domingo, 25 de octubre de 2015

EL DERECHO A DECIDIR... POR LOS DEMÁS



En el siglo XIX fue fundado en una ilustre ciudad un club social llamado “piel de toro”. Con el apogeo económico y cultural de la ciudad el club fue creciendo y se fue haciendo cada vez más notorio en todos los ámbitos. Sus instalaciones se ampliaron, se enriquecieron y modernizaron. Abarcaba cada vez más ámbitos de relación de la burguesía de la ciudad: tertulias políticas, literarias, científicas y también práctica deportiva. Sus amplios salones sirvieron para alojar eventos sociales de máxima pompa, su biblioteca crecía en volúmenes y en espacio. Tal expansión supuso al mismo tiempo mayor pluralidad, se empezaron a crear pequeños grupos sociales y de opinión entre los socios que cada vez eran más. Dichos grupos crecieron en autonomía y capacidad. Con el tiempo se fueron convirtiendo en pequeños clubes dentro del club social. Se hicieron más segregacionistas, hasta el punto de relacionarse cada vez menos con el resto del club y creando por el contrario mayor vínculo entre sus miembros. 
 
Al principio la junta gestora y la presidencia dieron la bienvenida a  estas actividades segregadas como reflejo de la pluralidad de la entidad. Se les dieron ciertos privilegios, como usar parte de las instalaciones como si fueran suyas propias y no de todos los socios.  La mayoría de estos grupos sociales dentro del club se integraban sin problemas con el resto de socios en otras actividades de mayor entidad, pero hubo un grupo, más numeroso y políticamente más activo que empezó a sentirse más importante que el resto. Este grupo, formado por algunas de las familias más acomodadas del club, aunque también por muchas otras menos pudientes, empezó a sentirse superior al resto de socios. Reclamaban cada vez más derechos en exclusiva sobre el uso de las instalaciones y a tener mayor representación y capacidad tanto dentro como fuera del club en actividades sociales, deportivas y de representación. 
 
Al resto de socios empezó a resultarle incómoda la actividad de este grupo encabezado por las familias Almogavares, Oriol, y Barceló. No obstante, en pro de la pluralidad del club y por conservar el tradicional buen clima entre los socios y la grandeza de su unidad aceptaron muchas de las peculiaridades de los socios “disidentes”. 

Pero las reivindicaciones de este grupo fueron cada vez más difíciles de encajar en el club. Muchos socios no entendían tantos privilegios y otros no entendían porque seguían siendo socios sino se sentían como los demás. Finalmente los socios del autodenominado “terra nou” reclamaron separarse del club “piel de toro”. No se sentían a gusto con los demás, les consideraban inferiores y menos glamorosos y creían que ellos solos harían el club más grande en todos los sentidos. En su reivindicación pedían a la presidencia del club la cesión definitiva de la parte de las instalaciones que venían disfrutando por cesión del resto y su correspondiente porción de tesorería así como algunos de los derechos de representación que el club tenía. La presidencia les contestó que los estatutos del club no preveían tal cosa y que el club solo podía disolverse o dividirse por decisión de todos los socios en asamblea general por decisión de mayoría reforzada, pero que en todo caso ningún socio estaba obligado a seguir siéndolo por lo que si querían la baja se les daría inmediatamente a todos los que lo pidieran. 

Los reclamantes se indignaron en gran medida y convocaron protestas en masa, incluso celebraron una reunión entre ellos, en uno de los salones del propio club que venían usando desde hace tiempo, en la que votaron segregarse y crear un club nuevo. Se presentaron ante la junta gestora como un nuevo club y reclamaron sus instalaciones y su parte de la tesorería en virtud de su  “derecho a decidir”.   

La tensión fue creciendo dentro del “piel de toro”. Parte de sus instalaciones eran prácticamente gestionadas por los socios del “terra nou” para atacar al resto de socios y a la junta gestora. Se desarrolló una campaña publicitaria por el derecho “a decidir” del grupo “terra nou” dirigida por las familias que lideraban el grupo. En su afán de atacar a los órganos legítimos de gobierno del club, sacaron su propaganda fuera del club a otras autoridades y entidades de la ciudad reclamando como siempre su derecho a decidir.  Ninguna de las autoridades les apoyó; por el contrario respaldaron públicamente a la presidencia del “piel de toro”, pero en privado le advirtieron que esa era un problema interno del club y que lo tenían que resolver ellos. Pero la presidencia estaba asustada y no sabía reaccionar ante los desafíos de los secesionistas.

La vida social del club se fue haciendo cada vez más insostenible por la tensión entre los órganos de gobierno y el grupo “terra nou”. Un día Ramonet y Jordi, miembros del grupo “terra nou” se cansaron del camino por el que les llevaban las familias dirigentes y se fueron a hablar con Lancelot Almogavares, uno de los líderes del grupo. Jordi y Ramonet eran  del grupo desde siempre, porque sus padres también lo habían sido y se sentían parte de él porque compartían muchos de sus gustos, afinidades políticas y culturales, pero no compartían el rumbo separatista de las familias más poderosas, porque también tenían muy buena relación con el resto de socios del club  y participaban en otras actividades con otros grupos:
-         Lancelot, nosotros no estamos de acuerdo con la secesión, queremos que se nos escuche, queremos decidir. Nosotros tenemos también derecho a decidir.
-         Muy bien – les contestó el jefe del clan Almogavares- pero vosotros sois minoría. En la última votación del “terra nou” la mayoría optó por la separación.
-         La mayoría de socios del club nos apoya y los estatutos del club no permiten secesiones, desde 1812 sólo la asamblea de todos los socios puede decidir y en todas las reformas de los estatutos aprobadas por mayoría nunca se ha permitido la secesión unilateral de ningún grupo- prosiguió Ramonet.
-         La mayoría que decide es la del “club nou”-  insistía Lancelot. Nuestro grupo es soberano y reclama su derecho a decidir.
-         En ese caso, - insinuó Jordi- nosotros (y le enseñó un grupo de firmas de otros socios) reclamamos nuestro derecho a decidir y queremos segregarnos del “club nou” que se nos devuelva nuestra parte alícuota y mantenernos dentro del club “piel de toro” como siempre.
-         Vosotros no sois nadie, no decidís nada. El derecho a decidir lo tiene “club nou”, no un grupo aislado- se irritó Lancelot.
-         Y ¿Cuál es el grupo aislado? Lancelot, “club nou” nunca ha existido fuera de “piel de toro”.
Lancelot ya fuera de sí y sin argumentos respondió airado:
-         Sois unos fascistas que negáis el derecho a decidir a “terra nou”.
-         No, somos el grupo “Ciudad Condal” y también reclamamos nuestro derecho a decidir.
Al final la discusión terminó de manera violenta y tuvo que intervenir la seguridad del club. Pero había quedado claro que aunque el “derecho a decidir” lo tenían todos, a la hora de sumar los derechos de todos cada uno sumaba los votos que más le convenía. Y el único cupo legalmente válido era el club y la única legalidad los estatutos. Había que hacer valer esos derechos a decidir, el derecho a decidir de todos y no el de algunos a decidir por los demás. Pero para eso hacía falta que la presidencia hiciera valer su autoridad y ésta estaba noqueada por el pánico. Pronto habría elecciones a una nueva junta gestora y entonces, tal vez, la nueva presidencia tomaría cartas en el asunto.


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