domingo, 25 de mayo de 2025

LOS EGOS DE LOS GENERALES Y SU PELIGRO EN GUERRA


 En su libro “Un puente lejano”, por cierto magistralmente llevado al cine por R. Attenborough, Cornelius Ryan critica el ego del mariscal Montgomery y sus celos profesiones de Patton, pese a que éste era solamente un general de división y Montgomery el comandante en jefe de todo el Cuerpo Expedicionario Británico. Montgomery, convertido en héroe nacional tras derrotar a Rommel en El Alamein (primera y única victoria de los británicos sobre los alemanes antes de la llegada de los norteamericanos), veía como su estrella se apagaba ante el creciente protagonismo de los aliados llegados del otro lado del Atlántico.

El ansioso deseo de Montgomery de alcanzar un éxito propio en una guerra en la que cada vez pintaba menos, le llevó a proponer a su superior Eisenhower la operación Market-Garden, una audaz maniobra de ocupación combinada de unidades paracaidistas y unidades blindadas, que facilitaría la entrada de los aliados en Alemania. La operación era muy audaz y excesivamente optimista.

El verdadero objetivo de Montgomery, autor del plan y director de su ejecución, era devolver a los británicos y a él mismo el protagonismo perdido en la guerra. La operación resultó en un completo desastre por la imposibilidad de hacerse con el último puente y en su intento los aliados tuvieron cerca de 18.000 bajas, en solo unos pocos días. Pese a todo Montgomery se negó a aceptar que aquello había sido un fracaso.

Similares criticas recibe el general norteamericano Wayne Clark quién dirigió el asalto anfibio en Salerno al mando del V Ejército Aliado y después dirigió sus fuerzas hacia el Norte contra la Línea Gustav defendida por los alemanes. La campaña aliada en Italia fue poco exitosa, excesivamente lenta, mucho desgaste, y sumió al país alpino en una guerra civil paralela a la que libraban alemanes y aliados. Según Murray y Millet en su obra “La guerra que había que ganar”, el ego de Clark complicó la ya de por sí poco exitosa operación.

En la ofensiva sobre Anzio y Cassino los aliados lograron, después de muchos meses de asedio, romper las líneas alemanas y proseguir el avance hacia el Norte, pero Clark, en lugar de perseguir a las unidades alemanas y lograr aislarlas, las dejó escapar y reagruparse mientras el corría a liberar a la ciudad de Roma, ya abandonada por los alemanes, para fotografiarse con toda la prensa internacional.

En la misma obra, el general Mac Arthur es definido más como un político que como un militar, y la fama debida por su promesa cumplida “Volveré”, al abandonar Manila a los japoneses, es considerada también como un error estratégico que costó muchas vidas a los norteamericanos. La liberación de las Filipinas se debió más a un intento de recuperar la figura del general que de cumplir con un objetivo estratégico, ya que Japón estaba ya muy aislado y las Filipinas costaban muchas bajas para el escaso beneficio que suponían en ese momento.

Los errores debido al ego de sus generales pasaron grave factura a los aliados, no tanto a los alemanes, que tenían menos problemas con esto, ya que el error de un general solía costarle el cese fulgurante, cuando no, otras medidas más severas. No obstante, la popularísima figura de Rommel también creó un ego que pudo ser la causa de decisiones equivocadas. Tras combatir a los británicos en Libia durante muchos meses con movimientos geniales y tácticas originales, Rommel logra la conquista de Tobruk y alcanza la frontera egipcia. Las órdenes recibidas por el mariscal alemán era reforzar a los italianos y mantener Libia fuera de las manos británicas, cosa que hizo con menos fuerzas que el enemigo y con problemas logísticos constantes, por los problemas existentes para garantizar sus líneas de suministros. Pero Rommel, siendo un genio en lo táctico, no entendía la estrategia y culpaba siempre a los intendentes de su escasez de recursos. Confiado en su estrella y con el orgullo crecido, Rommel ideó en su imaginación la idea de conquistar Egipto, cerrar el canal de Suez a los británicos y alcanzar Oriente Medio. El proyecto de Rommel era personal, no estaba dentro de la misión que se le había encomendado y el Alto Mando Alemán no contemplaba enviar fuerzas para algo tan ambicioso y además no podía garantizar sus líneas de abastecimiento con el Mar Mediterráneo patrullado constantemente por el enemigo. Rommel se encontró en El Alamein con un enemigo muy superior y bastante tuvo con poder retirarse sin haber sido completamente aniquilado. Rommel siempre echó la culpa a los logistas y no entendió el contexto estratégico en el que operaba.

Si los alemanes tenían menos problemas con el ego de sus generales, los soviéticos no tenían apenas ninguno. Los grandes generales rusos, Zhukov y Rokossovsky fueron vigilados de cerca por Stalin. Al primero, mando del Estado Mayor del Ejército durante la invasión alemana, se le cesó en dos ocasiones, el segundo pese a haber luchado con el Ejército rojo en la Guerra Civil y a demostrar buenas cualidades, se le deportó a un campo de Siberia del Gulag, donde fue torturado y casi pierde la vida en el marco de las purgas de Stalin de los años 30. Al invadir Alemania el país, Rokossovsky fue rápidamente rehabilitado y dirigió operaciones tan importantes como la ofensiva sobre Stalingrado, la defensa del sector Norte en Kursh y la Operación Bagration de la que fue el planeador. Al acabar la guerra Stalin lo mandó a Polonia.

Sin tener que recurrir a los métodos de los bolcheviques, cuando tomas una decisión al mando de tu unidad ¿Estás seguro que te guía el buen criterio o un ego descontrolado?

lunes, 3 de marzo de 2025

 

EL ELEFANTE TRUMP ENTRA EN LA CACHARRERÍA

La escena que se vio este sábado en el despacho oval de la Casa Blanca ha roto todos los esquemas de la escuela diplomática. Por muchas diferencias que haya entre los líderes mundiales o sus representantes, sus diferencias solo salen a la luz de manera sutil o refinada. En privado desconocemos como pueden decirse las cosas, pero en público los modales se mantienen para no crear más daño del estrictamente necesario y no cerrar los canales de la negociación. Pero con Trump es diferente, el lenguaje de la diplomacia no va con él, los modos del presidente norteamericano, seguramente más propios del mundo de los negocios del que él procede, se traducen en un estilo directo y sensibilidad cero. Probablemente porque a Trump no le preocupa nada su imagen internacional, solo su propia opinión pública. Bush hijo cometió un error similar, al ignorar que la opinión pública en Europa y en EEUU son vasos comunicantes, que los lazos entre Europa y América son mucho más estrechos, fuertes y duraderos que la política de un presidente concreto. Pero aún es pronto para que lo sucedido tenga efectos en la imagen del presidente de EEUU y el fondo, pese a todo, tiene más trascendencia que las formas.

