sábado, 26 de septiembre de 2015

CIVILIZAR LAS FUERZAS ARMADAS



Debemos acercar las Fuerzas Armadas a la sociedad, ó tal vez ¿la sociedad a las Fuerzas Armadas?
Lo civil y lo militar no son precisamente compartimentos estancos. Desde siempre ambos aspectos de la vida social y política de las naciones se vienen influyendo de forma recíproca. El hecho de cómo se han influido en un momento histórico determinado dice mucho acerca de la importancia de lo militar en una sociedad determinada y de la imagen que la institución  tiene ante su población. Actualmente en España vivimos una época en que lo militar representa lo rancio, lo viejo, lo obsoleto e incluso lo denostable. A pesar de que en las encuestas se nos recuerda constantemente la buena imagen de las Fuerzas Armadas en la sociedad, esta imagen idílica no representa en realidad al mundo militar. Las Fuerzas Armadas que la publicidad institucional está vendiendo son “civiles” y por lo tanto la imagen que se proyecta de la institución en la sociedad no es de carácter militar.
La imagen de lo militar sigue siendo rechazada. De esta imagen arraigada en lo sociedad y en gran parte de los dirigentes políticos deriva su política “civilizadora” de la institución. En la ley 39/2007 se observa una clara obsesión del legislador de adaptar al militar a la sociedad civil. Esta idea, que ha cristalizado de una manera muy clara en esta norma, no es sin embargo nueva, sino que culmina una tendencia que se viene observando desde hace ya bastantes años. La razón de estos cambios puede tener dos motivaciones, una de carácter ideológico arraigada por motivos históricos muy relacionados con la vinculación de los militares al Régimen de Franco y otra de carácter más pragmático en la que se pretende acercar lo militar a la sociedad civil introduciendo en aquello valores y aspectos que le son extraños y que a menudo desnaturalizan la propia institución militar. No creo que se esté consiguiendo realmente. Los militares se sienten más incomprendidos por que se está distorsionando su imagen y su misión. Se eluden intencionadamente las menciones a la guerra, a las armas, a la violencia, a las amenazas y a la seguridad nacional. Cuando se habla de Fuerzas Armadas se intenta evitar toda alusión a lo militar, subrayándose hasta la saciedad el carácter humanitario y pacífico de sus cometidos. Algo no encaja en el molde. Desde el otro lado algunas voces no entienden por que el Estado se gasta importantes cantidades del presupuesto para comprar Carros Leopard, misiles Tomahawk ó fragatas F-100 si la misión de los militares es repartir alimentos y medicinas.
La ley 39/2007 convierte las academias militares en universidades con doble titulación. Provoca forzosamente una confusión entre una y otra formación al alumno, y una desorientación profesional ya que sólo cuando acabe definitivamente sus estudios sabrá si efectivamente se le conferirá un empleo militar ó si ejercerá su profesión en la vida civil. La enseñanza militar ha servido durante muchos años para formar a los Oficiales y Suboficiales de los Ejércitos sin que, en principio, se hayan detectado serias carencias en su preparación. El pretender obtener al mismo tiempo una titulación universitaria civil sólo puede alcanzarse a costa de desacreditar una de las dos carreras, ó incluso ambas.
La enseñanza militar de las academias no era del agrado del legislador, como por lo visto tampoco lo era el sistema de ascensos por antigüedad. Se argumenta constantemente la potenciación del mérito y la capacidad, lo mismo que en todas las leyes anteriores. El legislador considera que la tradicional forma de carrera militar no era idónea para los militares del siglo XXI. Se sustituye por un modelo de carrera copiado de la vida civil, de la empresa privada, de la universidad. Lo civil sustituye a lo militar para los propios militares. Lo militar debe “civilizarse” para mejorar. No es la ley de carrera el único ejemplo: la creación de una Unidad Militar con fines específica y  exclusivamente civiles ó el nuevo espíritu de las Reales Ordenanzas son también una muestra de los impulsos civilizadores.
Sería interesante repasar la historia militar de Occidente para comprobar cuantos ejemplos tenemos de la tendencia opuesta. Cuantas veces la sociedad civil copió a la institución militar para mejorar. Cuantas veces la tomó como modelo. Cuantas veces sus profesionales fueron ejemplo de formación y preparación eficiente. Tal vez sería bueno que el legislador supiese, por ejemplo, que la organización del gobierno estructurado en ministerios y nutrido de cuerpos de funcionarios fue una idea que Napoleón copió de la administración militar, ó que los principios de jerarquía y responsabilidad del funcionario fueron asimismo imitación de la organización castrense. O que mucho antes de que existiese la Seguridad Social, los Ejércitos pensionaban a sus heridos, viudas y huérfanos.  O que el Real Colegio de Artillería de Segovia  tuvo de la mano de Proust el mejor laboratorio de química de España, ó que los mejores geógrafos e hidrógrafos eran de la Armada como Jorge Juan ó Ulloa, formados en la Escuela Naval Militar de San Fernando.
Pero aquello eran otros tiempos, sin duda,  y hoy los bárbaros deben ser civilizados. Las medallas, los uniformes, las banderas siguen escociendo demasiado. Tal vez inventen un Ejército sin uniformes ó sin banderas, si continúa la tendencia actual. Así tal vez la imagen de las Fuerzas Armadas continúe mejorando ante la sociedad y los guerreros bárbaros sean cosa del pasado.


