domingo, 29 de octubre de 2023

           EL ATAQUE DE HAMAS Y LA NUEVA YIHAD

Palestina es la tierra prometida del pueblo judío. Allí se desplazó Abraham con su pueblo aproximadamente 1600 años antes del nacimiento de Jesucristo. Los judíos crearon el reino de Israel y vivieron por siglos en él, no sin sufrir invasiones y destierros durante ese tiempo. Los judíos fueron llevados como esclavos a Egipto hasta que Moisés los devolvió a la tierra de Dios. El reino de Israel fue más tarde arrasado por el rey de Babilonia, y volvieron a ser llevados como esclavos a Babilonia. Desde ese momento, fueron dominados por persas, griegos y romanos. De todas esas dominaciones, solo la de los persas, que les permitieron volver a su tierra, dar culto a su Dios y gobernarse así mismos, fue tolerada. Frente a las demás, los judíos se rebelaron con violencia. Contra los romanos, las rebeliones fueron tan incesantes como duras las reacciones de los latinos. La última, bajo Adriano, supuso la destrucción del templo y la expulsión de los judíos de su tierra. Entonces comenzó la diáspora, que repartió a los judíos por toda Europa y el Mediterráneo.

Como muchos otros pueblos de la historia, los judíos, al ser invadidos por otros y anexionados o incorporados a otras naciones, podían haberse disuelto en otras culturas y civilizaciones. Pero los judíos son un pueblo tenaz. Pese a incorporarse e integrarse en muchos Estados durante siglos, siempre mantuvieron su identidad propia y nunca olvidaron la tierra prometida. Lo que mantuvo al pueblo judío vivo y sin territorio propio durante siglos fue su religión.

Palestina nunca ha sido un Estado independiente, ni por tanto ha tenido tampoco una identidad nacional definida. Sus primeras fronteras las marcaron los británicos en acuerdo con los franceses, tras trocear el imperio Otomano y repartirse el territorio de Oriente entre mandatos coloniales franceses o británicos. Pero la población de Palestina desde la invasión árabe en el siglo VIII ha sido mayoritariamente musulmana y árabe, con el inciso de los reinos cruzados en los siglos XI y XIII. La religión musulmana es el sello de identidad de la población árabe palestina, del mismo modo que la judía lo es para Israel.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el Holocausto nazi había dejado millones de judíos sin hogar. Los judíos decidieron emigrar masivamente a Palestina, la tierra prometida, donde ya había bastantes de los suyos, que habían ido emigrado décadas antes. Los judíos y los árabes convivían pacíficamente en Palestina, bajo mandato británico. Ni unos ni otros tenían Estado propio, pero ambos estaban expectantes para crearlo en cuanto se marcharan los de la Gran Bretaña. En 1948, el Reino Unido decide abandonar la colonia poniendo fin al mandato. No hubo trasmisión de soberanía ni poder a ningún nuevo Estado. No hubo proceso político de transición, ni negociación. Los ingleses se marcharon dejando a judíos y árabes enfrentados por la misma tierra. Los judíos proclaman el Estado de Israel y solicitan el reconocimiento de la ONU. Las Naciones Unidas por mayoría estrecha reconocieron el Estado de Israel, con la abstención de Gran Bretaña, que seguramente seguía en la idea de que su antigua colonia ya no era su problema. Casi de manera inmediata los palestinos abandonaron sus hogares, cogieron las armas y se lanzaron contra los judíos y su nuevo Estado. La destrucción de Israel se convirtió en su único objetivo. Pero los judíos estaban preparados y los palestinos fracasaron.

Los palestinos se desplazaron a la zona periférica, rodeando a Israel. Desde entonces, con el apoyo de los Estados árabes: Egipto, Jordania, Irak y Siria; trataron mediante la guerra, una y otra vez, de acabar con Israel. Tras el intento fallido en 1948, llegaron más. En 1956, Israel despachó a Egipto, en 1967 a Egipto, Jordania y Siria en seis días. En 1973, con la Guerra del Yon Kippur, Israel volvió a derrotar a sus vecinos egipcios y sirios. Y así, el objetivo de destruir Israel por la fuerza permanece como un objetivo fracasado una y otra vez. A medida que los Estados árabes van abandonando la idea de usar la guerra convencional como la manera de destruir a Israel, los árabes palestinos van incrementando su acción terrorista. En 1987 se proclama la primera intifada, o rebelión civil de los palestinos contra Israel, en principio realizada con piedras en las calles. Algunos palestinos se fueron desplazando de Jordania a Líbano, desde donde continuaron sus ataques a Israel. Esto provocará la extensión del conflicto al Líbano que es invadido por los judíos en 1982, trasladando al país de los cedros una crisis interna que dura hasta hoy. La conclusión es que después de cuarenta años de intentos árabes de destruir Israel, Israel es cada vez más fuerte, ha ganado territorio y los palestinos se quedaron sin territorio donde constituir su Estado.

En 1991, por primera vez, los palestinos aceptan sentarse a negociar con Israel en la Conferencia de paz de Madrid, por iniciativa de EEUU y con la mediación de España, país entonces muy bien situado por sus buenas relaciones con las dos partes y su liderazgo internacional. Mire el lector como ha evolucionado la posición de España, que hoy no está presente en ninguna de las conferencias internacionales. 

Pero volvamos al proceso de paz. La conferencia de Madrid sentó las bases de los acuerdos de Oslo, que duraron años y permitieron establecer un marco pacífico para la resolución del conflicto liderado por Arafat, autoridad indiscutible de los palestinos (ANP), e Isaac Rabin,  primer ministro de Israel. El acuerdo se sentaba en la base de que Israel abandonaría el control de Gaza y Cisjordania, territorios sobre los que Jordania tenía soberanía, y que de la mano del rey Hussein había renunciado a ella. Palestina renunciaría a la violencia, y a cambio, Israel favorecería la creación del Estado Palestino en esos territorios. Por primera vez, ambas partes entendían que la violencia no resolvía el conflicto, y particularmente, Arafat y su movimiento Al Fatah entendieron que destruir a Israel no era un objetivo alcanzable.

Pero el acuerdo era frágil, tenía flecos. Palestina tenía que ver aseguradas sus fronteras, necesitaba parte del escaso agua de la zona y no renunciaba a la ciudad Santa de Jerusalén, como mínimo a compartirla, como así había sido de facto en 1948. Los israelíes también tenían dudas sobre los acuerdos: los palestinos habían crecido exponencialmente a pesar de su miseria, no terminaban de renunciar a actos violentos, y según sus enemigos, los usaban como arma de presión en las negociaciones. Los israelíes más extremistas pensaban que se estaba cediendo demasiado y eran partidarios de seguir expandiéndose en Cisjordania, estableciendo nuevas colonias. Isaac Rabin fue asesinado por extremistas judíos y el proceso de paz se estancó. Las acciones violentas volvieron. Arafat también estaba siendo presionado por sectores palestinos más radicales, que aún aspiraban a destruir a Israel y al regreso de todos los refugiados a sus casas.

En el año 2000, se retoman las conversaciones en Camp David con el primer ministro israelí Barak y Yaser Arafat bajo la intervención del presidente Clinton. Las concesiones israelíes fueron más generosas esta vez, estando dispuesta a ceder hasta el 91-95% del territorio de Gaza y Cisjordania, con la salvedad de mantener algunos asentamientos judíos en el territorio. Arafat rechazó la oferta, las elecciones cambiaron el gobierno de Israel siendo elegido Ariel Sharon, quien en su visita a la explanada de las mezquitas provocó la segunda intifada. La violencia resurgió con fuerza en la zona.

