lunes, 3 de marzo de 2025

 

EL ELEFANTE TRUMP ENTRA EN LA CACHARRERÍA

La escena que se vio este sábado en el despacho oval de la Casa Blanca ha roto todos los esquemas de la escuela diplomática. Por muchas diferencias que haya entre los líderes mundiales o sus representantes, sus diferencias solo salen a la luz de manera sutil o refinada. En privado desconocemos como pueden decirse las cosas, pero en público los modales se mantienen para no crear más daño del estrictamente necesario y no cerrar los canales de la negociación. Pero con Trump es diferente, el lenguaje de la diplomacia no va con él, los modos del presidente norteamericano, seguramente más propios del mundo de los negocios del que él procede, se traducen en un estilo directo y sensibilidad cero. Probablemente porque a Trump no le preocupa nada su imagen internacional, solo su propia opinión pública. Bush hijo cometió un error similar, al ignorar que la opinión pública en Europa y en EEUU son vasos comunicantes, que los lazos entre Europa y América son mucho más estrechos, fuertes y duraderos que la política de un presidente concreto. Pero aún es pronto para que lo sucedido tenga efectos en la imagen del presidente de EEUU y el fondo, pese a todo, tiene más trascendencia que las formas.

Trump venía avisando al líder de Ucrania que no simpatiza ni con él ni con su causa y que lo que desea es recuperar el dinero que su antecesor invirtió en una guerra contra Rusia en la que él no cree. A las graves acusaciones contra Zelensky, ha añadido buenos gestos con Putin, sin duda argucias para meter presión al presidente ucraniano y a sus aliados europeos. Zelensky sabe que no puede ganar la guerra sin el apoyo de Occidente, especialmente el de EEUU, pero también sabe que los miles de compatriotas suyos que han muerto en la guerra lo han hecho defendiendo su patria, su tierra, sus familias. Zelensky en propia persona se jugó la vida cuando decidió quedarse en Kiev y llamar al país a la lucha cuando los tanques rusos estaban a poco más de un kilómetro de su búnker. A diferencia de Trump, Zelensky vive en guerra, por eso no viste traje sino vestimenta oscura o militar. Los ucranianos han luchado con valor durante tres años y no tienen intención de rendirse, que es lo que, en la práctica, le pide Trump que haga.

Para Trump todo se reduce a temas económicos. EEUU ha invertido mucho dinero en Ucrania y Trump no ve que vaya a recuperarlo, o no lo va a hacer mientras él sea presidente. Poco le importan los ucranianos ni los rusos, ni siquiera sus aliados europeos. Para Trump lo importante es ganar la guerra económica. Y solo entiende de números. Trump está además atrapado por una promesa electoral que como buen populista nunca debió hacer: acabar con la Guerra de Ucrania en dos días. La cuestión es que EEUU no está en guerra, están Rusia e Ucrania, y por tanto no depende de su voluntad, sino de la de los contendientes. Convencer a Rusia de que pare la guerra no es posible sin darle algo a cambio, en cambio a Ucrania es más fácil porque depende de los apoyos occidentales. Así de simple, sin importar la justicia, la razón ni los elementos morales de la decisión.

Zelensky no puede enfrentarse directamente a Trump porque sabe lo crucial que es para Ucrania la ayuda de EEUU, pero tampoco puede rendir su país después de la heroica resistencia hecha hasta ahora y del daño causado por el enemigo. No puede porque ni su conciencia ni los ucranianos se lo perdonarían. Esa es la parte que Trump no entiende. Zelensky no es un presidente que busque poder o riqueza personal, no es sobornable como pudo serlo Ghani en Afganistán. Zelensky es un líder de su pueblo que se ha jugado la vida contra un invasor. Trump no puede entender eso, es una perspectiva incompresible para un empresario que solo ve dólares. Cuando Trump prometió la paz no contaba con él, le subestimó y ahora trata de amedrentarle.

Mientras Trump presiona a Zelensky y a los europeos, éstos cierran filas con Ucrania. ¿Qué papel va a jugar Europa en este proceso? La ayuda europea a Ucrania ha sido tan importante como la de EEUU, aunque la industria de defensa del viejo continente no tiene las capacidades de los norteamericanos. Suplir el hueco que deja EEUU si Trump decide retirar la ayuda a Ucrania es, sin embargo, misión imposible en el medio plazo. ¿Aguantaría Ucrania la guerra en esas condiciones? ¿Estaría dispuesto a hacerlo en todo caso?

