domingo, 29 de octubre de 2023

           EL ATAQUE DE HAMAS Y LA NUEVA YIHAD

Palestina es la tierra prometida del pueblo judío. Allí se desplazó Abraham con su pueblo aproximadamente 1600 años antes del nacimiento de Jesucristo. Los judíos crearon el reino de Israel y vivieron por siglos en él, no sin sufrir invasiones y destierros durante ese tiempo. Los judíos fueron llevados como esclavos a Egipto hasta que Moisés los devolvió a la tierra de Dios. El reino de Israel fue más tarde arrasado por el rey de Babilonia, y volvieron a ser llevados como esclavos a Babilonia. Desde ese momento, fueron dominados por persas, griegos y romanos. De todas esas dominaciones, solo la de los persas, que les permitieron volver a su tierra, dar culto a su Dios y gobernarse así mismos, fue tolerada. Frente a las demás, los judíos se rebelaron con violencia. Contra los romanos, las rebeliones fueron tan incesantes como duras las reacciones de los latinos. La última, bajo Adriano, supuso la destrucción del templo y la expulsión de los judíos de su tierra. Entonces comenzó la diáspora, que repartió a los judíos por toda Europa y el Mediterráneo.

Como muchos otros pueblos de la historia, los judíos, al ser invadidos por otros y anexionados o incorporados a otras naciones, podían haberse disuelto en otras culturas y civilizaciones. Pero los judíos son un pueblo tenaz. Pese a incorporarse e integrarse en muchos Estados durante siglos, siempre mantuvieron su identidad propia y nunca olvidaron la tierra prometida. Lo que mantuvo al pueblo judío vivo y sin territorio propio durante siglos fue su religión.

Palestina nunca ha sido un Estado independiente, ni por tanto ha tenido tampoco una identidad nacional definida. Sus primeras fronteras las marcaron los británicos en acuerdo con los franceses, tras trocear el imperio Otomano y repartirse el territorio de Oriente entre mandatos coloniales franceses o británicos. Pero la población de Palestina desde la invasión árabe en el siglo VIII ha sido mayoritariamente musulmana y árabe, con el inciso de los reinos cruzados en los siglos XI y XIII. La religión musulmana es el sello de identidad de la población árabe palestina, del mismo modo que la judía lo es para Israel.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el Holocausto nazi había dejado millones de judíos sin hogar. Los judíos decidieron emigrar masivamente a Palestina, la tierra prometida, donde ya había bastantes de los suyos, que habían ido emigrado décadas antes. Los judíos y los árabes convivían pacíficamente en Palestina, bajo mandato británico. Ni unos ni otros tenían Estado propio, pero ambos estaban expectantes para crearlo en cuanto se marcharan los de la Gran Bretaña. En 1948, el Reino Unido decide abandonar la colonia poniendo fin al mandato. No hubo trasmisión de soberanía ni poder a ningún nuevo Estado. No hubo proceso político de transición, ni negociación. Los ingleses se marcharon dejando a judíos y árabes enfrentados por la misma tierra. Los judíos proclaman el Estado de Israel y solicitan el reconocimiento de la ONU. Las Naciones Unidas por mayoría estrecha reconocieron el Estado de Israel, con la abstención de Gran Bretaña, que seguramente seguía en la idea de que su antigua colonia ya no era su problema. Casi de manera inmediata los palestinos abandonaron sus hogares, cogieron las armas y se lanzaron contra los judíos y su nuevo Estado. La destrucción de Israel se convirtió en su único objetivo. Pero los judíos estaban preparados y los palestinos fracasaron.

