sábado, 5 de noviembre de 2022

EL COLAPSO DE PUTIN


Se dice que la primera víctima de la guerra es la verdad. Y es por eso que debemos tomar con mucha cautela toda la información que nos llega del frente.  Aún más cuándo bebemos sobre todo de fuentes de un solo bando, porque eso es lo que está pasando, que nuestros medios de comunicación apenas trasmiten fuentes rusas, que por otra parte son pura propaganda e información no fiable ni contrastable. Pero las fuentes ucranianas o de países de la OTAN también son propaganda, aunque mucho más controlada. La diferencia entre la opinión pública de un Estado totalitario, como es Rusia, aunque no se reconozca siempre como tal, y un Estado democrático, es que la libertad de expresión y la libertad de prensa limitan la propaganda gubernamental. Como ejemplo tenemos la guerra de Vietnam, y más recientemente la de Irak, donde los medios de comunicación de EEUU y la oposición política rompen con el discurso oficial y buscan sus propias fuentes y su propio discurso. Hemos visto lo que ha pasado en Rusia en un informativo de televisión, además de otras acciones contra periodistas que se creyeron independientes; hemos visto las detenciones masivas en manifestaciones contra la guerra, todas ellas declaradas ilegales por las autoridades. E incluso hemos visto muertes de personajes públicos en extrañas condiciones, personajes que se manifestaron contra la política del Kremlin. La propaganda en Rusia, no es solo propaganda, es además desinformación.

La visión del conflicto por parte de la población en Rusia no puede ser la misma, forzosamente, que la que tenemos en Occidente. Yo diría que la que tenemos en el resto del mundo. Porque a los rusos se les niega el acceso a la información que sea incómoda para el Gobierno. Sin embargo, hay hechos que sobreviven a la propaganda y a la desinformación. Hay hechos que no se pueden esconder. Los soldados rusos escriben a sus familias, las bajas se multiplican y sus familiares conocen el daño que está causando la guerra. Los detenidos son miles, y no pueden estar eternamente en aislamiento. Los propios mandos militares rusos están siendo relevados, o mejor dicho purgados. Los opositores son encarcelados. Son hechos que se pueden minimizar, pero no esconder.

La situación para la población en Rusia se ha deteriorado como consecuencia de la guerra y de las sanciones, algo que tampoco puede ocultarse. Quizá funcione por algún tiempo la estrategia de acusar a Occidente de todos los males, pero esa estrategia no funcionará por mucho tiempo si la situación bélica no mejora para Rusia. Pero el último síntoma de preocupación, el más grave, es el reclutamiento masivo de jóvenes rusos para sostener el Ejército en el frente. Son miles de personas afectadas, probablemente cientos de miles, y casi ninguno de ellos hubiera ido voluntariamente a luchar en Ucrania. Los síntomas de que algo no va bien en la guerra de Putin son evidentes, incluso para el pueblo ruso.

Es indudable que la pérdida de popularidad de Putin y el cada vez menor apoyo a su guerra no es suficiente para provocar un cambio de rumbo político en el país, ni siquiera para cambiar el curso de la guerra. Pero no cabe duda de que es una seria advertencia de que las cosas se están torciendo a buen ritmo para el presidente ruso. En otro artículo recordé las guerras que en los últimos siglos ha llevado Rusia fuera de su territorio y su resultado. Y comprobamos cómo la derrota y la revolución eran la consecuencia más inmediata y frecuente. En ninguna de esas guerras anteriores Rusia tenía un régimen democrático, ni permitía la libertad de prensa o de expresión. Y eso, no obstante, no fue óbice para que se desataran esas consecuencias.

La guerra está marcando una clara tendencia de severa derrota para Rusia. Desde hace tres meses los rusos han perdido la iniciativa. Su última ofensiva en el Donbass se quedó a medio camino, sin lograr la anexión completa del territorio de Donetsk. En cambio, la ofensiva ucraniana en Jarkov resultó un éxito completo, con un avance territorial inimaginable tan solo unos meses antes. Los rusos fallaron primero en su pretensión de una anexión rápida y de pocas bajas, después fracasaron en su intento de tomar la capital, Kiev, con notables pérdidas. También fracasó su avance sobre Jarkov. Su cambio de estrategia, centrando la ofensiva en el Donbass, sólo logro algunos avances al principio, también a costa de cuantiosas bajas y de sembrar mucha destrucción en el camino. Ahora Rusia está noqueada. Ucrania se aproxima peligrosamente a Kherson, primera ciudad importante que conquistaron los rusos en su primera ofensiva, y enclave estratégico para proteger Crimea y asegurar su unión con el Donbass ruso.

Las noticias que llegan de Kherson son extremadamente preocupantes: la población huye y los rusos saquean todo lo que encuentran. La entrada del Ejército ucraniano podría ser inminente. La caída de Kherson supondría una catástrofe militar mayor aún que la ofensiva de Jarkov. Rusia perdería todo su territorio a la izquierda del Dnieper y Crimea quedaría amenazada. El ataque al puente de Kerch supuso un triunfo psicológico y estratégico importante de Ucrania, ya que el puente es la única vía terrestre de suministro a la isla si los ucranianos consiguen aislar el Istmo en su avance desde el Dnieper.

Los ataques rusos con misiles sobre instalaciones eléctricas en Ucrania, y sobre otros objetivos civiles, denotan un intento de llevar la guerra a otro frente distinto del estrictamente militar, donde Rusia probablemente se siente impotente. Ucrania ha respondido con ataques en suelo ruso, probablemente con la idea de demostrar a su enemigo sus propias capacidades. Pero es improbable que estos ataques aislados se consoliden como una línea estratégica de Ucrania, ya que eso supondría llevar la guerra exactamente a donde Rusia quiere, sacándola del frente de batalla. Ucrania no puede malgastar sus recursos en operaciones revanchistas, que además minarían su posición en el conflicto desde un punto de vista de legitimidad y superioridad moral.

La tendencia es bastante clara e indica un evidente agotamiento del esfuerzo militar ruso y una notable mejoría de las capacidades militares de Ucrania. Salvo que se produzca un hecho relevante que la modifique, esta tendencia va a continuar e incrementarse, y llevará inevitablemente al colapso de Rusia en la guerra. Las razones son muy visibles: Ucrania tiene desde el principio del conflicto a toda la población movilizada, y muy motivada para defender su tierra y su modo de vida. Su armamento y equipo militar está siendo suministrado desde fuera, por las industrias de defensa más potentes del planeta y por las naciones de la OTAN, encabezadas por EEUU. El apoyo no es solo en armamento, también en inteligencia y asesoramiento militar. Y la instrucción y el adiestramiento de los militares ucranianos, pobre al principio de la guerra, está incrementándose a pasos agigantados. Mientras tanto Rusia ha perdido a sus mejores hombres y ha dejado el Ejército en manos de reclutas sin experiencia. Su armamento se está acabando y la capacidad de su industria está muy limitada por las sanciones. El hecho de que una potencia militar de la entidad de Rusia esté recurriendo a Irán para suministrarse, es muy significativo. Y es que Rusia no está luchando solo contra Ucrania, está luchando contra la OTAN, la alianza militar más poderosa del mundo en capacidad, doctrina e inteligencia. Pero además esta guerra es muy cómoda para las naciones aliadas, porque aportan su capacidad bélica en términos de material, doctrina e inteligencia, pero no exponen las vidas de sus soldados, que es el talón de Aquiles de los países occidentales, como se ha visto en Afganistán y otros conflictos similares. El único precio a pagar por luchar contra Rusia es la crisis energética, algo que puede parecer insufrible para los ciudadanos y algunos políticos, pero es un precio mínimo por participar en una guerra.

En estas condiciones es casi imposible que Putin pueda evitar una dolorosa derrota que puede traer consecuencias imprevisibles en Rusia. Quizá le pueda salvar el miedo de EEUU a que Rusia quede en una situación peligrosa de inestabilidad e incertidumbre. Una situación similar a la que salvó a Sadam Hussein en 1991 (aunque luego cayó en 2003) de su caída definitiva. En aquella ocasión, los EEUU no quisieron aventurarse a un peligroso colapso del régimen iraquí, cuando ya se estaban produciendo alzamientos en el Norte y Sur del país. Irónicamente, ese caos que trataron de evitar en 1991, lo provocaron en 2003. A medida que se acerque la derrota de Rusia, veremos si se produce un giro en la política de EEUU, y de Europa desde luego, para tratar de minimizar los daños.