No tenemos la respuesta a estas preguntas, pero cualquier sí a una de ellas garantizaría un fracaso monumental de Trump. No solo no lograría la paz, sino que dañaría gravemente la relación con sus aliados y su prestigio internacional a cambio de nada. El riesgo es alto, pero Trump parece muy seguro de que los ucranianos, y los rusos, al final entrarán por el aro.

Por otro lado, el deterioro de las relaciones con Europa es parte de su estrategia comercial, donde Trump sigue viendo a Europa como un competidor estratégico.  Pero Europa es mucho más que eso. El constante reproche del presidente norteamericano de que EEUU se gasta un dineral en capacidades militares para defender un continente rico que tiene potencial económico de sobra para defenderse a sí mismo, es básicamente cierto. Sin embargo, esa es una verdad a medias, porque si bien es cierto que Europa ha vivido muy cómoda bajo el paraguas de los EEUU reduciendo su gasto militar y pudiendo dedicarlo a un gasto social mayor, no es menos cierto que esto ha supuesto beneficios indirectos muy notables para EEUU. Para empezar la posición de EEUU como líder del mundo libre, que ahora Trump desea abandonar, ha sido posible gracias al apoyo de los europeos en todos los ámbitos de la política exterior. Europa ha seguido, apoyado y defendido toda la estrategia global de seguridad de EEUU y ha aceptado todas sus decisiones, incluso las más desacertadas, como las tomadas sobre Afganistán. Es cierto que ha habido algunos desencuentros coyunturales, pero solo han sido eso, coyunturales y por poco tiempo. EEUU se ha beneficiado de ese liderazgo en otros continentes como garante de la libertad y también como socio comercial preferente, con clara ventaja sobre su socios y aliados por ser percibido como el líder indiscutible. ¿Sería la misma situación si una Europa unida tuviese las capacidades militares de EEUU? Evidentemente no. Europa habría discutido con los norteamericanos cada decisión de su política exterior, les habría obligado a negociar en posición de igualdad y se habría encontrado con diferencias y conflictos importantes.  En este contexto, tampoco en el resto del mundo sería percibida como la potencia de referencia, sino como un actor de peso en un mundo multipolar.

Pero hay otro elemento más importante aún que Trump parece empeñado en ignorar, obsesionado con los números y los dólares. La alianza entre Europa y EEUU es algo más que una opción. China, India, Rusia y las múltiples medianas potencias en Asia y África (vamos a dejar a Iberoamérica aparte) son naciones producto de culturas muy diferentes a la nuestra, con valores y principios que en muchos casos se oponen a nuestra forma de ver el mundo. Por supuesto, hay excepciones a esto, pero estas potencias siguen su propio camino y nosotros el nuestro. La hegemonía mundial de EEUU es también la de Occidente y viceversa. Los lazos que existen entre Europa y América son mucho más estrechos que los que se puedan establecer con China o India, al menos a día de hoy.  La inmensa mayoría de las democracias modernas y regímenes liberales del mundo son países occidentales, nuestros valores no son tan populares en otras zonas del mundo. EEUU había entendido esto desde el final de la II Guerra Mundial y por eso hizo del vínculo trasatlántico un principio básico de su política, primero como oposición al totalitarismo comunista durante la Guerra Fría, y después como líder del mundo libre frente a regímenes tiránicos. Por supuesto dentro de esta política ha habido aciertos y errores, decisiones que no encajaban dentro de ella, a veces incluso opuestas a ella, pero nunca se ha perdido como principio fundamental. Ahora, en cambio, Trump parece querer darle un giro, ignorando que, quizá, la primera perjudicada sea su propia nación. El America first podría en realidad ser America alone.

Y aquí surge de nuevo lo que mucha gente dice y piensa, especialmente en estos tiempos convulsos, que la política no se mueve por principios ni valores, sino solo por intereses, básicamente por intereses económicos.  Dios nos libre de un mundo así, y aunque los intereses están siempre detrás de las decisiones que se toman en política exterior, los principios existen, como mínimo como un límite. La Guerra Fría fue un conflicto de valores, un pulso entre dos formas de entender el mundo. Tras la caída del muro, algunos muy optimistas entendieron que la libertad había vencido y que las guerras terminarían pronto, como plasmó Fukuyama en “El final de la historia”. No fue así, pero sí se alcanzo un alto consenso internacional en la búsqueda de la paz y en el rechazo y aislamiento de los regímenes tiránicos. Desde 1991 los conflictos armados entre Estados han sido cada vez más raros y el número de víctimas no ha parado de reducirse, hasta aproximadamente una década, La mayoría de los conflictos armados eran internos y las intervenciones internacionales, aunque defendieran intereses nacionales de las grandes potencias, lo fueron con ánimo de evitar su extensión, con más o menos éxito, pero siempre con intención de evitar la escalada. Con el atentado del 11S en EEUU se pensó que los enemigos futuros no serían Estados, sino grupos terroristas o insurgentes. Con el yihadismo pasamos a buscar los conflictos en clave de choque de culturas o de valores de nuevo, como expresó Huntington en “The Clash of civilizations”. Ya no es popular Fukuyama ni Huntington porque, desgraciadamente, hemos vuelto a vivir la guerra convencional, una guerra entre Estados con enormes capacidades militares. Y cada vez se habla menos de culturas o valores, sino de meros intereses materiales.

