Las imágenes de satélite tomadas por EEUU han descubierto al mundo el preocupante hecho del enorme despliegue militar ruso, alrededor de 100.000 soldados, en la frontera ucraniana. La razón de tal despliegue, muy costoso en términos económicos, y en términos políticos sino se alcanzan los objetivos pretendidos, no puede ser otro que lograr la sumisión del Estado vecino, bien por cesión ante la amenaza de una invasión o como consecuencia de la invasión misma. No sabemos con exactitud cuales los objetivos pretendidos por el Kremlin, pero dada la magnitud del despliegue, ha de entenderse como un cambio radical en la dinámica política y de seguridad en Europa, es decir utilizar la sumisión de Ucrania como aviso al resto de Estados vecinos.
No es la primera vez que Rusia usa la fuerza para evitar la
deriva occidentalista de las repúblicas exsoviéticas que limitan con ella. En
2008, Rusia invadió dos provincias de mayoría de etnia rusa en Georgia, y aún
hoy permanecen bajo su control. Asimismo, en 2014, Rusia, tras la revolución
naranja en Ucrania, se anexionó Crimea, prácticamente sin lucha, y armó a los rebeldes
prorrusos de las zonas de Lugansk y Donetsk que se separaron de Ucrania
consiguiendo mantenerse fuera del control del gobierno de Kiev. Sin embargo, en
esta ocasión, la entidad de las fuerzas movilizadas no indica una acción local
o híbrida sino una operación militar de gran calibre. El discurso del gobierno
de Putin niega cualquier intención agresora, pero insiste en que no permitirá
que continúe la expansión de la OTAN hacia el Este. Y es que, pese a las
amenazas y los ataques rusos del pasado, tanto Ucrania como Georgia se han
reafirmado cada vez más en su propósito de unirse a la OTAN y a la UE y de
buscar el apoyo occidental para garantizar su seguridad.
Así que todo parece indicar que, salvo que la disuasión de
EEUU o de la OTAN sea realmente efectiva, los rusos no van a cejar en su empeño
y están dispuestos a usar la fuerza para conseguir sus propósitos. Cualquier
observador se preguntará porque ahora, cuando la situación en Ucrania no ha
variado mucho desde que se firmaron los acuerdos de Minsk en 2015, acuerdos que
sirvieron mantener una tregua en las provincias en disputa. La clave del cuando
parece estar en la percepción rusa de que la OTAN atraviesa un momento de
debilidad. Y es que la percepción de debilidad parece atinada. Por un lado, EEUU
está priorizando el área Asia-Pacífico en su política de seguridad, manteniendo
un despliegue naval cerca de Taiwán, país que se siente amenazado por la otra
gran autocracia del Planeta: la República Popular China. Además, la sociedad
norteamericana se encuentra en crisis y muy dividida, como se pudo comprobar en
las últimas elecciones y desde la Casablanca se ha afirmado varias veces que no
se plantea una respuesta militar en Ucrania, si bien esa postura se viene
matizando las últimas semanas. Por otro lado, Europa se encuentra desunida.
Alemania está más cerca de la postura rusa, tras la construcción del gasoducto
en el Báltico, y el nuevo Gobierno de coalición está divido sobre la política
de seguridad. Francia no siente la amenaza rusa como muy cercana, a diferencia
de los antiguos miembros del pacto de Varsovia y las repúblicas exsoviéticas,
lo mismo que sucede en Italia y en España donde los socios del gobierno de
coalición se pelean por atribuirse el cartel del “No a la guerra”. Incluso
Hungría, pese a ser uno de los antiguos miembros del pacto de Varsovia,
advierte que no ayudará a Ucrania por el maltrato que según el gobierno húngaro
recibe la minoría de este país en el territorio de su vecino. Solamente el
Reino Unido parece más determinado y consciente del peligro de una agresión
rusa a Ucrania. Curioso, por cierto, el doble rasero de aquellos impulsores del
“No a la guerra” en España, que se manifestaron enardecidos contra EEUU en la
crisis de Irak de 2003, pero que, en el momento actual, en lugar de
manifestarse contra el posible atacante, lo hacen contra aquellos que pretendan
defender al atacado. Sin tanto entusiasmo como entonces, eso sí.
