sábado, 26 de septiembre de 2015

LA TOMA DE REHENES POR GRUPOS ARMADOS Y EL USO DE LA FUERZA.

“Playa de Bakio”, “Alakrana”, desierto de Mali: en un espacio de tiempo relativamente corto se han sucedido tres secuestros de civiles españoles por grupos armados fuera de nuestras fronteras. En los dos primeros casos el entorno es idéntico: la piratería somalí en el Índico, en el segundo otro bien diferente: Al Queda en el Magreb Islámico (AQMI) en el Sahel.  Pese a todas las diferencias entre los dos escenarios y entre otros ocurridos hace mucho más tiempo y que serán mencionados en este artículo, en el fondo el debate es siempre el mismo y no es otro que como se debe reaccionar ante una crisis de estas características.
Cuando se produce una agresión ilegítima, un acto violento claramente injusto y que está fuera de toda ley, sólo caben en realidad dos posibles posturas: la del uso de la fuerza ó la de la cesión en todo ó en parte de las pretensiones de los delincuentes. Todas las demás alternativas, frecuentemente vestidas del lenguaje políticamente correcto, sólo encierran realmente una de las dos actitudes.
La liberación de los rehenes, nunca se produce exclusivamente por la buena voluntad de los delincuentes a cambio de nada, por lo que lógicamente cuando estos deciden liberar a los rehenes ha de suponerse que han obtenido algo a cambio. Esta afirmación es tan obvia que no merece más explicación, si bien quizá convenga aclarar que aquellos que con extraordinaria violencia amenazan con quitar la vida de inocentes despertando el miedo y privándoles de su libertad no cometen estos actos de forma impulsiva sino tras planes muy elaborados de intencionalidad clara y manifiesta, con independencia de que sus propósitos sean puramente materiales ó políticos. En este sentido no hay diferencia alguna entre los terroristas ó los piratas.
Por lo tanto excluida por evidentes razones la posibilidad de convencer a los secuestradores de cesar en su malévola actitud, sólo cabe ofrecerles algo ó forzarles a cesar en su chantaje. Comencemos analizando la primera de las opciones, la de la cesión. Ceder al chantaje de los secuestradores es una tentación permanente, a la vista de que la vida de los rehenes puede aún salvarse. A diferencia del chantaje continuo que supone el asesinato consumado en forma de atentado terrorista, el secuestro tiene víctimas evitables con nombres y apellidos. Cuando los terroristas asesinan recuerdan constantemente sus reivindicaciones, advirtiendo que seguirán con su despreciable comportamiento en tanto no se ceda a sus peticiones. Pero estas amenazas son genéricas y por lo tanto, pese al miedo y al hastío que producen los atentados, la sensación de que la mejor forma de evitar otras muertes no es cediendo al chantaje es más fácil de defender que cuando las víctimas tienen nombre propio y a menudo hasta fecha y hora de condena mortal. Pero esto es, en efecto, una sensación. El chantaje es el mismo en todos los casos.
Se ha argumentado que no es lo mismo negociar con terroristas que con los piratas ya que estos no plantean peticiones políticas ni violentan la soberanía nacional. La cuestión de fondo es que ceder al chantaje es hacer útil un delito, y hacer útil un delito es colaborar en él, por tanto la negociación es siempre ilegítima a menos que no se ceda en nada en cuyo caso ya no hablaríamos propiamente de negociación sino de mascarada, engaño ó coacción a través del diálogo, que es al fin y al cabo otra forma de uso de la fuerza. Según el Código Penal español, artículo 451:Será castigado con la pena de prisión de seis meses a tres años el que, con conocimiento de la comisión de un delito y sin haber intervenido en el mismo como autor o cómplice, interviniere con posterioridad a su ejecución, de alguno de los modos siguientes:
1- Auxiliando a los autores o cómplices para que se beneficien del provecho, producto o precio del delito, sin ánimo de lucro propio.”
Cuando la exigencia de los secuestradores es simplemente económica suele resultar mucho más asequible para las autoridades ceder al chantaje. Entrar a valorar si ese dinero se va a utilizar para más secuestros ó para asesinar ya es algo más etéreo. Valorar si el Estado se pone a la altura de grupos delictivos “comprando” la paz  ó en términos más directos la vida de sus ciudadanos es a menudo discutible. Lo importante para las autoridades es que los ciudadanos amenazados hoy salvan la vida, lo que pueda pasar mañana se “arreglará” mañana. En el caso de los secuestros de los pesqueros españoles “Playa de Bakio” y “Alakrana” el gobierno ha negado haber realizado toda negociación con los piratas, aunque diversos medios de comunicación han dado cifras del rescate incluso datos sobre como y cuando se llevó cabo el pago. Igual ha sucedido con los secuestrados en el Sahel. Pese a que los indicios de que se ha pagado un rescate son altas, no ha habido presión popular ni mediática alguna. Todo parece indicar que la mayoría de la población da por buena esta solución, a menos que estemos ante un caso de espiral del silencio, por que lo que sí que ha provocado movilizaciones de todo tipo es la actitud de los familiares de los secuestrados, reivindicando al gobierno que logre la liberación, insinuando de forma clara que satisfaga las demandas de los piratas. Una vez más los delincuentes consiguen el efecto mediático deseado que no es otro que poner en la diana de la Opinión Pública a las autoridades en vez de a quienes cometen los delitos.
También en estos tres casos se da un elemento especial, que no es otro que la lejanía y la falta de jurisdicción española en el lugar de los hechos. Este hecho, aparentemente puede valer como pretexto para hacer concesiones a los secuestradores. El hecho de que las leyes españolas no rijan en el Océano Índico ni en el Sahel y que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad no puedan garantizar a los españoles la libertad de movimientos puede ayudar a comprender la necesidad de la negociación, pues no en vano un elemento básico para justificar la negociación con un grupo armado terrorista ó delictivo es la percepción de que la vía policial no es suficiente para vencerles. Pese a ello, la toma de rehenes es un delito internacional de acuerdo con la Convención internacional contra la toma de rehenes de 1979 de la que España forma parte, en el ámbito de Naciones Unidas. Por tanto no puede justificarse en modo alguno, que los delitos de toma de rehenes cometidos en lejanos territorios no son delitos para el Estado español y por tanto su trato no debería ser tan diferente de los llevados a cabo en el suelo patrio.
Por otro lado la realidad demuestra que cuando ETA ha realizado secuestros en España, si bien las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, así como la justicia, no ha descansado para perseguir y castigar a los secuestradores; no es menos cierto que se han pagado rescates en varias ocasiones. No obstante, cuando los rescates son pagados por las familias de los secuestrados podríamos entrar a valorar la existencia de una eximente por estado de necesidad, ya que no podemos exigir al ciudadano de a pie un comportamiento heroico cuando la vida de sus seres queridos está amenazada. Sin embargo si podemos exigir firmeza al Estado, que lejos del calor de las pasiones humanas debe actuar con firmeza y con una frialdad propia de quien defiende a todos los españoles y no solamente a unos pocos.
En el fondo, el pago de un rescate es una forma más de negociación y de apaciguamiento con el terror. Normalmente quien defiende esta vía suele defender también otras de diálogo y de concesión al uso ilegal de la fuerza. Entre estas, no se descarta la liberación de presos que han cometido delitos gravísimos ó incluso la negociación política. Los argumentos para defender la vía del diálogo son siempre los mismos con independencia de la naturaleza de los delincuentes ó terroristas y de sus objetivos:
- convicción de que la lucha policial y la acción de la justicia no es suficiente para vencer a los terroristas.
- cuando se trata de terroristas la percepción, ó al menos dudas de que los objetivos políticos de los terroristas tienen algo de legitimidad. Cuando se trata de delincuentes que actúan con motivos materiales se justifica por la pobreza, el atraso del país en que viven, ó la falta de oportunidades que les da la sociedad.
- relativismo moral en el sentido de poner al mismo nivel la violencia ejercida por estos grupos a la ejercida por el Estado ó Estados.