Trump venía avisando al líder de Ucrania que no simpatiza ni con él ni con su causa y que lo que desea es recuperar el dinero que su antecesor invirtió en una guerra contra Rusia en la que él no cree. A las graves acusaciones contra Zelensky, ha añadido buenos gestos con Putin, sin duda argucias para meter presión al presidente ucraniano y a sus aliados europeos. Zelensky sabe que no puede ganar la guerra sin el apoyo de Occidente, especialmente el de EEUU, pero también sabe que los miles de compatriotas suyos que han muerto en la guerra lo han hecho defendiendo su patria, su tierra, sus familias. Zelensky en propia persona se jugó la vida cuando decidió quedarse en Kiev y llamar al país a la lucha cuando los tanques rusos estaban a poco más de un kilómetro de su búnker. A diferencia de Trump, Zelensky vive en guerra, por eso no viste traje sino vestimenta oscura o militar. Los ucranianos han luchado con valor durante tres años y no tienen intención de rendirse, que es lo que, en la práctica, le pide Trump que haga.

Para Trump todo se reduce a temas económicos. EEUU ha invertido mucho dinero en Ucrania y Trump no ve que vaya a recuperarlo, o no lo va a hacer mientras él sea presidente. Poco le importan los ucranianos ni los rusos, ni siquiera sus aliados europeos. Para Trump lo importante es ganar la guerra económica. Y solo entiende de números. Trump está además atrapado por una promesa electoral que como buen populista nunca debió hacer: acabar con la Guerra de Ucrania en dos días. La cuestión es que EEUU no está en guerra, están Rusia e Ucrania, y por tanto no depende de su voluntad, sino de la de los contendientes. Convencer a Rusia de que pare la guerra no es posible sin darle algo a cambio, en cambio a Ucrania es más fácil porque depende de los apoyos occidentales. Así de simple, sin importar la justicia, la razón ni los elementos morales de la decisión.

Zelensky no puede enfrentarse directamente a Trump porque sabe lo crucial que es para Ucrania la ayuda de EEUU, pero tampoco puede rendir su país después de la heroica resistencia hecha hasta ahora y del daño causado por el enemigo. No puede porque ni su conciencia ni los ucranianos se lo perdonarían. Esa es la parte que Trump no entiende. Zelensky no es un presidente que busque poder o riqueza personal, no es sobornable como pudo serlo Ghani en Afganistán. Zelensky es un líder de su pueblo que se ha jugado la vida contra un invasor. Trump no puede entender eso, es una perspectiva incompresible para un empresario que solo ve dólares. Cuando Trump prometió la paz no contaba con él, le subestimó y ahora trata de amedrentarle.

Mientras Trump presiona a Zelensky y a los europeos, éstos cierran filas con Ucrania. ¿Qué papel va a jugar Europa en este proceso? La ayuda europea a Ucrania ha sido tan importante como la de EEUU, aunque la industria de defensa del viejo continente no tiene las capacidades de los norteamericanos. Suplir el hueco que deja EEUU si Trump decide retirar la ayuda a Ucrania es, sin embargo, misión imposible en el medio plazo. ¿Aguantaría Ucrania la guerra en esas condiciones? ¿Estaría dispuesto a hacerlo en todo caso?

No tenemos la respuesta a estas preguntas, pero cualquier sí a una de ellas garantizaría un fracaso monumental de Trump. No solo no lograría la paz, sino que dañaría gravemente la relación con sus aliados y su prestigio internacional a cambio de nada. El riesgo es alto, pero Trump parece muy seguro de que los ucranianos, y los rusos, al final entrarán por el aro.

Por otro lado, el deterioro de las relaciones con Europa es parte de su estrategia comercial, donde Trump sigue viendo a Europa como un competidor estratégico.  Pero Europa es mucho más que eso. El constante reproche del presidente norteamericano de que EEUU se gasta un dineral en capacidades militares para defender un continente rico que tiene potencial económico de sobra para defenderse a sí mismo, es básicamente cierto. Sin embargo, esa es una verdad a medias, porque si bien es cierto que Europa ha vivido muy cómoda bajo el paraguas de los EEUU reduciendo su gasto militar y pudiendo dedicarlo a un gasto social mayor, no es menos cierto que esto ha supuesto beneficios indirectos muy notables para EEUU. Para empezar la posición de EEUU como líder del mundo libre, que ahora Trump desea abandonar, ha sido posible gracias al apoyo de los europeos en todos los ámbitos de la política exterior. Europa ha seguido, apoyado y defendido toda la estrategia global de seguridad de EEUU y ha aceptado todas sus decisiones, incluso las más desacertadas, como las tomadas sobre Afganistán. Es cierto que ha habido algunos desencuentros coyunturales, pero solo han sido eso, coyunturales y por poco tiempo. EEUU se ha beneficiado de ese liderazgo en otros continentes como garante de la libertad y también como socio comercial preferente, con clara ventaja sobre su socios y aliados por ser percibido como el líder indiscutible. ¿Sería la misma situación si una Europa unida tuviese las capacidades militares de EEUU? Evidentemente no. Europa habría discutido con los norteamericanos cada decisión de su política exterior, les habría obligado a negociar en posición de igualdad y se habría encontrado con diferencias y conflictos importantes.  En este contexto, tampoco en el resto del mundo sería percibida como la potencia de referencia, sino como un actor de peso en un mundo multipolar.

Pero hay otro elemento más importante aún que Trump parece empeñado en ignorar, obsesionado con los números y los dólares. La alianza entre Europa y EEUU es algo más que una opción. China, India, Rusia y las múltiples medianas potencias en Asia y África (vamos a dejar a Iberoamérica aparte) son naciones producto de culturas muy diferentes a la nuestra, con valores y principios que en muchos casos se oponen a nuestra forma de ver el mundo. Por supuesto, hay excepciones a esto, pero estas potencias siguen su propio camino y nosotros el nuestro. La hegemonía mundial de EEUU es también la de Occidente y viceversa. Los lazos que existen entre Europa y América son mucho más estrechos que los que se puedan establecer con China o India, al menos a día de hoy.  La inmensa mayoría de las democracias modernas y regímenes liberales del mundo son países occidentales, nuestros valores no son tan populares en otras zonas del mundo. EEUU había entendido esto desde el final de la II Guerra Mundial y por eso hizo del vínculo trasatlántico un principio básico de su política, primero como oposición al totalitarismo comunista durante la Guerra Fría, y después como líder del mundo libre frente a regímenes tiránicos. Por supuesto dentro de esta política ha habido aciertos y errores, decisiones que no encajaban dentro de ella, a veces incluso opuestas a ella, pero nunca se ha perdido como principio fundamental. Ahora, en cambio, Trump parece querer darle un giro, ignorando que, quizá, la primera perjudicada sea su propia nación. El America first podría en realidad ser America alone.

