El
alcalde de Cádiz, “Kichi” González, y la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, han
aprovechado el día de la fiesta nacional para marcar diferencias y mostrarse
críticos con el evento: “No descubrimos un continente, lo masacramos, no hay
por tanto nada que celebrar” afirma el regidor gaditano. “Fue un genocidio” se
expresó la alcaldesa de la segunda ciudad de España. No son nuevas estas ideas,
las hemos oído muchas veces antes, aunque no de boca del alcalde de una de las
ciudades que más debe al descubrimiento de América, ni tampoco de la alcaldesa de
la ciudad donde se encuentra el monumento a Colón más insigne de toda España. Sé que es una labor hercúlea y a menudo
inútil, pero es necesaria: hay que combatir las visiones simplistas e
ignorantes sobre nuestra historia, especialmente cuando dañan nuestro nombre,
nuestro orgullo y nuestra identidad.
La
visión marxista de la historia, que ya debiera estar desacreditada, como
debiera estarlo el marxismo mismo tras la caía del muro de Berlín, es que la
historia es la sucesión de relaciones económicas de explotación. De la
antigüedad esclavista al feudalismo, y de este al capitalismo. Todo se explica
cómo formas de relación entre opresores y oprimidos, todo reducido a relaciones
económicas. La religión, la cultura, la ciencia, la política o la guerra como
fenómeno organizado de violencia humana, quedan reducidas a meros elementos
accesorios de las relaciones económicas. Esta visión de la historia, no
obstante, no resiste el mínimo análisis. Muchos de los fenómenos históricos no
tienen en la economía su causa más relevante, es fácilmente comprobable si se
comprende bien el fenómeno histórico.
El
error más común del pensamiento “progresista” en su análisis histórico consiste
en juzgar acontecimientos del pasado con la mentalidad de hoy. En hacer
valoraciones éticas con los valores de hoy, sin tener en cuenta que los valores
de las sociedades evolucionan cómo evoluciona la ciencia, la cultura y los
propios hechos históricos. Si nuestro amigo “Kichi” viajase al siglo XVI,
probablemente no encontraría nada digno de ser celebrado ni en España ni en cualquier
otra parte del mundo y lo mismo le ocurriría en cualquier época pasada si se
empeñara en juzgar las conductas de aquellos hombres con los valores de hoy.
Imagínense
al bueno de “Kichi” en la corte de los reyes católicos pidiéndoles que no
navegaran a América porque allí vivían unos indios a los que había que dejar en
paz, o pidiendo al emperador Carlos que no combatiese a los turcos, que las
guerras de religión no tenían sentido y que todos tenían derecho a creer en lo
que quisieran. Seguramente el pobre “Kichi” habría acabado en la hoguera, pero
más que por hereje o por rebelde le
hubieran tomado por un loco con ideas extrañas y ridículas. Pero no en España,
en todo el mundo de aquel momento.
En
1492, España estaba naciendo como nación moderna. Moderna en el sentido que se
entiende por un Estado moderno, que vincula de manera permanente a una
población, un territorio y un orden jurídico legal. Hasta el renacimiento las
naciones en puridad no existían, existían pueblos, razas, lenguas, ciudades, feudos
y reyes o emperadores. Los reinos o imperios eran divisibles por sus soberanos,
ampliables o reducibles dependiendo de la suerte de las armas y de la voluntad
de sus soberanos. Los habitantes se sentían vinculados a su señor, a su rey o
como mucho a su ciudad, y por supuesto a
su fe. El mayor vínculo era la fe, en nuestro caso la cristiana.
Volviendo
a España en 1492, los reyes católicos hicieron una gran proeza: crearon una
nación, sentaron las bases para unirla, la hicieron fuerte y poderosa y sobre
todo hicieron sentir a sus habitantes el orgullo de pertenecer a ella. Para
lograr esta gran hazaña fueron necesarias varias cosas y todas ellas
complicadísimas. Lo primero unir los reinos cristianos que se habían separado a
causa de la invasión musulmana y la reconquista. Lo segundo unir a todos los
españoles usando lo que más les unía que era la fe, por lo que era necesario
terminar la reconquista con la toma de Granada, e incluso aunque hoy no lo
aplaudiríamos, la expulsión de los judíos y la inquisición. Y lo tercero hacer
de España una nación poderosa para que se sintiesen orgullosos de ella. En esto
quedan las guerras contra Francia y el turco, que forjaron el espíritu
nacional, y también el descubrimiento de América, que no tenía otro objeto que lograr
riqueza a través del comercio con las Indias, pero también evangelizar a los
pueblos descubiertos para unir esfuerzos contra los infieles. Los reyes
católicos hicieron algo más también que fue decisivo para poder hacer lo demás:
reafirmaron su poder sobre los nobles y de ese modo aseguraron la unidad del
reino frente a los intereses particulares de los poderosos. Se creó la Santa
Hermandad que trajo la paz y la seguridad a ciudades y caminos. Todo ello
además favoreció el desarrollo económico y por todo ello los castellanos y
aragoneses recordarían ese reinado como el mejor que habían conocido.
En
el descubrimiento de América confluyeron varias ideas, la religiosa, la
económica y la del orgullo nacional. Pese a la enorme ambición de los
conquistadores españoles, salvo algún caso aislado como el loco Aguirre,
ninguno desafió la autoridad del rey ni renegó de su patria por muy lejos que estuviera
de ella y mucho poder y riqueza que hubiese acumulado y pese a su ambición
también, la fe cristiana estuvo siempre en vanguardia de la conquista de
América como objetivo más esencial.