El primer argumento es sin duda el elemento clave. Si no podemos acabar con los secuestros lo mejor es pagar. La vida de los secuestrados así queda a salvo. Obviamente los secuestros, como cualquier delito, disminuyen ó aumentan según las expectativas de éxito que el delito proporciona a sus autores. Si la estrategia se limita al pago estamos fomentando el delito y por tanto incrementando el número de víctimas y el de delincuentes. Si no pagamos, se perderán algunas vidas pero las expectativas de los secuestradores desaparecen y por tanto el riesgo que estos corren deja de ser rentable. Para ello es necesario que exista unanimidad en la actuación, lo que es difícil en el ámbito internacional como se ha podido ver tanto en los secuestros del Índico como en el Sahel y que como es lógico produce indignación en quienes se niegan a tratar con los secuestradores, que pagan las consecuencias de la generosidad de otros. El enfado del presidente Sarkozy y su dedo apuntando a España (ó a un país africano según su segunda versión), está encuadrado en esta actitud absolutamente lógica. No en vano el secuestrado por AQMI de nacionalidad francesa Michel Germaneu fue ejecutado, a diferencia de los españoles que fueron liberados. Lo mismo sucedió con un el ciudadano británico Edwain Dyer en junio del año pasado cuando el gobierno británico se negó a negociar.
En cuanto a los otros dos argumentos, son en realidad coartadas para el primero. Una vez justificada la negociación por razones de puro pragmatismo, es necesario vestir esta conducta de una catadura moral aceptable. Lo que francamente creo que hace aguas por todos lados. Con independencia de los objetivos de fondo de los terroristas ó de las circunstancias que llevan a alguien a delinquir, lograr algo mediante el uso de la violencia no es nunca defendible por que socava la democracia y la legalidad. Sólo el Estado tiene permitido el uso de la fuerza en sus diversas formas y no puede ponerse al mismo nivel que otros grupos, por que el Estado está sometido a leyes y mecanismos de control democráticos. Poner al mismo nivel de legitimidad a un Estado democrático con un grupo armado es la deslegitimación absoluta de la democracia.
Una vez analizada la vía de la negociación, vamos a valorar la otra opción que no es otra que el uso de la fuerza. Lo primero que hay que decir en este supuesto es que el uso de la fuerza es, en realidad, la única opción legal que le queda al Estado. Como garante de la libertad y la seguridad de los ciudadanos el Estado tiene la obligación de perseguir el delito y al delincuente allí donde esté y no a la connivencia con él. Sin embargo, en el caso de los secuestros la situación plantea muchas dudas ya que las variantes son muchas y las posibilidades por lo tanto también. Pero debe recordarse que las diferentes opciones que se barajan son siempre sobre la forma de usar la fuerza, no sobre si usarla ó no, ya que esta es la única alternativa legal y legítima.
En primer lugar hay que diferenciar los casos de cuando se conoce el lugar donde se custodian los rehenes y cuando no. En el primero de ellos se puede optar por la liberación por la fuerza mediante el uso de fuerzas especiales, en el segundo caso no resulta posible. No obstante el hecho de que sea posible no lo hace siempre recomendable. Hay que valorar seriamente los riesgos que se corren en función de las informaciones de inteligencia de que se disponga. En algunos casos como los secuestros del teatro Dubrovka de Moscú y de la Escuela de Beslán en Osetia del Norte por terroristas chechenos, la intervención provocó una masacre.
Lo que sí es siempre fundamental es que la presión que supone el tiempo de privación de libertad de las víctimas se dirija hacia sus verdugos y no hacia las autoridades. Para ello debe mandarse un mensaje claro a los secuestradores: no se va hacer ninguna concesión y los delitos no van a quedar impunes. Es lícito mantener contacto con ellos, siempre que este esté encaminado a lograr su claudicación sin darles a entender que se van a aceptar condiciones, salvo que exista un plan seguro y viable para no cumplirlas. La presión debe volverse contra ellos sin que las amenazas sobre las víctimas tengan efecto coactivo alguno sobre las autoridades. Para ello puede ser necesario evitar la difusión de mensajes de las víctimas, lo que no se hizo en el caso del “Alakrana”. También debe enviarse un mensaje claro de fortaleza, que tampoco se hizo en el caso del “Alakrana” y que debería haber consistido en hacer un seguimiento más cercano del buque secuestrado impidiéndole movimientos  y desde luego la entrada y salida del buque ni a secuestradores ni a secuestrados. Todo ello implica riesgos, desde luego, pero siempre hay que tener presente como dice el almirante Tafalla “una mala situación tiene una mala salida” y que tanto de una cosa como de la otra son exclusivamente responsables los delincuentes.