Los palestinos se desplazaron a la zona periférica, rodeando a Israel. Desde entonces, con el apoyo de los Estados árabes: Egipto, Jordania, Irak y Siria; trataron mediante la guerra, una y otra vez, de acabar con Israel. Tras el intento fallido en 1948, llegaron más. En 1956, Israel despachó a Egipto, en 1967 a Egipto, Jordania y Siria en seis días. En 1973, con la Guerra del Yon Kippur, Israel volvió a derrotar a sus vecinos egipcios y sirios. Y así, el objetivo de destruir Israel por la fuerza permanece como un objetivo fracasado una y otra vez. A medida que los Estados árabes van abandonando la idea de usar la guerra convencional como la manera de destruir a Israel, los árabes palestinos van incrementando su acción terrorista. En 1987 se proclama la primera intifada, o rebelión civil de los palestinos contra Israel, en principio realizada con piedras en las calles. Algunos palestinos se fueron desplazando de Jordania a Líbano, desde donde continuaron sus ataques a Israel. Esto provocará la extensión del conflicto al Líbano que es invadido por los judíos en 1982, trasladando al país de los cedros una crisis interna que dura hasta hoy. La conclusión es que después de cuarenta años de intentos árabes de destruir Israel, Israel es cada vez más fuerte, ha ganado territorio y los palestinos se quedaron sin territorio donde constituir su Estado.

En 1991, por primera vez, los palestinos aceptan sentarse a negociar con Israel en la Conferencia de paz de Madrid, por iniciativa de EEUU y con la mediación de España, país entonces muy bien situado por sus buenas relaciones con las dos partes y su liderazgo internacional. Mire el lector como ha evolucionado la posición de España, que hoy no está presente en ninguna de las conferencias internacionales. 

Pero volvamos al proceso de paz. La conferencia de Madrid sentó las bases de los acuerdos de Oslo, que duraron años y permitieron establecer un marco pacífico para la resolución del conflicto liderado por Arafat, autoridad indiscutible de los palestinos (ANP), e Isaac Rabin,  primer ministro de Israel. El acuerdo se sentaba en la base de que Israel abandonaría el control de Gaza y Cisjordania, territorios sobre los que Jordania tenía soberanía, y que de la mano del rey Hussein había renunciado a ella. Palestina renunciaría a la violencia, y a cambio, Israel favorecería la creación del Estado Palestino en esos territorios. Por primera vez, ambas partes entendían que la violencia no resolvía el conflicto, y particularmente, Arafat y su movimiento Al Fatah entendieron que destruir a Israel no era un objetivo alcanzable.

Pero el acuerdo era frágil, tenía flecos. Palestina tenía que ver aseguradas sus fronteras, necesitaba parte del escaso agua de la zona y no renunciaba a la ciudad Santa de Jerusalén, como mínimo a compartirla, como así había sido de facto en 1948. Los israelíes también tenían dudas sobre los acuerdos: los palestinos habían crecido exponencialmente a pesar de su miseria, no terminaban de renunciar a actos violentos, y según sus enemigos, los usaban como arma de presión en las negociaciones. Los israelíes más extremistas pensaban que se estaba cediendo demasiado y eran partidarios de seguir expandiéndose en Cisjordania, estableciendo nuevas colonias. Isaac Rabin fue asesinado por extremistas judíos y el proceso de paz se estancó. Las acciones violentas volvieron. Arafat también estaba siendo presionado por sectores palestinos más radicales, que aún aspiraban a destruir a Israel y al regreso de todos los refugiados a sus casas.

En el año 2000, se retoman las conversaciones en Camp David con el primer ministro israelí Barak y Yaser Arafat bajo la intervención del presidente Clinton. Las concesiones israelíes fueron más generosas esta vez, estando dispuesta a ceder hasta el 91-95% del territorio de Gaza y Cisjordania, con la salvedad de mantener algunos asentamientos judíos en el territorio. Arafat rechazó la oferta, las elecciones cambiaron el gobierno de Israel siendo elegido Ariel Sharon, quien en su visita a la explanada de las mezquitas provocó la segunda intifada. La violencia resurgió con fuerza en la zona.