Y aquí surge de nuevo lo que mucha gente dice y piensa, especialmente en estos tiempos convulsos, que la política no se mueve por principios ni valores, sino solo por intereses, básicamente por intereses económicos.  Dios nos libre de un mundo así, y aunque los intereses están siempre detrás de las decisiones que se toman en política exterior, los principios existen, como mínimo como un límite. La Guerra Fría fue un conflicto de valores, un pulso entre dos formas de entender el mundo. Tras la caída del muro, algunos muy optimistas entendieron que la libertad había vencido y que las guerras terminarían pronto, como plasmó Fukuyama en “El final de la historia”. No fue así, pero sí se alcanzo un alto consenso internacional en la búsqueda de la paz y en el rechazo y aislamiento de los regímenes tiránicos. Desde 1991 los conflictos armados entre Estados han sido cada vez más raros y el número de víctimas no ha parado de reducirse, hasta aproximadamente una década, La mayoría de los conflictos armados eran internos y las intervenciones internacionales, aunque defendieran intereses nacionales de las grandes potencias, lo fueron con ánimo de evitar su extensión, con más o menos éxito, pero siempre con intención de evitar la escalada. Con el atentado del 11S en EEUU se pensó que los enemigos futuros no serían Estados, sino grupos terroristas o insurgentes. Con el yihadismo pasamos a buscar los conflictos en clave de choque de culturas o de valores de nuevo, como expresó Huntington en “The Clash of civilizations”. Ya no es popular Fukuyama ni Huntington porque, desgraciadamente, hemos vuelto a vivir la guerra convencional, una guerra entre Estados con enormes capacidades militares. Y cada vez se habla menos de culturas o valores, sino de meros intereses materiales.

Las acciones de Rusia contra sus vecinos para evitar su acercamiento a Occidente ha sido el primer paso antes de la invasión de Ucrania en 2022. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial una gran potencia ha invadido a un país vecino con el propósito de anexionárselo. Este hecho marca un punto de inflexión en el mundo tan importante como la caída del muro de Berlín. Volvemos a tiempos oscuros, hay un nuevo Hitler en Europa y estamos frente a una nueva conferencia de Munich. Quizá a muchos lectores les parezca que siempre ha habido guerras y que los tiempos oscuros nunca se fueron, pero les invito a que repasen la historia del mundo desde el final de la Segunda Guerra Mundial y verán todo lo que hemos avanzado y como hemos empezado a retroceder.

La Realpolitik es la forma de hacer política exterior teniendo en cuenta las posibilidades reales de alcanzar objetivos concretos, es una forma de ver con realismo las situaciones prescindiendo de los principios generales de la misma, de los valores y de los principios. En español se define como realismo político. Este término tuvo su origen en la estrategia diseñada por Kissinger y Nixon para establecer relaciones diplomáticas con la comunista China, en el momento en que ésta se encontraba en su peor momento de relaciones con la URSS. Gracias a esta política EEUU logró sacar a China del bloque soviético a cambio de un reconocimiento internacional. El realismo político existe desde siempre y es indispensable en la política exterior. La política exterior basada exclusivamente en principios y valores nos llevaría a un mundo de bloques irreconciliables y a mayor inestabilidad. No obstante, ninguna política exterior puede basarse solo en Realpolitik. Sin unos principios, sin unos límites, las potencias son actores imprevisibles que generan desconfianza y recelos. Las alianzas basadas en valores son sólidas, las alianzas basadas en intereses son volubles, como los intereses mismos.

 Y sí, los principios son importantes en política exterior, tan importantes como nosotros queramos que sean, al menos como las naciones democráticas queramos que sean. Podemos pensar que EEUU es igual que Rusia o que China, o incluso que ha provocado más guerras que los otros dos. También podemos ser más objetivos y pensar en cuantas guerras se han evitado y cuantas libertades ha sido protegidas. Podemos reflexionar sobre la vida que hacemos cada día y preguntarnos si esa vida es la que los rusos o chinos disfrutan en sus naciones. La democracia en Europa y en EEUU no es perfecta, no vive de hecho su mejor momento, pero nuestro sistema de libertades sigue siendo mucho mejor que el de los regímenes autoritarios que pueblan el mundo. En un mundo que solo se mide en intereses materiales, en recursos, en dinero; habrá mucha más inestabilidad, más conflictos, más violencia y menos libertad.

Ya sabemos como entiende el mundo el presidente Trump. También como lo entiende Putin. Los europeos tenemos que decidir como lo entendemos nosotros. Si Ucrania se rinde, Putin habrá ganado y se marcará un nuevo objetivo. No se trata de escalar el conflicto, no se trata de entrar en guerra contra Rusia, pero sí de no dejar caer a Ucrania. La estrategia de Trump hasta el momento parece responder al principio: maltrata a tus aliados y sé benévolo con tus enemigos. ¿Qué podría salir mal?

miércoles, 12 de febrero de 2025

 ¿PAZ NEGOCIADA EN UCRANIA?

Trascurridas las primeras cuarenta y ocho horas desde que el presidente Donald Trump fuese investido, la Guerra de Ucrania no se ha terminado, pese a que ésta fue su promesa durante la campaña electoral. Muchos pensarán que quién iba a creerse tal cosa, que nadie le votaría por eso, pero lo cierto es que cuando un candidato promete algo es porque alguien va a creérselo. Lo que dejó claro el fallido anuncio de Trump, es que el presidente de los EEUU es un abonado al populismo. Porque, recordemos, que la característica principal del populismo es hacer creer al ciudadano que las soluciones a los problemas complejos son sencillas pero que solo ellos están dispuestos a aplicarlas, y que el resto de dirigentes no solucionaron los problemas, no porque éstos sean complicados, sino porque no están dispuestos a aplicar las soluciones o no son capaces de llevarlas a cabo. Trump quiso dejar claro que hay guerra en Ucrania por culpa de Biden, de hecho, no ha dudado en afirmar que, con él en la presidencia, no habría sucedido tal desgracia. Seguramente, que, como con el anuncio de la paz en cuarenta y ocho horas, también habrá quien se lo compre.