Desde entonces, y pese a los pasos atrás y la violencia que no cesa, las conversaciones entre ambas partes han continuado. La muerte de Arafat y su sustitución por Abu Mazen al frente de la ANP, parecía facilitar una salida negociada, pero los avances eran lentos, frecuentemente interrumpidos por ataques violentos palestinos y subsiguientes contrataques de Israel. Mientras, la repoblación judía en Cisjordania también ha seguido, dificultando las posibilidades de un acuerdo. En 2006 se celebran elecciones presidenciales y legislativas en Gaza y Cisjordania siendo elegido Abu Mazen como presidente, pero dando a Hamas la victoria en Gaza. Desde entonces las dos facciones palestinas están enfrentadas y no se han vuelto a celebrar elecciones en los territorios ocupados. Hamas es un grupo terrorista cuyas aspiraciones son la destrucción de Israel y el retorno de los palestinos. Israel no mantiene negociaciones con este grupo, que también es considerado terrorista para la UE y los EEUU. En 2008, y como respuesta al lanzamiento de cohetes desde la franja de Gaza, Israel lanzó un ataque sobre Gaza para tratar de desarticular a Hamas. Israel no consiguió su propósito, pero tras conseguir que Hamas admitiese una tregua y dejase de disparar sobre Israel, se retiró de la franja.

 Abu Mazen continúa las conversaciones, pero sus manos están atadas al no tener control sobre Gaza y no poder evitar el uso de la violencia de Hamas. Ambos grupos palestinos se han hecho fuertes en sus territorios y no se relacionan entre sí, estando a punto de enfrentarse por la fuerza en sus inicios, sobre todo cuando Abu Mazen negocia algo con Israel. Israel, por su parte, no negocia nada con Mazen si éste acuerda cualquier cosa con Hamas.

En esta situación de bloqueo, los palestinos se están quedando cada vez más solos. El conflicto ya despierta un gran hartazgo. Los Estados árabes están empezando a reconocer a Israel y éste empieza a aprovechar el paso del tiempo y los hechos consumados para mantener y crecer sus asentamientos en Cisjordania. Hamas no cuenta con apoyo internacional y no puede influir sobre Cisjordania. Su único aliado es Hezbolá, un grupo terrorista libanés de religión Chiíta y apoyado por Irán, que es el único Estado que aún mantiene el discurso de destruir a Israel como objetivo.

Con la reciente ofensiva terrorista Hamas trata de revertir esta tendencia. Primero tiene como objetivo recuperar su iniciativa en la causa palestina frente a la ANP y Abu Mazen. También pretende frenar y recuperar parte del apoyo en otros Estados árabes, y reforzar su planteamiento del conflicto, cada vez menos creíble: el de derrotar a Israel por la fuerza y lograr su destrucción. Para lograrlo, necesita que Israel emplee la fuerza, y de este modo la violencia volverá a estar justificada. Cuantas más víctimas civiles palestinas haya, mejor para la estrategia de Hamas. Mientras la violencia se mantenga, la posición de Abu Mazen en Cisjordania se debilita, mientras mueren los palestinos en Gaza, la ANP tendrá imposible negociar nada con Israel y el planteamiento pacífico se desprestigia. También, internacionalmente, los Estados árabes se verán obligados a denunciar la invasión israelí y no podrán acercar posturas con Israel.

También Hamas resucita la causa palestina en Occidente, sobre todo en Europa, donde la izquierda, particularmente, siempre ha simpatizado con la causa palestina. La UE es, además, el principal apoyo financiero y humanitario de los palestinos. No olvidemos que Hamas, pese a lanzar sus ataques como una yihad o guerra santa, se ha cuidado mucho siempre de no vincularse a la yihad global que defienden otros grupos como Al Qaeda o el ISIS, de no considerar a los europeos como objetivos, ni siquiera a los norteamericanos. Sin embargo, la excesiva violencia de los ataques esta vez, con la difusión de imágenes brutales a todo el mundo, ha impedido que Hamas logre el apoyo que la causa palestina ha logrado otras veces en Occidente.

Israel, después de un ataque tan salvaje como traumático, no puede permanecer impasible. La invasión de Gaza ya no es un asunto discutible. Si Israel logra desarticular a Hamas y conseguir que en Gaza se reestablezca otra autoridad, el éxito estará asegurado y la violencia cesará. Pero si fracasa en su ofensiva, el conflicto entrará en una escalada sin fin, volviendo a épocas pretéritas.

La posibilidad de que el conflicto se extienda a otras zonas parece, de momento, poco probable. La más peligrosa de las opciones: la intervención de Irán, está siendo contenida y disuadida por un despliegue militar de EEUU en la zona. En Líbano, donde 500 soldados españoles permanecen en alerta, Hezbolá ha lanzado algunos cohetes sobre Israel, pero no parece que tenga capacidad para mucho más, en una frontera sellada y vigilada por un contingente militar internacional y un despliegue militar israelí que vigila permanentemente. No obstante, habrá que estar atento a esta amenaza.

CIjordania, mientras Abu Mazen mantenga el control, no moverá un dedo para atacar a Israel. Aunque no pueda confesarlo públicamente, la destrucción de Hamas es el mejor regalo para la ANP, que podría recuperar el control de Gaza y defender en solitario la posición palestina.

Y mientras tanto, un efecto colateral: nadie habla ya de la Guerra de Ucrania ni de Putin. Ni de otras muchas cosas…

 

 

 

martes, 3 de octubre de 2023

 EL ESTANCAMIENTO DE LA GUERRA EN UCRANIA

Tras el fracaso de la ofensiva rusa en Bajmut, llegó la rebelión en Belgorod del jefe del grupo Wagner, y con él, el abismo se asomaba alrededor de Putin y de su malograda operación de “desnazificación” de Ucrania. De una manera más o menos controlada, y con un impacto no totalmente fácil de conocer, Putin atajó la crisis pactando con los rebeldes, y después reforzó su autoridad con un accidente aéreo que nadie cree que haya sido tal. No obstante, la situación en Rusia, con dificultades económicas y un Ejército que ha perdido toda la iniciativa en el conflicto, parece abocada al desastre. El acercamiento de Putin a Corea del Norte no puede interpretarse más que como una acción desesperada. Mientras tanto, las naciones de la OTAN están suministrando un apoyo logístico cada vez mayor a Ucrania, que gana capacidades y experiencia en combate, y ha tomado la iniciativa en todos los terrenos.

Sin embargo, la reiteradamente anunciada ofensiva ucraniana no ha alcanzado éxitos significativos. Desde Ucrania se insiste en que se requiere tiempo para que las defensas rusas cedan si se quiere evitar bajas masivas, algo que en ningún caso Ucrania puede permitirse. Es bien sabido que defenderse es mucho más fácil que atacar, requiere menos recursos y supone asumir menos riesgos; pero, por otro lado, ha quedado sobradamente constatado que Rusia ha perdido definitivamente la iniciativa y que anda cada vez más escasa de recursos, especialmente de municiones. Este hecho queda patente en su imposibilidad de continuar con los ataques en tierra y en la cada vez más mermada capacidad de dañar a los ucranianos empleando misiles. La pregunta que ahora flota en el aire es: si ninguno de los dos contendientes es capaz de avanzar, y la guerra se enquista en posiciones inconquistables, ¿A quién puede favorecer el paso del tiempo en la situación actual?