Pero lo más significativo es, sin duda, la percepción de que
la OTAN como alianza militar está demostrando ser mucho más débil e inoperante
de lo que aparenta, siendo la reciente retirada de Afganistán la mejor prueba
de ello. Y es los países miembros decidieron abandonar la misión porque no
estaban dispuestos a asumir bajas ni costes en un escenario que veían lejano y
ajeno. ¿Es Ucrania un escenario ajeno y lejano? Para algunos países de la
alianza es evidente que no, pero también parece claro que, para otros, sí que
lo es.
Vista la situación actual, podemos concluir que, efectivamente,
la percepción de debilidad en Occidente y particularmente en la OTAN por parte
de Rusia, responde a la realidad. Y esto me lleva a establecer un paralelismo
histórico muy interesante con las ambiciones territoriales de Alemania tras la
llegada de Hitler al poder.
En octubre de 1938 Alemania ocupaba los Sudetes, territorio
de mayoría germana, pero perteneciente a Checoeslovaquia. La ocupación, pese a
la protesta del Gobierno de Checoeslovaquia, fue pacífica. Francia y Gran
Bretaña habían acordado en Múnich ceder a Hitler en su reivindicación para
evitar una guerra, y accedieron a modificar el tratado de Versalles. El primer
ministro británico, Neville Chamberlain fue recibido como un héroe de la paz,
cuando regresó a su país. En Francia, la posición de Daladier era aún más
complicada por las campañas de los partidos de izquierda contra cualquier
intento de meter al país en otra guerra. Sin embargo, Hitler solo tardó cinco
meses en incumplir el tratado y anexionarse el resto de Checoeslovaquia
convirtiéndolo en un protectorado. Tampoco en esta ocasión hubo resistencia
armada, tanto los checos como sus aliados occidentales querían evitar una
guerra. No fue esta la primera claudicación ante la ambición territorial de la
Alemania nazi: unos meses antes Austria había sido anexionada al nuevo Reich
con el permiso de las potencias occidentales, del mismo modo que había ocupado
el Sarre que estaba bajo jurisdicción francesa, sin encontrar oposición. Vista
la situación, Hitler entendió que podría anexionarse Europa entera sin que
ninguna de las dos naciones más poderosas del continente estuviese dispuestas a
combatir para evitarlo. El propio ministro alemán de Exteriores, Joachim Von
Ribbentrop, aseguró a su canciller que ni Francia ni Inglaterra harían nada por
evitar la anexión de Polonia. En 1939 Hitler exigió la entrega de la ciudad de Dantzig
y un pasillo a través de Polonia para unir el territorio de Prusia Oriental con
el resto de Alemania. Solo entonces los líderes europeos comprendieron que
habían cedido demasiado y que no quedaba otra alternativa que combatir a Hitler
o convertirse en sus vasallos. Polonia, a diferencia de Checoeslovaquia y de
Austria sí estaba dispuesta a combatir. En lugar de ceder a las exigencias de
Hitler levantó un discurso patriótico y se preparó para la guerra. Alemania
derrotó a los polacos en dos semanas y se repartió el país con la URSS, con
quien había firmado un pacto de alianza, pero Francia e Inglaterra ya estaban
en guerra con Alemania y la consecuencia fue una hecatombe mundial. Francia no
estaba preparada para enfrentarse a esa guerra que trató de evitar, y el
resultado fue una derrota fulgurante y catastrófica. A Inglaterra sólo le
salvó, como con Napoleón, la existencia misma del canal de La Mancha, único
obstáculo entre los blindados alemanes y la capital británica.
De la conferencia de Munich y sus antecedentes podemos sacar
varias conclusiones:
- No
importa cuanto quieras evitar la guerra, si tienes un enemigo dispuesto a usar
la fuerza, acabarás entrando en conflicto con él.
- Cuantas
más cesiones hagas a quien se vale de las amenazas para lograr sus propósitos,
más fuerte se hará él y más débil tú.
- Si
vas a entrar en conflicto con un adversario por no considerar sus planteamientos
inaceptables, mejor que entres antes de que se haga más fuerte.
-
La
única forma de parar la ambición de una potencia que emplea las amenazas como
forma de alcanzar objetivos políticos, es mostrando determinación a impedirlo
desde el primer momento, porque una vez que se cede una vez, ya no parará.
Aunque estas conclusiones son claras, el paralelismo entre la
Alemania de Hitler y la Rusia de Putin no es perfecto, hay diferencias y
semejanzas, y por tanto debemos establecerlas para no llegar a conclusiones
equivocadas.