¿No quiso Biden acabar con la guerra en Ucrania y Trump sí quiere? Pues, obviamente, la respuesta no es tan simple. Biden no quiso acabar con la guerra a cualquier precio, se comprometió con Ucrania por una cuestión de principios, también de intereses, y solo estaba dispuesto a buscar una paz en la que Rusia saliese derrotada. Trump tiene otra mentalidad, otra forma de ver el papel de EEUU en el mundo y eso incluye su postura sobre la Guerra de Ucrania. Para Trump, EEUU es una gigantesca empresa que debe ganar dinero y competir con el resto del mundo, y el presupuesto que EEUU se gasta en las guerras en el exterior es un despilfarro. La Guerra de Ucrania ha subido la deuda en el país y lo sufren los ciudadanos americanos. Sabemos que Trump piensa así, porque ya fue presidente antes. En su anterior mandato, abandonó la misión en Siria y después pactó con los talibanes la salida de Afganistán, manzana envenenada que se comió su sucesor después. Trump tampoco quiere involucrarse mucho en la defensa de Europa, y exige a sus aliados que gasten más en Defensa. Todos los presidentes anteriores han hecho esta reclamación antes, pero ninguno se la ha tomado demasiado en serio, excepto él. Trump es un aislacionista y un nacionalista, que solo tendrá como aliados los que le convengan en cada momento. No le gustan las guerras con armas, pero le encantan las guerras económicas. Alma de empresario, que como decía don Vito Corleone, piensa que la guerra es mala para los negocios. Aunque no es el tema de este artículo, personalmente creo que la política exterior de Trump es errónea, con independencia de los aspectos éticos de la misma. Lo creo, porque incluso desde un punto de vista empresarial, los aliados son imprescindibles en la actual posición de EEUU en el mundo. EEUU depende tanto de su comercio exterior, como otros dependen de él. Su imagen exterior es determinante para alcanzar muchos beneficios. Si EEUU abandona la posición de protector de la democracia en el mundo, muchos países dejarán de buscar su ayuda y, por tanto, dejarán de hacerle ofertas y tratos ventajosos. La hegemonía de EEUU en el mundo se sustenta en su poderosa influencia, y en ella también cuenta el hardpower, el poder militar.

Pero volvamos a Ucrania. ¿Qué puede hacer Trump que no haya podido o querido hacer su antecesor? ¿Cómo se puede lograr la paz en aquel país?

El primer problema que tiene Trump es que ha heredado una posición que no es precisamente de neutralidad. Para buscar una oferta negociada que pueda ser aceptada por las dos partes ésta tiene que partir de un mediador neutral, o venir impuesta bajo amenazas a uno de los contendientes. Si Trump abandona su posición de apoyo a Ucrania y se sitúa en un punto neutral, está dejando a Ucrania sin opciones en la mesa de negociación. Sin el apoyo de EEUU y Europa, Ucrania está condenada a la derrota, lo saben los ucranianos y lo saben los rusos. Por tanto, situarse en una posición de neutralidad equivale a traicionar a los ucranianos y pasarse al bando ruso, aunque sus demandas puedan ser más moderadas que las del Kremlin. Por el contrario, si Trump intenta negociar sin dejar de apoyar a Ucrania, los rusos no aceptarán sus ofertas a menos que Trump tenga más capacidad de coacción que su antecesor. Y ¿qué puede emplear Trump contra Rusia que no haya empleado ya Biden? Pues posiblemente nada, aunque el paso del tiempo, pueda acabar pareciendo que sí dispone de algo más. Derrotar militarmente a Rusia en el campo de batalla y recuperar los territorios conquistados parece misión imposible en el medio plazo. EEUU, por supuesto, puede proporcionar más material de guerra y más moderno, pero Trump iba a tener que explicarles a los norteamericanos como va a gastarse más dinero en una guerra que prometió acabar en dos días. También puede ralentizar una negociación y esperar que las sanciones económicas hagan su efecto, lo que no ha sucedido hasta ahora. Sin embargo, estos últimos meses algo está cambiando en Rusia. Por primera vez desde el comienzo de la guerra, la inflación está subiendo rápido y el rublo empieza a desplomarse. Las ventas de petróleo y gas ya no le generan tanto beneficio, el cierre del gasoducto que atraviesa Ucrania también le va a producir perdidas millonarias, mientras que muchos países de Europa ya han encontrado soluciones alternativas. Otros, como Moldavia, Eslovaquia o Hungría lo van a sufrir. Zelensky ya ha prometido ayudar a los moldavos, pero lo que le suceda a Eslovaquia o Hungría lo tendrán bien merecido desde que se han manifestado mucho más amigables con Moscú, pensará el líder ucraniano.

Pero ¿Qué es lo que realmente va a ofrecer Trump en esas conversaciones que ya han empezado entre bastidores? Trump ha querido filtrar varias de las concesiones que haría a Rusia y que claramente suponen un espaldarazo a Putin y una puñalada a Ucrania y a Europa. ¿Por qué ese cambio tan brusco en la postura de EEUU en el conflicto? Porque aparentemente es el camino más corto para lograr la paz a corto plazo. Los rusos no parece que estén dispuestos a retirarse de los territorios ocupados y probablemente intenten usar las negociaciones para separar a Ucrania de sus aliados. Y aquí es donde Putin juega con ventaja: para Trump es mucho más fácil presionar a Ucrania que a Rusia, ya que Ucrania depende de su ayuda y Rusia no. Si Trump quiere paz a cualquier precio, la gran perjudicada puede ser Ucrania. Pero Zelensky no aceptará la soberanía de los rusos sobre los territorios ocupados y menos aún que se acepté una tregua sin garantías que sirva a Rusia para rearmarse. Trump puede repetir el mismo error que cometió Putin: infravalorar a Zelensky. Para los ucranianos la guerra puede ser mejor que una paz vergonzante.

Por otro lado, está la posición de los europeos, o de la mayoría de las potencias europeas, por hablar en términos más precisos. Contrariamente a lo que he leído constantemente en las redes, la gran interesada en ayudar a Ucrania no ha sido EEUU ni el mundo anglosajón, sino Europa. Ahora está empezando a quedar demostrado. Los europeos son los que tienen la amenaza rusa cerca de sus fronteras, EEUU vino a ayudarnos porque la alianza con Europa siempre ha sido su mejor valor en política exterior. Pero para Trump cada vez parece más evidente que esto no es así. Europa debe defenderse sola. De hecho, Trump ha dejado claro que Europa debe ser quien dé las garantías de seguridad de que la paz en Ucrania sea respetada, es decir, de que Rusia no aproveche la paz para rearmarse y terminar de invadir a su vecino. Eso equivale a que sea Europa la que aporte las tropas de interposición que serían necesarias para vigilar una frontera entre los dos países, una frontera de miles de kilómetros con una potencia militar detrás de las mayores del mundo y con experiencia en combate. No es necesario decir que Europa no tiene capacidad para eso y que no estará dispuesta a asumir ese riesgo en solitario, a menos que se obligue a Rusia a llevar a cabo un plan de desarme, lo que no parece que esté sobre la mesa.

También Trump ha filtrado que es Europa la que debe sufrir el coste de la reconstrucción de Ucrania. Es decir, Ucrania y Europa han perdido la guerra y Rusia ha ganado. Rusia gana territorio, no sufre sanciones, no se desarma y no repara el daño.  No hace falta ser muy experto en política exterior y estrategia para adivinar que ni Ucrania ni las principales potencias europeas aceptarán este hipotético acuerdo.