Las guerras denominadas largas dependen enteramente de factores logísticos. Aquel que tenga más capacidad de mejorar sus recursos respecto al otro, acabará triunfando. ¿Pero qué sucede cuando ninguno de los dos es capaz de cambiar el estatus? En ese caso los conflictos suelen alargarse en el tiempo, destruyendo las esperanzas de reconstruir el país y el futuro de una población muy castigada. Por ese motivo, y aunque la población rusa también sufre las consecuencias de la guerra, son los ucranianos los más perjudicados porque libran la guerra en su propio suelo. En caso de una prolongación de la guerra sin expectativas de cambio, el desgaste será mayor en el bando ucraniano y por tanto saldrá más perjudicado. Esa es ahora mismo la principal esperanza de Putin y los suyos, que en la parálisis de la guerra ven su esperanza de ir dinamitando el ardor guerrero, el espíritu de lucha de los valientes ucranianos que estaban de moral muy por encima de un enemigo que, seguramente en su mayoría, no entendía porque luchaba.

Pero para que la estrategia rusa tenga éxito son necesarias dos cosas: la primera, que pase tiempo sin que Ucrania puede vender éxitos militares y vayan perdiendo la esperanza de reconquistar el territorio perdido. Y segundo, que los países de la OTAN dejen de suministrar masivamente material de guerra a los ucranianos. Porque mientras esto segundo suceda, Ucrania irá mejorando sus capacidades militares mientras Rusia se estanca, y tarde o temprano, la progresiva inclinación de la balanza dará sus frutos.

De momento, los ucranianos no se plantean un escenario de negociación en el que tengan que ceder algo de lo conquistado por los rusos. Hacerlo sería hacer buena la invasión, y eso es algo que nadie se atrevería siquiera a plantear, al menos en público. La fe, el heroísmo y las hazañas de los primeros compases de la guerra, no permiten concebir otra cosa que una victoria total sobre el invasor, con devolución total de todo el territorio perdido. Y mientras los ucranianos tengan fe en la victoria, no negociarán otras condiciones.

Pero la situación podría cambiar. Y no es en Ucrania ni en Rusia de donde podría venir el punto de inflexión. La postura de los republicanos en EEUU es cada vez más decidida en dejar de apoyar el esfuerzo bélico ucraniano. En 2024 hay unas elecciones decisivas, pero incluso ya desde el Congreso se está vetando el apoyo financiero al país aspirante a la UE y la OTAN. Es bien conocido el cansancio de la población norteamericana a sostener económicamente guerras largas en el exterior, incluso aunque no haya bajas entre los suyos. La esperanza de Putin puede estar en que cierren el grifo a los ucranianos, y no sería la primera vez que interfiere en unas elecciones en los Estados Unidos para defender sus intereses. Putin puede confiar, como otros enemigos de EEUU, que, aun perdiendo todas las batallas, pueda ganar la guerra.

No obstante, un cese total de la ayuda norteamericana a Ucrania sería un suicidio para los EEUU. Si dejan caer a Ucrania en manos rusas, como hicieron con los kurdos en Siria o con los afganos frente a los talibanes, el desprestigio de este país sería mayúsculo, y precisamente en su área de influencia de mayor importancia estratégica: Europa. Es difícil conocer el impacto que podría tener una decisión así entre los Estados europeos, pero podría desatarse un terremoto. Los países más vulnerables ante la amenaza rusa, como Polonia o los Estados Bálticos, son ahora los mejores aliados de EEUU. ¿Seguirían confiando en su ayuda en caso de un ataque ruso? ¿Tendría la OTAN credibilidad? ¿Mantendrían los Estados europeos más poderosos la ayuda militar a Ucrania? ¿Reorientaría Europa su relación con Rusia? ¿Se plantearía un cese de las sanciones económicas? ¿Forzarían a Ucrania a aceptar una negociación, incluso aceptando perdidas territoriales? Tengo la impresión de que eso no va a suceder, pero el tiempo lo dirá. Y la clave va a ser si la población europea tan movilizada y escandalizada por la invasión va a aceptar un giro político de esta envergadura.

En todo caso, si en las condiciones actuales el paso del tiempo perjudica a Rusia, también es cierto que un cambio de situación es más probable cuanto más tiempo pase sin que una solución militar sea alcanzada. Los ucranianos quieren recuperar territorio clave antes de que eso suceda, pero el invierno se acerca y, de momento, no parece que lo estén logrando.

 

 

sábado, 5 de noviembre de 2022

EL COLAPSO DE PUTIN


Se dice que la primera víctima de la guerra es la verdad. Y es por eso que debemos tomar con mucha cautela toda la información que nos llega del frente.  Aún más cuándo bebemos sobre todo de fuentes de un solo bando, porque eso es lo que está pasando, que nuestros medios de comunicación apenas trasmiten fuentes rusas, que por otra parte son pura propaganda e información no fiable ni contrastable. Pero las fuentes ucranianas o de países de la OTAN también son propaganda, aunque mucho más controlada. La diferencia entre la opinión pública de un Estado totalitario, como es Rusia, aunque no se reconozca siempre como tal, y un Estado democrático, es que la libertad de expresión y la libertad de prensa limitan la propaganda gubernamental. Como ejemplo tenemos la guerra de Vietnam, y más recientemente la de Irak, donde los medios de comunicación de EEUU y la oposición política rompen con el discurso oficial y buscan sus propias fuentes y su propio discurso. Hemos visto lo que ha pasado en Rusia en un informativo de televisión, además de otras acciones contra periodistas que se creyeron independientes; hemos visto las detenciones masivas en manifestaciones contra la guerra, todas ellas declaradas ilegales por las autoridades. E incluso hemos visto muertes de personajes públicos en extrañas condiciones, personajes que se manifestaron contra la política del Kremlin. La propaganda en Rusia, no es solo propaganda, es además desinformación.

La visión del conflicto por parte de la población en Rusia no puede ser la misma, forzosamente, que la que tenemos en Occidente. Yo diría que la que tenemos en el resto del mundo. Porque a los rusos se les niega el acceso a la información que sea incómoda para el Gobierno. Sin embargo, hay hechos que sobreviven a la propaganda y a la desinformación. Hay hechos que no se pueden esconder. Los soldados rusos escriben a sus familias, las bajas se multiplican y sus familiares conocen el daño que está causando la guerra. Los detenidos son miles, y no pueden estar eternamente en aislamiento. Los propios mandos militares rusos están siendo relevados, o mejor dicho purgados. Los opositores son encarcelados. Son hechos que se pueden minimizar, pero no esconder.

La situación para la población en Rusia se ha deteriorado como consecuencia de la guerra y de las sanciones, algo que tampoco puede ocultarse. Quizá funcione por algún tiempo la estrategia de acusar a Occidente de todos los males, pero esa estrategia no funcionará por mucho tiempo si la situación bélica no mejora para Rusia. Pero el último síntoma de preocupación, el más grave, es el reclutamiento masivo de jóvenes rusos para sostener el Ejército en el frente. Son miles de personas afectadas, probablemente cientos de miles, y casi ninguno de ellos hubiera ido voluntariamente a luchar en Ucrania. Los síntomas de que algo no va bien en la guerra de Putin son evidentes, incluso para el pueblo ruso.