El
descubrimiento de América provocó un choque entre dos culturas, una más
avanzada que acabó por arrastrar a la otra. En la historia de la humanidad
siempre ha ocurrido de ese modo, ocurrió más tarde en África y en menor medida
en Asia. Los europeos era una sociedad más preparada, más poderosa y los
habitantes del resto del mundo acabaron absorbidos por ella, del mismo modo que
los hispanos fueron en su día colonizados por Roma. Pensar que otra cosa era
posible es mantenerse en la utopía, ignorar la verdadera naturaleza humana. Los
pueblos americanos estaban viviendo una etapa histórica antigua, primitiva, con
lenguas poco desarrolladas, escasa tecnología y sociedades arcaicas con
sacrificios humanos, canibalismo y esclavitud. Que hubieran podido conservar
ese modo de vida y su propia independencia política tras el contacto con los
españoles, es una quimera absurda.
Por
su puesto la conquista de América tiene episodios oscuros, como todos los
fenómenos históricos importantes. La revolución francesa que trajo las
libertades se saldó con ejecuciones masivas en la guillotina y culminó en un
imperio que llevó la guerra a toda Europa. La independencia de los Estados
Unidos, como primera nación libre y democrática permitió la expansión de los
colonos hacia el Este y la destrucción de los asentamientos indios. La
revolución bolchevique, seguramente mucho más del gusto de “Kichi” y de Ada
Colau, supuso el asesinato de cientos de miles de personas, llevó a Rusia a la
guerra civil y destruyó la clase intelectual del país.
Pero
volviendo al descubrimiento de América, imaginemos el valor de unos pocos
hombres que sin saber a dónde iban se metían en barcos rudimentarios por
océanos inmensos y desconocidos con rumbo a tierras cuya mera existencia les
era incierta. Imaginemos el valor de otros hombres, que dejando atrás familia y
hacienda arriesgaban su vida en selvas y montañas hostiles asediados por
enfermedades de las que nada se sabía y por peligros nunca imaginados. Unos
pocos hombres con mucho afán de riquezas, pero también con mucha fe, en Dios y
en ellos mismos. Unos pocos hombres orgullosos de su patria y de su rey que
querían hacer grande a España. Hombres que a veces fueron llevados por la
ambición y la crueldad, pero también hombres duros, valientes hasta el extremo
y leales a su rey y a su fe.
España
acabó con las culturas precolombinas en América; a cambio llevó una lengua
común, rica y moderna sin la cual no se hubiesen podido crear las actuales
naciones de Hispanoamérica; llevó la fe cristiana, un contravalor para muchos
hoy como “Kichi” o Ada Colau, pero seguramente mucho mejor que los crueles
dioses de los nativos Llevó el modelo de organización moderna, creo miles de
ciudades, contribuyó a la agricultura y el comercio. Trajo en definitiva el
progreso, inherente a la condición humana, con sus abusos y sus contrapartidas,
pero progreso al fin y al cabo, pues sólo desde el ecologismo más radical, pero
también totalmente irrealista,aquel que niega legitimidad a cualquier
desarrollo, puede sostenerse la colonización de América como un atraso.
La
gesta de la conquista y colonización de América es sin duda la mayor proeza
hecha por los españoles en toda su historia. Creó, en un continente casi
entero, la civilización desde bases de lo más primitivas. A diferencia de otras
potencias coloniales que se limitaron a la explotación de recursos, a abrir
rutas de comercio y bases estratégicas; España pobló territorios abandonados y
explotó sus riquezas, comunicó miles de personas aisladas y miles de kilómetros
cuadrados de territorio, les dio modernos medios de subsistir y les trasmitió una
cultura. Todo ello con enormes sacrificios, y fue posible porque los españoles
de esa época eran de una generación, forjada durante los siglos de reconquista,
en la fe, en el orgullo, en el valor y en el esfuerzo.
Y
¿qué decir del supuesto genocidio? A diferencia de otros europeos los españoles
consideraban a los nativos súbditos del rey, no esclavos, se mezclaron con
ellos y respetaron en gran medida sus tradiciones y modos de vida. Hubo abusos,
desde luego que sí, pero a la luz de aquella época y comparado con otras
potencias coloniales, la española fue ejemplar. De hecho durante el proceso de
emancipación americano no fueron los indios quienes la apoyaron, sino los
criollos, españoles de origen. Los indios nada tenían que temer de España, y
salvo en México, no apoyaron las insurrecciones. Los indios temían más a los
criollos que a las autoridades peninsulares y de hecho fue la independencia la
que les acabó imponiendo la lengua y los usos europeos con un rigor que no se
había hecho antes. A diferencia de otras colonias, la emancipación americana no
se logró realmente luchando contra la metrópoli. La delicada situación de
España tras la guerra de la Independencia no permitió apenas reforzar o
defender los territorios americanos de la rebelión independentista. Fueron
sobre todo americanos, los llamados realistas,los que, aunque dirigidos por
españoles peninsulares, defendieron la españolidad de aquellas tierras frente a
los rebeldes criollos, luchando durante algunos años en encarnizadas guerras,
más civiles que coloniales.
Han
sido otras potencias quienes con el único interés de manchar el nombre de
España han creado las historias de la leyenda negra española. España no ha
sabido contrarrestarlas adecuadamente, pero al menos no caigamos nosotros, los españoles,
en sus falacias malintencionadas.
No
cabe duda de que el descubrimiento, primero, la conquista, después, y la
colonización, finalmente de América, es el fenómeno
histórico más importante de nuestro pasado. De su legado nos queda una amplia
comunidad de naciones unidas por la cultura y la lengua española. No hay nada
más grande que los españoles hayamos conseguido en nuestros varios siglos de
existencia en común, mucho más grande que ganar un mundial de fútbol, por
cierto. Y por tanto no hay mejor fecha para elegir nuestra fiesta nacional que
el 12 de octubre, el día del descubrimiento, el día que empezó todo.
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