De acuerdo con la doctora en la materia Monserrat Abad Castelos, la lucha contra el secuestro debe ir dirigida hacia la población en general para contrarrestar el efecto coactivo que producen los secuestradores y que pone en la diana a las autoridades en lugar de a los autores del delito. El ciudadano debe entender que el secuestrador ha cometido un crimen y que debe deponer su actitud de inmediato sin esperar recompensa alguna de su chantaje. Tal actitud fue la que produjo el secuestro de Miguel Angel Blanco en el verano de 1997, tras la liberación por la Guardia Civil de otro secuestrado, el funcionario de prisiones Ortega Lara, y aunque desgraciadamente no logró salvar su vida, sí consiguió que los apoyos sociales de ETA se resintieran y que la banda abandonara esta estrategia por contraproducente.
Curiosamente la Opinión Pública española ha reaccionado de muy diferente manera en el secuestro del “Alakrana” exigiéndole al gobierno la liberación, sin duda por la presión de las familias y del eco que de ellas han hecho los medios de comunicación. No creo que sea ajena a este hecho la circunstancia de que los familiares de los marineros que impulsaron la protesta eran vascos, un lugar donde sin duda se han acostumbrado a la connivencia con el chantaje del terror y donde más se justifica y se defiende abiertamente el diálogo con ETA. No cabe duda de que se trata de un síndrome de Estocolmo colectivo, en parte motivado por que las autoridades no han querido ó no han podido garantizar a los ciudadanos la libertad y la seguridad propia de otros lugares del territorio nacional.  ¿Qué ha cambiado entonces desde las protestas contra el secuestro de Miguel Ángel Blanco a los recientes secuestros de los atuneros vascos y de los cooperantes catalanes?
Básicamente ha cambiado la actitud de las autoridades, que lejos de seguir ejerciendo un liderazgo con una fuerte defensa de los valores democráticos han pasado a una política de apaciguamiento que mucho tiene que ver con una ideología radicalmente pacifista donde se renuncia a cualquier uso de la fuerza aunque sea contra grupos terroristas ó delincuentes armados. Posiblemente el mensaje que se mandó al pueblo español retirando las tropas de Iraq justo después del brutal atentado del 11 de marzo en Madrid, se ha podido interpretar como que si se complace al terrorista, este no te volverá a hacer daño, y esta percepción resulta independiente de que haya realmente una relación causa-efecto entre una cosa y la otra, algo que por cierto no se ha demostrado.