Es indudable que la pérdida de popularidad de Putin y el cada vez menor apoyo a su guerra no es suficiente para provocar un cambio de rumbo político en el país, ni siquiera para cambiar el curso de la guerra. Pero no cabe duda de que es una seria advertencia de que las cosas se están torciendo a buen ritmo para el presidente ruso. En otro artículo recordé las guerras que en los últimos siglos ha llevado Rusia fuera de su territorio y su resultado. Y comprobamos cómo la derrota y la revolución eran la consecuencia más inmediata y frecuente. En ninguna de esas guerras anteriores Rusia tenía un régimen democrático, ni permitía la libertad de prensa o de expresión. Y eso, no obstante, no fue óbice para que se desataran esas consecuencias.

La guerra está marcando una clara tendencia de severa derrota para Rusia. Desde hace tres meses los rusos han perdido la iniciativa. Su última ofensiva en el Donbass se quedó a medio camino, sin lograr la anexión completa del territorio de Donetsk. En cambio, la ofensiva ucraniana en Jarkov resultó un éxito completo, con un avance territorial inimaginable tan solo unos meses antes. Los rusos fallaron primero en su pretensión de una anexión rápida y de pocas bajas, después fracasaron en su intento de tomar la capital, Kiev, con notables pérdidas. También fracasó su avance sobre Jarkov. Su cambio de estrategia, centrando la ofensiva en el Donbass, sólo logro algunos avances al principio, también a costa de cuantiosas bajas y de sembrar mucha destrucción en el camino. Ahora Rusia está noqueada. Ucrania se aproxima peligrosamente a Kherson, primera ciudad importante que conquistaron los rusos en su primera ofensiva, y enclave estratégico para proteger Crimea y asegurar su unión con el Donbass ruso.

Las noticias que llegan de Kherson son extremadamente preocupantes: la población huye y los rusos saquean todo lo que encuentran. La entrada del Ejército ucraniano podría ser inminente. La caída de Kherson supondría una catástrofe militar mayor aún que la ofensiva de Jarkov. Rusia perdería todo su territorio a la izquierda del Dnieper y Crimea quedaría amenazada. El ataque al puente de Kerch supuso un triunfo psicológico y estratégico importante de Ucrania, ya que el puente es la única vía terrestre de suministro a la isla si los ucranianos consiguen aislar el Istmo en su avance desde el Dnieper.

Los ataques rusos con misiles sobre instalaciones eléctricas en Ucrania, y sobre otros objetivos civiles, denotan un intento de llevar la guerra a otro frente distinto del estrictamente militar, donde Rusia probablemente se siente impotente. Ucrania ha respondido con ataques en suelo ruso, probablemente con la idea de demostrar a su enemigo sus propias capacidades. Pero es improbable que estos ataques aislados se consoliden como una línea estratégica de Ucrania, ya que eso supondría llevar la guerra exactamente a donde Rusia quiere, sacándola del frente de batalla. Ucrania no puede malgastar sus recursos en operaciones revanchistas, que además minarían su posición en el conflicto desde un punto de vista de legitimidad y superioridad moral.

La tendencia es bastante clara e indica un evidente agotamiento del esfuerzo militar ruso y una notable mejoría de las capacidades militares de Ucrania. Salvo que se produzca un hecho relevante que la modifique, esta tendencia va a continuar e incrementarse, y llevará inevitablemente al colapso de Rusia en la guerra. Las razones son muy visibles: Ucrania tiene desde el principio del conflicto a toda la población movilizada, y muy motivada para defender su tierra y su modo de vida. Su armamento y equipo militar está siendo suministrado desde fuera, por las industrias de defensa más potentes del planeta y por las naciones de la OTAN, encabezadas por EEUU. El apoyo no es solo en armamento, también en inteligencia y asesoramiento militar. Y la instrucción y el adiestramiento de los militares ucranianos, pobre al principio de la guerra, está incrementándose a pasos agigantados. Mientras tanto Rusia ha perdido a sus mejores hombres y ha dejado el Ejército en manos de reclutas sin experiencia. Su armamento se está acabando y la capacidad de su industria está muy limitada por las sanciones. El hecho de que una potencia militar de la entidad de Rusia esté recurriendo a Irán para suministrarse, es muy significativo. Y es que Rusia no está luchando solo contra Ucrania, está luchando contra la OTAN, la alianza militar más poderosa del mundo en capacidad, doctrina e inteligencia. Pero además esta guerra es muy cómoda para las naciones aliadas, porque aportan su capacidad bélica en términos de material, doctrina e inteligencia, pero no exponen las vidas de sus soldados, que es el talón de Aquiles de los países occidentales, como se ha visto en Afganistán y otros conflictos similares. El único precio a pagar por luchar contra Rusia es la crisis energética, algo que puede parecer insufrible para los ciudadanos y algunos políticos, pero es un precio mínimo por participar en una guerra.

En estas condiciones es casi imposible que Putin pueda evitar una dolorosa derrota que puede traer consecuencias imprevisibles en Rusia. Quizá le pueda salvar el miedo de EEUU a que Rusia quede en una situación peligrosa de inestabilidad e incertidumbre. Una situación similar a la que salvó a Sadam Hussein en 1991 (aunque luego cayó en 2003) de su caída definitiva. En aquella ocasión, los EEUU no quisieron aventurarse a un peligroso colapso del régimen iraquí, cuando ya se estaban produciendo alzamientos en el Norte y Sur del país. Irónicamente, ese caos que trataron de evitar en 1991, lo provocaron en 2003. A medida que se acerque la derrota de Rusia, veremos si se produce un giro en la política de EEUU, y de Europa desde luego, para tratar de minimizar los daños.

Esa es, ahora mismo, la mayor preocupación de Zelensky y los ucranianos, que agradecen el apoyo de sus aliados, pero miran con recelo cualquier duda o matización en sus discursos. A Ucrania solo le vale la victoria, porque el daño causado por los rusos en su país ha sido enorme, y dejará heridas para varias generaciones. Ucrania no puede ceder ni un ápice en sus aspiraciones, porque cualquier concesión a Rusia sería un injusto premio por tamaña y criminal acción. Los crímenes de guerra que van apareciendo en distintos lugares de Ucrania complican más la posibilidad de un final pactado, aunque sea con una derrota de Rusia por la mínima. Ya no será solo Ucrania, las ONG´s defensoras de los Derechos Humanos, el tribunal penal de La Haya, los medios de comunicación occidentales, y la opinión pública pueden ser obstáculos a ese final pactado. Igual que con Hitler en la Segunda Guerra Mundial, con Putin solo cabe la derrota sin condiciones, y de eso se van a encargar Zelensky y muchos de sus apoyos internacionales.

Hay otro factor que intentará jugar Putin, como ya lo ha venido haciendo hasta ahora, con el que intenta evitar una derrota total. Y ese factor es la amenaza de las armas nucleares en cualquiera de sus opciones posibles: presuntos accidentes nucleares, uso de armas nucleares tácticas o buscar desesperadamente el enfrentamiento nuclear con la OTAN mediante el uso de las armas nucleares estratégicas. Usar cualquiera de estos recursos desesperados nos abre el camino del apocalipsis, sin que nadie pueda salir ganando de esa confrontación. La capacidad de disuasión de esas armas ya se ha demostrado que es inútil ya que, pese a las amenazas de Putin, la OTAN sigue comprometida con Ucrania, y su única limitación es la de intervenir con fuerzas propias, algo que ni siquiera conviene a los Estados miembros. Por tanto, si a Rusia las armas no le sirven para disuadir, solo queda averiguar si estará dispuesta a emplearlas efectivamente, aún a costa de sufrir las consecuencias de ello. A medida que la derrota rusa se vaya haciendo más evidente, y los riesgos de una convulsión interna en el país aumenten, el riesgo de uso de armas nucleares también aumentará. Si se van a emplear finalmente o no, es algo que solo Putin sabe. O tal vez ni siquiera él.

