viernes, 13 de mayo de 2016

DEFENSA, DEMOCRACIA Y POPULISMO.


Supongamos que un grupo de amigos desea emprender un viaje aventura por el desierto y carecen de información suficiente sobre el territorio por el que van a transitar. Dicho grupo se reúne con los datos y planos de que disponen  y uno de ellos propone un determinado itinerario. A algunos les parece bien, pero otros proponen otro diferente. Al no ponerse de acuerdo entre todos lo someten a votación y la mayoría opta por la primera propuesta. La propuesta elegida, por ser la más votada, será la que se vaya a realizar, pero eso no implica que sea la mejor de las dos. Si durante el viaje son secuestrados por haberse adentrado en una peligrosa zona, se quedan sin agua o no encuentran las poblaciones que presuntamente iban a aparecer en su recorrido será probablemente porque no prepararon el viaje correctamente y eligieron mal el recorrido. Y a lo mejor la otra propuesta, la rechazada en la votación, les hubiese ahorrado todos esos problemas.

Este pequeño ejemplo me sirve para explicar que, contrariamente a lo que mucha gente piensa en España, tener la mayoría no significa en absoluto estar en lo cierto. Y como a veces escuchamos la falacia de que “en democracia el pueblo siempre acierta” conviene alertar del gran riesgo que supone creérsela.  Confundir la legitimidad de la mayoría para elegir quien les gobierna con la certeza de que la elección será acertada es exactamente confundir democracia con populismo. Y como vamos a ver, en España es una falsa tesis muy extendida.

La democracia surgió fundamentalmente como alternativa al poder absoluto y a los abusos del mismo. La democracia impuso un sistema de elección del gobernante en lugar de la legitimidad de la sangre o la de la fuerza, pero también al mismo tiempo, surgió como un mecanismo de protección de los ciudadanos frente a los abusos del poder. Y por eso paralelamente al mecanismo de las elecciones libres surge el reconocimiento a los derechos fundamentales y su salvaguarda. Y esa obligada protección de los derechos, no es solo de las mayorías sino de todos y de cada uno de los seres humanos individualmente. Como mecanismos de garantía de los Derechos Humanos está la lex suprema o Constitución y dentro de ella la división de poderes, la supremacía de las leyes (sobre todo sobre los gobernantes) y la propia independencia de los órganos judiciales, así como de otras instituciones esenciales para el desarrollo de la vida política en democracia.

Bajo la tesis de que la mayoría tiene la razón por el mero hecho de serlo y que su criterio se impone sobre todo lo demás, bajo la idea de que es el pueblo quien se autogobierna, surge el populismo, que pasa por encima del respeto a las leyes, de la independencia de los órganos judiciales, del ejercicio real y sin coacciones de la libertad de expresión, de la existencia misma de los partidos políticos como expresión de la pluralidad etc. Y no digamos ya de los dictámenes de carácter técnico de los expertos en determinadas materias. La preparación profesional y la experiencia vale de muy poco frente a la infalibilidad de la voluntad popular. La democracia real consiste, para los populistas, en un mandato del pueblo que sustituye  la Constitución por una voluntad presuntamente mayoritaria de imponer la verdad de dicha mayoría. Esa voluntad, que se manifiesta por encima de las leyes sin respetar otros idearios políticos aunque sean minoritarios, que corrompe la neutralidad de las instituciones para que remen en el sentido de la “presunta mayoría” es, en conclusión, la sustitución de las instituciones democráticas por el pensamiento único, amparándose, eso sí, en que es la voluntad real del pueblo. En estos tiempos en que la corrupción y la deslealtad de los gobernantes amenaza la democracia, en lugar de pedir la regeneración del sistema reforzando precisamente los pilares antes citados, algunos quieren imponer la “sustitución” de esos pilares por una aparente voluntad popular suprema.

La denominada sustitución de la democracia representativa por la democracia directa (mal llamada real) degenera en el poder absoluto de quien dirige el proceso, porque al final, por lo complicado que resulta la realidad de gobernar, el poder acaba recayendo siempre en un líder con sus propias ideas y proyectos que se convierte en incontestable. El denominado populismo termina convergiendo siempre en perdida de libertades, en falta de respeto a las minorías y en movimientos totalitarios, amparados siempre en procesos electorales perfectamente dirigidos y concebidos desde el pensamiento único.