Publicado en Atenea, mayo 2010:

UNA RECETA CONTRA LA CRISIS: DEROGAR LA LEY DE CARRERA MILITAR



En el delicado momento que atraviesa nuestra nación, azotada por una crisis económica sin precedentes y una imperiosa necesidad de reducir el gasto público, se anuncian ya las primeras medidas drásticas de recorte del gasto social. Muchos españoles se preguntan ahora si no había otra manera de reducir el gasto. Y la respuesta no es ni mucho menos fácil. Se habla frecuentemente de la reducción de altos cargos ó de carteras, una medida más simbólica que otra cosa y que tiene escasa repercusión en el gasto directo, aunque pueda tener consecuencias respecto de la imagen pública de la clase política y la confianza del ejecutivo. A falta de un análisis en mayor profundidad, no cabe duda que la administración hasta ahora no ha funcionado preocupada por el gasto que genera su actividad; de hecho existe una natural tendencia de los responsables políticos de hacer crecer constantemente sus administraciones devorando recursos, en vez de tender a optimizarlos. William Niskanen definió este efecto para los funcionarios públicos pero probablemente es mayor en los responsables políticos en los países, donde como España, el sector público tiene un peso importante en la economía nacional. Aparentemente este crecimiento indefinido del gasto público, tiene su base en la mejoría de la eficacia de la administración, pero no se plantea si esa supuesta mejoría se compensa con el coste que genera.
           
La ley de Carrera Militar es un claro ejemplo de derroche, que aunque todavía no ha supuesto un incremento excesivo en el presupuesto, acabará suponiendo un auténtico despilfarro. Un claro ejemplo de gestión administrativa que genera un enorme gasto, probablemente superfluo.
El primer gasto prescindible procede de la controvertida integración de Escalas. El legislador, si deseaba eliminar las Escalas Auxiliares y tender a una Escala Única podía haber declarado la Antigua Escala de Oficiales a extinguir e ir convergiendo a una Escala de forma progresiva a medida que van incorporándose nuevos Oficiales. En lugar de ello ha optado por integrar a todos los activos en una Escala Única desde ya, impartiendo costosos cursos de adaptación que merman el erario público. Paradójicamente estos cursos no están incrementando en gran medida la preparación de los Oficiales ya que por no impartir los periodos preceptivos, se ha optado por un curso “abreviado” que ya está en el Tribunal Constitucional por serias y razonables dudas sobre su capacidad para alcanzar los mismos efectos que el curso de cinco años académicos que ha cursado la antigua Escala Superior. En definitiva se ha optado por una solución intermedia entre el “gratis total” flagrantemente inconstitucional que hubiese supuesto la equivalencia de ambas Escalas sin trámite alguno, y el “inalcanzable por lo oneroso” que hubiese supuesto impartir el curso completo de dos años en fase presencial. La “chapuza” intermedia no ha podido, de todas maneras, evitar un coste superfluo ni tampoco acabar en el Alto Tribunal.