Además, hay un principio básico que se rompe con una tregua negociada si no es impuesta bajo coacción. Ese principio es el del culpable de la guerra y del que se deriva otro determinante: el culpable de la guerra no puede beneficiarse de la paz. Para los europeos y norteamericanos y para el derecho internacional, Rusia ha cometido un crimen de lesa humanidad por agredir a un Estado vecino sin que pueda justificar una legítima defensa. Si con una paz negociada se prescinde de ese principio, no hay culpables y todo se queda en un arreglo parcial; cuando se produzca la próxima agresión bélica ¿Quién se va a atrever a condenarla? Y si se hace ¿Servirá de algo?

Imaginamos que Trump no comparte este principio y trata de imponer una paz negociada sin culpables. ¿Cómo van a recibirlo los ucranianos? ¿Cómo van a reaccionar otros vecinos de Rusia, que sí son además Estados miembros de la OTAN, como: Finlandia, Polonia, Noruega o Rumanía? El riesgo de que la alianza con los EEUU ya no es fiable es muy alto. Probablemente Trump sea desaconsejado en este sentido, pero la decisión le corresponde a él. La retirada de Afganistán fue consecuencia de un acuerdo entre EEUU y los talibanes que se le impuso al gobierno afgano al que ni siquiera se le dejo participar en las negociaciones. Y ese acuerdo lo ordenó Trump. La retirada dañó enormemente el prestigio de EEUU y empezó a ser considerado un aliado poco fiable. Europa no es Afganistán, pero no es seguro que Trump entienda eso. Si aquella retirada tan vergonzante no se hubiera producido, es muy posible que Putin no se habría atrevido a atacar Ucrania. No en vano, la creciente inseguridad que vive el mundo a nivel global se debe en gran parte al debilitamiento de los EEUU como superpotencia.

No va a ser fácil alcanzar la paz en Ucrania pese a los anuncios revolucionarios y populistas de Trump a los que estamos tan acostumbrados. Quizá lo que ha pretendido Trump es presionar a Zelensky y a los europeos para que sean generosos en la negociación, o quizá Trump está dispuesto a llegar a un acuerdo a cualquier precio, el tiempo lo dirá. En estos días vamos a escuchar y leer muchos mensajes equívocos, destinados a condicionar a las partes, muchas ofertas que no son tales y mucho juego de tahúres. Pero tengan bien presente que no hay recetas mágicas para una paz duradera, si la paz se impone sin convencimiento del vencido, y sin que éste haya sido completamente derrotado, provocará que éste trate de recuperarse de lo que considerará una injusticia. Así sucedió con Alemania después de la Gran Guerra y el tratado de Versalles, que llevó a Hitler al poder y al mundo a la Segunda Guerra Mundial. Si además el agresor se sale con la suya, repetirá la agresión, no les quepa duda. Si Trump juega a ser Chamberlain, quizá le aplaudan un día, pero la guerra puede ir a peor poco tiempo después. No sabemos que cartas van a mostrar realmente los americanos, los rusos y los ucranianos en esa negociación, pero lo que hay en juego es mucho más que Ucrania.


martes, 21 de enero de 2025

 LA GRAN GUERRA DE UCRANIA Y SU POSIBLE DESENLACE

Hasta que estalló la Segunda Guerra Mundial, a su predecesora se la conoció universalmente como la Gran Guerra, debido a que no había existido nada que se le asemejara en magnitud en la historia de la humanidad. Naturalmente, me estoy refiriendo a la Primera Guerra Mundial, cuyo recuerdo ha quedado muy diluido tras la Segunda. Sin embargo, la Gran Guerra marcó un punto de inflexión claro en el desarrollo histórico de la humanidad cuyo legado incluye la Revolución Rusa, la propia Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, la descolonización y el fin de la hegemonía de Europa en el mundo. La Primera Guerra Mundial que, recordemos, duró desde agosto de 1914 a noviembre de 1918, fue un suceso absolutamente impredecible en su magnitud y en sus consecuencias. Hasta que trascurrieron varios meses desde su estallido, nadie en el mundo era consciente de la entidad de la primera gran catástrofe de la humanidad del siglo XX. El motivo por el que hoy vengo a recordarla, es porque, en muchos aspectos, guarda un cierto paralelismo con la Guerra de Ucrania. Es cierto que en Ucrania no hablamos de un conflicto armado universal, sino regional, y que solo hay dos contendientes en lucha. También es cierto que desde 1918 hasta hoy la evolución de los sistemas de armas y sus efectos ha sido enorme, y que en ese sentido existirán grandes diferencias. Sin embargo, tanto desde el punto de vista geoestratégico como del puramente bélico, hay semejanzas muy claras, que pueden ayudarnos a entender el conflicto y adivinar su posible desenlace.

En un primer aspecto, la Primera Guerra Mundial surge como consecuencia de la rivalidad entre las grandes potencias en Europa (que en 1914 es casi lo mismo que decir en el mundo) y la sensación de vulnerabilidad que tiene Alemania rodeada de grandes potencias aliadas entre sí (Rusia, Francia, Gran Bretaña). Alemania temía que, con el tiempo, entre Rusia y Francia acabarían con ella, y adelantarse les daba una opción. Su único aliado fiable, el Imperio Austro-Húngaro, estaba amenazado por la heterogeneidad de los pueblos que lo integraban y la formación de una potencia eslava en el Sur, en torno a Serbia, lo que podía provocar la separación de los pueblos eslavos que formaban parte del Imperio. La posibilidad de que el Imperio Austro-Húngaro se deshiciese y se formase una gran nación eslava al Sur de Alemania y, por proximidad cultural, aliada de Rusia, dejaría a Alemania rodeada de enemigos. Naturalmente este planteamiento podía ser más o menos certero, pero la sensación de los alemanes de sentirse amenazados era real. A la Rusia de Putin le ha invadido una sensación parecida. Rusia, aunque económicamente está muy lejos de las naciones occidentales y, en comparación, también de la Alemania del káiser Guillermo II, sigue considerándose, y añorando al mismo tiempo, en la posición de superpotencia que ostentaba la URSS. Putin, por supuesto, no quiere que se baje a Rusia de esa posición de poder.

El ataque a Ucrania era un ataque preventivo que pretendía la anexión del país vecino (o de parte de él) antes de que éste ingresase definitivamente en la UE y en la OTAN, escapando definitivamente de su influencia. Por supuesto el ataque de Rusia, como el de Alemania a Francia en 1914, pretendía ser rápido y eficaz, alcanzando los objetivos en pocos meses y de ese modo poder centrarse en neutralizar las ofensivas de sus “otros enemigos”. Al igual que la de Alemania en 1914, la ofensiva de Putin en 2022 salió mal, y lo que pretendía ser una victoria rápida, se ha convertido en una guerra larga, de desgaste, en la que Ucrania ha conseguido apoyo logístico, asesoramiento militar y de inteligencia de los países de la OTAN, aunque sin que estos entren en el conflicto. La existencia de poderosos arsenales nucleares, tanto en Rusia como en los EEUU, es la principal razón de que esto no haya sucedido y una de las diferencias claves entre la Gran Guerra de 1914 y la de Ucrania.