Esa es, ahora mismo, la mayor preocupación de Zelensky y los ucranianos, que agradecen el apoyo de sus aliados, pero miran con recelo cualquier duda o matización en sus discursos. A Ucrania solo le vale la victoria, porque el daño causado por los rusos en su país ha sido enorme, y dejará heridas para varias generaciones. Ucrania no puede ceder ni un ápice en sus aspiraciones, porque cualquier concesión a Rusia sería un injusto premio por tamaña y criminal acción. Los crímenes de guerra que van apareciendo en distintos lugares de Ucrania complican más la posibilidad de un final pactado, aunque sea con una derrota de Rusia por la mínima. Ya no será solo Ucrania, las ONG´s defensoras de los Derechos Humanos, el tribunal penal de La Haya, los medios de comunicación occidentales, y la opinión pública pueden ser obstáculos a ese final pactado. Igual que con Hitler en la Segunda Guerra Mundial, con Putin solo cabe la derrota sin condiciones, y de eso se van a encargar Zelensky y muchos de sus apoyos internacionales.

Hay otro factor que intentará jugar Putin, como ya lo ha venido haciendo hasta ahora, con el que intenta evitar una derrota total. Y ese factor es la amenaza de las armas nucleares en cualquiera de sus opciones posibles: presuntos accidentes nucleares, uso de armas nucleares tácticas o buscar desesperadamente el enfrentamiento nuclear con la OTAN mediante el uso de las armas nucleares estratégicas. Usar cualquiera de estos recursos desesperados nos abre el camino del apocalipsis, sin que nadie pueda salir ganando de esa confrontación. La capacidad de disuasión de esas armas ya se ha demostrado que es inútil ya que, pese a las amenazas de Putin, la OTAN sigue comprometida con Ucrania, y su única limitación es la de intervenir con fuerzas propias, algo que ni siquiera conviene a los Estados miembros. Por tanto, si a Rusia las armas no le sirven para disuadir, solo queda averiguar si estará dispuesta a emplearlas efectivamente, aún a costa de sufrir las consecuencias de ello. A medida que la derrota rusa se vaya haciendo más evidente, y los riesgos de una convulsión interna en el país aumenten, el riesgo de uso de armas nucleares también aumentará. Si se van a emplear finalmente o no, es algo que solo Putin sabe. O tal vez ni siquiera él.

 

 

 

 

lunes, 17 de octubre de 2022

LA INAPLAZABLE NECESIDAD DE UNA NUEVA LEY DE CARRERA MILITAR

     Los hechos consumados marcan el ritmo de la historia. Los errores cometidos en el pasado se asimilan como parte de la normalidad cuando se consolidan con el paso del tiempo. Cuando ya casi nadie recuerda cómo eran las cosas antes o como podrían haber sido, cuando lo actual parece que estuvo siempre ahí; entonces sucede que no valoramos lo que teníamos, que perdemos el espíritu crítico y nos acostumbramos o resignamos a lo presente. Y en nuestro acomodo, se asienta la resistencia al cambio. El cambio: ese motor trasformador que da miedo afrontar. Y sin embargo, no nos damos cuenta que lo que tenemos hoy es fruto de otros cambios anteriores de los que no tenemos memoria. No todos los cambios son para mejor. A veces el cambio es un fracaso, pero nunca hay que renunciar a intentar mejorar. En este sentido lo más difícil es reconocer que algo no funciona, que algo no se hizo bien en su momento. El fracaso es uno de esos fantasmas que nunca admitimos ver. Y sin embargo el éxito se asienta en una sucesión de fracasos anteriores. Es lo que da la experiencia.

Miremos nuestro régimen de Personal de las Fuerzas Armadas, fruto del desarrollo de la ley 39/2007: la llamada ley de la carrera militar. Es la tercera de la democracia y la tercera desde que existe el Ministerio de Defensa, como heredero de los antiguos Ministerios de la Guerra, Marina y del Aire. Desde que se aprobó la ley han trascurrido trece años. Entre la primera (17/89) y la segunda ley (17/99) pasaron diez años y entre la segunda y la actual (39/2007) ocho, por lo que si se siguiese una progresión lógica deberíamos haber aprobado ya una cuarta. Pero, ni se ha hecho, ni hay intención de hacerlo. Da la impresión de que el proceso de reforma del personal de las Fuerzas Armadas, que comenzó en 1989, ha terminado ya y se ha alcanzado el objetivo deseado. O eso, o que la última ley creó tantos problemas que no se quiere intentar hacer una nueva para evitar riesgos políticos. Y me temo que la segunda razón es la verdadera.

            Los políticos, que últimamente son más dados a crear problemas que a solucionarlos, necesitan ser empujados a esto último. No podemos seguir dando a entender que nos queremos quedar con la ley 39/2007, que mejor dejar todo como está. Esa resignación mina la moral y la capacidad de las Fuerzas Armadas. Y es que hay serios motivos para una nueva ley. Y es que la actual ha sido un fracaso estrepitoso, por más que intentemos ocultárnoslo a nosotros mismos. Es más, nunca se ha aplicado como está escrita porque lo contrario hubiera sido un auténtico desastre. Y si nunca ha llegado a aplicarse en su integridad es porque tácitamente se reconoce que no se hizo bien.

He escrito muchas veces antes sobre la Ley 39/2007, pero como ha pasado mucho tiempo de eso, conviene hacer un repaso de los cambios fundamentales que introdujo la ley y en qué grado se han aplicado. Recordemos que los tres grandes pilares de la ley de carrera son: la introducción de un título universitario de grado adicional a la formación militar en las academias de oficiales y uno de formación profesional en las de suboficiales, el régimen de ascensos por clasificación y elección, y la unificación de las antiguas escalas media y superior de oficiales en una sola.

La introducción de un título de grado universitario en la formación de oficiales ha supuesto la obligación del alumno de cursar dos grados simultáneamente: el de una carrera universitaria y el de la formación como oficial del Ejército correspondiente. Además coexisten dos Centros diferentes para impartir esa formación: la academia militar y el Centro Universitario adscrito a la Defensa (CUD), con directores diferentes y cadenas de mando diferentes. La coordinación de ambos Centros descansa en la buena voluntad de su personal y sobre todo de sus directores, pero es una anomalía que produce continuas disfuncionalidades.

 El alumno, dentro de un régimen peculiar como es el de una academia militar, tiene que aprobar dos carreras a la vez, en unas condiciones mucho más difíciles que un alumno de cualquier universidad. Ello hace que los alumnos soporten una enorme presión académica y tengan dificultades para superar ambos planes de estudios. El sistema estaba pensado para que no todos los alumnos superasen el plan y que las bajas se cubrieran con alumnos con carreras universitarias que se incorporarían a partir de cuarto curso.  En la práctica, se intenta que las bajas sean mínimas y que casi todos los alumnos logren graduarse y recibir su despacho de oficial, porque lo contrario es un enorme despilfarro de recursos. Sin embargo, sí que se han producido algunas incorporaciones de alumnos con títulos de grado a partir del cuarto año, provocando otra disfuncionalidad al salir oficiales con idénticas atribuciones, pero con dos formaciones diferentes.

La formación militar y profesional, la realmente necesaria para cumplir los cometidos, está saliendo muy perjudicada al no disponer de margen para la incorporación o modificación de nuevos contenidos. La formación militar y verdaderamente profesional está muy limitada por la exigencia del CUD para la aprobación de las asignaturas del grado. Y a todo esto, ¿Cuál está siendo el resultado de los nuevos oficiales que salen formados con este sistema?