El segundo derroche será consecuencia de la nueva Enseñanza Militar para Oficiales. Con el nuevo sistema Defensa impartirá simultáneamente la formación como Oficial y la de licenciado universitario de Ingeniería. Esta formación no se amortiza en su totalidad ya que no todos los que finalicen la Carrera serán Oficiales, sino solamente los que obtengan plaza. El resto se incorporará a la vida civil con un título universitario costeado por Defensa, claro.
El tercer derroche proviene del cambio de sistema de ascensos. A partir del ascenso al segundo empleo militar tanto los Oficiales como los Suboficiales ya no serán ascendidos por antigüedad sino que serán clasificados en una relación en la que forzosamente habrá menos vacantes que evaluados. En consecuencia en cada ciclo quedarán Oficiales y Suboficiales sin ascender que serán evaluados en el siguiente ciclo. Sin embargo lo que sucederá en un futuro no muy lejano es que empiecen a llenar el escalafón los retenidos. Retenido es aquel que por no superar tres ó cuatro evaluaciones no vuelve a ser clasificado y por lo tanto no asciende. No hay manera alguna de evitar que existan retenidos ya que las fórmulas de clasificación valoran conceptos que difícilmente un profesional puede modificar sustancialmente en un periodo corto de dos ó tres años, ya que se valora una trayectoria de quince ó más. Si el número de retenidos aumenta demasiado el escalafón se bloquea, pues no dejan libres vacantes para los empleos inferiores. Como consecuencia de ello, el efecto deseado por la ley de ascender a Oficiales y Suboficiales más jóvenes y supuestamente mejor preparados no se logra. Para evitar esta situación de bloqueo la ley prevé que los retenidos pasen a la reserva de forma voluntaria ó forzosa. Esto implicará que Defensa retirará a profesionales con menos de cincuenta años y tendrá que pagar pensiones ó incluso salarios, dependiendo de los años de servicio, a personal que no está en activo mientras que promociona jóvenes profesionales para cubrir su plaza. En un momento en que el Gobierno ha planteado retrasar la edad de jubilación a los 67, por sostenibilidad del sistema de pensiones, está en vigor una ley que retirará militares con menos de sesenta, incluso cincuenta años.
Las fórmulas a través de las cuales se han iniciado los procesos de clasificación para el ascenso, aprobadas por la Orden Ministerial 17/2009, han sido analizadas por el Centro de Investigación Operativa de la Defensa, un organismo dependiente de la Secretaría General Técnica del Ministerio.
En su informe se demuestra matemáticamente que los resultados de aplicar las fórmulas son (en palabra del propio estudio) grotescos, afirmando literalmente que “el profesional no pueda orientar adecuadamente su esfuerzo al ser el resultado de la calificación  prácticamente aleatorio”; o “el proceso es altamente inestable, no ofrece ninguna garantía de que su aplicación proporcione resultados coherentes y es, en consecuencia, injusto y contrario a lo que persigue la propia Ley. Es decir el proceso de evaluación proporciona un regla de decisión formalmente análoga a la de decidir el ascenso mediante el lanzamiento de una moneda.” Y en las conclusiones afirma que:

“... el proceso de elección y clasificación adoptado por el Ministerio de Defensa pueda ser considerado:
Irracional, por cuanto que en determinadas circunstancias, perfectamente plausibles, proporciona resultados anómalos incompatibles con criterios objetivos de elección.
Arbitrario e ineficaz, por cuanto que en determinadas circunstancias,
perfectamente plausibles, no sólo no garantiza la elección de los más cualificados para el ascenso ni de los más idóneos para el desempeño de los distintos destinos, sino que propicia precisamente lo contrario.
Difícilmente gestionable, por cuanto dificulta al Ministerio de Defensa el establecimiento de una política de personal racional, creando una incertidumbre considerable sobre la forma en que evolucionarán, en un futuro, los escalafones de los distintos cuerpos y escalas.
Incierto, por cuanto dificulta a los Mandos o Jefaturas de Personal asumir la función de orientación de la carrera profesional de los militares, quienes no disponen de un criterio estable para adecuar el esfuerzo que se les exige consecuencia de su permanente formación y capacitación.
Innecesario en lo que al mecanismo de retención se refiere ya que es perfectamente factible alcanzar las plantillas fijadas sin necesidad de retener a un número superior al 1% en determinados empleos.”