 

 

 

 

lunes, 17 de octubre de 2022

LA INAPLAZABLE NECESIDAD DE UNA NUEVA LEY DE CARRERA MILITAR

     Los hechos consumados marcan el ritmo de la historia. Los errores cometidos en el pasado se asimilan como parte de la normalidad cuando se consolidan con el paso del tiempo. Cuando ya casi nadie recuerda cómo eran las cosas antes o como podrían haber sido, cuando lo actual parece que estuvo siempre ahí; entonces sucede que no valoramos lo que teníamos, que perdemos el espíritu crítico y nos acostumbramos o resignamos a lo presente. Y en nuestro acomodo, se asienta la resistencia al cambio. El cambio: ese motor trasformador que da miedo afrontar. Y sin embargo, no nos damos cuenta que lo que tenemos hoy es fruto de otros cambios anteriores de los que no tenemos memoria. No todos los cambios son para mejor. A veces el cambio es un fracaso, pero nunca hay que renunciar a intentar mejorar. En este sentido lo más difícil es reconocer que algo no funciona, que algo no se hizo bien en su momento. El fracaso es uno de esos fantasmas que nunca admitimos ver. Y sin embargo el éxito se asienta en una sucesión de fracasos anteriores. Es lo que da la experiencia.

Miremos nuestro régimen de Personal de las Fuerzas Armadas, fruto del desarrollo de la ley 39/2007: la llamada ley de la carrera militar. Es la tercera de la democracia y la tercera desde que existe el Ministerio de Defensa, como heredero de los antiguos Ministerios de la Guerra, Marina y del Aire. Desde que se aprobó la ley han trascurrido trece años. Entre la primera (17/89) y la segunda ley (17/99) pasaron diez años y entre la segunda y la actual (39/2007) ocho, por lo que si se siguiese una progresión lógica deberíamos haber aprobado ya una cuarta. Pero, ni se ha hecho, ni hay intención de hacerlo. Da la impresión de que el proceso de reforma del personal de las Fuerzas Armadas, que comenzó en 1989, ha terminado ya y se ha alcanzado el objetivo deseado. O eso, o que la última ley creó tantos problemas que no se quiere intentar hacer una nueva para evitar riesgos políticos. Y me temo que la segunda razón es la verdadera.

            Los políticos, que últimamente son más dados a crear problemas que a solucionarlos, necesitan ser empujados a esto último. No podemos seguir dando a entender que nos queremos quedar con la ley 39/2007, que mejor dejar todo como está. Esa resignación mina la moral y la capacidad de las Fuerzas Armadas. Y es que hay serios motivos para una nueva ley. Y es que la actual ha sido un fracaso estrepitoso, por más que intentemos ocultárnoslo a nosotros mismos. Es más, nunca se ha aplicado como está escrita porque lo contrario hubiera sido un auténtico desastre. Y si nunca ha llegado a aplicarse en su integridad es porque tácitamente se reconoce que no se hizo bien.

He escrito muchas veces antes sobre la Ley 39/2007, pero como ha pasado mucho tiempo de eso, conviene hacer un repaso de los cambios fundamentales que introdujo la ley y en qué grado se han aplicado. Recordemos que los tres grandes pilares de la ley de carrera son: la introducción de un título universitario de grado adicional a la formación militar en las academias de oficiales y uno de formación profesional en las de suboficiales, el régimen de ascensos por clasificación y elección, y la unificación de las antiguas escalas media y superior de oficiales en una sola.

La introducción de un título de grado universitario en la formación de oficiales ha supuesto la obligación del alumno de cursar dos grados simultáneamente: el de una carrera universitaria y el de la formación como oficial del Ejército correspondiente. Además coexisten dos Centros diferentes para impartir esa formación: la academia militar y el Centro Universitario adscrito a la Defensa (CUD), con directores diferentes y cadenas de mando diferentes. La coordinación de ambos Centros descansa en la buena voluntad de su personal y sobre todo de sus directores, pero es una anomalía que produce continuas disfuncionalidades.

 El alumno, dentro de un régimen peculiar como es el de una academia militar, tiene que aprobar dos carreras a la vez, en unas condiciones mucho más difíciles que un alumno de cualquier universidad. Ello hace que los alumnos soporten una enorme presión académica y tengan dificultades para superar ambos planes de estudios. El sistema estaba pensado para que no todos los alumnos superasen el plan y que las bajas se cubrieran con alumnos con carreras universitarias que se incorporarían a partir de cuarto curso.  En la práctica, se intenta que las bajas sean mínimas y que casi todos los alumnos logren graduarse y recibir su despacho de oficial, porque lo contrario es un enorme despilfarro de recursos. Sin embargo, sí que se han producido algunas incorporaciones de alumnos con títulos de grado a partir del cuarto año, provocando otra disfuncionalidad al salir oficiales con idénticas atribuciones, pero con dos formaciones diferentes.

La formación militar y profesional, la realmente necesaria para cumplir los cometidos, está saliendo muy perjudicada al no disponer de margen para la incorporación o modificación de nuevos contenidos. La formación militar y verdaderamente profesional está muy limitada por la exigencia del CUD para la aprobación de las asignaturas del grado. Y a todo esto, ¿Cuál está siendo el resultado de los nuevos oficiales que salen formados con este sistema?

Pues podemos decir que no existe un estudio verdaderamente serio y objetivo sobre el resultado, pero al menos, en lo que a la Armada respecta, hay dos datos que sí podemos asegurar por el momento: el grado de motivación e ilusión de los oficiales que salen de la Escuela es muy bajo, y el nivel de aprovechamiento del grado universitario que poseen de momento es desconocido, o sea nulo mientras no se demuestre lo contrario. La reducción de los periodos de prácticas en el plan de estudios, sobre todo en aquellos alumnos que entran con titulación, los ha dejado en un número claramente insuficiente. Ello, es de justicia decir, se ha venido agravando por la reducción de días de mar de la Flota por las restricciones presupuestarias y por la carencia de buques que puedan desempeñar ese cometido con eficacia, ése que antiguamente hacían las Corbetas con tanto éxito.