Pues podemos decir que no existe un estudio verdaderamente serio y objetivo sobre el resultado, pero al menos, en lo que a la Armada respecta, hay dos datos que sí podemos asegurar por el momento: el grado de motivación e ilusión de los oficiales que salen de la Escuela es muy bajo, y el nivel de aprovechamiento del grado universitario que poseen de momento es desconocido, o sea nulo mientras no se demuestre lo contrario. La reducción de los periodos de prácticas en el plan de estudios, sobre todo en aquellos alumnos que entran con titulación, los ha dejado en un número claramente insuficiente. Ello, es de justicia decir, se ha venido agravando por la reducción de días de mar de la Flota por las restricciones presupuestarias y por la carencia de buques que puedan desempeñar ese cometido con eficacia, ése que antiguamente hacían las Corbetas con tanto éxito.

Bajo mi punto de vista, hay una conclusión clara sobre el actual sistema de enseñanza de oficiales, y es que el título de grado casi totalmente ajeno a nuestra profesión, supone una distorsión en la formación y una dificultad muy grande para mejorar la enseñanza realmente profesional. La utilidad de este título es, como mínimo, incierta, y la posibilidad de utilizarlo fuera de las Fuerzas Armadas es muy baja, dado el largo periodo de servicio que el oficial debe dedicar a la institución antes de poder desempeñar su título de grado, con el que no desarrollará su carrera de ingeniero o graduado. Alguien nos ha hecho creer que nuestra formación era muy similar a la de un ingeniero, pero la verdad es que tiene poco que ver, aunque muchas asignaturas teóricas coincidan más o menos. El Ejército del Aire ha propuesto un cambio en el modelo de enseñanza que une el título de grado a la propia formación militar, de modo que desaparezca la dualidad. Consiste en crear un grado nuevo ad hoc, que no proporcionará un título que contemplan el resto de universidades, sino un título propio que permita elaborar el plan de estudios que se requiera para formar un oficial. El modelo no es exactamente nuevo ni original, es exactamente el de los oficiales de la Guardia Civil. En cierto modo, este modelo supondría volver al anterior, pero beneficiándose de las sinergias creadas con las universidades. La propuesta del Ejército del Aire, aunque jurídicamente pueda caber en la ley de carrera, está claramente fuera de las que fueran las intenciones del legislador, pero eso ya no es nuevo, dado que, en otros aspectos importantes del mismo texto legal, dichas intenciones se han dejado de lado. Esta iniciativa podría ser una buena solución, pero no cabe duda que, más temprano que tarde, habrá que hacer una ley nueva porque se está quedando cada vez más fuera de la realidad.

En el caso de los suboficiales, la ley no ha supuesto tantos cambios, aunque obliga a obtener una titulación de formación profesional. En algunas especialidades, la equivalencia puede ser sencilla, pero en otras resulta más complicada y los ajustes de los Planes de estudios pueden dificultar la enseñanza de contenidos profesionales. No obstante, la formación del suboficial se ha alargado y ha permitido dar una enseñanza de calidad. El problema, es que los suboficiales, aunque procedan de promoción interna, carecen de experiencia porque, aunque son muchos los que proceden de la escala de tropa y marinería, pocos han pasado suficiente tiempo en ella. Esto, tradicional en el Ejército de Tierra, es un problema para la Armada.

La promoción interna para oficial, por cierto, ha sido muy dañada con la nueva ley de carrera. La posibilidad de ingresar en una academia militar de oficiales desde suboficial resulta muy complicada, porque sin una titulación de grado universitario no se convalidará al suboficial, cabo, soldado o marinero prácticamente nada de su formación anterior. Si la formación de un oficial que ingresa sin título universitario son cinco años y la de suboficial tres, el resultado final son 8 años de estudios y muy escasa experiencia profesional para sacar un oficial procedente de suboficial. Un suboficial que, por cierto, apenas habrá desarrollado sus cometidos profesionales en esa escala, por lo que en puridad no se puede hablar de promoción interna sino de otra forma de ingreso. Tampoco la promoción interna en la escala de suboficiales es real, los que ingresan a través de esas plazas son, mayormente, marineros con un solo año de antigüedad. Resulta mucho más atractivo para un soldado o marinero, que están ingresando con una formación superior a los que las FAS necesitan de ellos, promocionar a suboficial que a cabo o cabo 1º, por lo que hay serios problemas para cubrir las necesidades en estos empleos.

Y aquí enlazamos con otra de las principales novedades que trajo la ley de carrera militar, que fue la eliminación de la antigua escala de oficiales, antes escala media, para fusionarla con la antigua escala superior, ahora escala de oficiales.  En su momento, fue el aspecto más controvertido de la ley y el motivo de miles de recursos de oficiales de los tres Ejércitos. Oficiales con titulaciones distintas y trayectorias diferentes fueron metidos con calzador en una nueva escala que los mezclaba sin consideración y que daba antigüedades de una manera, vamos a decir, poco rigurosa. El ambiente que se creó en entre los oficiales de las Fuerzas Armadas fue bastante enrarecido y el nivel de motivación entre los oficiales afectados tocó fondo. Hoy este aspecto ha quedado muy atrás y podemos decir que se ha normalizado. Sin embargo, las Fuerzas Armadas han creado un problema que no tiene, en este momento, una solución totalmente satisfactoria. Al desaparecer la escala media, antes escala auxiliar, no hay suficientes oficiales en los empleos más bajos: teniente y capitán. Para paliar esta carencia la ley de carrera contemplaba dos vías: los retenidos en el ascenso y los militares de complemento. Ninguna de las dos vías está funcionando bien. El número de oficiales retenidos, que son aquellos que no habiendo superado las evaluaciones para el ascenso quedan definitivamente en el empleo inferior, es muy escaso. El oficial retenido es un individuo muy desmotivado, sin ánimo ninguno de mejorar su perfil profesional cuando sus opciones de ascenso están totalmente cerradas. Por ese motivo y porque, de momento, tampoco sobran efectivos en los empleos más altos, los Ejércitos han optado por ascender a la casi totalidad de los oficiales hasta teniente coronel, y no limitar su progreso profesional a los pocos años de carrera. Y es que el sistema de ascensos es otro de los grandes fracasos de la ley, pero de eso hablaremos luego.

La otra opción para completar la necesidad de oficiales en los empleos más bajos era la del militar de complemento, individuos que podían acceder a las Fuerzas Armadas con el grado de oficial firmando un contrato de ocho años si estaban en posesión de algunos títulos universitarios. Y aquí es donde surge el problema. Porque el militar de complemento siempre ha sido un problema para el Ministerio de Defensa, como ahora lo empieza a ser la tropa y marinería profesional. En la cultura española, un país con una tasa de paro estructural bastante elevada, y entre ese grupo de parados hay muchos jóvenes con títulos universitarios, no hay nada más valioso que un empleo fijo. En otros países como Estados Unidos o el Reino Unido, el paro estructural es casi una anécdota y es prácticamente nulo en individuos con títulos universitarios. La posibilidad de adquirir un empleo fijo en esos países, de donde se ha copiado la desafortunada ley de carrera, no es demasiado importante en comparación con otras consideraciones. Es frecuente y está normalizado cambiar de empresa y de trabajo, y no necesariamente supone un drama. En España los empleos públicos están mejor pagados que la mayoría de los privados, y tienen la garantía de que suelen ser fijos. Cuando la administración contrata trabajadores temporales enseguida surgen los conflictos laborales y las protestas.

Los militares de complemento no son ajenos a esa problemática. Antes de la entrada en vigor de la ley actual, los militares de complemento podían renovar su contrato año tras año y presentarse a un proceso selectivo para acceder a una Escala de oficiales que garantizaba un empleo fijo. Si la cosa no salía bien, venían las protestas laborales ya que después de muchos años en las Fuerzas Armadas la reinserción laboral era muy complicada. Para evitar esos problemas en el futuro, se decidió incluir en la ley de carrera que los contratos solo podrían prorrogarse hasta ocho años. Y para que todos los militares de complemento tuvieran las mismas oportunidades, solo se permitió entrar a aquellos que poseían títulos universitarios equivalentes a los oficiales de carrera, es decir ingenierías o asimilados. De ese modo todos podrían acceder por promoción interna a los procesos de selección de acceso a dicha escala. El problema es que la oferta no es atractiva. Los militares de complemento tradicionalmente procedían de aquellas carreras universitarias con mayores tasas de paro y ahora esos tienen vetado el acceso. Los ingenieros son de las titulaciones con menos paro en España, y la opción de pasar ocho años en las Fuerzas Armadas para ejercer unos cometidos que muy poco tienen que ver con su profesión, no resulta interesante a la inmensa mayoría. En consecuencia, año tras año, las plazas convocadas por el Ministerio de Defensa para militares de complemento de los Cuerpos Generales de los Ejércitos, no se cubren. El problema, nuevamente, es el título universitario, al haber ligado la ley de carrera la condición de oficial de las Fuerzas Armadas a la de ingeniero.