Desde entonces, y pese a los pasos atrás y la violencia que no cesa, las conversaciones entre ambas partes han continuado. La muerte de Arafat y su sustitución por Abu Mazen al frente de la ANP, parecía facilitar una salida negociada, pero los avances eran lentos, frecuentemente interrumpidos por ataques violentos palestinos y subsiguientes contrataques de Israel. Mientras, la repoblación judía en Cisjordania también ha seguido, dificultando las posibilidades de un acuerdo. En 2006 se celebran elecciones presidenciales y legislativas en Gaza y Cisjordania siendo elegido Abu Mazen como presidente, pero dando a Hamas la victoria en Gaza. Desde entonces las dos facciones palestinas están enfrentadas y no se han vuelto a celebrar elecciones en los territorios ocupados. Hamas es un grupo terrorista cuyas aspiraciones son la destrucción de Israel y el retorno de los palestinos. Israel no mantiene negociaciones con este grupo, que también es considerado terrorista para la UE y los EEUU. En 2008, y como respuesta al lanzamiento de cohetes desde la franja de Gaza, Israel lanzó un ataque sobre Gaza para tratar de desarticular a Hamas. Israel no consiguió su propósito, pero tras conseguir que Hamas admitiese una tregua y dejase de disparar sobre Israel, se retiró de la franja.

 Abu Mazen continúa las conversaciones, pero sus manos están atadas al no tener control sobre Gaza y no poder evitar el uso de la violencia de Hamas. Ambos grupos palestinos se han hecho fuertes en sus territorios y no se relacionan entre sí, estando a punto de enfrentarse por la fuerza en sus inicios, sobre todo cuando Abu Mazen negocia algo con Israel. Israel, por su parte, no negocia nada con Mazen si éste acuerda cualquier cosa con Hamas.

En esta situación de bloqueo, los palestinos se están quedando cada vez más solos. El conflicto ya despierta un gran hartazgo. Los Estados árabes están empezando a reconocer a Israel y éste empieza a aprovechar el paso del tiempo y los hechos consumados para mantener y crecer sus asentamientos en Cisjordania. Hamas no cuenta con apoyo internacional y no puede influir sobre Cisjordania. Su único aliado es Hezbolá, un grupo terrorista libanés de religión Chiíta y apoyado por Irán, que es el único Estado que aún mantiene el discurso de destruir a Israel como objetivo.

Con la reciente ofensiva terrorista Hamas trata de revertir esta tendencia. Primero tiene como objetivo recuperar su iniciativa en la causa palestina frente a la ANP y Abu Mazen. También pretende frenar y recuperar parte del apoyo en otros Estados árabes, y reforzar su planteamiento del conflicto, cada vez menos creíble: el de derrotar a Israel por la fuerza y lograr su destrucción. Para lograrlo, necesita que Israel emplee la fuerza, y de este modo la violencia volverá a estar justificada. Cuantas más víctimas civiles palestinas haya, mejor para la estrategia de Hamas. Mientras la violencia se mantenga, la posición de Abu Mazen en Cisjordania se debilita, mientras mueren los palestinos en Gaza, la ANP tendrá imposible negociar nada con Israel y el planteamiento pacífico se desprestigia. También, internacionalmente, los Estados árabes se verán obligados a denunciar la invasión israelí y no podrán acercar posturas con Israel.

También Hamas resucita la causa palestina en Occidente, sobre todo en Europa, donde la izquierda, particularmente, siempre ha simpatizado con la causa palestina. La UE es, además, el principal apoyo financiero y humanitario de los palestinos. No olvidemos que Hamas, pese a lanzar sus ataques como una yihad o guerra santa, se ha cuidado mucho siempre de no vincularse a la yihad global que defienden otros grupos como Al Qaeda o el ISIS, de no considerar a los europeos como objetivos, ni siquiera a los norteamericanos. Sin embargo, la excesiva violencia de los ataques esta vez, con la difusión de imágenes brutales a todo el mundo, ha impedido que Hamas logre el apoyo que la causa palestina ha logrado otras veces en Occidente.