Por otro lado no deben esperar los ciudadanos que el Estado pueda garantizar su seguridad en cualquier lugar del mundo si ellos mismos deciden embarcarse en aventuras peligrosas y menos aún esperar que el Estado pague, y además en metálico, por los riesgos que asumen en lugares donde ni siquiera la comunidad internacional es capaz de hacerlo. Y ello con independencia de si lo hacen por ganarse un jornal, como los atuneros, ó por motivos lúdicos como los cooperantes.
Pese a algunos desafortunados comentarios que se han hecho en los medios sobre la lentitud con que la fragata “Canarias” alcanzó al “Alakrana”, la realidad es que resulta ridículo pensar que un solo buque pueda situarse a unas horas de cualquier punto del  Océano Índico. Por que la zona donde actúan los piratas somalíes es tan inmensa que ni siquiera toda la U.S. Navy desplegada aseguraría una vigilancia adecuada. Este es uno de los motivos por los que el ciudadano no se explica como después de ponerse en marcha la operación “Atalanta” continúan los secuestros, aunque hayan descendido, y el Estado acaba pagando rescates pese al elevado coste que supone mantener un buque de guerra, al menos, de manera permanente en la zona. Una vez más se ha enviado al ciudadano un mensaje equivocado, la operación “Atalanta” no puede impedir la piratería, sólo asegurar una pequeña zona. Y de hecho ese era el objetivo de la misión, a segurar el tránsito por la ruta del Mar Rojo y el estrecho de Bad-El-Mandeb. Otras naciones han solucionado los secuestros por la vía de la fuerza, con bastante éxito por cierto, en el caso de los norteamericanos y de los rusos.

Publicado en Atenea nº 21, noviembre 2010

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