La opción de las escalas auxiliares, con mayoría de efectivos procedentes de suboficial, llenaba el hueco de manera mucho más satisfactoria, ya que para los suboficiales el acceso a esta escala suponía un aliciente que ayudaba a la motivación. O sea, al contrario de lo que sucede con los oficiales retenidos en el ascenso, que sí no se cambia el sistema, serán a largo plazo los que rellenen los puestos en los empleos más bajos.

Y finalmente llegamos al asunto de los ascensos. Hasta la ley de carrera 39/2007 todos los oficiales y suboficiales ascendían al empleo superior cuando cumplían los tiempos de servicio establecidos y pasaban los cursos preceptivos, cuando los había. Por estricto orden de antigüedad. En la ley anterior, la 17/99, el orden de ascensos podía verse modificado dentro de la misma promoción, pero no entre promociones diferentes. La antigüedad era el rasgo más importante de la carrera militar. Y la antigüedad se obtenía con la experiencia. La antigüedad significaba jerarquía, y como un elemento sagrado, todos los militares la respetaban y aceptaban con un respeto indiscutido. Para conocer y regular la antigüedad estaba el escalafón, donde cada uno ocupaba su sitio según su orden de antigüedad. El escalafón avanzaba, pero siempre por orden de antigüedad. Solo para los empleos de oficial general o suboficial mayor se podían promover ascensos sin respetar el sagrado orden de la antigüedad. En la antigüedad descansaba la jerarquía, y en la jerarquía la disciplina por autentico convencimiento.

Pues bien, la ley de carrera militar destruyó la antigüedad, pero mantuvo el escalafón. Es decir mantuvo el instrumento, pero no su justificación. El nuevo escalafón es errático y puede producir cambios de jerarquía notables e imprevistos. La jerarquía ya no es una vaca sagrada, y la disciplina se acepta, pero no convence como antes. Los ascensos por clasificación o elección, como introdujo la ley de carrera militar, pretendían ascender a los mejores, no a los más antiguos. Y tal objetivo, por excesivamente ambicioso, ha distorsionado la escala militar y ha degradado la razón de ser del escalafón.

Cuando se evalúan varios militares de carrera para decidir a quien se asciende y en qué orden, nos encontramos con un problema  inconmensurable y al que la normativa de desarrollo de la ley ha dado una respuesta inauditamente calamitosa. Se optó por lo más fácil y lo más barato: el sistema de Informes Personales de Calificación (IPEC) y la trayectoria profesional. Ambas herramientas tenían una ventaja sobre cualquier otro sistema que se introdujera, y es que ya estaban en el sistema, por lo que permitían ordenar a los militares con valoraciones nuevas, pero hechas con elementos ya existentes aplicados de manera retroactiva. Cualquier otro sistema hubiese sido mucho más complicado de instaurar. Se optó por lo más fácil, pero también por lo más defectuoso, injusto y arbitrario. Pero lo importante entonces era poder aplicar la norma lo antes posible.

La valoración de la trayectoria es arbitraria porque ésta no se realiza, en muchos casos, según la voluntad del interesado. Cuando se aplicó la norma por primera vez cualquiera podía haber pensado: “Si sé que este destino o este curso puntúa tan poco, no lo hubiera pedido”. Pero desafortunadamente, en muchos casos, ni siquiera la trayectoria la decide el propio interesado. A un militar se le premia o se le sanciona por estar en destinos o realizar cursos de especialización que tuvo que realizar porque su antigüedad no le permitía realizar otros. O sea valoramos los méritos de un profesional por una trayectoria que se le ha ordenado hacer. Por otro lado, la dispar valoración de unos destinos respecto a otros perjudica grandemente la eficacia de las Fuerzas Armadas al penalizar indirectamente el desarrollo profesional en determinados puestos. Lo que viene sucediendo al final es que hay destinos donde nadie quiere estar, si alguien tiene que estar, tendrá la permanencia mínima o solo permanecerán aquellos que, desilusionados con sus expectativas de carrera, solo busquen estabilidad geográfica. Para evitar esto, se ha ido reduciendo las diferencias de valoración entre destinos, hasta hacerlas lo menos relevantes posibles, salvo destinos de mando o especial responsabilidad que se asignan en otros procesos de valoración independientes. Procesos que también se basan en los IPEC, por lo que en muchos casos aunque no en todos, el IPEC es directa o indirectamente la casi única herramienta del sistema.

Y ¿Qué es el IPEC? El IPEC es un informe de valoración del personal que realizan tres calificadores, de los cuales uno es el superior inmediato y al que los otros suelen copiar o imitar el informe, que se basa exclusivamente en el criterio puramente subjetivo del calificador. EL IPEC no está sometido a ninguna norma objetiva, y aunque los campos que describe son muchos, la única utilidad de todos ellos es meterlos en una fórmula matemática para poner en orden a todos los calificados. Un solo orden, que define quienes son los buenos y quienes los menos buenos, no en algo específico, sino globalmente. El calificador no tiene que demostrar ni probar nada, su criterio es suficiente para decidir la valía del calificado con una cifra entre 1 y 10, de la que naturalmente si se tiene menos de 8, se estará en la cola del frente de evaluación. Porque cuando se selecciona un frente de evaluación, se están seleccionando IPEC de calificadores diferentes para cada individuo y para cada año y entre los que sus baremos mentales serán diferentes. Entre el total de calificados habrá como mucho dos calificados que coincidan en un calificador en un solo IPEC, tal vez dos, en un total de 20 informes por individuo, en el caso de la Armada. Es muy escuchado el argumento de que, aunque unos calificadores puntúan más alto que otros, después de varios años trayectoria se compensan por el elevado número de calificadores que uno ha sufrido. Pero esa afirmación carece de fundamento matemático, ya que como se ha indicado, el número de IPEC hecho por los mismos calificadores en un mismo proceso de evaluación es casi inexistente debido al elevadísimo número de éstos.

Además, al haber un número de calificadores tan alto, que además desconocen el baremo de los demás, la existencia de un valor de referencia es prácticamente imposible. Se ha afirmado con insistencia, que la razón de esa disfuncionalidad es que los calificadores no hacen bien los IPEC, por poner notas siempre muy infladas, pero pese a ello, el sistema prosigue su marcha como si los resultados fuesen plenamente acertados. En la propia instrucción para el relleno de los IPEC se afirma que la C es una nota que debería abundar en todos los calificados, que la B es menos frecuente y solo debería aparecer en algunos rasgos, y que la A, por excepcional solo puede aparecer unas pocas veces. EL hecho es que si en tus calificaciones abunda la C irás a la cola del frente de evaluación y que los primeros de cada frente tendrán A en la mitad de sus rasgos o más. La SEPEC (organismo que controla y clasifica en las evaluaciones de la Armada) puede devolver unos informes si son demasiado buenos, y de hecho lo hacen, pero curiosamente los primeros de cada frente tienen unas medias que superan con creces los límites que la propia SEPEC marca.