Israel, después de un ataque tan salvaje como traumático, no puede permanecer impasible. La invasión de Gaza ya no es un asunto discutible. Si Israel logra desarticular a Hamas y conseguir que en Gaza se reestablezca otra autoridad, el éxito estará asegurado y la violencia cesará. Pero si fracasa en su ofensiva, el conflicto entrará en una escalada sin fin, volviendo a épocas pretéritas.

La posibilidad de que el conflicto se extienda a otras zonas parece, de momento, poco probable. La más peligrosa de las opciones: la intervención de Irán, está siendo contenida y disuadida por un despliegue militar de EEUU en la zona. En Líbano, donde 500 soldados españoles permanecen en alerta, Hezbolá ha lanzado algunos cohetes sobre Israel, pero no parece que tenga capacidad para mucho más, en una frontera sellada y vigilada por un contingente militar internacional y un despliegue militar israelí que vigila permanentemente. No obstante, habrá que estar atento a esta amenaza.

CIjordania, mientras Abu Mazen mantenga el control, no moverá un dedo para atacar a Israel. Aunque no pueda confesarlo públicamente, la destrucción de Hamas es el mejor regalo para la ANP, que podría recuperar el control de Gaza y defender en solitario la posición palestina.

Y mientras tanto, un efecto colateral: nadie habla ya de la Guerra de Ucrania ni de Putin. Ni de otras muchas cosas…

 

 

 

martes, 3 de octubre de 2023

 EL ESTANCAMIENTO DE LA GUERRA EN UCRANIA

Tras el fracaso de la ofensiva rusa en Bajmut, llegó la rebelión en Belgorod del jefe del grupo Wagner, y con él, el abismo se asomaba alrededor de Putin y de su malograda operación de “desnazificación” de Ucrania. De una manera más o menos controlada, y con un impacto no totalmente fácil de conocer, Putin atajó la crisis pactando con los rebeldes, y después reforzó su autoridad con un accidente aéreo que nadie cree que haya sido tal. No obstante, la situación en Rusia, con dificultades económicas y un Ejército que ha perdido toda la iniciativa en el conflicto, parece abocada al desastre. El acercamiento de Putin a Corea del Norte no puede interpretarse más que como una acción desesperada. Mientras tanto, las naciones de la OTAN están suministrando un apoyo logístico cada vez mayor a Ucrania, que gana capacidades y experiencia en combate, y ha tomado la iniciativa en todos los terrenos.

Sin embargo, la reiteradamente anunciada ofensiva ucraniana no ha alcanzado éxitos significativos. Desde Ucrania se insiste en que se requiere tiempo para que las defensas rusas cedan si se quiere evitar bajas masivas, algo que en ningún caso Ucrania puede permitirse. Es bien sabido que defenderse es mucho más fácil que atacar, requiere menos recursos y supone asumir menos riesgos; pero, por otro lado, ha quedado sobradamente constatado que Rusia ha perdido definitivamente la iniciativa y que anda cada vez más escasa de recursos, especialmente de municiones. Este hecho queda patente en su imposibilidad de continuar con los ataques en tierra y en la cada vez más mermada capacidad de dañar a los ucranianos empleando misiles. La pregunta que ahora flota en el aire es: si ninguno de los dos contendientes es capaz de avanzar, y la guerra se enquista en posiciones inconquistables, ¿A quién puede favorecer el paso del tiempo en la situación actual?

Las guerras denominadas largas dependen enteramente de factores logísticos. Aquel que tenga más capacidad de mejorar sus recursos respecto al otro, acabará triunfando. ¿Pero qué sucede cuando ninguno de los dos es capaz de cambiar el estatus? En ese caso los conflictos suelen alargarse en el tiempo, destruyendo las esperanzas de reconstruir el país y el futuro de una población muy castigada. Por ese motivo, y aunque la población rusa también sufre las consecuencias de la guerra, son los ucranianos los más perjudicados porque libran la guerra en su propio suelo. En caso de una prolongación de la guerra sin expectativas de cambio, el desgaste será mayor en el bando ucraniano y por tanto saldrá más perjudicado. Esa es ahora mismo la principal esperanza de Putin y los suyos, que en la parálisis de la guerra ven su esperanza de ir dinamitando el ardor guerrero, el espíritu de lucha de los valientes ucranianos que estaban de moral muy por encima de un enemigo que, seguramente en su mayoría, no entendía porque luchaba.

