EL ELEFANTE TRUMP ENTRA EN LA
CACHARRERÍA
La escena que se vio este sábado en el despacho oval de la
Casa Blanca ha roto todos los esquemas de la escuela diplomática. Por muchas
diferencias que haya entre los líderes mundiales o sus representantes, sus
diferencias solo salen a la luz de manera sutil o refinada. En privado
desconocemos como pueden decirse las cosas, pero en público los modales se
mantienen para no crear más daño del estrictamente necesario y no cerrar los
canales de la negociación. Pero con Trump es diferente, el lenguaje de la
diplomacia no va con él, los modos del presidente norteamericano, seguramente
más propios del mundo de los negocios del que él procede, se traducen en un
estilo directo y sensibilidad cero. Probablemente porque a Trump no le preocupa
nada su imagen internacional, solo su propia opinión pública. Bush hijo cometió
un error similar, al ignorar que la opinión pública en Europa y en EEUU son
vasos comunicantes, que los lazos entre Europa y América son mucho más
estrechos, fuertes y duraderos que la política de un presidente concreto. Pero
aún es pronto para que lo sucedido tenga efectos en la imagen del presidente de
EEUU y el fondo, pese a todo, tiene más trascendencia que las formas.
Trump venía avisando al líder de Ucrania que no simpatiza ni
con él ni con su causa y que lo que desea es recuperar el dinero que su
antecesor invirtió en una guerra contra Rusia en la que él no cree. A las
graves acusaciones contra Zelensky, ha añadido buenos gestos con Putin, sin
duda argucias para meter presión al presidente ucraniano y a sus aliados
europeos. Zelensky sabe que no puede ganar la guerra sin el apoyo de Occidente,
especialmente el de EEUU, pero también sabe que los miles de compatriotas suyos
que han muerto en la guerra lo han hecho defendiendo su patria, su tierra, sus
familias. Zelensky en propia persona se jugó la vida cuando decidió quedarse en
Kiev y llamar al país a la lucha cuando los tanques rusos estaban a poco más de
un kilómetro de su búnker. A diferencia de Trump, Zelensky vive en guerra, por
eso no viste traje sino vestimenta oscura o militar. Los ucranianos han luchado
con valor durante tres años y no tienen intención de rendirse, que es lo que,
en la práctica, le pide Trump que haga.
Para Trump todo se reduce a temas económicos. EEUU ha
invertido mucho dinero en Ucrania y Trump no ve que vaya a recuperarlo, o no lo
va a hacer mientras él sea presidente. Poco le importan los ucranianos ni los
rusos, ni siquiera sus aliados europeos. Para Trump lo importante es ganar la
guerra económica. Y solo entiende de números. Trump está además atrapado por
una promesa electoral que como buen populista nunca debió hacer: acabar con la
Guerra de Ucrania en dos días. La cuestión es que EEUU no está en guerra, están
Rusia e Ucrania, y por tanto no depende de su voluntad, sino de la de los
contendientes. Convencer a Rusia de que pare la guerra no es posible sin darle algo
a cambio, en cambio a Ucrania es más fácil porque depende de los apoyos
occidentales. Así de simple, sin importar la justicia, la razón ni los
elementos morales de la decisión.
Zelensky no puede enfrentarse directamente a Trump porque
sabe lo crucial que es para Ucrania la ayuda de EEUU, pero tampoco puede rendir
su país después de la heroica resistencia hecha hasta ahora y del daño causado
por el enemigo. No puede porque ni su conciencia ni los ucranianos se lo
perdonarían. Esa es la parte que Trump no entiende. Zelensky no es un
presidente que busque poder o riqueza personal, no es sobornable como pudo
serlo Ghani en Afganistán. Zelensky es un líder de su pueblo que se ha jugado
la vida contra un invasor. Trump no puede entender eso, es una perspectiva
incompresible para un empresario que solo ve dólares. Cuando Trump prometió la
paz no contaba con él, le subestimó y ahora trata de amedrentarle.
Mientras Trump presiona a Zelensky y a los europeos, éstos
cierran filas con Ucrania. ¿Qué papel va a jugar Europa en este proceso? La
ayuda europea a Ucrania ha sido tan importante como la de EEUU, aunque la
industria de defensa del viejo continente no tiene las capacidades de los
norteamericanos. Suplir el hueco que deja EEUU si Trump decide retirar la ayuda
a Ucrania es, sin embargo, misión imposible en el medio plazo. ¿Aguantaría
Ucrania la guerra en esas condiciones? ¿Estaría dispuesto a hacerlo en todo
caso?