SI descendemos a los datos concretos, vemos que en un frente real de evaluación de oficiales de la Armada las notas medias en todos los conceptos están por encima del 8. Solo unos pocos individuos tienen la desgracia de tener menos nota, y eso que seguro que en sus informes de 7 o 7,5 se afirmara que se trata de un magnífico profesional. Las diferencias entre el primero y el último o penúltimo del frente no superarán un punto en la mayoría de los conceptos y sin embargo su destino será radicalmente diferente. Para convertir esas diferencias pequeñas en relevantes se normalizan las notas mediante una fórmula matemática que convierte la mínima nota en el 10 y la máxima en un 20, disparando las diferencias. Pero esta operación esconde un enorme fraude. Si la media esperada entre los evaluadores, según las instrucciones del IPEC, debe ser un 5 o un 6 y la media real es un 8, eso significa que los evaluadores tienen un error de medición en su informe de 3 o 4 puntos de media. Sin embargo la diferencia entre sus calificados es apenas de un punto, un punto y medio a lo más. Esto quiere decir que en la diferencia de sus valoraciones es mucho menor la diferencia en la calificación que en el error que cometen al hacerla. Al normalizar las calificaciones lo que hacemos es amplificar los errores. El resultado es enormemente errático. Por supuesto, no es así en todos los casos. Cuando un superior se quiere asegurar que el calificado se salga por arriba o por abajo, basta con romper los límites del sistema y poner calificaciones por debajo de 8 o por encima de 9. Lo primero será bien recibido por la SEPEC porque se acerca a los valores teóricos de referencia, aunque ya sabemos que en la práctica hundirán al calificado. En el primer caso, dependiendo de si el calificado tiene “prestigio” entre los mandos, se permitirá romper las normas ya que se tratará de un individuo “que todo el mundo sabe que es excepcional.”

Este arbitrario método da mucho poder a los mandos permitiéndoles cierto control y coacción a sus subordinados directos, porque es totalmente discrecional. A cambio, disuade a los subordinados que aún tengan expectativas de carrera, de cualquier enfrentamiento con sus jefes directos. Ello garantiza que el primer criterio para el ascenso sea el de las lealtades personales, cuando no la sumisión al sistema, apagando todo espíritu crítico. La disciplina es algo que ningún militar puede poner en duda, la sumisión es una perniciosa derivada que daña a las Fuerzas Armadas. La lealtad debe entenderse en un sentido amplio, también de superior a subordinado, no solo a la inversa, y sobre todo a España y a los principios que sustentan la profesión militar, no a personas concretas que puedan tener intereses particulares, incluso espurios.

El sistema de IPEC se emplea para poner en orden los frentes de evaluación y decidir los ascensos. También para asignar los destinos de mando y especial responsabilidad. Pero el sistema de IPEC no informa de las verdaderas cualidades de su individuo ni de sus capacidades profesionales, y aunque lo hiciera, lo único que se recoge es un número de orden. Un número de orden de un grupo de profesionales con trayectorias muy dispares y jefes muy distintos. EL IPEC no solo no valora bien, sino que desmotiva y no fomenta el talento ni la promoción profesional.

La ley de carrera introdujo también otro aspecto novedoso: las especialidades de segundo tramo, tanto para oficiales como para suboficiales, que deben hacerse en el tercer empleo para reorientar su trayectoria y que deben ser preceptivos para el ascenso. Curiosamente, el desarrollo normativo y efectivo de las especialidades de segundo tramo se ha retrasado muchísimo. La Armada no ha empezado a implementarlas en oficiales hasta 2019 y en suboficiales está arrancando ahora. El Ministerio de Defensa emitió el reglamento el  año pasado. No vamos a entrar en las razones de tan prolongada demora, pero todo parece indicar que los Ejércitos y la Armada han ofrecido bastante resistencia a su aplicación. La implementación de estos cursos supone un coste importante tanto directo como de oportunidad, ya que los alumnos que los cursen dejan de ocupar destinos en la estructura mientras los realizan.

Sin embargo, las especialidades de segundo tramo constituyen uno de los pocos aciertos de la ley. Si las especialidades se convierten de manera efectiva y real en el arranque de una segunda trayectoria, van a solucionar varios problemas. Por un lado, los cometidos que tanto oficiales como suboficiales desarrollan en su segunda trayectoria tienen muy poco que ver con los de la primera, que son esencialmente operativos. Para dichos cometidos se les preparó en los centros docentes de formación, mientras que para los segundos no se les daba ninguna preparación específica. Por otro lado, en el modelo actual, no existen trayectorias definidas. Al no haber preparación específica, un militar puede moverse por un abanico amplio de destinos de naturaleza muy diferente sin que se valore demasiado su experiencia o formación, y al final se le evalúa en base a los IPEC donde las estimaciones de sus mandos directos decidirán su futuro. Con este modelo, en lugar de crear trayectorias de especialización que diferencien a los militares por su experiencia y conocimientos, se crean trayectorias diversas en las que solo hay buenos, menos buenos y regulares, lo que produce desmotivación en muchos y desaprovechamiento del talento y la experiencia en la institución. Las especialidades de segundo tramo pueden dar una solución a este modelo, pero no basta con crear los cursos preceptivos, sino que deben crearse las trayectorias con destinos seleccionados y ascensos por especialidades. Y en eso, la ley de carrera con sus sistemas de ascenso y evaluaciones basadas en los IPEC y en valoraciones de trayectorias distintas, encaja mal. Esta anomalía de la ley demuestra que se elaboró con muchos errores y que es necesario cambiar muchos de sus planteamientos, lo que necesariamente debe hacerse redactando una nueva.

            Y, ¿qué soluciones pueden proponerse para esta nueva ley? Algunas ya se han ido exponiendo a lo largo de este artículo. La enseñanza debe volver a ser específica y olvidarse de la utopía de dar dos carreras con el tiempo y los medios de una. Para ello, y para no desperdiciar la experiencia de haber cooperado con la Universidad, la solución propuesta por el Ejército del Aire parece la más acertada. Un título de grado y máster, sí, pero propio y específico de cada Ejército. Un modelo similar valdría para los títulos de técnico superior de los suboficiales, y que permitiría una convalidación significativa del grado de oficial, facilitando la promoción interna. Respecto al sistema de ascensos, es necesario volver a la antigüedad hasta el grado de coronel y olvidarse de evaluaciones basadas en criterios subjetivos. Las evaluaciones deben ser específicas para el mando y los destinos de especial responsabilidad y los IPEC deben ser reducidos y su utilidad muy limitada. No deben compararse trayectorias diferentes. Al fin y al cabo, los empleos militares siempre han representado mucho más la veteranía y la jerarquía que los cometidos profesionales. La antigüedad garantizaba mucho más la disciplina y el compañerismo que cualquier otro criterio para ascender. Los puestos de especial responsabilidad, en cambio, sí que se pueden evaluar por capacidad e idoneidad. Y aquí también entran las trayectorias profesionales, además de informes personales que tendrán que estar basados en características más específicas y objetivables que los IPEC.

            La nueva ley de carrera militar debería permitir trayectorias profesionales más especializadas, perfiles más motivadores y un sistema de ascensos menos competitivo, excepto para los empleos más altos del escalafón. La enseñanza, orientada a formar profesionales de la milicia y no de otros órdenes, y a facilitar una verdadera promoción interna que motive a las Escalas de suboficiales y de tropa, pero también que permita aprovechar la experiencia profesional. Accediendo al grado de oficial y suboficial a militares de dilatada experiencia en las escalas de menor categoría, permitirá además cubrir las necesidades de los primeros empleos de dichas escalas.

            Las Fuerzas Armadas siguen evolucionando, con algunos pasos adelante y otros, desafortunadamente, hacia atrás. Es hora de aprovechar los aciertos, pero también de rectificar los errores cometidos y seguir cambiando, evolucionando a mejor. El tiempo apremia, el futuro es hoy.

miércoles, 25 de mayo de 2022

CUANDO RUSIA ATACA...

Es bien conocido que la conquista militar de Rusia es una empresa hercúlea. Lo aprendieron bien Hitler y Napoleón, que lo intentaron, y que concluyeron en sonados desastres militares. Sin embargo, menos conocido es el hecho de las campañas militares de Rusia fuera de sus fronteras. Es decir, que es lo que ha sucedido cuando Rusia ha iniciado una guerra de ocupación fuera de su territorio. Si repasamos todas las guerras que Rusia o la URSS emprendió fuera de su territorio, en los siglos XIX y XX, tenemos:

Las primeras campañas contra Napoleón, Rusia se alía con otras naciones para frenar el poder de Napoleón en la Tercera coalición, que finaliza con la derrota de los rusos y austríacos en Austerlitz (1805). De nuevo Rusia se alía con otras potencias europeas para frenar la ambición del emperador francés en la Cuarta coalición. Los rusos vuelven a ser derrotados en Fiedland y obligados a formar la paz de Tilsit (1807). Este acuerdo de paz no durará mucho porque Napoleón invade Rusia en 1812, sufriendo su peor derrota y la pérdida de la mayor parte de su ejército.