Pero para que la estrategia rusa tenga éxito son necesarias dos cosas: la primera, que pase tiempo sin que Ucrania puede vender éxitos militares y vayan perdiendo la esperanza de reconquistar el territorio perdido. Y segundo, que los países de la OTAN dejen de suministrar masivamente material de guerra a los ucranianos. Porque mientras esto segundo suceda, Ucrania irá mejorando sus capacidades militares mientras Rusia se estanca, y tarde o temprano, la progresiva inclinación de la balanza dará sus frutos.

De momento, los ucranianos no se plantean un escenario de negociación en el que tengan que ceder algo de lo conquistado por los rusos. Hacerlo sería hacer buena la invasión, y eso es algo que nadie se atrevería siquiera a plantear, al menos en público. La fe, el heroísmo y las hazañas de los primeros compases de la guerra, no permiten concebir otra cosa que una victoria total sobre el invasor, con devolución total de todo el territorio perdido. Y mientras los ucranianos tengan fe en la victoria, no negociarán otras condiciones.

Pero la situación podría cambiar. Y no es en Ucrania ni en Rusia de donde podría venir el punto de inflexión. La postura de los republicanos en EEUU es cada vez más decidida en dejar de apoyar el esfuerzo bélico ucraniano. En 2024 hay unas elecciones decisivas, pero incluso ya desde el Congreso se está vetando el apoyo financiero al país aspirante a la UE y la OTAN. Es bien conocido el cansancio de la población norteamericana a sostener económicamente guerras largas en el exterior, incluso aunque no haya bajas entre los suyos. La esperanza de Putin puede estar en que cierren el grifo a los ucranianos, y no sería la primera vez que interfiere en unas elecciones en los Estados Unidos para defender sus intereses. Putin puede confiar, como otros enemigos de EEUU, que, aun perdiendo todas las batallas, pueda ganar la guerra.

No obstante, un cese total de la ayuda norteamericana a Ucrania sería un suicidio para los EEUU. Si dejan caer a Ucrania en manos rusas, como hicieron con los kurdos en Siria o con los afganos frente a los talibanes, el desprestigio de este país sería mayúsculo, y precisamente en su área de influencia de mayor importancia estratégica: Europa. Es difícil conocer el impacto que podría tener una decisión así entre los Estados europeos, pero podría desatarse un terremoto. Los países más vulnerables ante la amenaza rusa, como Polonia o los Estados Bálticos, son ahora los mejores aliados de EEUU. ¿Seguirían confiando en su ayuda en caso de un ataque ruso? ¿Tendría la OTAN credibilidad? ¿Mantendrían los Estados europeos más poderosos la ayuda militar a Ucrania? ¿Reorientaría Europa su relación con Rusia? ¿Se plantearía un cese de las sanciones económicas? ¿Forzarían a Ucrania a aceptar una negociación, incluso aceptando perdidas territoriales? Tengo la impresión de que eso no va a suceder, pero el tiempo lo dirá. Y la clave va a ser si la población europea tan movilizada y escandalizada por la invasión va a aceptar un giro político de esta envergadura.

En todo caso, si en las condiciones actuales el paso del tiempo perjudica a Rusia, también es cierto que un cambio de situación es más probable cuanto más tiempo pase sin que una solución militar sea alcanzada. Los ucranianos quieren recuperar territorio clave antes de que eso suceda, pero el invierno se acerca y, de momento, no parece que lo estén logrando.