No tenemos la respuesta a estas preguntas, pero cualquier sí
a una de ellas garantizaría un fracaso monumental de Trump. No solo no lograría
la paz, sino que dañaría gravemente la relación con sus aliados y su prestigio
internacional a cambio de nada. El riesgo es alto, pero Trump parece muy seguro
de que los ucranianos, y los rusos, al final entrarán por el aro.
Por otro lado, el deterioro de las relaciones con Europa es
parte de su estrategia comercial, donde Trump sigue viendo a Europa como un
competidor estratégico. Pero Europa es
mucho más que eso. El constante reproche del presidente norteamericano de que
EEUU se gasta un dineral en capacidades militares para defender un continente
rico que tiene potencial económico de sobra para defenderse a sí mismo, es
básicamente cierto. Sin embargo, esa es una verdad a medias, porque si bien es
cierto que Europa ha vivido muy cómoda bajo el paraguas de los EEUU reduciendo
su gasto militar y pudiendo dedicarlo a un gasto social mayor, no es menos
cierto que esto ha supuesto beneficios indirectos muy notables para EEUU. Para
empezar la posición de EEUU como líder del mundo libre, que ahora Trump desea
abandonar, ha sido posible gracias al apoyo de los europeos en todos los
ámbitos de la política exterior. Europa ha seguido, apoyado y defendido toda la
estrategia global de seguridad de EEUU y ha aceptado todas sus decisiones,
incluso las más desacertadas, como las tomadas sobre Afganistán. Es cierto que
ha habido algunos desencuentros coyunturales, pero solo han sido eso,
coyunturales y por poco tiempo. EEUU se ha beneficiado de ese liderazgo en
otros continentes como garante de la libertad y también como socio comercial
preferente, con clara ventaja sobre su socios y aliados por ser percibido como
el líder indiscutible. ¿Sería la misma situación si una Europa unida tuviese
las capacidades militares de EEUU? Evidentemente no. Europa habría discutido
con los norteamericanos cada decisión de su política exterior, les habría
obligado a negociar en posición de igualdad y se habría encontrado con
diferencias y conflictos importantes. En
este contexto, tampoco en el resto del mundo sería percibida como la potencia
de referencia, sino como un actor de peso en un mundo multipolar.
Pero hay otro elemento más importante aún que Trump parece
empeñado en ignorar, obsesionado con los números y los dólares. La alianza
entre Europa y EEUU es algo más que una opción. China, India, Rusia y las
múltiples medianas potencias en Asia y África (vamos a dejar a Iberoamérica
aparte) son naciones producto de culturas muy diferentes a la nuestra, con
valores y principios que en muchos casos se oponen a nuestra forma de ver el
mundo. Por supuesto, hay excepciones a esto, pero estas potencias siguen su propio
camino y nosotros el nuestro. La hegemonía mundial de EEUU es también la de
Occidente y viceversa. Los lazos que existen entre Europa y América son mucho
más estrechos que los que se puedan establecer con China o India, al menos a
día de hoy. La inmensa mayoría de las
democracias modernas y regímenes liberales del mundo son países occidentales,
nuestros valores no son tan populares en otras zonas del mundo. EEUU había
entendido esto desde el final de la II Guerra Mundial y por eso hizo del
vínculo trasatlántico un principio básico de su política, primero como
oposición al totalitarismo comunista durante la Guerra Fría, y después como
líder del mundo libre frente a regímenes tiránicos. Por supuesto dentro de esta
política ha habido aciertos y errores, decisiones que no encajaban dentro de
ella, a veces incluso opuestas a ella, pero nunca se ha perdido como principio
fundamental. Ahora, en cambio, Trump parece querer darle un giro, ignorando
que, quizá, la primera perjudicada sea su propia nación. El America first
podría en realidad ser America alone.
Y aquí surge de nuevo lo que mucha gente dice y piensa,
especialmente en estos tiempos convulsos, que la política no se mueve por
principios ni valores, sino solo por intereses, básicamente por intereses
económicos. Dios nos libre de un mundo
así, y aunque los intereses están siempre detrás de las decisiones que se toman
en política exterior, los principios existen, como mínimo como un límite. La
Guerra Fría fue un conflicto de valores, un pulso entre dos formas de entender
el mundo. Tras la caída del muro, algunos muy optimistas entendieron que la
libertad había vencido y que las guerras terminarían pronto, como plasmó
Fukuyama en “El final de la historia”. No fue así, pero sí se alcanzo un alto
consenso internacional en la búsqueda de la paz y en el rechazo y aislamiento
de los regímenes tiránicos. Desde 1991 los conflictos armados entre Estados han
sido cada vez más raros y el número de víctimas no ha parado de reducirse,
hasta aproximadamente una década, La mayoría de los conflictos armados eran
internos y las intervenciones internacionales, aunque defendieran intereses
nacionales de las grandes potencias, lo fueron con ánimo de evitar su
extensión, con más o menos éxito, pero siempre con intención de evitar la
escalada. Con el atentado del 11S en EEUU se pensó que los enemigos futuros no
serían Estados, sino grupos terroristas o insurgentes. Con el yihadismo pasamos
a buscar los conflictos en clave de choque de culturas o de valores de nuevo, como
expresó Huntington en “The Clash of civilizations”. Ya no es popular
Fukuyama ni Huntington porque, desgraciadamente, hemos vuelto a vivir la guerra
convencional, una guerra entre Estados con enormes capacidades militares. Y cada
vez se habla menos de culturas o valores, sino de meros intereses materiales.