La guerra de Crimea (1853-1856). Aprovechando la debilidad de su histórico rival, el imperio otomano, el zar Nicolás I emprendió una guerra de conquista en el Danubio y en el Caúcaso. El temor a un desplome del Imperio otomano hizo que entraran en el conflicto las potencias europeas Francia y Gran Bretaña, que desembarcaron en la península de Crimea. La guerra se prolongó y produjo numerosas bajas, finalizando con una derrota rusa que vio a sus enemigos ocupar Sebastopol. El tratado de paz coincidió con la muerte del zar y la llegada al poder de Alejandro II que vio en el atraso del país, la causa de la derrota. En consecuencia, inició una autentica revolución político u social: abolió la servidumbre, reformó la legislación penal, la administración y el Ejército. Rusia inició una convulsión social que puso en jaque a todas las instituciones.

La guerra ruso-turca de 1877. Las rebeliones eslavas contras los musulmanes en los Balcanes dieron a Rusia la oportunidad de intervenir de nuevo contra el Imperio Otomano y aumentar su influencia en Europa del Este. El zar Alejandro II, con un Ejército más moderno y preparado que en la guerra de Crimea, tuvo un gran éxito en sus campañas iniciales llegando a amenazar Estambul en 1878. Pero la flota británica acudió de nuevo al rescate de los otomanos y obligó al zar a una forzada negociación de paz. Las aspiraciones rusas se quedaron a medio camino. Los grupos revolucionarios intensificaron sus acciones contra el zar que sufrió tres atentados fallidos contra su persona, hasta el que le costó la vida en 1881.

La guerra contra Japón en Manchuria (1905). Las aspiraciones rusas de abrir un puerto con salida al Pacífico chocaron con el imperialismo japonés en Manchuria. Los japoneses derrotaron y humillaron a los rusos por tierra y por mar, provocando una gran indignación en el país. La dura situación de las clases más desfavorecidas provocó una revolución social por todo el país, que pese a la dura represión inicial, no pudo ser controlada. EL zar tuvo que aceptar la creación de la Duma, el primer parlamento democrático, y otras concesiones.

La Primera Guerra Mundial contra Alemania, el Imperio Otomano y Austria-Hungría (1914-1917). La delicada situación que vivía Rusia, en lo social y económico, se agravó con la entrada del país en la Primera Guerra Mundial. El ejército ruso no logró derrotar a los alemanes ni al resto de sus enemigos, y se enfrascó en un desgaste que provocó efectos devastadores en la población. En esta situación se produjo la revolución de febrero de 1917, que inició la democratización del país, pero los bolcheviques se rebelaron de nuevo en octubre del mismo año, aprovechando que el gobierno provisional no ponía fin a la guerra. Tras firmar la paz con Alemania, la nueva Rusia se vio inmersa en una guerra civil que duró hasta 1921.

La guerra de invierno contra Finlandia (1940). Aprovechando la tranquilidad que le daba el pacto de no agresión con la Alemania de Hitler y la declaración de guerra de Francia e Inglaterra a ésta, Stalin ordena la ocupación de Finlandia, que se negaba a las exigencias soviéticas de anexión. El ejército rojo invadió el país vecino en pleno invierno, pero infravaloró a su oponente y sufrió una derrota muy dolorosa con numerosas bajas. A pesar de los escasos logros alcanzados por los soviéticos, Finlandia le cedió partes de su territorio para alcanzar la paz.

La ocupación de Afganistán. Con la URSS establecida como superpotencia mundial, heredera de la Rusia zarista, y líder del pacto de Varsovia, se emprendió la expansión del comunismo en el mundo. Para competir con los EEUU, la URSS favoreció regímenes afines en distintas zonas del mundo, pero, justo en sus fronteras, en Afganistán, invadió el país para tratar de sostener el régimen establecido en diciembre de 1979. La guerra de Afganistán supuso un enorme desgaste para la URSS, que acabo produciendo un desastre económico y supuso la reforma del sistema político por parte del líder Gorbachov, que ordenó la retirada en 1989. Lo que Gorbachov no previó fue el colapso de la URSS, su desintegración dé distintas repúblicas y el final del sistema autoritario basado en el partido comunista.

Como vemos, todas las guerras que Rusia ha iniciado fuera de su territorio en los dos últimos siglos han terminado en una sonora derrota, quizá con la excepción de la guerra de 1877; y la casi totalidad de dichas derrotas han provocado revoluciones más o menos violentas o exitosas en el interior del país.

¿Ocurrirá lo mismo en Ucrania en su guerra del siglo XXI?

lunes, 28 de febrero de 2022

POSIBLES ESCENARIOS TRAS EL CONFLICTO DE UCRANIA

El pasado jueves 24 de febrero las tropas rusas cruzaban la frontera ucraniana en varios puntos, poniendo en marcha una invasión que ha desencadenado el conflicto armado más letal del siglo XXI, con consecuencias aún por determinar. La amenaza que la Rusia de Putin suponía para sus vecinos se ha materializado ahora en una agresión militar a gran escala que ya nadie puede ignorar. Nadie, ni siquiera el analista pro ruso Pedro Baños, podrá vendernos la idea de que la OTAN es una amenaza para Rusia y que las exigencias de Putin están justificadas. Occidente, después de un largo tiempo de letargo, se ha despertado con el estallido de las bombas sobre Kiev y la enconada resistencia de los ucranianos.  Después de cuatro días de intensos combates en varios lugares de Ucrania, estamos en disposición de afirmar que estamos ante un punto de inflexión en el escenario internacional, tan importante o más que el 11S y quizá que la caída del muro de Berlín.

El mundo entero se agita ansioso ante una guerra que, sin duda, va a cambiar el mundo; y la incertidumbre que genera está provocando una enorme inquietud. La amenaza rusa parece extenderse a otros países, y Europa, al fin, parece estar tomando medidas serias para castigar económicamente a Putin y aislar a Rusia, mientras se esfuerza en suministrar armas y ayuda humanitaria a la agredida Ucrania. La OTAN se despliega en los países más próximos, preparando un dispositivo defensivo a modo de cortafuegos de las llamaradas que se vislumbran en los llanos de Ucrania mientras Putin pone en alerta su arsenal nuclear. Pero el cambio de actitud de los europeos, pasando de condenas formales, pero reacciones tibias, a reacciones contundentes y acciones decisivas, ha sido provocado por el heroísmo ucraniano que, contra todo pronóstico, mantiene en jaque a un Ejército muy superior en número y en armamento. Estos héroes que salen en nuestras pantallas de televisión, que se asoman a las redes sociales, contagian valor y entusiasmo e inflaman las almas libres de Occidente de indignación y determinación. Zelensky, liderando a los suyos, ha conmovido al mundo libre y ha removido las conciencias de los ciudadanos europeos y de sus líderes.

Pero la superioridad militar rusa es un hecho, y la lógica bélica dice que el mayor potencial del agresor acabara por imponerse. Sin embargo, los frentes de esta guerra no se ganan solo con más aviones, más misiles y más blindados. El aislamiento de Rusia producirá un enorme daño económico y también social, que será visible mucho antes de lo previsto, y que puede alimentar un movimiento antigubernamental que ya está en las calles de todas las ciudades rusas, y que puede acabar en un estallido social, como sucedió en 1905 y en 1917. Las bajas rusas, aunque desconocidas, se estiman ya en miles, destrozando el plan triunfal de Putin de lograr la capitulación de Kiev tan limpiamente como logró la anexión de Crimea en 2014.

Con este escenario, que nadie hubiera previsto hace tan solo una semana, se abren diversas posibilidades de desenlace, que pasan desde el más favorable a Occidente y más desastroso para el dictador ruso, al más favorable para Putin y por tanto más peligroso para la civilización occidental, o lo que es lo mismo para el mundo libre, porque lo que se está luchando en Ucrania no es otra cosa que la guerra entre las naciones libres y los regímenes autoritarios, que usan la Fuerza como instrumento para doblegar tanto a los ciudadanos como a los Estados que se interponen en sus intereses.