El gran error del populismo es pensar que la democracia son solamente elecciones, y en este sentido conviene recordar que tanto el fascismo como el comunismo fueron movimientos de masas, con un elevado apoyo popular, que de una u otra forma se legitimaban en ser la verdadera voz del pueblo. Hitler alcanzó el poder ganando unas elecciones, Mussolini liderando una masiva marcha popular y el comunismo, aunque implantándose por la fuerza, siempre se apoyó en los pequeños comités populares y democráticos (soviets) que votaban las decisiones a tomar siempre dentro del partido único. La democracia “real” puede ser la menos democrática de todas y no en vano todas las repúblicas socialistas soviéticas se denominaban “democráticas”.

Hecha esta aclaración, sitúese el lector en la España actual donde se venden insurrecciones y sediciones como hechos democráticos en virtud de un inventado “derecho a decidir” o se justifican atentados contra la libertad de las personas, la propiedad privada y las instituciones amparándose en la ideología (la fe verdadera) de quienes los promueven. Siempre son dos las ideas que avalan lo supuestamente democrático de esos actos criminales: la infalibilidad de la voluntad popular y el poder absoluto de las presuntas mayorías. Por supuesto ese pensamiento presuntamente mayoritario es voluble, pero cuando desaparecen las libertades se hace único.

Centrándonos ahora en la Defensa, vemos como el pensamiento único está perfectamente instalado desde hace más tiempo que en ningún otro ámbito de la política. Sabemos por las encuestas que entre los españoles está muy arraigado el pensamiento pacifista, entendiendo como tal el rechazo al uso de la fuerza militar en casi cualquier circunstancia. Si a eso añadimos la crisis de identidad nacional en diversos territorios de España, los complejos de defender dicha identidad por parte de la clase política y la incoherencia entre el discurso político de rechazo a la supremacía de Estados Unidos  en el mundo y la práctica de convertir a ese país en nuestro más importante aliado, hace que la política de Seguridad y Defensa sea muy difícil de defender ante la opinión pública. En este contexto la clase política en lugar de liderar pedagógicamente un proceso de debate público sobre la política que en materia de Seguridad y Defensa conviene a España, ha optado por un discurso populista de vender las misiones de las Fuerzas Armadas como estrictamente de paz o humanitarias y tratar de ocultar las decisiones que en este sentido no sean populares.

Hace unos meses la alcaldesa de Jerez confesaba en una entrevista al diario EL MUNDO que durante su etapa de diputada en el Congreso, donde le asignaron la comisión de Defensa, llegó sin tener ni idea y todo lo que escuchaba en las primeras sesiones le sonaba a chino. Después, afirmaba, me puse a estudiar en verano, y llegué perfectamente puesta al día. Supongo que el verano de la diputada Mamen Sánchez fue como el par de tardes que el expresidente Zapatero pasó con Jordi Sevilla para aprender de economía.

Pero lo realmente importante de la confesión de la ex diputada no es su contenido, sino su contexto. El hecho relevante es que la confesión se hizo sin ningún rubor porque probablemente fuera percibida con total normalidad entre sus señorías. No tener ni idea de Defensa en la comisión de Defensa es normal y carece de importancia. La realidad, es que salvo excepciones muy contadas, los diputados de dicha comisión carecían casi totalmente de formación en esta materia y por supuesto de experiencia, no cuando estaba Mamen Sánchez, sino siempre desde hace mucho tiempo. Y como ya hemos visto cuando la formación o el criterio profesional no tiene importancia, la justificación es el populismo: los diputados representan a la sociedad en su conjunto, es decir al interés general, o sea a la mayoría y por tanto están en posesión de la verdad absoluta.

Mientras, todas las iniciativas para reformar las Fuerzas Armadas han implicado una desmilitarización progresiva en favor del pensamiento pacifista presuntamente mayoritario, de la debilitada identidad nacional y de la desvinculación de los militares con cualquier atisbo de patriotismo, a menos que esté se ubique lejos del territorio nacional. Se han ido elaborando leyes para que progresivamente los militares se parezcan cada vez más a esa sociedad a la que supuestamente no le interesa ni la patria ni la Defensa, y para ello es necesario convertirles en funcionarios armados: policías, bomberos o profesionales de la sanidad y del transporte. Una ONG armada al servicio del gobierno de turno. La finalidad del proceso no es alcanzar las Fuerzas Armadas que España necesita para su mejor Defensa, sino conseguir que las Fuerzas Armadas sean al gusto de la voluntad popular. Y en eso estamos desde hace tiempo.