Al igual que sucedió en la Primera Guerra Mundial, las ofensivas de los primeros años no alcanzaron objetivos estratégicamente decisivos y cada vez más, las defensas se imponían a los ataques, ocasionando a ambos bandos un número de bajas nunca visto hasta la fecha. La capacidad de las nuevas armas y el elevado número de hombres reclutados solo contribuía a hacer mayor la sangría, pero sin dar una salida victoriosa a ninguno de los bandos. Recordemos que, pese al fulgurante éxito inicial de la ofensiva alemana contra Francia, la derrota en el Marne puso fin al avance germano, ya dificultado por la falta de una logística eficaz, y obligó al ejército del káiser a retirarse y consolidar posiciones. Al fracaso de la ofensiva alemana acompañó el de la ofensiva austrohúngara contra Serbia y al de Rusia contra la propia Alemania.

Recordemos que Putin atacó desde Bielorrusia el Norte de Ucrania, alcanzando Kiev, para después tener que retirarse con muchas bajas. En la zona de Járkov, los rusos también penetraron en territorio ucraniano varios kilómetros, pero sin alcanzar objetivos relevantes. En el Sur tuvieron más éxito y lograron dominar completamente el Sur del Donbass, incluyendo Mariupol tras doblegar una encarnizada lucha de los ucranianos. Sin embargo, fracasaron al intentar alcanzar Odessa y tampoco lograron apoderarse de Zaporiyia. La ciudad de Jerson fue la única capital de provincia que tomaron las tropas rusas.

El fracaso de las primeras ofensivas en la Primera Guerra Mundial llevó a la guerra de trincheras, en la que las defensas se imponían más fácilmente a los ataques, qué pese a todo, siguieron intentándose con gran sacrificio de vidas humanas y escaso beneficio militar. Esta situación bélica se produce cuando las armas defensivas son mucho más eficaces que las ofensivas. En la Primera Guerra Mundial el gran desarrollo de la artillería y las ametralladoras se imponían sobre la infantería al asalto. El estancamiento de la situación militar llevó a planteamientos a medio y largo plazo lo que significaba otras formas de ganar la guerra. Los aliados, especialmente los ingleses, tras arrebatar todas las colonias a Alemania, bloquearon cualquier suministro por mar, lo que pretendía provocar a sus enemigos carencias de diversos recursos, incluidos los alimentos. Alemania respondió con la lucha submarina sin restricciones, con lo que pretendía alcanzar un objetivo similar, pero que suponía el hundimiento de buques y pérdidas humanas de países neutrales, especialmente de EEUU, con el alto riesgo de provocar la entrada de éstos en la guerra, lo que acabó ocurriendo. En esta lucha de desgaste, los aliados llevaban las de ganar desde el momento en que la guerra submarina empezó a tener menos éxito, al implantar los aliados el sistema de convoyes.

 Los alemanes sabían que el tiempo corría en su contra, por lo que no dejaron de intentar romper esa dinámica, pero no tuvieron éxito. En 1915 nuevas ofensivas tuvieron lugar y otros países entraron en guerra, alargando el conflicto. Los imperios centrales lograron esta vez doblegar a los serbios ocupando el país y expulsar a los rusos de los únicos territorios que habían ocupado de Austria-Hungría. Lograron frenar los ataques de Italia, que acababa de entrar en guerra, y se mantuvieron en sus posiciones, pero al comienzo de 1916, el ataque en Occidente sobre Verdún resultó una sangría inútil y otro fracaso, no menor que el de los británicos en el Somme que surgía como respuesta al anterior. Parece que la guerra, sobre todo en Occidente, donde se concentraba la mayor cantidad de fuerzas, estaba condenada al estancamiento.

Tras el fracaso de las primeras ofensivas rusas, Ucrania anunció una ofensiva para recuperar los territorios perdidos. El ataque en la provincia de Jarkov resultó un éxito y los rusos abandonaron todos los territorios ocupados en esa provincia. Después los ucranianos recuperaron Jerson en el Sur, el único enclave que tenían los rusos en la orilla derecha del Dnieper y que, por su situación, resultaba difícil de defender y fue abandonado. Los rusos volaron las presas sobre el río y establecieron en él una frontera que, hasta hoy, se ha presentado inalterable. Pero la anunciada ofensiva ucraniana no logró más avances. En Ucrania las defensas también se imponen sobre los ataques, fundamentalmente por los avanzados sistemas de detección y seguimiento de objetivos que dificulta enormemente el factor sorpresa, clave para el éxito de las ofensivas.

En la Guerra de Ucrania, los países occidentales han impuesto sanciones económicas a Rusia, sin duda con un propósito similar al de los aliados en la Gran Guerra. Sin recurso económico o sin otros recursos específicamente necesarios para la industria de guerra, la máquina bélica rusa se griparía, mientras que Ucrania seguiría recibiendo material de guerra y ayuda humanitaria de Occidente. En este contexto y tras el fracaso de las operaciones ofensivas, la guerra de desgaste se puede decidir en medidas como aquellas. Por tanto, para Rusia, cortar la ayuda de Occidente equivale a ganar la guerra.  Hasta el momento, las sanciones no parecen haber hecho mella en el esfuerzo bélico ruso ni en el malestar de la población.

No obstante, Ucrania sufre la guerra en su propio territorio, sus ciudades son atacadas por misiles y bombas rusas y su población e industria es ínfima comparada con la de su oponente. Rusia, pese a que Ucrania ya lanza ataques en suelo ruso, apenas ha inquietado a la población rusa en su vida diaria.

Durante la Primera Guerra Mundial, a diferencia de lo que sucedería después en la Segunda, los ataques a la población civil fueron de escasa entidad. Salvo en los territorios ocupados, casi todos por los imperios centrales, la población podía seguir cobrando sus salarios, mantener su jornada laboral y no ser molestada, siempre que no hubiera escaseces ni se dispararan los precios de productos básicos. Los gobiernos de ambos bandos se aseguraron de que esto fuera así, mientras pudieran. Esto, sin embargo, no era siempre posible y acabaría siendo decisivo en el resultado de la contienda. El home front, como lo denominan los anglosajones, es también un frente de guerra. A el home front hay que añadirle también, lo difícil de mantener la disciplina en ejércitos enormes basados en reclutamiento forzoso cuando la guerra se alarga, las condiciones de vida del soldado son durísimas y las bajas en las operaciones ofensivas muy elevadas. En 1917, el ejército ruso empezó a tener motines y deserciones que amenazaban su integridad. El alto mando decidió no hacer más ataques y los rusos permanecieron a la defensiva el resto de la guerra. Los franceses sufrieron también motines y tuvieron que emplearse contra ellos con una mezcla de medidas represivas y otras de mejorar la vida de los soldados, pero las operaciones ofensivas se suspendieron, por el momento. El Ejército alemán parecía el más sólido y disciplinado, pero se encontraba muy superado en número de hombres y recursos, hasta que Rusia abandonó la guerra, a causa de la revolución. El home front empezaba a favorecer a los imperios centrales.