En el segundo de los supuestos, el conflicto, que no ha comenzado demasiado bien para Rusia, cambia de curso rápidamente y se produce el colapso de la resistencia ucraniana. En este escenario, los rusos se apoderarían de Kiev, Kharkov y la mayoría de las ciudades del país derrumbándose la oposición armada. El gobierno ucraniano caería en manos rusas o se vería obligado a firmar una capitulación, prácticamente sin condiciones. Rusia seguiría aislada internacionalmente y sufriendo las consecuencias económicas de las sanciones, pero se abriría a negociaciones, también a nivel internacional, que debilitarían el sostenimiento de las mismas. Los hechos consumados acabarían imponiéndose, y Ucrania quedaría en la órbita rusa con un gobierno satélite y con su territorio amputado. Georgia proclamaría su renuncia a entrar en la OTAN, y quizá reconocería la independencia de las provincias controladas por Rusia.

En el primer supuesto, la guerra se hace insoportable para los rusos: la resistencia no cesa y las bajas rusas se siguen multiplicando. Las sanciones económicas arruinan los negocios de la aristocracia rusa que, unida a la indignación social por el creciente número de muertos, intentaría un cambio de curso en la situación provocando la caía del régimen de Putin y una retirada de tropas del país vecino. Rusia podría abrirse a un proceso de democratización y a una negociación con los EEUU y Europa para abrirse al mundo libre y recuperar su desarrollo económico.

La realidad futura estará en un escenario situado entre los dos supuestos, pero analizando la situación podemos ver a cuál de ellos se va a acercar más. Lo primero que podemos considerar es que, pase lo que pase en Ucrania a partir de ahora, Rusia ya ha fracasado en su objetivo de hacer claudicar a su vecino a un coste mínimo de vidas y de pérdidas económicas. No cabe duda que eso es lo que Putin pretendía, y eso explica porque sus amenazas no han parado de subir de tono mientras acepta negociar con un gobierno al que, hasta hace unas horas, consideraba ilegítimo de drogadictos y neonazis. El alto número de bajas sufridas por los rusos en Ucrania no es algo que se vaya a poder esconder, y el daño que va a producir en muchas familias y poblaciones rusas no es ya evitable. Tampoco va a ser nada fácil lograr a corto plazo que las duras sanciones contra Rusia se paren y se vuelva a la situación anterior a la guerra, ya que la sensación de amenaza permanece y ya no es solo Ucrania el motivo de las mismas, sino la percepción, bastante atinada por cierto, de que el siguiente puede ser cualquier otro. Con todo este escenario, es muy difícil que Putin pueda vender su operación militar como una victoria, aún en el caso de que Ucrania capitule en unos días. Las imágenes de Putin caricaturizado como Hitler alrededor del mundo y los miles de muertos en la guerra están en la retina de millones de personas y no se van a ir ya de la memoria colectiva.

Con todo, si Putin aguanta el malestar interno que se va a generar en su país y logra que la guerra termine pronto, volveremos al escenario de la guerra fría, pero con una Rusia mucho más debilitada que la antigua URSS. La dura situación económica que va a sufrir el país, lo arrojará probablemente en manos de China, única potencia con capacidad e intención de soportarla. Al mismo tiempo, la ilusión democrática de Rusia desaparecerá del todo, como ya nos ha adelantado el ex presidente Medvedev con la reinstauración de la pena de muerte y una fuerte represión interna, así como un control total sobre los medios de comunicación e Internet. La tensión en Europa aumentará, y la OTAN se rearmará y desplegará masivamente en los países del Este, de forma, ya, definitiva. ¿Cuánto tiempo duraría esta situación? Eso es más difícil de determinar, pero sino se produce la caía de Putin es al escenario hacia el que vamos.


miércoles, 2 de febrero de 2022

DESPUÉS DE AFGANISTÁN, UCRANIA


Las imágenes de satélite tomadas por EEUU han descubierto al mundo el preocupante hecho del enorme despliegue militar ruso, alrededor de 100.000 soldados, en la frontera ucraniana. La razón de tal despliegue, muy costoso en términos económicos, y en términos políticos sino se alcanzan los objetivos pretendidos, no puede ser otro que lograr la sumisión del Estado vecino, bien por cesión ante la amenaza de una invasión o como consecuencia de la invasión misma. No sabemos con exactitud cuales los objetivos pretendidos por el Kremlin, pero dada la magnitud del despliegue, ha de entenderse como un cambio radical en la dinámica política y de seguridad en Europa, es decir utilizar la sumisión de Ucrania como aviso al resto de Estados vecinos.

No es la primera vez que Rusia usa la fuerza para evitar la deriva occidentalista de las repúblicas exsoviéticas que limitan con ella. En 2008, Rusia invadió dos provincias de mayoría de etnia rusa en Georgia, y aún hoy permanecen bajo su control. Asimismo, en 2014, Rusia, tras la revolución naranja en Ucrania, se anexionó Crimea, prácticamente sin lucha, y armó a los rebeldes prorrusos de las zonas de Lugansk y Donetsk que se separaron de Ucrania consiguiendo mantenerse fuera del control del gobierno de Kiev. Sin embargo, en esta ocasión, la entidad de las fuerzas movilizadas no indica una acción local o híbrida sino una operación militar de gran calibre. El discurso del gobierno de Putin niega cualquier intención agresora, pero insiste en que no permitirá que continúe la expansión de la OTAN hacia el Este. Y es que, pese a las amenazas y los ataques rusos del pasado, tanto Ucrania como Georgia se han reafirmado cada vez más en su propósito de unirse a la OTAN y a la UE y de buscar el apoyo occidental para garantizar su seguridad.

Así que todo parece indicar que, salvo que la disuasión de EEUU o de la OTAN sea realmente efectiva, los rusos no van a cejar en su empeño y están dispuestos a usar la fuerza para conseguir sus propósitos. Cualquier observador se preguntará porque ahora, cuando la situación en Ucrania no ha variado mucho desde que se firmaron los acuerdos de Minsk en 2015, acuerdos que sirvieron mantener una tregua en las provincias en disputa. La clave del cuando parece estar en la percepción rusa de que la OTAN atraviesa un momento de debilidad. Y es que la percepción de debilidad parece atinada. Por un lado, EEUU está priorizando el área Asia-Pacífico en su política de seguridad, manteniendo un despliegue naval cerca de Taiwán, país que se siente amenazado por la otra gran autocracia del Planeta: la República Popular China. Además, la sociedad norteamericana se encuentra en crisis y muy dividida, como se pudo comprobar en las últimas elecciones y desde la Casablanca se ha afirmado varias veces que no se plantea una respuesta militar en Ucrania, si bien esa postura se viene matizando las últimas semanas. Por otro lado, Europa se encuentra desunida. Alemania está más cerca de la postura rusa, tras la construcción del gasoducto en el Báltico, y el nuevo Gobierno de coalición está divido sobre la política de seguridad. Francia no siente la amenaza rusa como muy cercana, a diferencia de los antiguos miembros del pacto de Varsovia y las repúblicas exsoviéticas, lo mismo que sucede en Italia y en España donde los socios del gobierno de coalición se pelean por atribuirse el cartel del “No a la guerra”. Incluso Hungría, pese a ser uno de los antiguos miembros del pacto de Varsovia, advierte que no ayudará a Ucrania por el maltrato que según el gobierno húngaro recibe la minoría de este país en el territorio de su vecino. Solamente el Reino Unido parece más determinado y consciente del peligro de una agresión rusa a Ucrania. Curioso, por cierto, el doble rasero de aquellos impulsores del “No a la guerra” en España, que se manifestaron enardecidos contra EEUU en la crisis de Irak de 2003, pero que, en el momento actual, en lugar de manifestarse contra el posible atacante, lo hacen contra aquellos que pretendan defender al atacado. Sin tanto entusiasmo como entonces, eso sí.

Pero lo más significativo es, sin duda, la percepción de que la OTAN como alianza militar está demostrando ser mucho más débil e inoperante de lo que aparenta, siendo la reciente retirada de Afganistán la mejor prueba de ello. Y es los países miembros decidieron abandonar la misión porque no estaban dispuestos a asumir bajas ni costes en un escenario que veían lejano y ajeno. ¿Es Ucrania un escenario ajeno y lejano? Para algunos países de la alianza es evidente que no, pero también parece claro que, para otros, sí que lo es.

