En
una publicación editada en homenaje a las Fuerzas Armadas hace ya unos años,
decía el ex ministro Julián García Vargas que las Fuerzas Armadas eran la
institución que había experimentado mayor transformación desde la llegada de la
democracia. Y efectivamente hemos podido comprobar cómo la institución militar
a lo largo de estos últimos treinta y un años ha sufrido cambios notables desde
la desaparición del servicio militar a las nuevas misiones en el exterior, mejorando
sus capacidades tecnológicas y adaptándose al nuevo entorno estratégico.
Sin embargo y pese
a la importancia de estas transformaciones la esencia de la profesión no ha
variado un ápice. La defensa de la nación mediante el uso de la fuerza armada
sigue siendo la razón de ser de los Ejércitos y ello determina un perfil muy
característico del militar que lo hace forzosamente diferente al ciudadano
civil. Ese carácter tan propio del profesional de las armas se refleja en sus
símbolos y tradiciones y en la conservación de unos principios propios como el
valor, la lealtad, la disciplina, el honor, el compañerismo ó un patriotismo
especial. Ese espíritu es el que se respira en los emotivos actos de homenaje a
la bandera ó a los caídos en defensa de la patria.
A menudo este
espíritu propio, conocido desde tiempos inmemoriales como espíritu militar, y
recogido por autores literarios como Calderón ó Cervantes no es conocido y/ó comprendido en el mundo de hoy, pese a
que los hombres y mujeres de las Fuerzas Armadas aún lo conservamos y lo
apreciamos. Y como consecuencia de ello los legisladores han impulsado en los
últimos años normas que regulan nuestra profesión ignorando sus especiales
circunstancias, tratando a la institución militar como cualquier otra de
carácter civil. El régimen de ascensos, la enseñanza militar, las reales
ordenanzas ó los nuevos proyectos de reforma de la ley disciplinaria son
muestras del cambio que en los últimos años se viene haciendo obviando las
características más esenciales de la profesión. El verdadero impulso de los
cambios es una auténtica desmilitarización de los militares tratándoles
simplemente como funcionarios ó trabajadores públicos, y a la institución como
una empresa más dependiente de la administración.
Dentro de las características más
peculiares de la vida del militar es la movilidad geográfica. La movilidad del
militar es mucho más acusada que en cualquier otro trabajador, no solo por
estar disponibles para cualquier puesto dentro del territorio nacional sino porque
además la permanencia en un puesto es siempre momentánea, sujeta a limitaciones
temporales u operativas. Desde siempre las necesidades operativas de los
Ejércitos han necesitado de la movilidad de sus miembros y han hecho uso de
ella con escasas limitaciones. Para ello los Ejércitos contaban con
herramientas importantes de apoyo a sus miembros, y también en cierto modo de
compensación. Así teníamos las viviendas
militares, los colegios, la red de economatos, las farmacias militares y la
Sanidad Militar que cumplía además de su misión operativa una importante labor
asistencial. Defensa ha ido desmantelando toda esa red de apoyo,
fundamentalmente por motivos económicos, financiando con ello la adquisición de
material bélico ó la profesionalización, aunque también han pesado otros
motivos como los conflictos derivados del uso de las viviendas ó satisfacer
necesidades de la sociedad civil como es el caso de la Sanidad. La consecuencia
es que pese a articularse otros organismos de apoyo, como el ISFAS ó el INVIFAS,
estos dependen de asignaciones presupuestarias puras al carecer de infraestructuras
y sus recursos no resultan suficientes. El militar ya no ve apoyo suficiente a
la movilidad y trata en muchos casos de rehuirla. La familia del militar
tampoco es la misma, la incorporación masiva de la mujer al mercado laboral, el
nuevo esquema de la familia nuclear que también afecta a los militares,
dificulta aún más su disposición a trasladarse de localidad.
A
ello tampoco ayuda la regulación del sistema de admisión en los colegios
públicos, donde los plazos de solicitud empiezan mucho antes que las órdenes de
traslado, eso sin contar ya a aquellas
comunidades cuya lengua vehicular en la enseñanza es diferente del castellano.
El
precio de las viviendas, mucho más alto que hace unos años, supone un serio
obstáculo para un cambio de residencia, especialmente si el traslado se produce
desde una ciudad más barata a una más cara. Esta situación es muy frecuente en
Madrid, por ejemplo, donde están ubicados los cuarteles generales ó el propio
ministerio.
El militar además, se ausenta a
menudo de su domicilio por motivos profesionales, por la realización de
ejercicios ó maniobras, para cumplir misiones en el exterior ó para cursos ó
reuniones. Todo ello le quita dedicación a su familia, que a menudo deberá
atender su cónyuge en solitario. Esa
situación es más llevadera si el lugar de residencia es también el de la
familia de él ó ella, lo que al final constituye otro motivo más para eludir un
traslado.
En conclusión podemos afirmar que la movilidad geográfica nacional en la España de hoy es algo excepcional dadas las dificultades que supone, y por lo tanto la tradicional vida del militar se adapta mal a ese entorno. Curiosamente cuando en España la administración se descentraliza cada vez más y las dificultades para la movilidad son máximas, Defensa ha ido reduciendo todas las medidas de apoyo al colectivo. La consecuencia es clara, la carrera del militar y la operatividad de las Fuerzas Armadas se ve cada vez más mermada por la resistencia cada vez mayor al traslado por parte de sus miembros.
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