¿Qué sabemos del home front en la guerra de Ucrania? Es difícil conocer el verdadero estado de la población en un país inmerso en una guerra, con fuerte censura y un aparato represor operativo. De momento no consta que ni Rusia ni Ucrania estén afrontando protestas civiles, huelgas o movimientos contra la guerra, más allá de las protestas de las primeras semanas en Rusia, fuertemente[FG1]  reprimidas. Para los ucranianos la lucha contra la guerra es la rendición y teniendo a los rusos metidos en parte de su territorio, tras haberlo invadido sin justificación, sometiendo a la población a múltiples sufrimientos, a parte de los probables crímenes de guerra que a buen seguro explotará la propaganda ucraniana, es una opción complicada, pero que no puede, en absoluto descartarse. Al pueblo ruso probablemente la guerra le entusiasme mucho menos de lo que dicen sus medios de propaganda, pero de ahí a rebelarse va un mundo. Rebelarse en la Rusia de Putin no sale gratis y la población rusa no sufre las penurias de la ucraniana. Por el momento el home front no parece que vaya a decidir el conflicto, pero si la guerra se alarga mucho será un factor decisivo.

Respecto a la disciplina de las tropas, las deserciones y los problemas de reclutamiento, tampoco podemos estimar con datos fiables el estado de la cuestión en ambos ejércitos, pero no cabe duda que después de tres años de guerra ambos bandos estarán sufriéndolo. Tanto Rusia como Ucrania tienen problemas de reclutamiento, ya que una guerra de esta envergadura demanda muchos hombres y se sufren muchas bajas, pero aquí el potencial humano de Rusia es bastante mayor y en este aspecto, pese a los numerosos voluntarios que han acudido a luchar por Ucrania, Occidente no está dispuesta a ayudarles. No obstante, la presencia de soldados norcoreanos en Rusia rebela que Putin tampoco anda sobrado de efectivos, más que por carencia, por miedo a perder el home front. El reclutamiento forzoso en Rusia se ha hecho en zonas rurales, evitando las grandes ciudades, así como los estudiantes, mientras que miles de jóvenes cruzaron la frontera finlandesa para no ser enviados al frente.

Como en la Primera Guerra Mundial, la Guerra de Ucrania ha entrado en fase de estancamiento. Las operaciones militares solo alcanzan objetivos muy lentamente y a un elevado coste de bajas. En estos momentos, Ucrania ya no parece capaz de realizar ataques por tierra y Rusia lleva la iniciativa, pero sus éxitos son lentos y limitados.  La capacidad de Ucrania para resistir o invertir la tenencia dependerá del arsenal que Occidente esté dispuesto a suministrarle y de si sus hombres aún son suficientes y con capacidad de luchar. Pero Ucrania también se puede beneficiar de los fracasos de su enemigo: un empeoramiento de su poder económico, en su home front, o una ofensiva mal ejecutada que suponga un sangriento fracaso, puede suponer otro punto de inflexión en el conflicto. En cualquier caso, la guerra sigue respondiendo al mismo esquema de la Gran Guerra: estancamiento y desgaste. Y es casi seguro que en esos términos se va a decidir la contienda, lo que desgraciadamente supondría que la guerra va a durar mucho tiempo, salvo que…alguien cambie las reglas del juego.

El lector se habrá preguntado qué posibilidades hay de poner fin a la guerra con un acuerdo entre las partes. Aquí también tenemos el ejemplo de la Primera Guerra Mundial, durante la cual hubo varias iniciativas para negociar un acuerdo: de EEUU cuando aun era neutral, del Papa, de Suecia como potencia neutral y de los propios beligerantes en múltiples ocasiones. A lo largo del conflicto hubo contactos constantes entre las partes y, sin embargo, la guerra se decidió sin una auténtica negociación, sino con un armisticio que prácticamente supuso una rendición incondicional. ¿Por qué fracasaron todos los intentos de negociación entre 1914 y 1918? Pues básicamente porque las posiciones estaban muy distanciadas, ninguno de los dos bandos quería apartarse mucho de sus objetivos y los dos pensaban que podían ganar la guerra. La misma situación se está dando ahora en Ucrania, siempre que los aliados occidentales sigan dispuestos a seguir apoyándola, ya que, a diferencia de los rusos, los ucranianos no pueden mantenerse sin ayuda. Por tanto, la salida negociada solo será posible en el corto plazo si los países de la OTAN, especialmente los EEUU obligan a Ucrania a negociar, y por tanto, a renunciar a objetivos que los ucranianos consideran a día de hoy irrenunciables. La reciente llegada de Trump a la presidencia es un hecho determinante en este sentido.

A principios de 1918, los imperios centrales parecían acercarse a la victoria final. Rusia había dejado de ser un enemigo y la paz de Brest-Litovsk impuesta a los bolcheviques, dejaba a los alemanes cerrado el frente oriental, asegurando estados aliados o neutrales en su retaguardia y abriendo nuevas vías de suministros. Austria-Hungría con Serbia sometida, Italia aparentemente derrotada y contenida en los Alpes y Rumanía fuera del conflicto, también aparentaba haber alcanzado la victoria. Los aliados solo tenían el frente estancado en Francia, Italia y Grecia y Oriente Medio, pero Alemania con el envío masivo de unidades desde el Este, estaba por primera vez en superioridad numérica en Francia. Pese a esa ventajosa situación de los imperios centrales, Alemania sabía que los aliados no iban a rendirse ni a aceptar condiciones que se separaran mucho de sus objetivos porque EEUU había entrado en la guerra y les empezaba a proporcionar tropas de refresco y suministros más que suficientes. Los alemanes lanzaron entonces su mayor ofensiva de la guerra en Francia, con el objeto de finalizar la contienda antes de que los americanos estén realmente operativos, pero la ofensiva, pese a los éxitos iniciales, resulta un completo fracaso que supone a Alemania la pérdida de un millón de hombres y la incapacidad, no ya de llevar a cabo más ataques, sino a duras penas de defenderse. Los aliados contratacan y Alemania empieza a derrumbarse, retirándose a posiciones defensivas mucho más en retaguardia. Para los aliados esto es el principio del éxito, pero desconocen que en realidad es el final de la guerra. El home front, no bien conocido por los aliados, estaba empezando a inclinar la balanza: Bulgaria tras un ataque desde Grecia solicita un armisticio, el imperio Austro-húngaro se ha disuelto, los checos, eslovacos, polacos, croatas se han declarado independientes tras la derrota de las tropas imperiales por los italianos en Vittorio Véneto. El embargo aliado está causando hambre y penurias. Alemania está agotada y no tiene hombres para luchar, también solicita un armisticio, que provoca una revolución, como en Rusia. La caída del káiser y de su gobierno convierte el armisticio en una rendición. La guerra termina el 11 de noviembre de 1918.

