miércoles, 11 de noviembre de 2015

GENERAL WILLIAM SLIM, UN MODELO A SEGUIR




Menos conocido que Montgomery, Rommel, Eisenhower o Patton, el general británico William Joseph Slim es sin duda alguna uno de los más grandes líderes militares de la segunda guerra mundial. Si su nombre no ha sido suficientemente recordado, es seguramente por que su actuación tuvo lugar en las selvas de Birmania, un escenario lejano y considerado poco trascendental para la victoria final;  pero también por la modestia del propio Slim que siempre antepuso el interés general al suyo propio lo que no puede afirmarse de muchos otros generales de su mismo bando, a menudo ambiciosos y ególatras. Sin embargo el mérito de Slim es seguramente muy superior al de ellos, mucho mejor recordados y valorados que él. 

William Slim heredó en Birmania el mando de un ejército en desbandada, completamente derrotado y a punto del aniquilamiento, perseguido por las tropas imperiales japonesas que eran consideradas invencibles después de su cadena de victorias en China, Filipinas, Malasia, Indochina y Singapur, entre otros lugares. Los ejércitos coloniales europeos, más pensados para imponerse entre los nativos de los territorios que dominaban que para combatir a un ejército organizado y bien armado como el japonés, fueron fácilmente vencidos por los nipones. Jugaba además a favor de los japoneses el hecho de que ninguna de las naciones europeas estuviera en condiciones de enviar refuerzos a sus colonias al estar comprometidas en la lucha contra los nazis en Europa, o sencillamente por estar ya dominada por ellos. 

En estas condiciones Slim recibió el mando del XIV Ejército británico, relevando al que hasta ese momento era su inmediato superior el general Noel Irwin. Esto convertía a Slim en el mando supremo de las fuerzas británicas en el frente oriental, es decir en el frente indio-birmano. Slim había sido puesto al mando de una ofensiva en Birmania planeada y ordenada por Irwin y que resultó desastrosa,  decidiendo al final Slim una retirada lo más ordenada posible hacia posiciones más retiradas alrededor de la frontera india. En esto estaba cuando Irwin trató de echar al culpa del fracaso de su ofensiva a su subordinado Slim, pero los informes recibidos decidieron al alto mando a relevarle.

Slim, trató de recomponer desde la base el maltrecho ejército anglo-indio. Para Slim la guerra era una maratón que no debía ganarse al sprint. Lejos de buscar brillantes maniobras tácticas para alcanzar la victoria, tan ideadas y ansiadas por muchos de sus compañeros, Slim se centró en recuperar poco a poco la capacidad militar para poder revertir la desfavorable situación en que se encontraba el ejército bajo su mando. Daba enorme importancia a la logística y al factor humano. La preparación de sus hombres era el factor esencial. Si bien la mayoría de ellos eran indios, también tenía  británicos, africanos, malayos, chinos y otros grupos étnicos asiáticos. Un contingente muy heterogéneo, con muy diferentes formas de pensar, muy escasa motivación y ninguna fe en la victoria. Slim trabajó desde el primer momento la moral de sus hombres, hablando con ellos directamente, arengando y haciéndoles creer en ellos mismos. Les convirtió en los auténticos protagonistas de la guerra, no en meros ejecutores de órdenes suyas.

Buscó pequeños triunfos aprovechando los puntos débiles del enemigo, con el objetivo de debilitar al adversario sin exponer demasiado a sus hombres. Una guerra de guerrilas, en realidad, aunque librada desde bases de apoyo estables y recursos de un ejército regular. Con estos pequeños éxitos, Slim consiguió que sus hombres empezaran a creer en la victoria y en él mismo. Mientras, los japoneses se desgastaban y perdían posiciones en Birmania. La ofensiva norteamericana en el pacífico y la campaña submarina impedían a los japoneses enviar refuerzos y aprovisionarse sin sufrir cuantiosas pérdidas. 

            La estrategia de Slim tenía sus inconvenientes también, sus soldados tenían que pasar largas temporadas en un entorno enormemente hostil como es la selva. Por ello Slim, implantó un sistema de adiestramiento exigente pero no intensivo, dando tiempo a los hombres a realizar actividades de ocio que fomentaran la moral y mayor unidad entre ellos. Pese a ello, las condiciones de vida fueron durísimas, sufrieron escasez de alimentos, que Slim padeció e hizo padecer a todo su Estado Mayor al mismo nivel que sus soldados, y sobre todo la malaria, que afectó a casi todos, incluido el propio Slim. Consciente del serio problema que suponía la malaria, Slim estableció severas medidas de prevención y consiguió tratamientos terapéuticos que fueron eficazmente administrados. EL ejército anglo-indio logró mantenerse operativo, pese a la enfermedad, y logró nuevos triunfos contra los japoneses.

            La ascendencia que logró Slim entre sus hombres no la alcanzó ningún otro hombre de su rango. Slim, cuentan los testigos, hablaba de la guerra a sus hombres siempre diciendo “vosotros”, rara vez nosotros y nunca, jamás, yo. Sus subordinados le apelaban cariñosamente como el “tío Bill”. Probablemente su origen humilde le facilitó alcanzar esa sinergia con sus soldados; no hay que olvidar que en aquellos momentos los oficiales británicos procedían mayoritariamente de la aristocracia. Además Slim era sobre todo un combatiente, un auténtico soldado, más que un estratega intelectual o un jefe sediento de gloria y poder. Herido gravemente en la batalla de Gallípoli, durante la primera guerra mundial, volvió a estar presente en diversos escenarios de combate durante la segunda: luchó en África y en Oriente Medio antes de llegar a Birmania.

            Poco a poco la capacidad operativa del ejército nipón se iba viendo disminuida y con ello también el territorio que dominaban en Birmania. Las últimas ofensivas de Slim terminaron por derrumbar a su enemigo, hasta que se produjo la caída de Rangún el 3 de mayo de 1945 quedando los japoneses aislados en dos bolsas en la selva que fueron diezmadas progresivamente por los hombres del general Slim, hasta su rendición definitiva.

            Sorprendentemente, o tal vez no, con la caída de Birmania se produjo el cese de Slim. La indignación que despertó la incomprensible decisión del alto mando entre los compañeros, subordinados y la propia prensa fue tan grande, que Slim hubo de ser restituido en el mando. No en vano, Birmania fue el único territorio que los británicos lograron conquistar a los japoneses antes del final de la guerra. El XIV Ejército pasó a la historia como el ejército “olvidado” ya que la atención en Gran Bretaña durante la guerra nunca estuvo puesta en aquel lugar, ni siquiera a la hora de saborear el triunfo final. Slim, como los hombres de su ejército, no fue especialmente recordado, a pesar de haber realizado una de las más brillantes trayectorias como soldado y como líder, pero los militares británicos saben que es uno de sus grandes modelos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario