Menos conocido que Montgomery, Rommel,
Eisenhower o Patton, el general británico William Joseph Slim es sin duda
alguna uno de los más grandes líderes militares de la segunda guerra mundial.
Si su nombre no ha sido suficientemente recordado, es seguramente por que su
actuación tuvo lugar en las selvas de Birmania, un escenario lejano y
considerado poco trascendental para la victoria final; pero también por la modestia del propio Slim
que siempre antepuso el interés general al suyo propio lo que no puede
afirmarse de muchos otros generales de su mismo bando, a menudo ambiciosos y ególatras.
Sin embargo el mérito de Slim es seguramente muy superior al de ellos, mucho
mejor recordados y valorados que él.
William Slim heredó en Birmania el mando de
un ejército en desbandada, completamente derrotado y a punto del
aniquilamiento, perseguido por las tropas imperiales japonesas que eran
consideradas invencibles después de su cadena de victorias en China, Filipinas,
Malasia, Indochina y Singapur, entre otros lugares. Los ejércitos coloniales
europeos, más pensados para imponerse entre los nativos de los territorios que
dominaban que para combatir a un ejército organizado y bien armado como el
japonés, fueron fácilmente vencidos por los nipones. Jugaba además a favor de
los japoneses el hecho de que ninguna de las naciones europeas estuviera en condiciones
de enviar refuerzos a sus colonias al estar comprometidas en la lucha contra
los nazis en Europa, o sencillamente por estar ya dominada por ellos.
En estas condiciones Slim recibió el mando
del XIV Ejército británico, relevando al que hasta ese momento era su inmediato
superior el general Noel Irwin. Esto convertía a Slim en el mando supremo de
las fuerzas británicas en el frente oriental, es decir en el frente
indio-birmano. Slim había sido puesto al mando de una ofensiva en Birmania
planeada y ordenada por Irwin y que resultó desastrosa, decidiendo al final Slim una retirada lo más
ordenada posible hacia posiciones más retiradas alrededor de la frontera india.
En esto estaba cuando Irwin trató de echar al culpa del fracaso de su ofensiva
a su subordinado Slim, pero los informes recibidos decidieron al alto mando a
relevarle.
Slim, trató de recomponer desde la base el
maltrecho ejército anglo-indio. Para Slim la guerra era una maratón que no
debía ganarse al sprint. Lejos de buscar brillantes maniobras tácticas para
alcanzar la victoria, tan ideadas y ansiadas por muchos de sus compañeros, Slim
se centró en recuperar poco a poco la capacidad militar para poder revertir la
desfavorable situación en que se encontraba el ejército bajo su mando. Daba
enorme importancia a la logística y al factor humano. La preparación de sus
hombres era el factor esencial. Si bien la mayoría de ellos eran indios,
también tenía británicos, africanos, malayos,
chinos y otros grupos étnicos asiáticos. Un contingente muy heterogéneo, con
muy diferentes formas de pensar, muy escasa motivación y ninguna fe en la
victoria. Slim trabajó desde el primer momento la moral de sus hombres, hablando
con ellos directamente, arengando y haciéndoles creer en
ellos mismos. Les convirtió en los auténticos protagonistas de la guerra, no en
meros ejecutores de órdenes suyas.
Buscó pequeños triunfos aprovechando los
puntos débiles del enemigo, con el objetivo de debilitar al adversario sin
exponer demasiado a sus hombres. Una guerra de guerrilas, en realidad, aunque
librada desde bases de apoyo estables y recursos de un ejército regular. Con
estos pequeños éxitos, Slim consiguió que sus hombres empezaran a creer en la
victoria y en él mismo. Mientras, los japoneses se desgastaban y perdían
posiciones en Birmania. La ofensiva norteamericana en el pacífico y la campaña
submarina impedían a los japoneses enviar refuerzos y aprovisionarse sin sufrir
cuantiosas pérdidas.
La
estrategia de Slim tenía sus inconvenientes también, sus soldados tenían que
pasar largas temporadas en un entorno enormemente hostil como es la selva. Por
ello Slim, implantó un sistema de adiestramiento exigente pero no intensivo,
dando tiempo a los hombres a realizar actividades de ocio que fomentaran la
moral y mayor unidad entre ellos. Pese a ello, las condiciones de vida fueron
durísimas, sufrieron escasez de alimentos, que Slim padeció e hizo padecer a
todo su Estado Mayor al mismo nivel que sus soldados, y sobre todo la malaria,
que afectó a casi todos, incluido el propio Slim. Consciente del serio problema
que suponía la malaria, Slim estableció severas medidas de prevención y
consiguió tratamientos terapéuticos que fueron eficazmente administrados. EL
ejército anglo-indio logró mantenerse operativo, pese a la enfermedad, y logró
nuevos triunfos contra los japoneses.
La
ascendencia que logró Slim entre sus hombres no la alcanzó ningún otro hombre
de su rango. Slim, cuentan los testigos, hablaba de la guerra a sus hombres
siempre diciendo “vosotros”, rara vez nosotros y nunca, jamás, yo. Sus
subordinados le apelaban cariñosamente como el “tío Bill”. Probablemente su
origen humilde le facilitó alcanzar esa sinergia con sus soldados; no hay que
olvidar que en aquellos momentos los oficiales británicos procedían
mayoritariamente de la aristocracia. Además Slim era sobre todo un combatiente,
un auténtico soldado, más que un estratega intelectual o un jefe sediento de
gloria y poder. Herido gravemente en la batalla de Gallípoli, durante la
primera guerra mundial, volvió a estar presente en diversos escenarios de
combate durante la segunda: luchó en África y en Oriente Medio antes de llegar
a Birmania.
Poco
a poco la capacidad operativa del ejército nipón se iba viendo disminuida y con
ello también el territorio que dominaban en Birmania. Las últimas ofensivas de
Slim terminaron por derrumbar a su enemigo, hasta que se produjo la caída de
Rangún el 3 de mayo de 1945 quedando los japoneses aislados en dos bolsas en la
selva que fueron diezmadas progresivamente por los hombres del general Slim,
hasta su rendición definitiva.
Sorprendentemente,
o tal vez no, con la caída de Birmania se produjo el cese de Slim. La
indignación que despertó la incomprensible decisión del alto mando entre los
compañeros, subordinados y la propia prensa fue tan grande, que Slim hubo de
ser restituido en el mando. No en vano, Birmania fue el único territorio que
los británicos lograron conquistar a los japoneses antes del final de la
guerra. El XIV Ejército pasó a la historia como el ejército “olvidado” ya que
la atención en Gran Bretaña durante la guerra nunca estuvo puesta en aquel
lugar, ni siquiera a la hora de saborear el triunfo final. Slim, como los
hombres de su ejército, no fue especialmente recordado, a pesar de haber
realizado una de las más brillantes trayectorias como soldado y como líder,
pero los militares británicos saben que es uno de sus grandes modelos.
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