sábado, 26 de septiembre de 2015

CRISIS DE LAS MISIONES DE PAZ. NUEVO DESAFÍO PARA LAS FAS


En el plazo de uno o dos años, se habrá completado el repliegue de las tropas españolas de Afganistán, dependiendo de si finalmente se adelanta o no el calendario de retirada. Mientras, en el Líbano, el contingente se reduce a la mitad, paso previo a una retirada completa que podría producirse al mismo tiempo, o poco después, que el de Afganistán. Las misiones en Bosnia y Kosovo finalizaron, al igual que las de Haití, Libia e Irak, por mencionar las más importantes de la última década. Todo parece indicar que, en un plazo más o menos corto, la presencia militar de España en el exterior se habrá reducido notablemente, quedando limitada a algunos observadores y a la operación Atalanta de la Unión Europea; misión ésta estrictamente naval, al menos de momento y que, de no ampliarse en sus objetivos, corre el riesgo de eternizarse o finalizar dejando las cosas como estaban antes de su inicio.

Esta situación de disminución notable de la presencia militar española en el exterior cierra una etapa en la que precisamente dicha presencia ha alcanzado sus máximos históricos. El cambio va a afectar especialmente al Ejército de Tierra que va a dejar de estar desplegado de una manera tan notable en territorios tan alejados del suelo patrio. Detrás de este nuevo panorama hay un trasfondo estratégico importante que viene de más allá de nuestras fronteras, pero también uno de índole económico que todos conocemos y que también excede notablemente del ámbito nacional.

Las denominadas misiones de paz, tan de moda al principio del final de la guerra fría, están empezando a vivir su etapa más amarga. Remontándonos a los años noventa, cuando se  derrumbaba el socialismo y el telón de acero, el mundo vivió un sueño idílico en que la desaparición de los bloques traería una etapa unipolar en la que las Naciones Unidas lideradas por Estados Unidos, ejercerían de árbitro y supremo pacificador del planeta. Un sueño, que llegó a calar en el mundo occidental, especialmente y sobre todo en los Estados Unidos, donde fue expresado de una manera  excepcional por Fukuyama en su obra “El final de la historia”. En esa época se llegó a creer que el Consejo de Seguridad, liderado por la única superpotencia, sería capaz de ejercer como pacificador supremo y que las demás potencias le seguirían y su apoyarían. Un sueño que incluía una globalización mundial en torno a los valores de la democracia y los Derechos Humanos que todos irían haciendo suyos bajo la atenta mirada de la ONU. Este sueño se llegó a apoyar en algunos hechos como la reacción unánime del Consejo de Seguridad a la invasión iraquí de Kuwait, reacción que acabó propiciando la posterior liberación del emirato de manos de un Ejército universal liderado por Estados Unidos, pero integrado por todos los países occidentales y algunos árabes. El sueño, sin embargo, se fue haciendo cada vez más utópico, cuando Rusia, despertando de su fuerte crisis interna, y China ,que sólo se “globalizaba” en el terreno económico, empezaron a convertirse en antagónicos del imperio norteamericano.

 El 11 de septiembre de 2001 demostró al mundo que el sueño de Fukuyama podía ser también una pesadilla pero, con los años de guerra en Irak o en Afganistán, lo que ha ido quedando patente es que el coste de ejercer de líder supremo y pacificador del planeta por la fuerza no puede ser ejercido por los Estados Unidos en solitario  y que ejercerlo tiene un alto coste en vidas y en dinero que la población de aquel país no está dispuesta a asumir. Por otro lado, la política exterior de Bush hijo, que empezó apostando por  el no intervencionismo, y que tras el 11S desembocó en un intervencionismo unilateral,  ha supuesto una enorme pérdida de legitimidad de Estados Unidos. En términos generales, las potencias hacen su política en función de sus intereses y sólo rara vez en base a principios éticos universales, y siempre que no contradigan a los anteriores. El antagonismo entre Estados Unidos y otras potencias emergentes deja claro hasta qué punto esto va a impedir la realización de este tipo de misiones donde podrían hacer falta, como por ejemplo en Siria. Las misiones de paz han tenido éxito en algunos lugares y en otros han fracasado, pero siempre se han llevado a cabo motivadas por razones de tipo coyuntural y/o de oportunismo político sin que se pueda defender su universalismo como forma de resolver los conflictos.

Desde la llegada de Obama a la Casa Blanca, Estados Unidos ha ido reconduciendo la agresiva política exterior de su antecesor en la guerra total contra el terrorismo hacia un aislamiento cada vez mayor, renunciando a gran parte de su influencia en el mundo, o al menos a la que se realiza desde el hardpower o poder duro. En ese contexto Estados Unidos ha abandonado Irak y pronto hará lo mismo en Afganistán, y ha renunciado a asumir el protagonismo de la misión de la OTAN en Libia o a tomar ninguna decisión al margen del Consejo de Seguridad de la ONU en todos los turbulentos conflictos de la primavera árabe. Organismo éste, por cierto, cada vez más bloqueado e inútil, recordando en ese sentido a los tiempos peores de la guerra fría. La violencia y complejidad de muchos de los conflictos actuales hace que se requieran muy grandes contingentes militares para que una misión de paz tenga éxito con un  coste de bajas asumible, y ello no será posible sin la participación de Estados Unidos.