Estas afirmaciones tan contundentes son la consecuencia de aplicar las fórmulas a unos supuestos frentes de clasificación (pero altamente probables) en los que una modificación mínima de un concepto ó la eliminación de un evaluado del frente provocan un terremoto en la clasificación hasta el punto de que el primer clasificado se quede el último y viceversa. Asimismo se demuestra como un evaluado con todos sus conceptos levemente superiores a la media del frente se queda el penúltimo ó uno con todos los conceptos levemente por debajo de la media quede segundo en el frente. 
Si por algo se caracterizan las matemáticas es que son ciencias exactas. Es decir no son subjetivas ni opinables, son indiscutibles. O eso creíamos hasta ahora.
Llama la atención como después de emitirse este informe, y pese a haber sido publicado en la prensa digital, no se produce ningún revuelo. Dejo a la reflexión del lector el efecto que hubiese producido en otro colectivo que no fuese el de los miembros de las Fuerzas Armadas. Defensa no solamente no ha revisado los procesos de clasificación tras recibir este informe, elaborado por un organismo propio, sino que ni siquiera lo ha modificado para los próximos procesos de clasificación. Lo más llamativo es que el Ministerio de Defensa tan solo un año después de la entrada en vigor de la ley y con sólo un ciclo de ascensos en el que se han aplicado estos criterios, ya ha reconocido errores. La OM 12/2010 modifica las OM 17/2009 y 18/2009 aunque no modifica lo sustancial, que es lo arbitrario que resultan las clasificaciones obtenidas a través de las fórmulas. En su lugar se ha decidido reducir los mínimos de la relación entre evaluados y vacantes y aumentar las modificaciones que arbitrariamente pueden hacer las juntas de evaluación sobre los resultados de las fórmulas. Es decir un arreglo chapucero más, que junto a las modificaciones que se tramitaron a través de la ley de presupuestos de 2009 constituyen pequeños parches absolutamente incapaces de cerrar los múltiples agujeros que desde su origen tiene la ley 39/2007.

Pues bien, el informe aludido también prevé negativas consecuencias para la economía nacional:
La retención es extraordinariamente onerosa en términos de hombres año y de las bajas que habría que forzar para evitar el colapso de los empleos”.

Concluyendo dice que el sistema es:
Antieconómico, por cuanto supone un coste de mantenimiento muy superior al del modelo anterior proporcionando resultados netamente inferiores a éste
Y mi conclusión final es que ya que se ha hecho oídos sordos a los miles de recursos administrativos y contenciosos y también a las recomendaciones desde diversos foros por razones presuntamente políticas, ya que la motivación de los militares no es un tema prioritario, es hora de atender al menos a las consideraciones de orden económico, que en el momento actual, son la máxima prioridad. Un país como España, que ya ha decidido recortar sueldos públicos y congelar pensiones no se puede permitir por más tiempo leyes, que lejos de mejorar el funcionamiento de la administración, suponen un auténtico lastre para la economía.

Enlace donde fue publicado el documento de referencia:

Artículo publicado en la revista Atenea nº 17, junio de 2010:

CRISIS DE LAS MISIONES DE PAZ. NUEVO DESAFÍO PARA LAS FAS


En el plazo de uno o dos años, se habrá completado el repliegue de las tropas españolas de Afganistán, dependiendo de si finalmente se adelanta o no el calendario de retirada. Mientras, en el Líbano, el contingente se reduce a la mitad, paso previo a una retirada completa que podría producirse al mismo tiempo, o poco después, que el de Afganistán. Las misiones en Bosnia y Kosovo finalizaron, al igual que las de Haití, Libia e Irak, por mencionar las más importantes de la última década. Todo parece indicar que, en un plazo más o menos corto, la presencia militar de España en el exterior se habrá reducido notablemente, quedando limitada a algunos observadores y a la operación Atalanta de la Unión Europea; misión ésta estrictamente naval, al menos de momento y que, de no ampliarse en sus objetivos, corre el riesgo de eternizarse o finalizar dejando las cosas como estaban antes de su inicio.

Esta situación de disminución notable de la presencia militar española en el exterior cierra una etapa en la que precisamente dicha presencia ha alcanzado sus máximos históricos. El cambio va a afectar especialmente al Ejército de Tierra que va a dejar de estar desplegado de una manera tan notable en territorios tan alejados del suelo patrio. Detrás de este nuevo panorama hay un trasfondo estratégico importante que viene de más allá de nuestras fronteras, pero también uno de índole económico que todos conocemos y que también excede notablemente del ámbito nacional.