Bajo mi punto de vista, hay una conclusión clara sobre el actual sistema de enseñanza de oficiales, y es que el título de grado casi totalmente ajeno a nuestra profesión, supone una distorsión en la formación y una dificultad muy grande para mejorar la enseñanza realmente profesional. La utilidad de este título es, como mínimo, incierta, y la posibilidad de utilizarlo fuera de las Fuerzas Armadas es muy baja, dado el largo periodo de servicio que el oficial debe dedicar a la institución antes de poder desempeñar su título de grado, con el que no desarrollará su carrera de ingeniero o graduado. Alguien nos ha hecho creer que nuestra formación era muy similar a la de un ingeniero, pero la verdad es que tiene poco que ver, aunque muchas asignaturas teóricas coincidan más o menos. El Ejército del Aire ha propuesto un cambio en el modelo de enseñanza que une el título de grado a la propia formación militar, de modo que desaparezca la dualidad. Consiste en crear un grado nuevo ad hoc, que no proporcionará un título que contemplan el resto de universidades, sino un título propio que permita elaborar el plan de estudios que se requiera para formar un oficial. El modelo no es exactamente nuevo ni original, es exactamente el de los oficiales de la Guardia Civil. En cierto modo, este modelo supondría volver al anterior, pero beneficiándose de las sinergias creadas con las universidades. La propuesta del Ejército del Aire, aunque jurídicamente pueda caber en la ley de carrera, está claramente fuera de las que fueran las intenciones del legislador, pero eso ya no es nuevo, dado que, en otros aspectos importantes del mismo texto legal, dichas intenciones se han dejado de lado. Esta iniciativa podría ser una buena solución, pero no cabe duda que, más temprano que tarde, habrá que hacer una ley nueva porque se está quedando cada vez más fuera de la realidad.

En el caso de los suboficiales, la ley no ha supuesto tantos cambios, aunque obliga a obtener una titulación de formación profesional. En algunas especialidades, la equivalencia puede ser sencilla, pero en otras resulta más complicada y los ajustes de los Planes de estudios pueden dificultar la enseñanza de contenidos profesionales. No obstante, la formación del suboficial se ha alargado y ha permitido dar una enseñanza de calidad. El problema, es que los suboficiales, aunque procedan de promoción interna, carecen de experiencia porque, aunque son muchos los que proceden de la escala de tropa y marinería, pocos han pasado suficiente tiempo en ella. Esto, tradicional en el Ejército de Tierra, es un problema para la Armada.

La promoción interna para oficial, por cierto, ha sido muy dañada con la nueva ley de carrera. La posibilidad de ingresar en una academia militar de oficiales desde suboficial resulta muy complicada, porque sin una titulación de grado universitario no se convalidará al suboficial, cabo, soldado o marinero prácticamente nada de su formación anterior. Si la formación de un oficial que ingresa sin título universitario son cinco años y la de suboficial tres, el resultado final son 8 años de estudios y muy escasa experiencia profesional para sacar un oficial procedente de suboficial. Un suboficial que, por cierto, apenas habrá desarrollado sus cometidos profesionales en esa escala, por lo que en puridad no se puede hablar de promoción interna sino de otra forma de ingreso. Tampoco la promoción interna en la escala de suboficiales es real, los que ingresan a través de esas plazas son, mayormente, marineros con un solo año de antigüedad. Resulta mucho más atractivo para un soldado o marinero, que están ingresando con una formación superior a los que las FAS necesitan de ellos, promocionar a suboficial que a cabo o cabo 1º, por lo que hay serios problemas para cubrir las necesidades en estos empleos.

Y aquí enlazamos con otra de las principales novedades que trajo la ley de carrera militar, que fue la eliminación de la antigua escala de oficiales, antes escala media, para fusionarla con la antigua escala superior, ahora escala de oficiales.  En su momento, fue el aspecto más controvertido de la ley y el motivo de miles de recursos de oficiales de los tres Ejércitos. Oficiales con titulaciones distintas y trayectorias diferentes fueron metidos con calzador en una nueva escala que los mezclaba sin consideración y que daba antigüedades de una manera, vamos a decir, poco rigurosa. El ambiente que se creó en entre los oficiales de las Fuerzas Armadas fue bastante enrarecido y el nivel de motivación entre los oficiales afectados tocó fondo. Hoy este aspecto ha quedado muy atrás y podemos decir que se ha normalizado. Sin embargo, las Fuerzas Armadas han creado un problema que no tiene, en este momento, una solución totalmente satisfactoria. Al desaparecer la escala media, antes escala auxiliar, no hay suficientes oficiales en los empleos más bajos: teniente y capitán. Para paliar esta carencia la ley de carrera contemplaba dos vías: los retenidos en el ascenso y los militares de complemento. Ninguna de las dos vías está funcionando bien. El número de oficiales retenidos, que son aquellos que no habiendo superado las evaluaciones para el ascenso quedan definitivamente en el empleo inferior, es muy escaso. El oficial retenido es un individuo muy desmotivado, sin ánimo ninguno de mejorar su perfil profesional cuando sus opciones de ascenso están totalmente cerradas. Por ese motivo y porque, de momento, tampoco sobran efectivos en los empleos más altos, los Ejércitos han optado por ascender a la casi totalidad de los oficiales hasta teniente coronel, y no limitar su progreso profesional a los pocos años de carrera. Y es que el sistema de ascensos es otro de los grandes fracasos de la ley, pero de eso hablaremos luego.

La otra opción para completar la necesidad de oficiales en los empleos más bajos era la del militar de complemento, individuos que podían acceder a las Fuerzas Armadas con el grado de oficial firmando un contrato de ocho años si estaban en posesión de algunos títulos universitarios. Y aquí es donde surge el problema. Porque el militar de complemento siempre ha sido un problema para el Ministerio de Defensa, como ahora lo empieza a ser la tropa y marinería profesional. En la cultura española, un país con una tasa de paro estructural bastante elevada, y entre ese grupo de parados hay muchos jóvenes con títulos universitarios, no hay nada más valioso que un empleo fijo. En otros países como Estados Unidos o el Reino Unido, el paro estructural es casi una anécdota y es prácticamente nulo en individuos con títulos universitarios. La posibilidad de adquirir un empleo fijo en esos países, de donde se ha copiado la desafortunada ley de carrera, no es demasiado importante en comparación con otras consideraciones. Es frecuente y está normalizado cambiar de empresa y de trabajo, y no necesariamente supone un drama. En España los empleos públicos están mejor pagados que la mayoría de los privados, y tienen la garantía de que suelen ser fijos. Cuando la administración contrata trabajadores temporales enseguida surgen los conflictos laborales y las protestas.

Los militares de complemento no son ajenos a esa problemática. Antes de la entrada en vigor de la ley actual, los militares de complemento podían renovar su contrato año tras año y presentarse a un proceso selectivo para acceder a una Escala de oficiales que garantizaba un empleo fijo. Si la cosa no salía bien, venían las protestas laborales ya que después de muchos años en las Fuerzas Armadas la reinserción laboral era muy complicada. Para evitar esos problemas en el futuro, se decidió incluir en la ley de carrera que los contratos solo podrían prorrogarse hasta ocho años. Y para que todos los militares de complemento tuvieran las mismas oportunidades, solo se permitió entrar a aquellos que poseían títulos universitarios equivalentes a los oficiales de carrera, es decir ingenierías o asimilados. De ese modo todos podrían acceder por promoción interna a los procesos de selección de acceso a dicha escala. El problema es que la oferta no es atractiva. Los militares de complemento tradicionalmente procedían de aquellas carreras universitarias con mayores tasas de paro y ahora esos tienen vetado el acceso. Los ingenieros son de las titulaciones con menos paro en España, y la opción de pasar ocho años en las Fuerzas Armadas para ejercer unos cometidos que muy poco tienen que ver con su profesión, no resulta interesante a la inmensa mayoría. En consecuencia, año tras año, las plazas convocadas por el Ministerio de Defensa para militares de complemento de los Cuerpos Generales de los Ejércitos, no se cubren. El problema, nuevamente, es el título universitario, al haber ligado la ley de carrera la condición de oficial de las Fuerzas Armadas a la de ingeniero.