Vista la situación actual, podemos concluir que, efectivamente, la percepción de debilidad en Occidente y particularmente en la OTAN por parte de Rusia, responde a la realidad. Y esto me lleva a establecer un paralelismo histórico muy interesante con las ambiciones territoriales de Alemania tras la llegada de Hitler al poder.

En octubre de 1938 Alemania ocupaba los Sudetes, territorio de mayoría germana, pero perteneciente a Checoeslovaquia. La ocupación, pese a la protesta del Gobierno de Checoeslovaquia, fue pacífica. Francia y Gran Bretaña habían acordado en Múnich ceder a Hitler en su reivindicación para evitar una guerra, y accedieron a modificar el tratado de Versalles. El primer ministro británico, Neville Chamberlain fue recibido como un héroe de la paz, cuando regresó a su país. En Francia, la posición de Daladier era aún más complicada por las campañas de los partidos de izquierda contra cualquier intento de meter al país en otra guerra. Sin embargo, Hitler solo tardó cinco meses en incumplir el tratado y anexionarse el resto de Checoeslovaquia convirtiéndolo en un protectorado. Tampoco en esta ocasión hubo resistencia armada, tanto los checos como sus aliados occidentales querían evitar una guerra. No fue esta la primera claudicación ante la ambición territorial de la Alemania nazi: unos meses antes Austria había sido anexionada al nuevo Reich con el permiso de las potencias occidentales, del mismo modo que había ocupado el Sarre que estaba bajo jurisdicción francesa, sin encontrar oposición. Vista la situación, Hitler entendió que podría anexionarse Europa entera sin que ninguna de las dos naciones más poderosas del continente estuviese dispuestas a combatir para evitarlo. El propio ministro alemán de Exteriores, Joachim Von Ribbentrop, aseguró a su canciller que ni Francia ni Inglaterra harían nada por evitar la anexión de Polonia. En 1939 Hitler exigió la entrega de la ciudad de Dantzig y un pasillo a través de Polonia para unir el territorio de Prusia Oriental con el resto de Alemania. Solo entonces los líderes europeos comprendieron que habían cedido demasiado y que no quedaba otra alternativa que combatir a Hitler o convertirse en sus vasallos. Polonia, a diferencia de Checoeslovaquia y de Austria sí estaba dispuesta a combatir. En lugar de ceder a las exigencias de Hitler levantó un discurso patriótico y se preparó para la guerra. Alemania derrotó a los polacos en dos semanas y se repartió el país con la URSS, con quien había firmado un pacto de alianza, pero Francia e Inglaterra ya estaban en guerra con Alemania y la consecuencia fue una hecatombe mundial. Francia no estaba preparada para enfrentarse a esa guerra que trató de evitar, y el resultado fue una derrota fulgurante y catastrófica. A Inglaterra sólo le salvó, como con Napoleón, la existencia misma del canal de La Mancha, único obstáculo entre los blindados alemanes y la capital británica.

De la conferencia de Munich y sus antecedentes podemos sacar varias conclusiones:

-     No importa cuanto quieras evitar la guerra, si tienes un enemigo dispuesto a usar la fuerza, acabarás entrando en conflicto con él.

-     Cuantas más cesiones hagas a quien se vale de las amenazas para lograr sus propósitos, más fuerte se hará él y más débil tú.

-       Si vas a entrar en conflicto con un adversario por no considerar sus planteamientos inaceptables, mejor que entres antes de que se haga más fuerte.

-          La única forma de parar la ambición de una potencia que emplea las amenazas como forma de alcanzar objetivos políticos, es mostrando determinación a impedirlo desde el primer momento, porque una vez que se cede una vez, ya no parará.

Aunque estas conclusiones son claras, el paralelismo entre la Alemania de Hitler y la Rusia de Putin no es perfecto, hay diferencias y semejanzas, y por tanto debemos establecerlas para no llegar a conclusiones equivocadas.

-      Rusia es una potencia autoritaria, mientras que los países de la OTAN son democráticos. El antagonismo de Alemania frente a Inglaterra y Francia era similar, si bien Putin no tiene el mismo control sobre su población que tenía Hitler.

-       Rusia no ha expresado directamente sus deseos de anexionarse territorio ucraniano, pero sí ha recordado que son naciones hermanas y que son otros los que se empeñan en desunirlas.

-     Rusia tiene muchos partidarios prorrusos en territorio ucraniano, del mismo modo que Hitler contaba con muchos simpatizantes alemanes en los Sudetes y austríacos partidarios del nazismo, ya que el propio Hitler nació en Austria.

-          La postura débil de Inglaterra y Francia en los años 30 se debía al hartazgo que había dejado la primera guerra mundial y una opinión pública que no deseaba volver a la guerra. En los países de la OTAN, sucede lo mismo, lo hemos visto en Afganistán, pero además es que las sociedades occidentales no viven preocupadas por ninguna amenaza militar ya que no han visto una guerra en casi ochenta años.

-    Las anteriores intervenciones y anexiones rusas en Georgia y en Crimea no tuvieron una respuesta occidental, por lo que la percepción de Putin puede ser, como en Polonia en 1939, que Occidente tampoco intervendrá esta vez.

-    A diferencia de los austríacos o los checos, la determinación de los polacos a luchar por su independencia en 1939, muriendo por ello, fue lo que dejaba a Francia e Inglaterra sin posibilidad de quedarse al margen, al dejar patente que no se había podido evitar la guerra. En las anteriores anexiones, ni Ucrania ni Georgia se movilizaron contra Rusia, sino que se limitaron a pedir la ayuda de Occidente. Difícilmente va a venir a ayudarte alguien si tú mismo no estas dispuesto a defenderte tú mismo.

Por tanto, parece claro que la capacidad y determinación de luchar de Ucrania frente a una invasión militar de una potencia militar muy superior es un factor determinante en disuadir a Rusia, así como de implicar a la OTAN. También el apoyo del pueblo a ruso a Putin, en caso de que se decida por la acción militar, es un factor clave, no solo en el momento en que este arranque, sino también si vienen mal dadas y los objetivos no se alcanzan o las bajas resultan inasumibles. Hace unas semanas la noticia de la intervención del Ejército ruso en otra república exsoviética, Kazajstan, pasó casi desapercibida en los medios de comunicación de Occidente. La intervención se produjo por petición del Gobierno de ese país, pero lo interesante del hecho es que los soldados rusos venían a reprimir una revuelta popular que pedía cambios sociales y políticos. ¿Temía Putin un efecto contagio a Rusia? Recordemos que el único líder opositor que realmente preocupa al Kremlin es Alekséi Navalni, político popular de ideas democráticas al que intentaron asesinar envenenándolo y que ahora se encuentra incomunicado en la cárcel. Es frecuente históricamente usar los conflictos externos como aglutinante de la población en torno a sus dirigentes, desviando la atención de los problemas domésticos. El caso de Rusia podría ser este, pero también es una estrategia de alto riesgo. En la historia de Rusia, algunas campañas militares en el exterior que han resultado un fracaso han provocado una revolución social. Así sucedió  en 1905, tras la derrota frente a Japón y en 1917 durante la Primera Guerra Mundial.

No sabemos si Putin pretende realmente conseguir que la OTAN renuncie a su expansión hacia el Este, que es el mensaje que constantemente repiten desde el Kremlin, cuando aquello supone despreciar la soberanía de Estados independientes que deciden su destino; o que esta renuncia la hagan los propios Estados afectados amedrentados por la amenaza militar. Cualquiera de las dos cosas parece poco probable, por lo que o bien Putin intentará alcanzar ese objetivo por la fuerza, o bien su verdadero objetivo es otro y está forzando a la OTAN a negociar, usando estas peticiones como tapadera. Eso no lo sabemos, pero lo que sí sabemos es que un despliegue de esa envergadura no se retira sin más sin pagar un alto precio político. Y no parece probable que Putin no haya calculado bien que objetivos puede alcanzar Rusia sin que la invasión se lleve finalmente a cabo. Según fuentes gubernamentales de Washington y Londres, la invasión es altamente probable e inminente. Dios nos coja confesados.