Las denominadas misiones de paz, tan de moda al principio del final de la guerra fría, están empezando a vivir su etapa más amarga. Remontándonos a los años noventa, cuando se  derrumbaba el socialismo y el telón de acero, el mundo vivió un sueño idílico en que la desaparición de los bloques traería una etapa unipolar en la que las Naciones Unidas lideradas por Estados Unidos, ejercerían de árbitro y supremo pacificador del planeta. Un sueño, que llegó a calar en el mundo occidental, especialmente y sobre todo en los Estados Unidos, donde fue expresado de una manera  excepcional por Fukuyama en su obra “El final de la historia”. En esa época se llegó a creer que el Consejo de Seguridad, liderado por la única superpotencia, sería capaz de ejercer como pacificador supremo y que las demás potencias le seguirían y su apoyarían. Un sueño que incluía una globalización mundial en torno a los valores de la democracia y los Derechos Humanos que todos irían haciendo suyos bajo la atenta mirada de la ONU. Este sueño se llegó a apoyar en algunos hechos como la reacción unánime del Consejo de Seguridad a la invasión iraquí de Kuwait, reacción que acabó propiciando la posterior liberación del emirato de manos de un Ejército universal liderado por Estados Unidos, pero integrado por todos los países occidentales y algunos árabes. El sueño, sin embargo, se fue haciendo cada vez más utópico, cuando Rusia, despertando de su fuerte crisis interna, y China ,que sólo se “globalizaba” en el terreno económico, empezaron a convertirse en antagónicos del imperio norteamericano.

 El 11 de septiembre de 2001 demostró al mundo que el sueño de Fukuyama podía ser también una pesadilla pero, con los años de guerra en Irak o en Afganistán, lo que ha ido quedando patente es que el coste de ejercer de líder supremo y pacificador del planeta por la fuerza no puede ser ejercido por los Estados Unidos en solitario  y que ejercerlo tiene un alto coste en vidas y en dinero que la población de aquel país no está dispuesta a asumir. Por otro lado, la política exterior de Bush hijo, que empezó apostando por  el no intervencionismo, y que tras el 11S desembocó en un intervencionismo unilateral,  ha supuesto una enorme pérdida de legitimidad de Estados Unidos. En términos generales, las potencias hacen su política en función de sus intereses y sólo rara vez en base a principios éticos universales, y siempre que no contradigan a los anteriores. El antagonismo entre Estados Unidos y otras potencias emergentes deja claro hasta qué punto esto va a impedir la realización de este tipo de misiones donde podrían hacer falta, como por ejemplo en Siria. Las misiones de paz han tenido éxito en algunos lugares y en otros han fracasado, pero siempre se han llevado a cabo motivadas por razones de tipo coyuntural y/o de oportunismo político sin que se pueda defender su universalismo como forma de resolver los conflictos.

Desde la llegada de Obama a la Casa Blanca, Estados Unidos ha ido reconduciendo la agresiva política exterior de su antecesor en la guerra total contra el terrorismo hacia un aislamiento cada vez mayor, renunciando a gran parte de su influencia en el mundo, o al menos a la que se realiza desde el hardpower o poder duro. En ese contexto Estados Unidos ha abandonado Irak y pronto hará lo mismo en Afganistán, y ha renunciado a asumir el protagonismo de la misión de la OTAN en Libia o a tomar ninguna decisión al margen del Consejo de Seguridad de la ONU en todos los turbulentos conflictos de la primavera árabe. Organismo éste, por cierto, cada vez más bloqueado e inútil, recordando en ese sentido a los tiempos peores de la guerra fría. La violencia y complejidad de muchos de los conflictos actuales hace que se requieran muy grandes contingentes militares para que una misión de paz tenga éxito con un  coste de bajas asumible, y ello no será posible sin la participación de Estados Unidos.

Al mismo tiempo que Irak y Afganistán han supuesto un desgaste enorme en la estrategia intervencionista de Estados Unidos, también han sacado la luz la debilidad de la unidad europea en materia de seguridad y Defensa y las propias carencias de la OTAN, ya no sólo como organización política sino como órgano de mando y dirección en operaciones militares. Carencias que ya se pusieron de manifiesto en la guerra de Kosovo, y de nuevo en Libia y que han dejado a la OTAN en una situación de indefinición y crisis eterna desde el final de la guerra fría, de la que no parece encontrar fácil salida a pesar de que todos los dirigentes de los países miembros siguen considerándola una alianza básica para la defensa de los principios y valores de las naciones que la componen.Probablemente el futuro de la OTAN sea el de una organización cada vez más política y menos militar, que siga existiendo como medio de disuasión gracias al artículo 5 y como foro de diálogo y discusión, pero cada vez más inoperante en el campo de batalla de los conflictos actuales.