El estancamiento y la larga guerra de desgaste no afecta a los dos bandos por igual. El que se agote antes no estará en condiciones de luchar y actuará inteligentemente si ofrece buenas condiciones de paz antes de que su enemigo descubra su vulnerabilidad. Si no es así, el país se derrumbará y sus soldados no estarán en condiciones de seguir luchando. Si eso sucede, la rendición será incondicional. Las claves en la guerra de Ucrania son la falta de hombres y si estos están motivados, la falta de recursos y el home front. La guerra no se decidirá combatiendo, aunque así lo parezca.

Pero hay otra similitud entre la Gran Guerra y la Guerra en Ucrania. Otra similitud referente a su impacto en las relaciones internacionales y a la propia visión de la guerra como fenómeno, incluyendo su valoración ética por la sociedad. Y es que ambos conflictos supusieron un punto de inflexión en este sentido.

Hasta la Primera Guerra Mundial, la resolución de los conflictos entre las naciones mediante la guerra era algo válido y legítimo. Aunque hay antecedentes sobre teorías de la guerra justa en San Agustín, Santo Tomás y, sobre todo la Escuela Española de Salamanca, las valoraciones éticas sobre la guerra se han limitado a la filosofía y la religión, pero escasamente ha alcanzado a la política. El horror que causó la Gran Guerra fue tan enorme, que la visión de los europeos sobre la guerra cambió definitivamente. El resultado de la contienda fue de más de 9 millones de muertos, más del doble de heridos, destrucción hambre y miseria como no se había visto nunca en la historia de la humanidad. Tanto las potencias del lado vencedor, como los vencidos, eran conscientes de que algo no debía repetirse. Aunque sabemos que los duros tratados de paz impuestos a los vencidos, especialmente a Alemania, favorecieron nuevos rencores y acabaron trayendo otra guerra aún peor, la Primera Guerra Mundial sembró la semilla de la concienciación necesaria para evitar las guerras. La creación de la Sociedad de Naciones, aunque fue un instrumento fracasado, fue el antecedente necesario para la fundación de la ONU después de la Segunda Guerra Mundial y en 1926 la mayoría de los países del mundo firmaron el denominado pacto de Briand-Kellog, en el que se condena la guerra por primera vez. En 1945, cuando se funda la ONU con la Carta de San Francisco, se repite el compromiso de condena de la guerra y se crean instrumentos para evitarla.

Puede pensarse que nada de esto ha sido relevante y que las guerras no han parado en el mundo, pero aunque esto segundo es cierto, el cambio de mentalidad en la comunidad internacional, o al menos en los países desarrollados ha evolucionado muy en positivo hasta fechas relativamente recientes. En Europa, desde el final de la Segunda Guerra Mundial ha habido dos guerras: la de la desmembración de Yugoslavia con sus variantes croata, bosnia y kosovar, y la de Ucrania. El primero no ha afectado a ninguno de sus vecinos. La casi totalidad de los conflictos armados desde el final de la Guerra Fría e incluso desde la Segunda Guerra Mundial son conflictos internos en los que las grandes potencias han intervenido o no en favor de uno u otro bando, pero que no han pasado de conflictos regionales. El número de muertes violentas en el mundo a causa de la guerra ha disminuido continuamente desde entonces, así como el número de conflictos armados. La capacidad de la comunidad internacional para contener conflictos y evitar su extensión ha quedado demostrada en varios escenarios. Las acciones de imposición de la paz han tenido éxitos y fracasos, pero siempre ha sido mejor que la inacción, la escalada o la extensión de los conflictos. Las grandes potencias han empleado la fuerza en diversos escenarios, pero siempre con alcance limitado y evitando confrontaciones directas entre ellas.  Las sociedades en los países desarrollados, que son los que tienen los ejércitos más letales, no admiten guerras sin justificación.

La Guerra de Ucrania puede estar marcando un nuevo punto de inflexión, pero esta vez en el sentido contrario que la Primera Guerra Mundial. Rusia inició una guerra de invasión contra un país vecino, un Estado grande, en proceso de democratización e integración europea que aspiraba pacíficamente a ser un miembro más de la UE, es decir a compartir el desarrollo y las libertades alcanzadas por sus vecinos occidentales. Un Estado que la propia Rusia reconoció como soberano en 1991, que comparte con Rusia orígenes y valores culturales pero que difiere enormemente de ella en su forma de mirar el futuro. Ucrania sufría un conflicto interno en la zona de Lugansk y Donetsk, zonas donde la población era mayoritariamente prorrusa. El conflicto se hizo armado por la propia intromisión de Rusia, que ha intentado desestabilizar a Ucrania con el fin de evitar a toda consta su modernización e integración en Occidente. Rusia ha usado la fuerza contra un Estado que no suponía ninguna amenaza, contra un Estado que pretendía ser libre, rompiendo la prohibición de usar la fuerza sin que pueda argumentar legítima defensa. Además, Rusia ha roto también la prohibición de anexionarse territorios como consecuencia de una invasión armada, rompiendo un principio que todas las naciones desarrolladas habían respetado desde 1945. La intervención armada de Rusia no se ha hecho para contener un conflicto armado, ni para evitar su extensión o escalada, sino para lo contrario.

La Guerra de Ucrania lleva ya una escalofriante cifra de muertos y heridos; aunque no podemos estimar las cifras con precisión no es aventurado decir que estamos por encima de los 500 000 entre ambos bandos. Si la Guerra finaliza con un tratado favorable a Rusia, la catástrofe habrá servido para que Putin de por buena la invasión que ordenó, por lo que se crearía un peligrosísimo precedente. Si Rusia no abandona los territorios ocupados que mantiene, Ucrania no estará en condiciones de obtener nada de la potencia invasora en una posible negociación. La derrota de Ucrania supondría el éxito de una forma de hacer política basada en el empleo de la fuerza bruta de una manera desproporcionada e injusta. Si además EEUU y Europa obligan a Ucrania a aceptar un tratado injusto con concesiones logradas gracias al uso de la fuerza, tendrán difícil explicar esto a sus ciudadanos. También será difícil aceptar a una Rusia victoriosa de nuevo en el club de los países occidentales y levantar las sanciones, o recibir a Putin con normalidad en las cancillerías europeas o estadounidense después de haberle identificado como un criminal de guerra. Las sociedades occidentales van a dejar de creer en principios y valores y nos encaminaremos cada vez más a un mundo más inseguro y en el que la fuerza se impondrá sin matices a los valores en los que por algún tiempo quisimos creer.


 [FG1]