimos ver, incluso, a sus guerreros portando la bandera de las barras y estrellas. Pero acabado el ISIS, tras una pinza entre el gobierno de Irak y los kurdos apoyados por EEUU por un lado, y el régimen sirio apoyado por los rusos por otro, la situación de los kurdos se volvió complicada. Funcionaban como un poder autónomo que no reconocía al régimen de AL Asad y contra el que también había luchado, y a su vez, se enfrentaba a otras milicias apoyadas por el Ejército turco. La entrada de Turquía, país de la OTAN,  en Siria planteaba un problema a los EEUU que el presidente Trump resolvió abandonando el país y dejando a los kurdos a su suerte. Turquía y Rusia se quedaron negociando el conflicto y los kurdos acabaron pidiendo ayuda a Al Asad.

El abandono de los kurdos provocó algunas críticas en EEUU, pero no supuso un problema serio a nivel de opinión pública. La de Afganistán, por las circunstancias agravantes del caso, sí que ha hecho caer drásticamente la popularidad del sucesor de Trump, pero en el fondo ambas decisiones forman parte de una política común de renunciar al uso de la fuerza en escenarios lejanos cuando no sea absolutamente imprescindible, y de inhibirse en problemas ajenos, aunque estos sean en defensa de la democracia y de la libertad. Las consecuencias de este cambio de política ya se están empezando a ver, pero no cabe duda que el prestigio y la fiabilidad de los EEUU como aliado se ha visto resentida a nivel mundial.

La situación en Afganistán tenía pocos visos de superarse en un corto o medio plazo, pero se estaban sentando las bases para que el país no volviese a caer en un régimen como el de los talibanes. En muchas ciudades afganas se habían visto cambios muy notables, la guerra no ha alcanzado de lleno a esos núcleos de población en estos años, y se han mejorado y modernizado en muchos aspectos, especialmente en la reducción del analfabetismo, la educación de las mujeres, y el disfrute de muchas libertades, inéditas antes de la llegada de la ISAF. En el medio rural los avances han sido mucho más limitados, especialmente en aquellas áreas donde los talibanes tenían más influencia, pero plantear un cambio tan radical de todo un país desde la Edad Media hasta el siglo XXI, no es un objetivo que se pueda pretender alcanzar en veinte años. Y en esa diferente percepción del tiempo es donde los talibanes ganaron la guerra. Los occidentales hemos perdido la capacidad para entender y plantear objetivos a largo plazo, vivimos en el mañana es hoy y las inversiones a largo plazo las vemos como despilfarro de recursos. Los talibanes, en cambio, no tienen prisa. No es que se planteen objetivos a largo plazo, sino que luchar es su modo de vida y morir algo tan cotidiano como aceptable. Por eso ni las bajas, ni el tiempo les han desgastado.

La permanencia de un contingente internacional como el que se mantenía en los últimos años en Afganistán no hubiera servido para ganar la guerra a medio plazo, pero hubiera permitido que un régimen totalitario y criminal no volviera a regir los destinos del país, mientras éste iniciaba, poco a poco, su trasformación a la modernidad. El reto era inmenso, pero la ocasión lo merecía, si aún Occidente conservara algún referente moral y ético en su política, pero no si se sigue limitando a defender los intereses económicos de cada una de las naciones de las que somos parte.

En todo caso, para aquellos que defienden que el objetivo en Afganistán era eliminar el santuario terrorista y eso ya se alcanzó, y que reconstruir el país solo se planteaba como un objetivo secundario que no merecía la pena el esfuerzo, ya que finalmente resultaba ser mucho mayor de lo previsto, y que por lo tanto la misión no puede considerarse fracasada, he de decir que hay hechos con los que difícilmente se sostiene esta tesis:

 

-         En primer lugar, el acuerdo que los EEUU firmaron con los talibanes para los que éstos no atacasen o permitiesen ataques terroristas a países o ciudadanos occidentales a cambio de la retirada no tiene ninguna garantía de cumplimiento. A corto plazo, es posible que los nuevos dominadores de Afganistán no tengan interés en acciones fuera de su territorio, pero a medio plazo la situación puede cambiar.

-         El uso de la fuerza militar es un medio y no una finalidad en sí mismo, por lo que considerar que haber eliminado a un elevado número de terroristas o combatientes islámicos como un objetivo alcanzado es engañoso. Sin haber alcanzado un objetivo político claro, realista y viable, no puede hablarse de misión cumplida.

-         El daño moral provocado a las propias fuerzas militares de todos los países de la OTAN qua han participado durante dos décadas en esta misión es indudable, puesto que se les ha aleccionado, motivado y preparado para lograr la reconstrucción de un país y ellos han visto como todo su trabajo, esfuerzo y enormes sacrificios, que han incluido bastantes vidas humanas, han sido para volver al punto inicial.

-         En idéntico sentido, el daño a la conciencia de Defensa en los mismos países ha sido enorme. Nos hemos cansado de escuchar a políticos, periodistas y  anuncios de publicidad institucional recordándonos que los militares hacían un gran servicio a la humanidad  mientras repartían ayuda humanitaria y protegían a una población que ahora han dejado a su suerte. ¡Qué difícil va a ser justificar ante la opinión pública cualquier misión de mantenimiento de la paz en el futuro!

-         El prestigio de la propia OTAN, que huye de un escenario de conflicto que se le complica, el de las propias naciones que la componen, incapaces de ponerse de acuerdo para lograr un mínimo de eficacia en la misión, la clara supremacía de los intereses materiales y nacionales sobre cualquier principio ético en la definición y ejecución de las misiones; todo ello, tras el estallido de Afganistán, va a resultar en una enorme falta de credibilidad de cara al futuro que va a resultar muy difícil de reparar.

No parece que, pese a los esfuerzos de algunos políticos, exista otra lectura que el de una vergonzosa derrota en Afganistán. Pero, en este caso no una derrota militar, ya que los militares hicieron el trabajo que se les encomendó y lograron lo que les fue posible alcanzar, dentro de las enormes limitaciones que sus propios dirigentes políticos les impusieron. En este caso la derrota es política y sobre todo moral, de una civilización llamada occidental, cada vez más arrinconada en objetivos meramente materialistas, sin orgullo ni referencias morales y sin capacidad de reacción ante su lento, pero visible declive.