A este cambio en el escenario geopolítico internacional hay que añadir la actual crisis económica mundial, pero que afecta sobre todo a los países occidentales. Tanto Estados Unidos como las naciones europeas se están viendo obligados a reducir su gasto militar y ello dificulta especialmente la realización de las misiones como ha quedado patente en el conflicto libio.

En este contexto las misiones militares pueden ir desapareciendo, y gran parte de ellas, no lo olvidemos son el marco de actuación de las Fuerzas Armadas españolas. Pero si este es el escenario que ya se nos está viniendo encima ¿Qué efectos va a tener en nuestras Fuerzas Armadas?

Es indudable que España necesita recortar su gasto público y las Fuerzas Armadas no son una excepción, como tampoco lo son las misiones internacionales que éstas desempeñan y que suponen un coste notable aunque también, y paradójicamente un ingreso extra para el mantenimiento del gasto militar. Las misiones en el Exterior, amparadas por la ONU u otras organizaciones internacionales, son costeadas en gran parte por dichas organizaciones y ese dinero repercute en el alistamiento de las fuerzas militares y su mantenimiento. Algunas naciones, de no muy poderoso potencial militar, ceden continuamente a la ONU contingentes de soldados que la Organización financia y ayuda a mantener. Para potencias militares medias o grandes entre las que podríamos incluir a España,por su nivel tecnológico y su grado de profesionalización más que por el tamaño de su contingente, la financiación de dichas organizaciones no resulta suficiente pero sí una ayuda. Además las misiones internacionales permiten al Gobierno aprobar créditos extraordinarios no incluidos ni contabilizados en el presupuesto de Defensa, que al final suponen también una financiación extra. La desaparición de estas misiones traerá como consecuencia la disminución de ingresos para el mantenimiento de las Fuerzas Armadas, aunque reduzca el gasto que estas supongan. Como las misiones en sí, son una forma de adiestrarse y prepararse, las Fuerzas Armadas perderán capacidad de adiestramiento y recursos para el alistamiento. Esta es una primera consecuencia.

Por otro lado, las misiones suponen un acicate moral y profesional para  los militares que participan en ellas. La satisfacción profesional que los militares de todos los empleos sienten en la realización de estas misiones es un elemento básico para mantener alta la moral, lejos de la rutina de los adiestramientos en suelo nacional. Además, gran parte del personal militar sobrevive económicamente a los problemas que la movilidad geográfica supone (dificultades de los cónyuges para trabajar, perdida de centro escolar de los hijos,  alejamiento del apoyo familiar etc) con los ingresos extra de estas misiones. Su pérdida hará que los militares sean más pobres pero sobre todo más reticentes y resistentes a los traslados, dado el escaso apoyo que la institución aporta para estos problemas. De manera indirecta, esto también puede tener consecuencias en la operatividad.


Las misiones en el exterior son también la bandera de todas las campañas de publicidad de las Fuerzas Armadas y que están detrás de la buena imagen de éstas ante la sociedad. Su desaparición distanciará a las Fuerzas Armadas de la sociedad en un momento complicado en el que todo lo que no se vea como necesario va a ser cuestionado de inmediato. Para evitar esta situación, es muy posible que se le asignen a las Fuerzas Armadas misiones estrictamente civiles como las que ya realiza, con solvencia notable por cierto, la Unidad Militar de Emergencias. Esto, sin embargo, puede acentuar la progresiva “desmilitarización” de los ejércitos.
La progresiva desaparición de las misiones en el exterior puede traer varias consecuencias para las Fuerzas Armadas y seguramente ninguna de ellas es positiva: menos alistamiento, menos preparación, menos recursos económicos, menos motivación del personal militar y una desmilitarización de las misiones de la institución que podría incrementarse.
El panorama descrito es una tendencia que observamos hoy y que nos puede orientar hacia un futuro, aunque éste siempre es, desde luego incierto. Puede haber hechos, como la caída del muro o el atentado de las torres gemelas de Nueva York, que destrocen cualquier previsión que hagamos. En todo caso, debemos estar preparados para la que se nos avecina aunque no podamos prevenirlo todo.

Publicado en Atenea nº 42, diciembre 2012.