- Rusia
es una potencia autoritaria, mientras que los países de la OTAN son
democráticos. El antagonismo de Alemania frente a Inglaterra y Francia era
similar, si bien Putin no tiene el mismo control sobre su población que tenía
Hitler.
- Rusia
no ha expresado directamente sus deseos de anexionarse territorio ucraniano,
pero sí ha recordado que son naciones hermanas y que son otros los que se
empeñan en desunirlas.
- Rusia
tiene muchos partidarios prorrusos en territorio ucraniano, del mismo modo que
Hitler contaba con muchos simpatizantes alemanes en los Sudetes y austríacos
partidarios del nazismo, ya que el propio Hitler nació en Austria.
-
La
postura débil de Inglaterra y Francia en los años 30 se debía al hartazgo que
había dejado la primera guerra mundial y una opinión pública que no deseaba volver
a la guerra. En los países de la OTAN, sucede lo mismo, lo hemos visto en
Afganistán, pero además es que las sociedades occidentales no viven preocupadas
por ninguna amenaza militar ya que no han visto una guerra en casi ochenta años.
- Las
anteriores intervenciones y anexiones rusas en Georgia y en Crimea no tuvieron
una respuesta occidental, por lo que la percepción de Putin puede ser, como en
Polonia en 1939, que Occidente tampoco intervendrá esta vez.
- A
diferencia de los austríacos o los checos, la determinación de los polacos a
luchar por su independencia en 1939, muriendo por ello, fue lo que dejaba a
Francia e Inglaterra sin posibilidad de quedarse al margen, al dejar patente
que no se había podido evitar la guerra. En las anteriores anexiones, ni
Ucrania ni Georgia se movilizaron contra Rusia, sino que se limitaron a pedir
la ayuda de Occidente. Difícilmente va a venir a ayudarte alguien si tú mismo
no estas dispuesto a defenderte tú mismo.
Por tanto, parece claro que la capacidad y determinación de
luchar de Ucrania frente a una invasión militar de una potencia militar muy
superior es un factor determinante en disuadir a Rusia, así como de implicar a
la OTAN. También el apoyo del pueblo a ruso a Putin, en caso de que se decida
por la acción militar, es un factor clave, no solo en el momento en que este
arranque, sino también si vienen mal dadas y los objetivos no se alcanzan o las
bajas resultan inasumibles. Hace unas semanas la noticia de la intervención del
Ejército ruso en otra república exsoviética, Kazajstan, pasó casi desapercibida
en los medios de comunicación de Occidente. La intervención se produjo por petición
del Gobierno de ese país, pero lo interesante del hecho es que los soldados
rusos venían a reprimir una revuelta popular que pedía cambios sociales y
políticos. ¿Temía Putin un efecto contagio a Rusia? Recordemos que el único
líder opositor que realmente preocupa al Kremlin es Alekséi Navalni, político popular
de ideas democráticas al que intentaron asesinar envenenándolo y que ahora se encuentra
incomunicado en la cárcel. Es frecuente históricamente usar los conflictos
externos como aglutinante de la población en torno a sus dirigentes, desviando
la atención de los problemas domésticos. El caso de Rusia podría ser este, pero
también es una estrategia de alto riesgo. En la historia de Rusia, algunas campañas
militares en el exterior que han resultado un fracaso han provocado una
revolución social. Así sucedió en 1905,
tras la derrota frente a Japón y en 1917 durante la Primera Guerra Mundial.
No sabemos si Putin pretende realmente conseguir que la OTAN
renuncie a su expansión hacia el Este, que es el mensaje que constantemente
repiten desde el Kremlin, cuando aquello supone despreciar la soberanía de
Estados independientes que deciden su destino; o que esta renuncia la hagan los
propios Estados afectados amedrentados por la amenaza militar. Cualquiera de
las dos cosas parece poco probable, por lo que o bien Putin intentará alcanzar
ese objetivo por la fuerza, o bien su verdadero objetivo es otro y está
forzando a la OTAN a negociar, usando estas peticiones como tapadera. Eso no lo
sabemos, pero lo que sí sabemos es que un despliegue de esa envergadura no se
retira sin más sin pagar un alto precio político. Y no parece probable que
Putin no haya calculado bien que objetivos puede alcanzar Rusia sin que la
invasión se lleve finalmente a cabo. Según fuentes gubernamentales de
Washington y Londres, la invasión es altamente probable e inminente. Dios nos
coja confesados.
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