Las acciones de Rusia contra sus vecinos para evitar su acercamiento a Occidente ha sido el primer paso antes de la invasión de Ucrania en 2022. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial una gran potencia ha invadido a un país vecino con el propósito de anexionárselo. Este hecho marca un punto de inflexión en el mundo tan importante como la caída del muro de Berlín. Volvemos a tiempos oscuros, hay un nuevo Hitler en Europa y estamos frente a una nueva conferencia de Munich. Quizá a muchos lectores les parezca que siempre ha habido guerras y que los tiempos oscuros nunca se fueron, pero les invito a que repasen la historia del mundo desde el final de la Segunda Guerra Mundial y verán todo lo que hemos avanzado y como hemos empezado a retroceder.

La Realpolitik es la forma de hacer política exterior teniendo en cuenta las posibilidades reales de alcanzar objetivos concretos, es una forma de ver con realismo las situaciones prescindiendo de los principios generales de la misma, de los valores y de los principios. En español se define como realismo político. Este término tuvo su origen en la estrategia diseñada por Kissinger y Nixon para establecer relaciones diplomáticas con la comunista China, en el momento en que ésta se encontraba en su peor momento de relaciones con la URSS. Gracias a esta política EEUU logró sacar a China del bloque soviético a cambio de un reconocimiento internacional. El realismo político existe desde siempre y es indispensable en la política exterior. La política exterior basada exclusivamente en principios y valores nos llevaría a un mundo de bloques irreconciliables y a mayor inestabilidad. No obstante, ninguna política exterior puede basarse solo en Realpolitik. Sin unos principios, sin unos límites, las potencias son actores imprevisibles que generan desconfianza y recelos. Las alianzas basadas en valores son sólidas, las alianzas basadas en intereses son volubles, como los intereses mismos.

 Y sí, los principios son importantes en política exterior, tan importantes como nosotros queramos que sean, al menos como las naciones democráticas queramos que sean. Podemos pensar que EEUU es igual que Rusia o que China, o incluso que ha provocado más guerras que los otros dos. También podemos ser más objetivos y pensar en cuantas guerras se han evitado y cuantas libertades ha sido protegidas. Podemos reflexionar sobre la vida que hacemos cada día y preguntarnos si esa vida es la que los rusos o chinos disfrutan en sus naciones. La democracia en Europa y en EEUU no es perfecta, no vive de hecho su mejor momento, pero nuestro sistema de libertades sigue siendo mucho mejor que el de los regímenes autoritarios que pueblan el mundo. En un mundo que solo se mide en intereses materiales, en recursos, en dinero; habrá mucha más inestabilidad, más conflictos, más violencia y menos libertad.

Ya sabemos como entiende el mundo el presidente Trump. También como lo entiende Putin. Los europeos tenemos que decidir como lo entendemos nosotros. Si Ucrania se rinde, Putin habrá ganado y se marcará un nuevo objetivo. No se trata de escalar el conflicto, no se trata de entrar en guerra contra Rusia, pero sí de no dejar caer a Ucrania. La estrategia de Trump hasta el momento parece responder al principio: maltrata a tus aliados y sé benévolo con tus enemigos. ¿Qué podría salir mal?

1 comentario:

  1. Condenando la invasión por Rusia de Ucrania se debe reconocer que históricamente Europa ha intentado invadir Rusia más a menudo que lo contrario. En lugar de buscar una alianza con Rusia, Europa ha mostrado hostilidad hacia un país que, debido a su extensión y recursos, podría fortalecer su posición. Los acuerdos de paz son a menudo determinados por el vencedor, y actualmente Rusia está avanzando en el conflicto. La frase "Inter arma enim silent leges" ("Entre las armas, las leyes callan") es aplicable en este contexto; Rusia parece estar en una posición de ventaja sobre Ucrania, Europa y Estados Unidos. Para el futuro, Europa podría considerar la posibilidad de buscar un entendimiento con Rusia en lugar de continuar una confrontación, revisando así su postura histórica.

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