La opción de las escalas auxiliares, con mayoría de efectivos procedentes de suboficial, llenaba el hueco de manera mucho más satisfactoria, ya que para los suboficiales el acceso a esta escala suponía un aliciente que ayudaba a la motivación. O sea, al contrario de lo que sucede con los oficiales retenidos en el ascenso, que sí no se cambia el sistema, serán a largo plazo los que rellenen los puestos en los empleos más bajos.

Y finalmente llegamos al asunto de los ascensos. Hasta la ley de carrera 39/2007 todos los oficiales y suboficiales ascendían al empleo superior cuando cumplían los tiempos de servicio establecidos y pasaban los cursos preceptivos, cuando los había. Por estricto orden de antigüedad. En la ley anterior, la 17/99, el orden de ascensos podía verse modificado dentro de la misma promoción, pero no entre promociones diferentes. La antigüedad era el rasgo más importante de la carrera militar. Y la antigüedad se obtenía con la experiencia. La antigüedad significaba jerarquía, y como un elemento sagrado, todos los militares la respetaban y aceptaban con un respeto indiscutido. Para conocer y regular la antigüedad estaba el escalafón, donde cada uno ocupaba su sitio según su orden de antigüedad. El escalafón avanzaba, pero siempre por orden de antigüedad. Solo para los empleos de oficial general o suboficial mayor se podían promover ascensos sin respetar el sagrado orden de la antigüedad. En la antigüedad descansaba la jerarquía, y en la jerarquía la disciplina por autentico convencimiento.

Pues bien, la ley de carrera militar destruyó la antigüedad, pero mantuvo el escalafón. Es decir mantuvo el instrumento, pero no su justificación. El nuevo escalafón es errático y puede producir cambios de jerarquía notables e imprevistos. La jerarquía ya no es una vaca sagrada, y la disciplina se acepta, pero no convence como antes. Los ascensos por clasificación o elección, como introdujo la ley de carrera militar, pretendían ascender a los mejores, no a los más antiguos. Y tal objetivo, por excesivamente ambicioso, ha distorsionado la escala militar y ha degradado la razón de ser del escalafón.

Cuando se evalúan varios militares de carrera para decidir a quien se asciende y en qué orden, nos encontramos con un problema  inconmensurable y al que la normativa de desarrollo de la ley ha dado una respuesta inauditamente calamitosa. Se optó por lo más fácil y lo más barato: el sistema de Informes Personales de Calificación (IPEC) y la trayectoria profesional. Ambas herramientas tenían una ventaja sobre cualquier otro sistema que se introdujera, y es que ya estaban en el sistema, por lo que permitían ordenar a los militares con valoraciones nuevas, pero hechas con elementos ya existentes aplicados de manera retroactiva. Cualquier otro sistema hubiese sido mucho más complicado de instaurar. Se optó por lo más fácil, pero también por lo más defectuoso, injusto y arbitrario. Pero lo importante entonces era poder aplicar la norma lo antes posible.

La valoración de la trayectoria es arbitraria porque ésta no se realiza, en muchos casos, según la voluntad del interesado. Cuando se aplicó la norma por primera vez cualquiera podía haber pensado: “Si sé que este destino o este curso puntúa tan poco, no lo hubiera pedido”. Pero desafortunadamente, en muchos casos, ni siquiera la trayectoria la decide el propio interesado. A un militar se le premia o se le sanciona por estar en destinos o realizar cursos de especialización que tuvo que realizar porque su antigüedad no le permitía realizar otros. O sea valoramos los méritos de un profesional por una trayectoria que se le ha ordenado hacer. Por otro lado, la dispar valoración de unos destinos respecto a otros perjudica grandemente la eficacia de las Fuerzas Armadas al penalizar indirectamente el desarrollo profesional en determinados puestos. Lo que viene sucediendo al final es que hay destinos donde nadie quiere estar, si alguien tiene que estar, tendrá la permanencia mínima o solo permanecerán aquellos que, desilusionados con sus expectativas de carrera, solo busquen estabilidad geográfica. Para evitar esto, se ha ido reduciendo las diferencias de valoración entre destinos, hasta hacerlas lo menos relevantes posibles, salvo destinos de mando o especial responsabilidad que se asignan en otros procesos de valoración independientes. Procesos que también se basan en los IPEC, por lo que en muchos casos aunque no en todos, el IPEC es directa o indirectamente la casi única herramienta del sistema.

Y ¿Qué es el IPEC? El IPEC es un informe de valoración del personal que realizan tres calificadores, de los cuales uno es el superior inmediato y al que los otros suelen copiar o imitar el informe, que se basa exclusivamente en el criterio puramente subjetivo del calificador. EL IPEC no está sometido a ninguna norma objetiva, y aunque los campos que describe son muchos, la única utilidad de todos ellos es meterlos en una fórmula matemática para poner en orden a todos los calificados. Un solo orden, que define quienes son los buenos y quienes los menos buenos, no en algo específico, sino globalmente. El calificador no tiene que demostrar ni probar nada, su criterio es suficiente para decidir la valía del calificado con una cifra entre 1 y 10, de la que naturalmente si se tiene menos de 8, se estará en la cola del frente de evaluación. Porque cuando se selecciona un frente de evaluación, se están seleccionando IPEC de calificadores diferentes para cada individuo y para cada año y entre los que sus baremos mentales serán diferentes. Entre el total de calificados habrá como mucho dos calificados que coincidan en un calificador en un solo IPEC, tal vez dos, en un total de 20 informes por individuo, en el caso de la Armada. Es muy escuchado el argumento de que, aunque unos calificadores puntúan más alto que otros, después de varios años trayectoria se compensan por el elevado número de calificadores que uno ha sufrido. Pero esa afirmación carece de fundamento matemático, ya que como se ha indicado, el número de IPEC hecho por los mismos calificadores en un mismo proceso de evaluación es casi inexistente debido al elevadísimo número de éstos.

Además, al haber un número de calificadores tan alto, que además desconocen el baremo de los demás, la existencia de un valor de referencia es prácticamente imposible. Se ha afirmado con insistencia, que la razón de esa disfuncionalidad es que los calificadores no hacen bien los IPEC, por poner notas siempre muy infladas, pero pese a ello, el sistema prosigue su marcha como si los resultados fuesen plenamente acertados. En la propia instrucción para el relleno de los IPEC se afirma que la C es una nota que debería abundar en todos los calificados, que la B es menos frecuente y solo debería aparecer en algunos rasgos, y que la A, por excepcional solo puede aparecer unas pocas veces. EL hecho es que si en tus calificaciones abunda la C irás a la cola del frente de evaluación y que los primeros de cada frente tendrán A en la mitad de sus rasgos o más. La SEPEC (organismo que controla y clasifica en las evaluaciones de la Armada) puede devolver unos informes si son demasiado buenos, y de hecho lo hacen, pero curiosamente los primeros de cada frente tienen unas medias que superan con creces los límites que la propia SEPEC marca.