Las acciones de Rusia contra sus vecinos para evitar su
acercamiento a Occidente ha sido el primer paso antes de la invasión de Ucrania
en 2022. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial una gran potencia ha
invadido a un país vecino con el propósito de anexionárselo. Este hecho marca
un punto de inflexión en el mundo tan importante como la caída del muro de
Berlín. Volvemos a tiempos oscuros, hay un nuevo Hitler en Europa y estamos
frente a una nueva conferencia de Munich. Quizá a muchos lectores les parezca
que siempre ha habido guerras y que los tiempos oscuros nunca se fueron, pero
les invito a que repasen la historia del mundo desde el final de la Segunda
Guerra Mundial y verán todo lo que hemos avanzado y como hemos empezado a
retroceder.
La Realpolitik es la forma de hacer política exterior
teniendo en cuenta las posibilidades reales de alcanzar objetivos concretos, es
una forma de ver con realismo las situaciones prescindiendo de los principios
generales de la misma, de los valores y de los principios. En español se define
como realismo político. Este término tuvo su origen en la estrategia diseñada
por Kissinger y Nixon para establecer relaciones diplomáticas con la comunista
China, en el momento en que ésta se encontraba en su peor momento de relaciones
con la URSS. Gracias a esta política EEUU logró sacar a China del bloque
soviético a cambio de un reconocimiento internacional. El realismo político
existe desde siempre y es indispensable en la política exterior. La política
exterior basada exclusivamente en principios y valores nos llevaría a un mundo
de bloques irreconciliables y a mayor inestabilidad. No obstante, ninguna
política exterior puede basarse solo en Realpolitik. Sin unos principios, sin
unos límites, las potencias son actores imprevisibles que generan desconfianza
y recelos. Las alianzas basadas en valores son sólidas, las alianzas basadas en
intereses son volubles, como los intereses mismos.
Y sí, los principios
son importantes en política exterior, tan importantes como nosotros queramos
que sean, al menos como las naciones democráticas queramos que sean. Podemos
pensar que EEUU es igual que Rusia o que China, o incluso que ha provocado más
guerras que los otros dos. También podemos ser más objetivos y pensar en
cuantas guerras se han evitado y cuantas libertades ha sido protegidas. Podemos
reflexionar sobre la vida que hacemos cada día y preguntarnos si esa vida es la
que los rusos o chinos disfrutan en sus naciones. La democracia en Europa y en
EEUU no es perfecta, no vive de hecho su mejor momento, pero nuestro sistema de
libertades sigue siendo mucho mejor que el de los regímenes autoritarios que
pueblan el mundo. En un mundo que solo se mide en intereses materiales, en
recursos, en dinero; habrá mucha más inestabilidad, más conflictos, más
violencia y menos libertad.
Ya sabemos como entiende el mundo el presidente Trump.
También como lo entiende Putin. Los europeos tenemos que decidir como lo entendemos
nosotros. Si Ucrania se rinde, Putin habrá ganado y se marcará un nuevo
objetivo. No se trata de escalar el conflicto, no se trata de entrar en guerra
contra Rusia, pero sí de no dejar caer a Ucrania. La estrategia de Trump hasta
el momento parece responder al principio: maltrata a tus aliados y sé benévolo
con tus enemigos. ¿Qué podría salir mal?
Condenando la invasión por Rusia de Ucrania se debe reconocer que históricamente Europa ha intentado invadir Rusia más a menudo que lo contrario. En lugar de buscar una alianza con Rusia, Europa ha mostrado hostilidad hacia un país que, debido a su extensión y recursos, podría fortalecer su posición. Los acuerdos de paz son a menudo determinados por el vencedor, y actualmente Rusia está avanzando en el conflicto. La frase "Inter arma enim silent leges" ("Entre las armas, las leyes callan") es aplicable en este contexto; Rusia parece estar en una posición de ventaja sobre Ucrania, Europa y Estados Unidos. Para el futuro, Europa podría considerar la posibilidad de buscar un entendimiento con Rusia en lugar de continuar una confrontación, revisando así su postura histórica.
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