Al mismo tiempo que Irak y Afganistán han supuesto un desgaste enorme en la estrategia intervencionista de Estados Unidos, también han sacado la luz la debilidad de la unidad europea en materia de seguridad y Defensa y las propias carencias de la OTAN, ya no sólo como organización política sino como órgano de mando y dirección en operaciones militares. Carencias que ya se pusieron de manifiesto en la guerra de Kosovo, y de nuevo en Libia y que han dejado a la OTAN en una situación de indefinición y crisis eterna desde el final de la guerra fría, de la que no parece encontrar fácil salida a pesar de que todos los dirigentes de los países miembros siguen considerándola una alianza básica para la defensa de los principios y valores de las naciones que la componen.Probablemente el futuro de la OTAN sea el de una organización cada vez más política y menos militar, que siga existiendo como medio de disuasión gracias al artículo 5 y como foro de diálogo y discusión, pero cada vez más inoperante en el campo de batalla de los conflictos actuales.

A este cambio en el escenario geopolítico internacional hay que añadir la actual crisis económica mundial, pero que afecta sobre todo a los países occidentales. Tanto Estados Unidos como las naciones europeas se están viendo obligados a reducir su gasto militar y ello dificulta especialmente la realización de las misiones como ha quedado patente en el conflicto libio.

En este contexto las misiones militares pueden ir desapareciendo, y gran parte de ellas, no lo olvidemos son el marco de actuación de las Fuerzas Armadas españolas. Pero si este es el escenario que ya se nos está viniendo encima ¿Qué efectos va a tener en nuestras Fuerzas Armadas?

Es indudable que España necesita recortar su gasto público y las Fuerzas Armadas no son una excepción, como tampoco lo son las misiones internacionales que éstas desempeñan y que suponen un coste notable aunque también, y paradójicamente un ingreso extra para el mantenimiento del gasto militar. Las misiones en el Exterior, amparadas por la ONU u otras organizaciones internacionales, son costeadas en gran parte por dichas organizaciones y ese dinero repercute en el alistamiento de las fuerzas militares y su mantenimiento. Algunas naciones, de no muy poderoso potencial militar, ceden continuamente a la ONU contingentes de soldados que la Organización financia y ayuda a mantener. Para potencias militares medias o grandes entre las que podríamos incluir a España,por su nivel tecnológico y su grado de profesionalización más que por el tamaño de su contingente, la financiación de dichas organizaciones no resulta suficiente pero sí una ayuda. Además las misiones internacionales permiten al Gobierno aprobar créditos extraordinarios no incluidos ni contabilizados en el presupuesto de Defensa, que al final suponen también una financiación extra. La desaparición de estas misiones traerá como consecuencia la disminución de ingresos para el mantenimiento de las Fuerzas Armadas, aunque reduzca el gasto que estas supongan. Como las misiones en sí, son una forma de adiestrarse y prepararse, las Fuerzas Armadas perderán capacidad de adiestramiento y recursos para el alistamiento. Esta es una primera consecuencia.

Por otro lado, las misiones suponen un acicate moral y profesional para  los militares que participan en ellas. La satisfacción profesional que los militares de todos los empleos sienten en la realización de estas misiones es un elemento básico para mantener alta la moral, lejos de la rutina de los adiestramientos en suelo nacional. Además, gran parte del personal militar sobrevive económicamente a los problemas que la movilidad geográfica supone (dificultades de los cónyuges para trabajar, perdida de centro escolar de los hijos,  alejamiento del apoyo familiar etc) con los ingresos extra de estas misiones. Su pérdida hará que los militares sean más pobres pero sobre todo más reticentes y resistentes a los traslados, dado el escaso apoyo que la institución aporta para estos problemas. De manera indirecta, esto también puede tener consecuencias en la operatividad.


Las misiones en el exterior son también la bandera de todas las campañas de publicidad de las Fuerzas Armadas y que están detrás de la buena imagen de éstas ante la sociedad. Su desaparición distanciará a las Fuerzas Armadas de la sociedad en un momento complicado en el que todo lo que no se vea como necesario va a ser cuestionado de inmediato. Para evitar esta situación, es muy posible que se le asignen a las Fuerzas Armadas misiones estrictamente civiles como las que ya realiza, con solvencia notable por cierto, la Unidad Militar de Emergencias. Esto, sin embargo, puede acentuar la progresiva “desmilitarización” de los ejércitos.
La progresiva desaparición de las misiones en el exterior puede traer varias consecuencias para las Fuerzas Armadas y seguramente ninguna de ellas es positiva: menos alistamiento, menos preparación, menos recursos económicos, menos motivación del personal militar y una desmilitarización de las misiones de la institución que podría incrementarse.
El panorama descrito es una tendencia que observamos hoy y que nos puede orientar hacia un futuro, aunque éste siempre es, desde luego incierto. Puede haber hechos, como la caída del muro o el atentado de las torres gemelas de Nueva York, que destrocen cualquier previsión que hagamos. En todo caso, debemos estar preparados para la que se nos avecina aunque no podamos prevenirlo todo.

Publicado en Atenea nº 42, diciembre 2012.


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