SI descendemos a los datos concretos, vemos que en un frente real de evaluación de oficiales de la Armada las notas medias en todos los conceptos están por encima del 8. Solo unos pocos individuos tienen la desgracia de tener menos nota, y eso que seguro que en sus informes de 7 o 7,5 se afirmara que se trata de un magnífico profesional. Las diferencias entre el primero y el último o penúltimo del frente no superarán un punto en la mayoría de los conceptos y sin embargo su destino será radicalmente diferente. Para convertir esas diferencias pequeñas en relevantes se normalizan las notas mediante una fórmula matemática que convierte la mínima nota en el 10 y la máxima en un 20, disparando las diferencias. Pero esta operación esconde un enorme fraude. Si la media esperada entre los evaluadores, según las instrucciones del IPEC, debe ser un 5 o un 6 y la media real es un 8, eso significa que los evaluadores tienen un error de medición en su informe de 3 o 4 puntos de media. Sin embargo la diferencia entre sus calificados es apenas de un punto, un punto y medio a lo más. Esto quiere decir que en la diferencia de sus valoraciones es mucho menor la diferencia en la calificación que en el error que cometen al hacerla. Al normalizar las calificaciones lo que hacemos es amplificar los errores. El resultado es enormemente errático. Por supuesto, no es así en todos los casos. Cuando un superior se quiere asegurar que el calificado se salga por arriba o por abajo, basta con romper los límites del sistema y poner calificaciones por debajo de 8 o por encima de 9. Lo primero será bien recibido por la SEPEC porque se acerca a los valores teóricos de referencia, aunque ya sabemos que en la práctica hundirán al calificado. En el primer caso, dependiendo de si el calificado tiene “prestigio” entre los mandos, se permitirá romper las normas ya que se tratará de un individuo “que todo el mundo sabe que es excepcional.”

Este arbitrario método da mucho poder a los mandos permitiéndoles cierto control y coacción a sus subordinados directos, porque es totalmente discrecional. A cambio, disuade a los subordinados que aún tengan expectativas de carrera, de cualquier enfrentamiento con sus jefes directos. Ello garantiza que el primer criterio para el ascenso sea el de las lealtades personales, cuando no la sumisión al sistema, apagando todo espíritu crítico. La disciplina es algo que ningún militar puede poner en duda, la sumisión es una perniciosa derivada que daña a las Fuerzas Armadas. La lealtad debe entenderse en un sentido amplio, también de superior a subordinado, no solo a la inversa, y sobre todo a España y a los principios que sustentan la profesión militar, no a personas concretas que puedan tener intereses particulares, incluso espurios.

El sistema de IPEC se emplea para poner en orden los frentes de evaluación y decidir los ascensos. También para asignar los destinos de mando y especial responsabilidad. Pero el sistema de IPEC no informa de las verdaderas cualidades de su individuo ni de sus capacidades profesionales, y aunque lo hiciera, lo único que se recoge es un número de orden. Un número de orden de un grupo de profesionales con trayectorias muy dispares y jefes muy distintos. EL IPEC no solo no valora bien, sino que desmotiva y no fomenta el talento ni la promoción profesional.

La ley de carrera introdujo también otro aspecto novedoso: las especialidades de segundo tramo, tanto para oficiales como para suboficiales, que deben hacerse en el tercer empleo para reorientar su trayectoria y que deben ser preceptivos para el ascenso. Curiosamente, el desarrollo normativo y efectivo de las especialidades de segundo tramo se ha retrasado muchísimo. La Armada no ha empezado a implementarlas en oficiales hasta 2019 y en suboficiales está arrancando ahora. El Ministerio de Defensa emitió el reglamento el  año pasado. No vamos a entrar en las razones de tan prolongada demora, pero todo parece indicar que los Ejércitos y la Armada han ofrecido bastante resistencia a su aplicación. La implementación de estos cursos supone un coste importante tanto directo como de oportunidad, ya que los alumnos que los cursen dejan de ocupar destinos en la estructura mientras los realizan.

Sin embargo, las especialidades de segundo tramo constituyen uno de los pocos aciertos de la ley. Si las especialidades se convierten de manera efectiva y real en el arranque de una segunda trayectoria, van a solucionar varios problemas. Por un lado, los cometidos que tanto oficiales como suboficiales desarrollan en su segunda trayectoria tienen muy poco que ver con los de la primera, que son esencialmente operativos. Para dichos cometidos se les preparó en los centros docentes de formación, mientras que para los segundos no se les daba ninguna preparación específica. Por otro lado, en el modelo actual, no existen trayectorias definidas. Al no haber preparación específica, un militar puede moverse por un abanico amplio de destinos de naturaleza muy diferente sin que se valore demasiado su experiencia o formación, y al final se le evalúa en base a los IPEC donde las estimaciones de sus mandos directos decidirán su futuro. Con este modelo, en lugar de crear trayectorias de especialización que diferencien a los militares por su experiencia y conocimientos, se crean trayectorias diversas en las que solo hay buenos, menos buenos y regulares, lo que produce desmotivación en muchos y desaprovechamiento del talento y la experiencia en la institución. Las especialidades de segundo tramo pueden dar una solución a este modelo, pero no basta con crear los cursos preceptivos, sino que deben crearse las trayectorias con destinos seleccionados y ascensos por especialidades. Y en eso, la ley de carrera con sus sistemas de ascenso y evaluaciones basadas en los IPEC y en valoraciones de trayectorias distintas, encaja mal. Esta anomalía de la ley demuestra que se elaboró con muchos errores y que es necesario cambiar muchos de sus planteamientos, lo que necesariamente debe hacerse redactando una nueva.

            Y, ¿qué soluciones pueden proponerse para esta nueva ley? Algunas ya se han ido exponiendo a lo largo de este artículo. La enseñanza debe volver a ser específica y olvidarse de la utopía de dar dos carreras con el tiempo y los medios de una. Para ello, y para no desperdiciar la experiencia de haber cooperado con la Universidad, la solución propuesta por el Ejército del Aire parece la más acertada. Un título de grado y máster, sí, pero propio y específico de cada Ejército. Un modelo similar valdría para los títulos de técnico superior de los suboficiales, y que permitiría una convalidación significativa del grado de oficial, facilitando la promoción interna. Respecto al sistema de ascensos, es necesario volver a la antigüedad hasta el grado de coronel y olvidarse de evaluaciones basadas en criterios subjetivos. Las evaluaciones deben ser específicas para el mando y los destinos de especial responsabilidad y los IPEC deben ser reducidos y su utilidad muy limitada. No deben compararse trayectorias diferentes. Al fin y al cabo, los empleos militares siempre han representado mucho más la veteranía y la jerarquía que los cometidos profesionales. La antigüedad garantizaba mucho más la disciplina y el compañerismo que cualquier otro criterio para ascender. Los puestos de especial responsabilidad, en cambio, sí que se pueden evaluar por capacidad e idoneidad. Y aquí también entran las trayectorias profesionales, además de informes personales que tendrán que estar basados en características más específicas y objetivables que los IPEC.

            La nueva ley de carrera militar debería permitir trayectorias profesionales más especializadas, perfiles más motivadores y un sistema de ascensos menos competitivo, excepto para los empleos más altos del escalafón. La enseñanza, orientada a formar profesionales de la milicia y no de otros órdenes, y a facilitar una verdadera promoción interna que motive a las Escalas de suboficiales y de tropa, pero también que permita aprovechar la experiencia profesional. Accediendo al grado de oficial y suboficial a militares de dilatada experiencia en las escalas de menor categoría, permitirá además cubrir las necesidades de los primeros empleos de dichas escalas.

            Las Fuerzas Armadas siguen evolucionando, con algunos pasos adelante y otros, desafortunadamente, hacia atrás. Es hora de aprovechar los aciertos, pero también de rectificar los errores cometidos y seguir cambiando, evolucionando a mejor. El tiempo apremia, el futuro es hoy.